jueves, 27 de octubre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Un mestizo japonés, una muñeca de porcelana y la cuesta de enero)

UN MESTIZO JAPONES, UNA MUÑECA DE PORCELANA Y LA CUESTA DE ENERO.


        Una de las características que definían a casi todos los técnicos y directivos japoneses que te podías encontrar en el complejo de la fábrica era la total y completa desafección hacia los trabajadores locales.
        Ignoro si esa actitud era también una constante en las empresas afincadas en Europa, Asia o en Japón. De ser así, podría entenderse que, o bien, mantenían una rígida jerarquía que impedía que los componentes de cada categoría laboral se relacionasen con las inferiores, o bien, se aconsejaba no practicar el codearse entre miembros de distinta categoría para intentar evitar que algún tipo de amiguismo pudiese llegar a afectar el rendimiento laboral de los empleados. Si este tipo de relación jerárquica se cumplía a rajatabla entre la comunidad japonesa, las normas no escritas que prohibían que cualquier japonés alternase con algún empleado español dentro del complejo de fabricación eran de obligatorio cumplimiento. De ahí que se llegasen a situaciones tan surrealistas como la de tener que buscar a un encargado de más o menos de la misma categoría para poder consultar cualquier duda sobre el proceso de producción, ya que consideraban inapropiado el preguntárselo directamente al operario que realizaba la acción.
        Una vez razonado esto, podréis entender el caos que suponía para los nuevos y desubicados técnicos y directivos japoneses el tener que estar constantemente buscado en el mar de uniformes grises que era el complejo, a alguno con ribete blanco en el pecho (como creo que ya os conté con anterioridad los cargos intermedios y superiores se distinguían de los operarios rasos por una banda blanca en el pecho de las chaquetas, uniformes, monos y batas grises).
        Era viernes, y desde el martes era una constante un maldito rayazo que aparecía en el embellecedor de todos los aparatos que salían de la segunda línea de montaje. Después de consultar a los miembros del departamento de calidad con los que tenía más confianza, todos llegaban a la conclusión de que era “totalmente imposible” que un defecto de esa magnitud se pudiese producir en el proceso de fabricación. Yo, por mi parte lo incluía como un problema grave de calidad en todos los informes que Yolanda tiraba a la papelera, y para cubrirme las espaldas me estaba haciendo una copia de todos y cada uno de esos informes.
        Otra constante que me estaba desquiciando por momentos y que también se había iniciado el martes, era esa molesta, continua, intimidatoria e inquietante mirada del joven técnico mestizo japonés rubio. Fuese donde fuese me lo encontraba a cierta distancia atosigándome con su mirada inquisitoria, era como si se estuviese haciendo un plano mental de mi persona, escudriñándome desde todos los ángulos posibles. No sé si eran paranoias mías, pero sentía como si esos ojos penetrasen en lo más profundo de mi ser, buscando en todos los recovecos para encontrar mi alma (ahí sí que creo que ya estaba empezando a desvariar). La verdad era que solo me sentía seguro en mi sección, el antiguo almacén de calidad. Por algún extraño motivo nunca lo vi aparecer cerca de esa zona.
        Había recogido cinco aparatos del almacén para empezar a chequearlos, cuando apareció Yolanda y me dijo con tono muy serio: -Quieren verte en el departamento de recursos humanos ahora mismo.- Me pareció un tanto extraño, además no daba la sensación de que a mi jefa le produjese algún tipo de satisfacción el que desde personal quisiesen algo de mí. Por lo que deduje que ella no tenía nada que ver en ese requerimiento. Ahora, visto con perspectiva, me doy cuenta de que verdaderamente yo estaba completamente a la defensiva, esperándome en cualquier momento la puñalada trapera con la que me enterrarían (física o laboralmente).
        -Ok, aparco el carro en el almacén y voy para allá.- Le dije sin mostrar la más mínima preocupación.
        En efecto, lo habéis pillado, era el veinte de enero, el día que tuve la delirante reunión con Vanessa, la nueva Jefa de personal, para tratar sobre un espinoso asunto relacionado con una muñeca de porcelana enviada como regalo personal del Sr. Hikaru Yamahaka para cierto empleado raso de la empresa.
