jueves, 10 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Café, Álvaro y reproches de un mestizo japonés)

CAFÉ, ÁLVARO Y REPROCHES DE UN MESTIZO JAPONES.


        Sinceramente, la idea de tener al chico japonés rubio durmiendo la borrachera en la habitación de invitados me producía cierta inquietud. En el fondo no dejaba de ser un extraño durmiendo en mi casa. Pero, no me preocupaba lo suficiente como para evitar el caer rendido por el cansancio junto a un Álvaro que ya dormía profundamente.
        No recuerdo la hora que era cuando desperté y pude ver a ese chico rubio en la puerta de nuestro dormitorio mirándonos (qué maldita manía tenía ese japonés de quedarse mirándome fijamente). Vi que mi chico seguía durmiendo profundamente y me levanté intentando no despertarlo. Me puse una camiseta de manga larga y los boxers y le hice una señal al chico para que me siguiese a la cocina.
        Llené de agua la cafetera y después de poner una carga de café molido, la puse al fuego. Pude ver en el reloj de la pared de la cocina que eran las doce y cuarto. Rebusque en el cajón de las medicinas el paquete de aspirinas y se lo ofrecí. -Supongo que necesitaras esto.- Le dije con mi ingles de pueblo, mientras él cogía el paquete y empezaba a leer el prospecto. Hizo una mueca que parecía una sonrisa.
        La cafetera empezó a burbujear y la retire del fuego colocándola sobre el protector que había en la mesa. Junto a los tazones y las cucharas puse el paquete abierto del azúcar y le llené el tazón con el café. Parecía sorprendido de tener que coger el azúcar directamente del paquete (es una tradición familiar el prescindir de los azucareros desde que mi madre descubrió que eso desquiciaba totalmente a su suegra. Y como yo toda la vida he usado el paquete de azucarero lo considero ya como una tradición transmitida de padres a hijos). -¿Necesitas leche?- Le pregunté en inglés mientras le ofrecía la botella blanca de la nevera.
        -No, gracias.- Me contestó en un español casi perfecto.
        -Vaya, si puedes hablar.- Le dije en tono burlón. -Y muy bien en español.- Añadí.
        Tomó un buen sorbo del café y levantó la mirada. De hecho había estado desde que se sentó en la mesa con la mirada baja. Pude ver de nuevo esos ojos verdes, que, aunque estaban totalmente enrojecidos, eran hermosos.
        -Le pido disculpas por mi comportamiento de estos días y sobre todo por lo que pude hacer o decir ayer por la noche. Es imperdonable.- Parecía muy afectado y mientras hablaba juntaba las manos e iba haciendo reverencias con la cabeza.
        -Disculpas aceptadas.- Le dije mirándolo a los ojos y ofreciéndole más café.
        -Lamento mi comportamiento. La educación que recibimos en el Japón nos hace desconfiar de los extranjeros. Y yo he llegado aquí convencido de que todos los españoles son unos ladrones.- Se disculpó de nuevo volviendo a bajar la mirada.
        -No me extraña, después de la experiencia de los últimos meses en la fábrica hasta yo estoy convencido de eso.- Bromeé intentando animarlo.
        -Ya, pero en Japón si hubiese estado solo y borracho como ayer, nadie se habría preocupado de recogerme, antes al contrario, me habrían robado todo lo que llevase encima.- Afirmó.
        -Esta zona es muy segura.- Le dije. -En según qué zonas de Barcelona posiblemente no habría tenido tanta suerte.- Añadí. -Además el equipo de seguridad de la discoteca se preocupa mucho por la integridad de los clientes. A quien deberías agradecérselo es al chico rubio de seguridad que se encargó de ti.-
        -Tendré que agradecérselo, si como dices se preocupó de que no me robaran.- Dijo el japonés.
        -Que te robaran era el más pequeño de tus problemas ayer, si te hubieses quedado en la calle en tu estado habrías muerto congelado. Esto es la España del sol del verano pero en invierno aquí hace muchísimo frío.- Le regañé.
        -Gracias, lo tendré en cuenta.- Dijo en tono arrepentido mientras hacía otra reverencia con la cabeza.
        -Por cierto, acostúmbrate a llevar en la cartera una dirección o un teléfono de urgencias a quien llamar, para futuras borracheras. Estás aquí porque te reconocí del trabajo. Lo normal en tu caso es que despertases en la comisaría o en el hospital.- Al decirle esto buscó con desespero su cartera. -Sí, los chicos de seguridad repasaron tu documentación antes de decidir traerte aquí.- Se puso colorado como un tomate (no sabía que los japoneses también les pasaba eso). -Es evidente que sin duda tu sabes muchísimo más de mí de lo que puedo imaginarme, y la foto de tu cartera me dice que conocemos a alguien en común.- Me miró con los ojos como platos antes de volver a bajar la mirada.
        Estuvo unos instantes cabizbajo, después volvió a levantar la mirada y me dijo: -Estoy aquí en busca de respuestas.-
        Justo en ese momento apareció Álvaro en el comedor, -Mmmmh, café… yo quiero.- Dijo mientras se desperezaba y cogía una taza de la cocina. -¿Cómo está nuestro invitado?- Preguntó mientras se llenaba el tazón de café.
