jueves, 1 de junio de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Semana Santa, una muñeca de porcelana japonesa y yo mismo.8-(Darío, glosario de la A a H)

       SEMANA SANTA, UNA MUÑECA DE PORCELANA JAPONESA Y YO MISMO.8 (Darío, glosario de A a H)


        Darío nació un lluvioso dieciséis de abril de 1977. Pasadas cuatro horas, cuando después de limpiarlos, subieron a la madre y al niño a la habitación asignada, Piluca “la Ferretera” descubrió, como si de una revelación divina se tratase, que la decisión que tomó en solitario y a espaldas de su marido de quedarse embarazada por tercera vez, había sido una muy mala idea.
        Su madre, la abuela del niño, acababa de informarle que su marido no había aparecido por el hospital, de hecho, nadie sabía nada de él desde hacía dos semanas. Piluca había creído, en su desesperación, que las responsabilidades de un nuevo hijo le habrían hecho entrar en razón y se habría sentido obligado a cortar la relación que mantenía desde hacía ya dos años con una mujer quince años más joven que él. Lo que ella no se esperaba, era que Abelardo, su marido, estaba en esa edad a la que tradicionalmente se considera que ya has vivido la mitad de la vida que podrás disfrutar y te cuestionas todas las decisiones tomadas. Al igual que todos los hombres heterosexuales al verse próximo a los cuarenta años (a los gais nos sucede a los treinta) se estaba replanteando todas las oportunidades perdidas a consecuencia de su matrimonio y todas las demás obligaciones que eso había conllevado.
        Una vez dado el paso, habiendo probado el sabor de la independencia, a Abelardo, la responsabilidad que le pretendía imponer su esposa en forma de un nuevo hijo, le supo igual que un trago de hiel. Su respuesta fue poner tierra de por medio y recomponer su vida con la otra mujer.
        Como muchísimos otros, su enlace había sido el resultado, más que del amor, de la necesidad de dos personas de juntarse para mejorar su estatus social. Pilar (Piluca), era la hija única de los dueños de una de las tres ferreterías que quedaron en pie en Palamós después de la Guerra Civil. Después de muchas penurias y sacrificios lograron tirar adelante el negocio familiar. Tuvieron la gran suerte de ser los propietarios de los huertos y campos de labranza por donde crecería urbanísticamente la cuidad en los años cincuenta, sesenta y setenta, por lo que, esos terrenos se transformaron en un enorme jamón del cual cortaban una loncha cada vez que un constructor quería hacer el pueblo un poco más grande, y, de rebote, a los participantes en la operación un poco más ricos. Ese dinero hizo de Piluca una de las chicas bien de la zona.
         Durante la reordenación y la ampliación del puerto, a principios de los años sesenta, aparecieron por la ciudad varios ingenieros enviados desde la capital del reino para supervisar las obras. Abelardo apareció en el mundo de Pilar rodeado del aura de modernidad y glamour que desprendían los universitarios de la capital, haciéndosele irresistible desde el primer instante en que lo conoció, durante las fiestas patronales.
         Cuando le entregaron a su hijo para que lo alimentase por primera vez, Piluca, ante la evidencia del tremendo problema que se le presentaba en el futuro más inmediato, lloró. Se limitó a alimentarlo, ni lo abrazó ni hizo ninguna muestra de cariño hacia ese trozo de carne de piel rosada y pelo rubio que succionaba con avidez sus pezones. El único atisbo de sentimiento que desprendía esa mujer eran las lágrimas que se derramaban por sus mejillas, al tiempo que recibía todo el apoyo de su anciana madre, conocedora de la comprometida y durísima situación de su hija.
        Pilar se había casado enamorada. No era ese amor maduro, resultado de una convivencia, el compartir necesidades y experiencias vitales. Era amor pasional e idealizado, ese amor de posesión por poseer, el amor que te vendían en las películas americanas, ese que se suponía indispensable para acceder al matrimonio canónigo, el amor disfrazado de ilusión por un vestido blanco y esa gran fiesta donde ella, sin duda, sería la princesa, el centro del mundo. Esa ilusión y felicidad duró lo que duraban los cuentos de princesas como Cenicienta y Blanca Nieves: hasta después de la noche de bodas. Al despertar y descubrir que se acababa de entregar a un extraño que no tenía ningún interés en conocerla y que solo esperaba de ella que fuese una puta en la cama y una criada en la casa.