        Desde el primer momento, y conociendo mínimamente la mentalidad japonesa me extraño muchísimo esa necesidad que mostraba el nuevo director general por intentar evitar el que yo me llevase la muñeca a casa. Y más aún, teniendo en cuenta que era muy probable que estuviese al tanto del motivo de semejante regalo. Y en caso de no saberlo, era un regalo desproporcionado para un empleado de tan baja categoría como yo, un error de protocolo tan garrafal en su cultura, que por poco que pudiese, alguien en su situación, procuraría hacerme llegar la maldita muñeca a mis manos de la manera más discreta posible y zanjar así el asunto. Olvidándolo para siempre. Algo me chirriaba en el oído mientras Vanessa gesticulaba histriónicamente intentando convencerme para que renunciase al regalo.
        Ese tema lo solucione tal y como me enseñaron mis padres y abuelos: con papeles vinculantes. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Hice que me preparase un acuso de recibo para los informes que cada día le entregaba a mi superiora. Exigiéndole que le comunicase a Yolanda la obligatoriedad de firmarlo a partir de ese viernes.
        Por suerte Vanessa solo tenía en la cabeza el tema de la muñeca y el complacer al nuevo director general. Porque cualquier otro Jefe de Personal con más experiencia, y estando al día de mi curriculum en los últimos meses, se habría dado cuenta de que mi última petición lejos de buscar el joder a mi superiora lo que estaba buscando era cubrirme las espaldas por lo que sin duda estaba a puntito de suceder.
        Habían pasado dos horas y ya casi era la hora del desayuno. Al salir del departamento de personal, como no, me encontré de frente con el chico mestizo. Visto de cerca tenía que reconocer que me resultaba tremendamente atractivo. Su pelo rubio desviaba totalmente la atención de unos ojos verdes preciosos que se escondían detrás de las facciones orientales de su cara. Mediría lo mismo que yo, sin duda alguna entre un metro ochenta u ochenta y dos. Sin duda alguna no esperaba el que nos encontrásemos tan de cerca, porque en su mirada de sorpresa no había absolutamente nada de intimidatorio. Lo saludé con una pequeña reverencia al estilo japonés, pero sin inclinar demasiado la cabeza, a la que añadí un sonoro -Buenos días.- Y proseguí mi camino hacia mi sección jugando a intentar meter la bola en uno de los palos del juguete por el que había cambiado la muñeca Dragg Queen. Al girar en la esquina del edificio pude verlo como me seguía con la mirada desconcertada. -Ya verás que no será tan fiero el león como parecía.- Pensaba mientras llegaba a mi sección.
        No tuve tiempo de empezar a trabajar, a los dos minutos sonó la sirena que marcaba los quince minutos del descanso. Me encontré a Álvaro tomando un café junto a las demás mosqueteras y contándoles lo bien que se lo pasó el sábado anterior trabajando de camarero y gogo en la discoteca. -Si estas tres no tenían claro que estamos liados, ahora se lo estas confirmando. Pardillo.- Pensé mientras lo escuchaba y le devolvía una mirada cómplice a Eugenia. La verdad era que a mi chico, desde que habíamos empezado a vivir juntos, se le había empezado a pegar un poco la pluma de Miquel (Vaale y la mía también). De hecho ya se había encontrado en alguna incómoda situación en la que se había tenido que oír un -Desde que te juntas con ese maricón cada vez se te le pareces más.- Y otras cosas desagradables por el estilo. Por desgracia, carecía de los recursos emocionales necesarios para enfrentarse a estas situaciones y optaba por bajar la cabeza e intentar ignorarlos.
        Durante el resto de la mañana siguieron apareciendo los rayazos en todos los aparatos de la segunda línea de montaje que chequeé. Lejos de seguir preocupándome por solucionar el problema decidí que me centraría en seguir informando a mis superiores, aunque no me quisiesen escuchar. De hecho ese era mi trabajo desde que me metieron en esa sección.
        A la hora del almuerzo nos sentamos los cinco en una de las mesas laterales del comedor. Cuando me quise dar cuenta en el lado opuesto del comedor y de frente a mí, estaba sentado y controlándome mientras almorzaba mi admirador, el japonés rubio. Le pregunté a Andrea sobre el chico mestizo. Estaba intrigado y quería saber más de él.