        Tomó un sorbo e hizo algo que me pareció totalmente inapropiado: me beso en los labios ante la mirada atónita del japonés. ¿Sería posible que Álvaro se sintiera intimidado por ese chico y tuviese la necesidad de marcarle el territorio?, mandando una señal clara de que “este chico es de mi propiedad”.
        -No me lo puedo creer.- Dijo el mestizo. -Aún no han pasado ni dos meses y ya tienes otra pareja.- Me recriminó severamente.
        -Un momento, ¿todo esto es por ese maldito auditor japonés?- Dijo un Álvaro, que acababa de darse cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. -Yo no quiero oír esta conversación.- Se fue a la habitación, se vistió y salió a la calle dando un portazo.
       -Fantástico.- Dije abatido. -Óyeme bien, no sé qué relación tienes con Hikaru, pero desde el primer momento que nos conocimos me dejó bien claro que cuando volviese al Japón se habría acabado todo. Y así ha sido. Y yo he seguido con mi vida. A partir de ahí creo que no le incumbe a nadie lo que yo haga.- Le espeté al japonés.
        -Y no te preocupa el que quizás él no haya podido olvidarte.- Dijo mientras acariciaba la taza.
        -¿Debería preocuparme?- Le dije muy molesto. -Antes de irse me dejó bien claro que para él yo solo había sido una zorra más de su colección.- Añadí.
        -Sí, la única zorra a la que nunca podrá olvidar.- En ese momento se le saltó una lágrima de esos ojos verdes que me conmovió. Lo mire con cara de extrañado y le hice un gesto con los brazos en plan “cuéntame más”. -Al rectificar el primer informe oficial y reconocer que los directivos españoles le habían tomado el pelo quedó en evidencia delante de los demás miembros del consejo de dirección.- Empezó a contarme. -Aunque es uno de los accionistas principales, después de presentar el segundo y demoledor informe, la dirección de la empresa madre decidió separarlo de la toma de decisiones. Lo han relegado al cargo de asesor del consejo, que es el equivalente a una silla al fondo de la sala para escuchar y callar. De hecho ha dejado de asistir a las reuniones de la empresa y se ha retirado a su casa familiar en Kioto, donde se dedica a cultivar bonsáis alrededor de un altar con una muñeca idéntica a la que me mandó hacerte llegar.- Ahí sí que me quedé de pasta de boniato, sin saber qué decir. -Y lo que más me molesta es que te has desecho de un presente tan personal sin ni tan siquiera luchar por ello.- El japonés estaba ya totalmente abatido, y a juzgar por los lagrimones que le chorreaban por esos ojos verdes, el tema le tocaba de manera muy personal. Me quedé sin palabras.
        Después de un incomodísimo silencio de varios minutos me dijo que quería irse de mi casa. Me ofrecí a acompañarlo hasta la parada de taxis que estaba al final de la calle de los burdeles.
        Me puse los pantalones y cogí una chaqueta, le ofrecí una chaqueta pues en la calle hacía frío y él iba en mangas de camisa. Hicimos todo el camino sin decir ni una palabra. Al llegar a la parada de taxis nos despedimos formalmente y aproveché para disculparme de algún modo. -Lamento ser el responsable del infortunio de Hikaru, y de producirte tanto dolor a ti con ello.- El japonés rubio me miró a los ojos y me hizo una reverencia y se montó en el taxis. Mientras se alejaba, me di cuenta de que en todo el tiempo que habíamos hablado en ningún momento nos habíamos presentado.
        Al regresar a casa me encontré con Álvaro esperando en la puerta con cara de estar muy cabreado. -Vamos a por el segundo asalto.-Pensé. La verdad es nunca me pude imaginar que un rollo sexual con un japonés atractivo podría traer tanta mierda a mi vida.
        Entramos en casa sin dirigirnos mirada. Era evidente que Álvaro explotaría en cualquier momento. Empecé a recoger las tazas y las puse en el fregadero de la cocina, mientras mi chico iba de un lado al otro del pasillo refunfuñando. Cuando empecé a limpiar la cafetera, entró en tromba en la cocina: -No te equivoques.- Me dijo. -No estoy molesto porque hayas tenido otras relaciones antes de conocerme, de hecho yo tampoco soy un santo novicio.- Añadió. -Lo que verdaderamente me molesta es tener que encontrarme con tu pasado delante de las narices continuamente.-
        -Ya te he contado todo sobre este tema, si hay repercusiones sobre mi vida pasada que te afectan tanto, solo puedo pedirte disculpas, pero no puedo prometerte que no seguirá pasando.- Me lamenté.
