viernes, 4 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Miquel, temperaturas bajo cero y un japonés rubio borracho)

MIQUEL, TEMPERATURAS BAJO CERO Y UN JAPONÉS RUBIO BORRACHO.

        Por lo general, la mayoría de los inviernos en la zona de la costa brava suelen ser suaves. Lo máximo que suelen bajar las temperaturas suele ser entre dos y cinco grados bajo cero, y por pocos días. Creo que en mi vida la ola de frío más larga que he vivido duró una semana, con temperaturas de unos cuatro y cinco grados bajo cero. Esa condición geo climática no evita que la mayoría de los días de invierno, si por la noche no sopla la tramontana o está nublado, las temperaturas desciendan hasta los cero grados, produciéndose el efecto matutino de la escarcha helada.
        La escarcha helada es como un pequeño manto blanco de diminutos cristales de hielo que cubre absolutamente todo lo que no está a la sombra. Es curioso ver campos de cereal completamente cubiertos de escarcha y alrededor o debajo de un árbol no. Este fenómeno se debe a que el descenso por debajo de cero grados se produce justo al amanecer, cuando se está formando el agua del rocío.
        Esta climatología suele pillar desprevenidos a la mayoría de los que visitan la zona en invierno, ya que después de un día con calor casi primaveral (hay jornadas en invierno que podemos llegar a los veinticuatro grados a mediodía) puedes encontrarte volviendo de la discoteca a las seis o siete de la madrugada con temperaturas de menos un grado. Si a todo esto le añadimos la posibilidad de haberse excedido con el alcohol, ya os podéis imaginar el resultado. Era por ese motivo que uno de los principales trabajos del equipo de seguridad y portería del PACHA en invierno era, antes de cerrar por la mañana, el asegurarse de que los clientes más perjudicados alcohólicamente no se quedaban tirados durmiendo la mona en alguna cuneta o parterres de los jardines del parking. Esa preocupación se podía ver desde la necesidad altruista de la empresa por el bienestar de los participantes en las fiestas del local, o desde la que creo que era idea principal de la dirección: el hacer todo lo posible por no perder a sus mejores clientes (la verdad es que pillar una borrachera de las de perder el sentido en el local salía carísimo).
        Era sábado, veintiuno de enero. Despertamos a la una del mediodía, al escuchar como alguien aporreaba la puerta de casa. Habíamos olvidado que Nuria había organizado una visita a casa de los padres de Miquel para recogerlo e ir a comer a un restaurante de Sant Feliu de Guixols, un pueblo turístico que quedaba a unos quince kilómetros de Palamós. Cuando abrí la puerta me encontré con Nuria y “La Cuca” vestidos de domingo. -Esto… Vamos a comer con Miquel ¿no? Es que parece que os hayáis vestido para ir a misa.- Les dije con tono burlón.
        Álvaro la noche anterior había controlado mejor su ansiedad por los chupitos y tenía muchísima menos resaca que el domingo pasado. Mientras nos desperezábamos y nos vestíamos, Nuria preparó café para todos.
        -Nuria ha insistido en que no vayamos excesivamente en plan locazas a casa de Miquel.- Dijo “La Cuca” medio excusándose.
        -Y eso… ¿Porque?- Pregunto mi chico.
        -Por lo visto la familia de Miquel son granjeros y de mentalidad muy retrograda.- Añadió “La Cuca”.
        -Ok, pillando el dato. Cariño hoy nos ponemos tejanos oscuros, camisa de leñador y jersey de lana gorda.- Canturreo Álvaro esperando que todos hiciésemos los coros: -Porque hoy vamos a Garrulolandiaaaa.- Cantamos todos a la vez.
        Después de tomar el café nos subimos todos en el Renault Clío blanco de Nuria y nos encaminamos hacia la granja de los padres de Miquel. Hacía un día radiante, tanto, que el jersey de lana grueso que llevábamos nos sofocaba hasta casi ahogarnos de calor. Empezamos a notar que llegábamos a la granja, cuando descubrimos el árido paisaje que dejan tras de sí los rebaños de ovejas y cabras. La verdad es que todo el bosque que había antes de llegar a la casa de Miquel estaba totalmente repelado hasta unos dos metros de altura, y todos los árboles lucían súper limpios y sin follaje hasta la altura de una persona. Parecía como si una sierra mágica hubiese cortado todo el follaje a un mismo nivel. De no conocer el nivel de devastación que puede provocar un rebaño de cabras, habría pensado que era una imagen casi bucólica.