        -Se llama Klaus-Hiro, llego el martes.- Me dijo Andrea. -Creo que es el que está más desubicado de todos, se dedica a deambular de un lado a otro mirando y tomando notas, la verdad no tengo ni idea de a que sección está destinado.- Añadió.
        -Se le ve muy joven.- Dijo Rosita haciendo burla.
        -Sí, eso nos pareció, pero en realidad tiene veintiséis años y está recién salido de la universidad, ha acabado los estudios de empresariales.- Nos aclaró Andrea.
        -Entonces, sin duda alguna, está aquí de becario, como todos los que acaban la carrera.- Dijo Álvaro con tono burlón.
        -Por cierto.- Comenté yo. -¿Sabes algo sobre lo que me han comentado en el departamento de personal sobre que hoy ha llegado el nuevo director General?- Le pregunté a Andrea.
        -Pues es la primera noticia que tengo.- Dijo la presidenta del comité de empresa. -Entonces, si ya ha llegado, no tardaran en hacer un meeting para presentárnoslo.- Añadió.
        Después de comer, a las una y media, nos dirigimos a la zona de descanso de nuestra sección para tomar un café y esperar hasta las dos de la tarde para acabar nuestra jornada laboral. Era viernes y esa noche trabajaríamos Álvaro y yo en el PACHA, en lo que yo llamaba “la operación striptease”, vamos, la idea que el Sr. Roure quería poner en práctica para dinamizar los viernes en la discoteca.
        Pero antes tenía que liquidar la tarde, y lo que me esperaba era un buen aquelarre por parte de Yolanda, cuando le pusiese por delante de las narices el documento certificando el haber recibido mis informes semanales para que me lo firmase. Decidí terminar una media hora antes con las inspecciones, para poder tomarme mi tiempo en preparar el informe y presentárselo a mi jefa. Faltaban quince minutos para las cinco de la tarde cuando entraba en su despacho.
        -Vaya, que pronto has acabado hoy.- Me dijo, con un tono muy amable y sonriendo.
        -Sí,- Le dije yo. -Aquí tienes mi informe y aquí tienes el documento de recibo que me tienes que firmar.- Al ver el sello y la firma de Vanessa en el membrete del documento, la cara le cambió de golpe. Sus ojos se llenaron de ira otra vez, lanzándome una mirada asesina.
        -Podrías traerme un documento firmado por el Papa de Roma y ni aun así conseguirías que yo me leyese esto.- Me dijo con tono amenazante mientras zarandeaba mi informe, lanzándolo a la papelera delante de mis narices. -¡Quieres mi firma! ¡Pues toma mi firma! ¡Y que te aproveche!- Gritó mientras garabateaba algo en el papel. Mientras yo sonreía complacientemente. Agarré el documento, lo doblé con cuidado y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta junto con el documento que le hice preparar a Vanessa por el asunto de la muñeca de porcelana.
        Mientras volvíamos para casa, decidí no contarle nada del tema de la reunión con Vanessa a mi chico. Eran demasiadas explicaciones para un tema que sabía que le molestaba profundamente. Además, él estaba entusiasmado con la idea de volver a trabajar de camarero esa noche. Así que mientras Álvaro jugaba a intentar meter la bola en el pincho del juguete de madera que, según la versión oficial me habían enviado los inspectores japoneses como un detalle gracioso y simpático, me dediqué a criticarle su torpeza al usar el juguete.
        Al llegar a casa, nos echamos los dos en el sofá y pusimos la tele. Era la hora de la programación infantil y nos encantaban los nuevos episodios de Bola de Dragón. Y la verdad… la mitad de los modelitos de Dragg Issis estaban inspirados en ellos. A las seis y media llamaron a la puerta. Era Nuria, se había enterado de que los viernes habría show de striptease masculino en el PACHA y venía a pedirnos invitaciones para ella… y veinte amigas suyas. La invitamos a tomar un refresco. No parecía excesivamente alterada por el tema de su embarazo. Y el hecho de que quisiese salir de fiesta con las amigas me pareció una buena señal.
        -Todavía no sé cómo funcionará el tema de las invitaciones para los viernes.- Le dije. -De todos modos, si puedo haceros algún descuento en la entrada os dejaré apuntadas en la lista de invitados de la taquilla.-
        -De acuerdo.- Contestó, mientras tomaba un sorbo de refresco de naranja.