        -Y eso es lo más cabreante.- Dijo muy, pero que muy molesto. -No es responsabilidad tuya, por lo que no tengo derecho a recriminártelo. ¡Maldita sea!-
        -Pero tienes todo el derecho a quejarte.- Le dije reconociendo su enfado. -De hecho a mí me está cabreando muchísimo esta situación.- Álvaro ya se había calmado y se estaba acercando al fregadero de la cocina como si suplicase perdón por haber explotado. Nos miramos y por un momento creo que nos perdonamos todas las tonterías dichas y cometidas por los dos. Nuestros labios se juntaron y acabamos fundiéndonos en un beso eterno, de esos de reconciliación después de una tremenda bronca. Cinco minutos después estábamos en la habitación arrancándonos la ropa y amándonos como si el mundo acabase mañana.
        Eran las tres de la tarde y estábamos exhaustos, abrazados sobre la cama. Por todos los lados de la habitación había restos de la batalla amorosa que acabábamos de librar. -Si te cuento lo que me ha dicho el japonés. ¿Te volverás a cabrear?- Le dije a mi amante.
        -Sí, mejor que me lo cuentes, si nos van a despedir, es mejor saber el motivo.- Contestó Álvaro mientras se sentaba en la cama.
        -No creo que ese chico nos busque problemas. Le he dejado bien claro que si lo hubiésemos dejado en la calle ahora estaría en el hospital con síntomas de congelación o algo peor, y si una cosa son los japoneses es agradecidos.- Tranquilicé al pelirrojo que tenía enfrente. -Por lo que parece, ese chico tenía una relación muy estrecha con el japonés que estuve antes de conocerte a ti y ahora me culpa de que la relación que tenían se haya roto, o eso me ha parecido comprender.-
        -A ver, que lo entienda. ¿Me estás diciendo que el chico ese se ha comido medio mundo para venir a trabajar aquí por un ataque de cuernos? Cariño… nos va a joder vivos.- Dijo Álvaro gesticulando con las manos. Y la verdad es que visto desde el punto de vista de mi novio, no me quedaba nada tranquilo. Porque, si ese tal Klaus era un amante despechado por Hikaru a consecuencia de la relación que mantuvo conmigo, y había venido con ansias de venganza, las cosas se podían poner muy tensas para Álvaro y para mí en la fábrica. -Pues tendremos que plantearnos el cambiar de empleo.- Dijo encogiéndose de hombros y tirándome un cojín a la cabeza. -Por cierto a partir de hoy se acabó el salir a comer fuera cada dos por tres. Empezamos época de austeridad y ahorro. No quiero que en caso de encontrarnos en la puta calle encima estemos sin un duro.-  Acto seguido se levantó de la cama y se fue a la cocina, al rato volvió con dos paquetes de carne congelada. –Que prefieres cordero o pollo, hoy cocino yo.-
        Mientras mi chico preparaba el almuerzo, yo me quedé tumbado en la cama reflexionando sobre lo que había sucedido. El japonés rubio parecía muy afectado por las consecuencias que había tenido todo el tema de la inspección para el Sr. Yamahaka, y de rebote para él mismo, pero, no percibí odio ni ganas de venganza en toda la conversación que tuvimos. Su actitud me parecía más la de un chaval que no entendía lo que sucedía a su alrededor y necesitaba desesperadamente respuestas para reconstruir de nuevo su mundo. Aunque por el momento sería mejor poner todas las posibilidades en cuarentena. Al poco empezó a llegar un delicioso olor a curry con sofrito de pollo y mi estómago me recordó que llevaba desde la noche anterior solo con un par de cafés y dos wiskis con limón.
        Mientras mi novio preparaba el pollo con curry, yo me abrigué y salí al jardín para recoger algunos canónigos para preparar una ensalada. Un trozo de la terraza la tenía habilitada como un pequeño huerto urbano, donde me había acostumbrado a plantar algunas delicatesen que eran muy difíciles de encontrar en las tiendas. Además de los canónigos cogí algunas hojas de col lombarda y un corazón de escarola. Una vez limpio le añadí a la ensalada un poco de alfalfa germinada (y si, también me hacía mis propios germinados, el rollo hippie siempre me había atraído mucho).
        Sentados alrededor de un delicioso pollo al curry con arroz blanco y una ensalada vegetariana de multicolores, mi chico me sirvió una copa de vino y dijo: –Marica el último.- Y empezamos a comer como dos críos en el MacDonals.
        Después de almorzar nos hicimos una buena siesta, y como no teníamos ningún plan para la tarde-noche decidimos hacer un maratón de cine y ver las películas que teníamos que devolver al videoclub el lunes. A las nueve de la noche habíamos devorado dos paquetes de palomitas, un par wiskis con limón y unos bocadillos de jamón con mantequilla. -De seguir así acabaremos engordando como focas.- Se quejó Álvaro mientras me acariciaba la espalda.
        -Prometo quererte igual aunque seas una foca enorme, grasienta y pelirroja.- Le dije mientras lo abrazaba y le besaba en los labios. Al poco rato estábamos de nuevo en la cama, esta vez amándonos de manera más pausada y cariñosa. A las once de la noche ya estábamos profundamente dormidos.


        Posdata:
        Dicen que el amor y el odio son exactamente lo mismo. Los dos sentimientos se basan en dar a otra persona muchísima más importancia de la que realmente se merece.





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