        Evidentemente no fue un matrimonio feliz. Abelardo utilizo el patrimonio de su esposa para medrar en el gran estudio de ingeniería de Barcelona para el que trabajaba (básicamente aceptó ese matrimonio buscando ese fin), mientras, Pilar criaba sus hijos sola en Palamós. De hecho, él se avergonzaba de ella, evitando mostrarla entre sus círculos profesionales y de amistades, por considerarla excesivamente pueblerina. Durante doce años fue un matrimonio a distancia, una especie de relación de fines de semana y vacaciones. Entre semana el marido trabajaba y vivía entre Barcelona o donde le llevasen los proyectos en los que participaba, supliendo sus necesidades afectivas y sexuales con infinidad de secretarias y profesionales del sexo… hasta que conoció a Sofía.
        Sofía era una mujer segura de sí misma, joven y fuerte. Recién licenciada en ingeniería, estaba haciendo prácticas en la empresa como becaria. Encontró en ella a alguien con las mismas ilusiones y objetivos, alguien que hablaba su idioma y que lo complementaba en todos los sentidos, emocional y profesionalmente. Su relación fue como un terremoto que destruyó por completo los cimientos de la vida que había construido con Pilar, haciendo añicos lo pocos soportes que aún mantenían la relación en pie.
        Darío creció sin conocer a su padre y sin el amor de su madre, que siempre lo consideró un daño colateral de la guerra que empezó cuando su padre la cambio por otra mujer quince años más joven. Desde ese momento Pilar se enfrasco en hacer de la vida de su marido un martirio, negándole el divorcio y poniéndolo en evidencia en todos los foros que podía. Esa actividad y todo el tiempo que dedicaba a la gerencia del negocio familiar le impidió el recuperarse emocionalmente y rehacer su vida. Inicialmente sus abuelos intentaron suplir las carencias afectivas que la madre le negaba al niño, especialmente su abuela que se preocupó muchísimo de su educación. Después de la muerte de los ancianos, Abel, su hermano mayor asumió el rol  de figura de autoridad ante Darío, de hecho, hacía ya cierto tiempo que se comportaba como el verdadero hombre de la casa.
        Darío creció cuidado por parientes, vecinos e infinidad de canguros. Haciendo de él un chico extrovertido y acostumbrado a ganarse las simpatías de todo el mundo. Pasó su infancia jugando en la calle, siempre con chicos mayores que él, apuntando maneras muy mariquitas desde muy temprana edad, quizás por eso fue inevitable que a los doce años se enamorase del hermano mayor de uno de sus compañeros de juegos, que lo inició en el sexo homosexual a tan pronta edad. Esa historia duró poco, pero corrió como la pólvora entre los aficionados a la pedofilia de la región, que empezaron a colmarlo de regalos y atenciones en busca de los favores del niño. Como el que no quiere la cosa, acabó pasando por la entrepierna de casi todos, sin despertar la más mínima sospecha entre los vecinos y familiares.
        Nadie sospechó nada de lo que estaba sucediendo, no podían imaginar que toda esa ropa de marca, juegos electrónicos, zapatillas deportivas y complementos de moda fuesen el pago por sus servicios sexuales. De hecho ni tan solo Darío era consciente de ello, él disfrutaba del sexo sin complejos, de los regalos y de ser el centro de atención de tanta gente, que lo hacían sentir la persona más especial del mundo. Pero acabó cumpliendo los dieciséis años, y siendo demasiado mayor para todos aquellos que buscaban a un niño, alejándose de un objeto que ya no les atraía. Se encontró de golpe en un mundo de adultos que empezaron a tratarlo como lo que realmente era: un chapero.
        De golpe todo lo que hasta entonces habían sido atenciones pasaban a ser malos tratos y humillaciones.
        Siendo como era, demasiado independiente como para aceptar esa situación, tuvo que reconstruir a toda prisa su mundo a partir de las experiencias que había vivido hasta entonces. Fue en ese momento en el que aparecí yo en su vida, trastocando todo lo que hasta entonces había conocido. El tomar consciencia de lo que realmente le había sucedido y descubrir que había otras realidades a parte de la que le había tocado vivir, lo transformó profundamente.
        Gracias a la insistencia de sus difuntos abuelos, accedió a aprender el trabajo de peluquero, más por hacer algo con su vida que por una verdadera pasión por ese oficio. Lo de trabajar como recogedor de vasos y camarero en el PACHA fue el resultado de un impulso, ya que disfrutaba muchísimo al sentirse protagonista y estar rodeado de gente.