        Nos dimos cuenta de que estábamos llegando al ver un montón de maquinaria agrícola aparcada en un gran rellano al lado de varias naves de tipo agrícola, cubiertas con uralita. En algunas de las naves se podían ver amontonadas muchas pacas de forraje o paja. En otra sección se podía ver una gran montaña de estiércol y sobretodo el gran indicador de que estábamos llegando: el olor. Era una peste que me trasladaba a mi infancia cuando mi abuelo tenía el rebaño de ovejas.  Era un olor súper penetrante que lo impregnaba todo. Recuerdo que en mi adolescencia me hacía falta ducharme dos o tres veces y bañarme en colonia para tener la sensación de que sacaba ese olor de mi cuerpo (aunque tengo serias dudas de que realmente lo consiguiese).
        Detrás de los edificios de la granja, al lado de tres silos metálicos, estaba la casa. Se veía que era antigua, la parte de abajo conservaba los bloques de piedra a los lados y en las ventanas. El piso superior se veía que había sido construido de nuevo con materiales modernos. El conjunto daba a la casa un aire entre contundente y confortable. Todo el jardín estaba completamente repelado y los arboles ornamentales tenían un tronco muy limpio y les empezaba el follaje, igual que en el bosque, a unos dos metros de altura. -Buen sistema para tener el jardín siempre limpio.- Pensé.
        Aparcamos delante de la que parecía la puerta de entrada. Salió a recibirnos un extremadamente delgado Miquel junto con su madre, una señora de unos cincuenta años con cierto sobrepeso que llevaba puesto un anorak de mercadillo de color rojo del que sobresalía una falda en tonos grises que le llegaba hasta unos diez centímetros por debajo de la rodilla, medias marrones y unas pantuflas azules de esas de estar por casa. Miquel parecía que tenía mucha prisa por irse, o no quería que interactuásemos con su familia, así que se subió en un plis en el coche y le pidió a Nuria que se largase rápidamente de allí. No nos dejó ni que nos presentásemos a su madre. Mientras nos alejábamos pude oír a su madre mientras nos saludaba con el brazo levantado decir: -Id con cuidado y divertíos.-
        -¡DIOS! Que pesadez de familia.- Se lamentó Miquel.
        -Y ¿para eso nos hemos disfrazado todos de garrulillos?- Pensé yo, con el convencimiento de que el resto de la gente del coche pensaba lo mismo.
        Miquel era el más joven de tres hermanos. Desde muy pequeño, todos en su familia se percataron de lo “especial” que era el benjamín de la casa, así que mientras el padre y sus hermanos lo ignoraban, su madre se dedicó a sobreprotegerlo y consentirlo en exceso. La granja la llevaban entre el padre y los hermanos. Miquel se había buscado la vida desde los dieciséis años trabajando en lo que mejor se le daba: la noche y el cancaneo.
        La idea era ir a comer a un buen restaurante del paseo marítimo de Sant Feliu de Guixols, aunque cuando Miquel vio nuestras pintas le preocupó la posibilidad de que no nos dejasen entrar en según qué sitios.
        -¿Cómo es que os habéis vestido con esas pintas?- Pregunto Miquel extrañado.
        -La culpa es de Nuria y Javi.- Dijimos mi chico y yo a la vez. -Les preocupaba el dar una imagen muy heterosexual de tus amigos a tu familia.- Añadí yo.
        -Os agradezco muchísimo el gesto… pero no hacía falta.- Dijo Miquel un poco mosqueado. -Es que ahora al veros así vestidos, me avergonzáis un poquito.- Sentenció.
        -Pues te vas a joder muy mucho.- Le dije ofendido. -Encima que nos preocupamos por no ponerte en evidencia ante tu familia.-
        -A ver chicos.- A Miquel se le estaba subiendo la mosca a la nariz y había adoptado su ya clásica posición de tetera. -¿Os creéis que mi familia no tiene bien clarito que su hijo es una maricona de primera división?- Nos miramos todos y empezamos a reírnos a carcajadas, con ese gesto de máxima sinceridad nos había puesto a todos y cada uno de nosotros en su sitio.