        -¿Sabes algo de Miquel?- Le preguntó Álvaro.
        -Se encuentra mucho mejor, se pasa todo el día haciendo conferencias a cobro revertido con su ligue americano.- Aseguró Nuria con una sonrisa de circunstancia en la cara.
        -Entonces va en serio eso de irse a los USA.- Dijo mi chico con tono de preocupación.
        -Pues parece que sí. Está planeando irse dos semanas a de viaje dentro un par de meses para conocerse mejor con Thomas y todo eso.- Nuria gesticulaba con la mano mientras nos contaba las últimas noticias sobre Miquel.
        Mientras, yo empecé a preparar el modelito que luciría Dragg Issis esa noche, opté por un vestido largo negro de lentejuelas al estilo de las Draggs clásicas. La verdad era que estaba convencido de que esa noche quien se llevaría al público de calle sería Sergio con su “movimiento sexy”. La peluca de rastas blancas con un recogido espectacular y algo de bisutería en rojo sería suficiente… y los plataformones con funda negra de charol (que no se me olvide).
        Nuria se fue a las ocho, mientras Álvaro y yo nos duchábamos y empezábamos a cargar las cosas en mi coche para estar en el PACHA a las nueve. Cuando llegamos, el Sr. Roure convocó una reunión de urgencia para contarnos las directrices que deberíamos llevar a nivel de invitaciones a partir de ese día los viernes. La idea era que deberíamos repartir el máximo de los tarjetones del local con la imagen de un Sergio mostrando su torso desnudo. Aunque, en ningún sitio del papel ponía nada de invitación, solo había un cincuenta por ciento de descuento escrito junto con la publicidad de la discoteca. La comisión sería la misma que los sábados.
        Una vez maquillados y vestidos mi chico y yo, salimos junto a los demás a comernos un centro comercial que estaba de total cuesta de enero. Había poquísima gente en la calle, y entre el frio y el empacho de navidades eso parecía un pueblo fantasma. Dimos unas vueltas con la limusina repartiendo tarjetones a la poca gente que encontramos y nos fuimos directamente a cenar a “La Yaya Pepa”.
        -Mal día para montar una fiesta.- Nos dijo Alfredo cuando vio entrar a toda la troupe.
        -Esto de los viernes eróticos, no sé cómo acabará, pero, no está empezando nada bien.- Aseguraba una Tatiana muy decepcionada. -¿Cuantos tarjetones has repartido?- Le preguntó a Álvaro.
        -No más de veinte.- Dijo mi chico con cierta desazón.
        -Bueno, a ver si después en los pubs podemos repartir más publicidad.- Añadió Sergio.
        La cena transcurrió sin demasiados contratiempos, Alfredo tenía poca clientela los viernes: Algunos clientes muy asiduos y varios grupitos de turistas de invierno (de aquellos que creen que por los precios baratísimos de invierno tendrán el sol, la sangría y la fiesta del verano).
        El recorrido por los pubs hasta las dos de la madrugada fue de lo más decepcionante, bares con la misma música de los sábados y con una décima parte de la clientela. Regresamos a la discoteca con el convencimiento de que el proyecto “viernes” era un total fracaso, así que nos sorprendió el ver que había tantos coches en el parking de la discoteca. Cuando entramos, descubrimos con asombro que el aforo del local estaba casi a la mitad.
        -¿Qué ha pasado aquí?- Le pregunté a Markus en la puerta. -Si en el centro no había ni un alma.- Añadí.
        -Pues ya lo ves, hay una asistencia más que aceptable, de hecho casi todo el público es femenino o gay.- Contestó.
        -Por cierto vendrán unas amigas mías. ¿Podrías hacerles un trato preferente en la entrada?- Le pedí como un favor especial al Segurata rubio que aún tenía marcas de arañazos en la cara.
        -Si te refieres a una tal Nuria y un montón de amigas suyas. Ya están dentro.- Dijo mirándome y riéndose con cara de superioridad.
        Al acceder al interior del local no pude más que reconocer el acierto comercial del Sr. Roure. Yo no había visto un aforo tan elevado un viernes por la noche desde la última vigilia de fiesta importante. Parecía que todas las reuniones y cenas de solteras, separadas o divorciadas se habían dado cita allí. Era cuestión de no decepcionarlas si queríamos conservar nuestros empleos.