        Eran las siete de la tarde del domingo de Semana Santa, había dedicado toda la tarde a traducir del inglés al castellano parte del diario del Sr. Yamahaka. Decidí parar, porque mi estómago me pedía insistentemente algo de comida que lo calmase, además, tenía que preparar la indumentaria de esa noche para Dragg Issis. Mis peores pronósticos se cumplieron cuando vi a Darío en el patio de casa, cargando con dos grandes bolsas de basura que contenían parte de sus efectos personales más preciados.
        La reunión con su familia había sido un perfecto fracaso. De las pocas explicaciones que me dio entre sollozos y llantos no me quedó muy claro si se había ido de casa por decisión propia o porque su madre y hermano lo habían echado. Dejó los dos bultos a un lado del comedor y se sentó muy abatido en el sofá. Al verlo tan desconsolado me enternecí, sentándome a su lado abrazándolo fuertemente, esperando poder darle consuelo con esa acción. Después de estar casi media hora en esa posición, intentando que me aclarase lo sucedido y ante la evidencia del hecho de que debíamos prepararnos para ir a trabajar al PACHA, pacté con él una especie de tiempo muerto, para poder seguir hablando del tema a partir de las seis de la madrugada, una vez finalizásemos la sesión en la discoteca.
        Aunque, el hecho de que llevase varios días acumulando ropa en casa, me hacía temer que había un poco de premeditación en todo lo sucedido y que la situación tenía mucho más de huida que de conflicto no resuelto.
        Durante el recorrido promocional junto a Tatiana, Dragg Essencia, Darío y un par de seguratas, ya convertido yo en Dragg Issis, y mientras mí chico se afanaba en repartir invitaciones, hablé con Tatiana. Le pedí que lo controlase un poco, pues temía que debido a la frustración y al mal rollo que acumulaba en el cuerpo por lo sucedido con su familia, le diese por beber mucho más alcohol del que debiera esa noche.
        La fiesta del domingo fue floja. Poca gente, muy hecha polvo y resacosa. Solía ser así cada año. Los turistas de vacaciones suele hacer del sábado el día de la apoteosis final fiestera y normalmente el domingo lo dedicaban a recuperar fuerzas para conseguir estar frescos el lunes por la mañana y poder sumergirse por completo en la operación retorno a casa. Curiosamente mi actual pareja se portó muy bien. Aunque un poco tristón, realizó su trabajo con eficacia y procurando ser divertido. Tatiana se pasó la noche haciendo coña con el chico, retándose continuamente entre ellos a bailar sobre la barra y haciendo competiciones de chupitos entre los clientes. Me alegró comprobar el gran compromiso que tenía la camarera con su compañero de trabajo.
        De regreso a casa, a las seis, le hice a mi pareja la pregunta del millón de dólares: -¿Qué ha pasado?-
        -No me entienden.- Fue su escueta respuesta.
        Comprendí que en ese momento no deseaba ponerme al corriente de su versión del conflicto que lo estaba alejando de su familia. No insistí. Sabía de primera mano lo difícil que era aceptarse a sí mismo a través del rechazo de los que deberían apoyarte. Le ofrecí lo que sabiamente me ofrecieron las personas que me acogieron cuando estuve en su misma situación: el estar ahí, el escuchar y el no juzgar.
        Al llegar a casa nos encontramos con las dos bolsas de basura industrial que contenían sus efectos personales en el rincón del comedor, justo donde las había dejado. Se quedó plantado mirándolas el tiempo que tardé en cerrar el portal del patio trasero y la puerta de la terraza. Cuando estuve a su lado me dijo: -¿Es así como te tienes que sentir?-
        -¿A qué te refieres?- Le dije.
        -Tengo todas las cosas que verdaderamente me importan en bolsas de basura, y las he tenido que sacar a toda prisa de la que hasta hace pocos días era mi casa, porque de golpe, ahora, soy un extraño para mis familiares.- Dijo con un tono muy afligido.
        -Es al principio. Con el tiempo duele menos y acabas viéndolo como un paso que tenía que suceder tarde o temprano.- Dije yo. -Ahora te toca aprender a valerte por ti mismo.- Y cogiéndolo por el hombro nos fuimos a la cama. Cuando despertásemos ya sería otro día: el último de las vacaciones de Semana Santa.
        Quince minutos después de meternos en la cama, Darío se giró y me preguntó: -¿Estas dormido?-
        -Estaba a punto.- Le dije un poco molesto.
        -¿Es normal tener la sensación de que tu madre nunca te ha querido?- Dijo con tono de preocupación.
        -Eso lo dices ahora porque estás molesto por lo que ha sucedido.- Le repliqué.