        Al final nos colocamos en una de las únicas tres terrazas de restaurante que estaban abiertas al público (hay que entender que era temporada bajísima y todos los negocios de verano estaban cerrados). Y aunque algún camarero nos miró con cara de: “de que pajar se han caído estos”, no estaba el negocio como para rechazar a ningún potencial cliente. Comimos de maravilla a base de tapas marineras y disfrutamos de un día que más que de enero parecía de abril o mayo.
A la hora de los postres Miquel pidió una botella de cava y nos hizo oficial lo que Nuria llevaba comentando desde hacía una semana.
        -Como ya debéis de saber, he dejado mi trabajo en el POMELO’S, y en teoría, esta reunión era para haceros saber de manera oficial que dentro de cuarenta y dos días cogeré un avión dirección a los Ángeles, en los U.S.A.- Comunicado al que todos acompañamos con un brindis y cara de circunstancia.
        -Te lo has pensado bien, me sabría muy mal que tomases una decisión precipitada y después te arrepintieses.- Dijo un  Álvaro que no podía disimular lo que le estaba afectando todo el tema que rodeaba a Miquel y sus circunstancias.
        La verdad es que durante toda la semana, aunque no habíamos hablado ni un día de ello, flotaba en el ambiente la tensión contenida que nos producía la angustia de no poder tener ningún control sobre los resultados de las pruebas del HIV que nos hicieron el lunes. Y eso duraría hasta (por lo menos) el lunes siguiente, ya que la enfermera nos aseguró que siete días era lo que tardaban en ese momento en realizar esas pruebas. Me di cuenta entonces de que tanto mi novio como yo podríamos explotar en cualquier momento, pues el reunirnos con Miquel era como mirarle a la cara a la enfermedad y sentir absolutamente toda la impotencia que eso implicaba.
        En ese momento tuve la necesidad de cogerle la mano discretamente a mi chico y susurrarle al oído: -Te quiero.- Os parecerá una tontería, pero pude sentir como toda la tensión que inundaba su ser empezaba a relajarse. Mientras se acurrucaba hacia mi hombro me dijo en voz flojita: -Se lo que estás haciendo… por eso yo también te quiero.- Nos cruzamos una sonrisa de complicidad mientras Miquel exponía sus argumentos para justificar las decisiones que estaba tomando.
        Cuando salimos de la terraza del restaurante eran las cinco pasadas y ya empezaba a oscurecer. La temperatura estaba bajando en picado y agradecimos el tener a mano esos jerséis gruesos tan rurales y que tanto abrigaban. Le pedimos a Nuria que nos dejase en casa con la excusa de preparar las cosas de Dragg Issis. En realidad se me estaba haciendo insoportable el tener que seguir interactuando con Miquel. No es que estuviese molesto o enfadado con él, era algo más visceral y profundo, era esa maldita enfermedad, que lo impregnaba todo, embruteciéndolo. De alguna manera inconsciente estaba recomponiendo toda la angustia que sentía en mi interior, asumiendo la que sin duda estaba desarrollando mi pareja y proyectando todas esas frustraciones en la imagen de Miquel. Ya sé que explicado así parece una locura, pero es tan fácil de entender como el hecho de que mi cerebro en un afán primario de raciocinio había usado la imagen de Miquel para dar forma a la idea abstracta de la enfermedad del SIDA. Y en un momento de delirio me alegré por su decisión de irse a los U.S.A. No por él, sino por mí, estaba convencido que si dejaba de verlo me sentiría muchísimo más aliviado. Al mismo tiempo todos esos sentimientos me producían una sensación de culpa tremenda: Miquel era uno de mis mejores amigos y no se merecía la enfermedad ni que yo tuviese sentimientos tan ruines hacia su persona.
        Eran las seis y cuarto cuando nos dejaron delante de la puerta de casa. Miquel, “la Cuca” y Nuria se iban al centro a ver si encontraban alguna cosa que valiese la pena comprar aprovechando el remate final de las rebajas de enero.