        Esa noche hice de maestro de ceremonias, presentando los shows de striptease mientras el disc-jockey se esmeraba en adaptar la música “hause” a un público que reclamaba más una sesión en plan verbena. Así que aproveche la situación y me hice con un par de playbacks de Barbra Streisant y Raffaela Carrá como introducción a lo que realmente estaban esperando… El striptease de Sergio.
        Mientras Sergio hacia su show, yo aproveché para verlo desde la barra de Tatiana y Álvaro, que no perdían detalle del “baile”. Tomando mi habitual whisky con limonada, me preguntaba por cuánto tiempo se podría mantener el interés del público por este tipo de espectáculo, ya que ahora era la novedad, pero eso dejaría de serlo en poquitas semanas, y tenía mis dudas sobre si habría valido la pena tanto esfuerzo por parte del propietario.


        Posdata:
        Raffaela Carrá es el comodín que te soluciona cualquier contingencia en todas las fiestas petardas.






sábado, 8 de octubre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Estrés hipocondríaco y defectos de fabricación)

ESTRÉS HIPOCONDRIACO Y DEFECTOS DE FABRICACIÓN.


        A pesar del estrés hipocondríaco que suponía para mi ego el enfrentarme al día siguiente, de nuevo, a los análisis de HIV. Conseguí dormir unas cinco horas. Creo que el cansancio venció a la locura aterradora que se estaba incrustando en mi cerebro. Despertamos a las seis de la mañana y como siempre, nos duchamos y desayunamos algo de repostería industrial junto con un café bien cargado. No hablamos del tema que rebotaba en mi mente en ningún momento.
        Una vez en la fábrica, la misma rutina de cada día: Café con las mosqueteras, gimnasia japonesa, meeting del jefe de producción y paseíllo hasta el almacén de control de calidad para empezar con mi trabajo en busca de defectos de calidad en el producto que se acumulaba en el almacén. La única novedad eran los técnicos japoneses recién llegados que se incorporaban como podían a la rutina de la empresa.
        Se notaba que la brigada de mantenimiento había hecho horas extra todo el fin de semana, ya que de las doce cadenas auxiliares que originalmente había en nuestra sección, había cinco que ya estaban operativas al cien por cien. Al poco rato empezaron a llegar palets de producto acabado. Cuando se hubieron acumulado unos diez hice una primera selección para poder empezar. Decidí concentrarme en mi trabajo para así no tener que pensar en la visita al médico de las siete de la tarde.
        A la una del mediodía, mientras recogía un poco los aparatos esparcidos sobre la mesa para dejar la sección mínimamente decente por si se presentaba alguien para chequear mi trabajo (Que iluso que era, si a nadie le importaba una mierda lo que yo hacía allí), me planteaba la posibilidad de que Yolanda tuviese razón en su idea de lo innecesario de mi sección, pues en los doce aparatos que llevaba chequeados no había encontrado ningún defecto digno de mención. Mientras, Álvaro me esperaba en la puerta del almacén para ir juntos a almorzar, me fijé en las caras de los nuevos técnicos japoneses recién llegados, listos para cubrir las vacantes de técnicos y directivos cesados. Se les veía muy activos reuniéndose constantemente con los cargos intermedios. -Me parece que hay algunos jefezuelos que comerán tarde hoy.- Le dije a mi chico mientras íbamos hacia el comedor.
        -Llevan toda la mañana así. Son como un grano en el culo. Se te quedan mirando sin decir nada, y si tienen algo que comentarte te lo hacen saber a través de tu superior.- Dijo muy molesto. -Un verdadero coñazo.- Añadió. En ese momento me alegré de ser el último mono de la empresa.
        Mientras almorzábamos se nos juntaron Rosita y Eugenia, el tema del día eran los nuevos empleados japoneses y como se estaban desenvolviendo por los departamentos. Después de los postres, mientras nos dirigíamos a la zona de descanso de nuestra sección para tomar el café, Eugenia me retrasó un poco de los demás porque quería hablar conmigo.