        -No creo que sea eso… veras, cuando me siento decepcionado o molesto por algo que tiene que ver con mi madre, me viene a la memoria todo lo que ha hecho y dicho desde que yo era muy pequeño.- Dijo mientras me abrazaba por detrás haciendo la cuchara. -No recuerdo que nunca me haya besado, ni para darme las buenos noches. Al principio creía que todas las madres eran como ella, pero después, en la escuela, descubrí que las madres de mis compañeros de colegio sí que les daban besos a sus hijos. Entonces pensé que eso era porque ella siempre estaba disgustada y molesta por el trabajo o porque papá se fue con otra mujer. Pero a veces, por la noche, me levantaba de mi cama a hurtadillas y los espiaba, me chocó muchísimo que fuese tan afectuosa con Abel y Sara, a ellos los tocaba, los acariciaba y les daba un beso de buenas noches. Eso me llevó a la conclusión de convencerme de que mi madre no me quería. Hasta el punto que no soportaba dirigirme la palabra.- Añadió. -Dices que tendré que aprender a vivir solo… no me hace falta, llevo viviendo solo desde que murieron mis abuelos.-
        No le contesté. Qué puedes decir cuando te quedas sin palabras. Simplemente, me gire y lo abracé fuertemente hasta que se durmió.
        Despertamos a las tres y media. Curiosamente era el tercer día que no soñaba con Hikaru Yamahaka y no estaba muy seguro de si eso me reconfortaba o no. Darío se hacía el remolón en la cama y no me soltaba, frotando su tremenda erección con mi pierna. -Mmmmh… mira como estoy.- Dijo mostrándome su entrepierna. -¿Me vas a dejar así?-
        -Cariño… me estoy meando. Dame un minuto y vuelvo.- Dije mientras saltaba de la cama y me dirigía corriendo al lavabo.
        Al regresar al cabo de varios minutos me lo encontré en la cama moviéndose a cuatro patas haciendo el perrito y diciéndome. -Guau.. Guau… he sido un perrito malo… tendrás que castigarme…- A menudo me preguntaba con qué tipo de gente se habría relacionado ese chico para hacer con tanta naturalidad esos roles sexuales.
        Una hora después (la verdad es que llevaba cierto tiempo calmar al perrito), abandonamos la cama para almorzar alguna cosa. Tenía la nevera vacía y en el congelador solo quedaban verduras. Por un momento añoré los tiempos en los que se hacían las barbacoas multitudinarias en casa y mi congelador siempre estaba lleno de carne. Le propuse a mi amante el volver a comer de nuevo en el BRAVISSIMO, pues eran casi las cinco de la tarde y sería muy difícil encontrar otro restaurante con la cocina abierta a esa hora. El martes dedicaríamos un ratito a ir al supermercado para llenar la nevera y un poco el congelador.
        El día era feo, de esos que el cielo está cubierto de un manto de nubes grises. No hacía mucho frio, así que no teníamos muy claro si teníamos que ponernos ropa de abrigo o no. Evidentemente, como no era día de estar comiendo en una terraza entramos directos al interior del restaurante. Nos encontramos dentro con “La Cuca” y varios de los camareros del ANARKO que estaban ya por los postres y los cafés de sobremesa. Nos saludamos sin excesivo entusiasmo. Al salir todo el grupo de camareros, Javi se separó del rebaño y vino a despedirse: -Supongo que ya sabes que, como te pille la madre de ese crio, te va a cortar las pelotas ¿Verdad?- Dijo mirándome con cara siniestra.
        -Yo también te deseo lo mejor del mundo.- Le contesté intentando ser lo más sarcástico posible.
        Cuando se hubo marchado, Darío me pregunto: -¿Y eso? ¿A que ha venido?-
        -Con “La Cuca” siempre hemos tenido una relación de amor y odio.- Le dije. -Ya irás conociendo a mis amigos.-
        Le propuse de pedir algo especial de postre pues solo faltaba un día para su mayoría de edad y como esa noche tendría que trabajar en el PACHA, no podríamos celebrarlo juntos. Al final nos pedimos un par de tiramisús y sendos carajillos de Bailey’s.
        Más tarde, después de llevarlo a trabajar a la discoteca, me enfrasqué de nuevo a seguir traduciendo del inglés el dietario de Hikaru.


        Posdata:
        Ya estaba otra vez metido en la misma situación que siempre quise evitar: volvía a tener a alguien viviendo en mi casa con la excusa de una relación sentimental.