        -¿Te habría gustado ir con ellos?- Le pregunté a mi chico, disculpándome por haberle obligado a dejar el grupillo con el que tanto se divertía.
        -Buenoo... me ha sorprendido un poco el que quieras dejar la diversión tan de golpe. Más aun, teniendo en cuenta que lo tienes ya todo listo para el show de esta noche.- Me contestó un poco preocupado.
        -Lo siento he podido aguantar toda la semana, pero al ver a Miquel me estaba derrumbando por dentro.- Le confesé mientras lo abrazaba en el descansillo de la casa. Me tiré en el sofá, completamente abatido, mientras, Álvaro me preparaba una infusión de manzanilla. -Tomate esto, mi madre nos la preparaba siempre que nos veía nerviosos.- Me dijo con un tono muy paternal. Nos abrazamos. Durante casi una hora estuvimos allí, tirados en el sofá abrazados sin decir nada. Sobraban las palabras, solo necesitábamos estar allí, rozándonos la piel, acariciándonos. Sabiendo que uno estaba por el otro, apoyándolo cuando desfallecía. Por un momento pensé que el amor sin duda debía parecerse muchísimo a lo que estaba sintiendo en ese momento. Eso era amor, y no tenía nada que ver con el deseo o la pasión.
        Más tarde, durante la noche, me sentí invadido por una sensación que hacía mucho tiempo que no sentía, sobre todo desde que trabajaba como Dragg Queen. Había descubierto que, mientras me maquillaba y durante el recorrido de promoción, incluso durante la cena y la ronda por los pubs de la localidad, me estaba aburriendo. Había entrado en una espiral de rutina que, de golpe, se me estaba haciendo repetitivo en exceso. Y en ese momento empecé a lamentar el haber aceptado trabajar los viernes y los sábados. Quizás fue por eso, que de un modo inconsciente había elegido para esa noche una canción de Cyndi Lauper, “Girls Just Want To Have Fun”, era algo que se salía totalmente de mi repertorio, y sin duda fue ese el motivo por el que me divirtió prepararme un atuendo que recordaba un uniforme de colegiala tipo “Lolita” aunque modificado al estilo Dragg Issis. Me encasté un par de postizos enormes de color naranja muy rizados, al estilo afro, uno a cada lado de la cabeza, que me recordaban a dos escarolas anaranjadas. Al terminar y mirarme al espejo tuve que reconocer que mi cabeza parecía la silueta de Mikey Mause. -Genial.- Pensaba mientras le sonreía al espejo.
        Al subirme al escenario para la actuación se me quitaron de golpe todas las tonterías. Acababa de verlo. -Pero. ¿Qué hace ese aquí?- Grité en mi cabeza. En efecto, en un rincón de la escalera de la barra de Tatiana, estaba, como siempre mirándome y controlándome, el técnico japonés rubio. Vestía de sport, con unos pantalones tejanos, una camiseta negra con algo escrito en letras japonesas y una camisa desabrochada encima a modo de chaqueta. -Tiene que ser una coincidencia.- Pensé. -Este tipo no puede saber que yo soy el mismo de la fábrica.- Aunque empezaba a tener mis dudas al respecto. Intenté no pensar en ello e inicié mi actuación.
        Al terminar, y una vez recuperado de la sensación de deslumbramiento que producían los focos, ya no estaba allí, hice un barrido general por toda la discoteca buscando al mestizo japonés pero no pude distinguirlo entre la gente. Me acerque a la barra y le pregunté a Álvaro si lo había visto. -Voy de puto culo, amor, no le miro la cara ni a la gente que estoy sirviendo.- Me dijo totalmente estresado por la acumulación de clientes ansiosos por consumir copas y chupitos.
        Por un momento me sorprendí a mí mismo con un pensamiento que siempre me había aterrado. -Podría ser posible que mi propia obsesión me estuviese jugando una mala pasada y me lo hubiese imaginado, y realmente ese chico japonés no estaba en el local.- Respiré profundamente, y una vez relajado le hice la señal al disk jockey para que me diese la entrada del micrófono para presentar el striptease de Sergio.
        Durante el show de Sergio, las barras tenían un poco de alivio, la clientela se centraba en los movimientos hipnóticos del gogo, tiempo que aprovechaban para recoger y limpiar todo lo posible antes de que volviese la marabunta. Mientras me tomaba el wiski con limón que me había preparado mi chico, volví a verlo, esta vez por detrás del show del escenario, en la escalera de acceso a la terraza Chill-Out.
        -Allí esta.- Le dije a Álvaro.
        -¿Quién?- Me contesto algo apurado.
        -Allí, en la Puerta del Chill-Out.- Le insistí.
        -No sé a quién te refieres.- Me dijo mi chico excusándose por no haber prestado atención. Aunque ya no serviría de nada, ya no estaba donde lo había visto.
        Más tarde, pasadas las cuatro y media, justo después de mi segunda actuación, cuando me dirigía con Sergio a la zona del fotocool de la discoteca, para la última sesión de fotos con quien desease un recuerdo de la noche, volvió a aparecer el japonés rubio. Estaba completamente borracho, y se dedicó a gritarme en japonés (no tengo ni idea de qué diablos decía, pero parecía muy molesto). Tropezó y se cayó al suelo, momento en que apareció Markus y se lo llevó de allí hacia la puerta.
        -Vaya noche.- Dijo Sergio. -Con este ya son doce los borrachos que han tenido que sacar de mala manera a la calle por comportarse de manera agresiva.- Añadió. A mí me preocupó un poco, más que nada porque no dejaba de ser un compañero de la empresa, aunque, por lo que parecía yo no le caía nada bien. Le pedí a Markus que lo vigilara un poco, por eso de que no se quedase tirado en un parterre durmiendo la mona al raso y a bajo cero.
        A las cinco y media, la sesión ya había terminado. Mientras yo ya me estaba desmaquillando y Álvaro estaba rellenado las neveras con Tatiana, entró el segurata rubio en el camerino. -A ver, tenemos un problema.- Me dijo preocupado.
        -¿Que sucede?- Pregunté.
        -Es el chico ese que me pediste que te controlara.- Añadió Markus.-–Está completamente bebido y no es capaz de tenerse en pie, ni de articular palabra. Además no sabemos si ha venido en coche o lo ha traído un taxi. ¿Tú sabes a donde debemos mandarlo si le pedimos un taxi?-
        -Pues no tengo ni idea de donde vive, ¿habéis mirado en su cartera por si tiene alguna dirección donde llevarlo en casos así?- Era lo único que se me ocurría en ese momento.
        -Solo lleva el pasaporte japonés, tarjetas de crédito y mucha pasta. Pero ninguna dirección ni teléfono de urgencia.- Dijo mostrándome la cartera abierta del mestizo.
        Y allí estaba, junto las tarjetas de crédito, una foto del Sr. Yamahaka. -¿Que significaba esa foto? ¿Quién era ese chico y que diablos había venido a hacer en la fábrica?- Pensé. -Una cosa me quedó clara: ese chico conocía toda mi historia con Hikaru, ya que sabía dónde podría encontrarme como Dragg Queen.- Por un momento la tranquilidad que había tenido al comprobar que lo que había visto no eran visiones y el chico japonés de la fábrica estaba realmente en el PACHA, desapareció y el desasosiego regresó en la forma de esa maldita foto.
        -No llames a la policía.- Le pedí a Markus. La norma era que cuando los chicos de la puerta no podían hacerse cargo de alguien que estaba demasiado borracho, se solía llamar a la policía para que se hiciese cargo del cliente. Normalmente según el grado de agresividad que demostrase ante los agentes, podía acabar durmiendo la mona en urgencias o en el calabozo.
        Cuando Álvaro terminó con el trabajo de su barra, le comenté la situación que había en la entrada, y decidimos llevar al chico a casa y que durmiese la mona en la habitación de invitados.
        Y así acabamos la noche, a las seis y media de la madrugada del domingo, agotados, en la cama abrazados mi novio y yo, y con un mestizo japonés durmiendo la mona en la habitación de invitados.


        Posdata:
        Mi madre siempre me reñía: -Eres un imán para los problemas.- Me decía de niño. A ver si resultará que tenía razón.

        Imagen: Jim Ferringer







1 comentario:

  1. Estoy enganchadisimo a tus memorias! Espero que no tardes en continuar con el relato! Un abrazo y enhorabuena por este blog!

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