        -En estas tres semanas, he buscado el momento apropiado para pedirte disculpas pero nunca he encontrado el momento para hacerlo.- Me dijo una Eugenia muy afectada.
        -Eugenia, no tienes que disculparte de nada, en ningún momento he creído que el que ahora estés realizando mi antiguo trabajo en las insertadoras sea responsabilidad tuya.- Le dije.
        Cuando me sacaron de la sección de los robots insertadores de componentes electrónicos para asistir como ayudante al Sr. Hikaru Yamahaka, mi sustituta fue Eugenia. Desde el primer momento lo vi como la decisión más normal, ya que ella había sido preparada para ese puesto cuando tuvo que sustituir a mi compañero del turno de tarde, cuando este estuvo convaleciente durante cinco meses por las heridas que se hizo en un accidente de tráfico.
        Del grupo, Eugenia era quizás la más madura de todos, no lo digo por su edad, ya que, aunque rondase los cincuenta, era una de las mujeres más atractivas de la empresa. Era de ese tipo de personas que escuchaban más que hablaban, y solo hablaban cuando tenía alguna cosa positiva que aportar a la conversación. No sé si ella era alguien muy culto, pero de lo que no había ninguna duda es que era una mujer muy, pero que muy sabia. Era por eso que me resultaba enternecedora su preocupación hacia mí. Me contó que le quitaba el sueño el pensar en la posibilidad de que a su hijo le pudiese pasar una situación parecida a la mía. Por lo visto, tenía la misma edad que yo y acababa de empezar a trabajar en un estudio de ingeniería en Barcelona. Y ella como madre sufridora se ponía en la peor de las situaciones, imaginándose a su niño luchando en mitad de una jauría de hienas parecida a la que se había generado en nuestra empresa.
        La tranquilicé, no sentía ningún remordimiento hacia ella, antes al contrario, si ese trabajo se podía considerar un chollo, me sentía satisfecho de que se lo diesen a ella antes que a cualquier otro lameculos de los que se me hacían insufribles.
        Nos juntamos con los demás para hacer cola en la máquina del café. –Gracias.- Me dijo Eugenia al oído.
        -Gracias ¿Por qué?- Le contesté yo.
        -Por ser como eres.- Me dijo con una gran sonrisa que iluminaba su cara. Mientras, yo me puse colorado como un tomate.
        A las dos del mediodía retomé mi trabajo en busca de defectos en el producto acabado. Después de chequear doce aparatos más y no encontrar ningún defecto digno de ser mencionado, mis dudas existenciales sobre la viabilidad de mi sección, y más concretamente de mi puesto de trabajo aumentaron. Redacté el informe para Yolanda y se lo entregué. Lo recibió con muchísima educación y una gran sonrisa en la cara, y acto seguido, a la que me giré y me dirigí a la puerta de salida, lo lanzó a la papelera.
        Eran las cinco, Álvaro me estaba esperando al lado de mi Fiat Punto de color lagarto. Teníamos prisa, a las siete teníamos hora con el doctor para hacernos las malditas pruebas. Durante todo el camino de vuelta a casa no dijimos ni media palabra ninguno de los dos, cosa que me confirmaba que el chico pelirrojo que se sentaba mi lado en el coche estaba casi tan nervioso o más que yo. -El folleto decía que no hacía falta que estuviésemos en ayunas ¿verdad?- Dijo mientras entrabamos en casa.
        -Sí, creo que si.- Le dije mientras buscaba en mi mochila el folleto del hospital donde explicaba cómo realizar las pruebas. -Aquí tienes, vuelve a leértelo por si nos hemos saltado algún paso.-
        Le propuse darnos una ducha caliente, es lo que creía en ese momento que podría ser lo mejor para calmarnos. Bajo un chorro intenso de agua caliente, me abrazo y se derrumbó. -Me aterra la posibilidad de ser seropositivo.- Me dijo con lágrimas en los ojos mientras me cortaba la respiración de lo fuerte que me abrazaba. Decidí no contarle que lo más  probable era que ese día solo nos sacasen sangre y que los resultados de la analítica podrían demorarse una semana o dos. Tal y como me había sucedido hacía dos años, cuando me hice esas mismas pruebas por primera vez.
        Eran las siete menos diez cuando llegamos al centro ambulatorio donde teníamos asignado nuestro médico de cabecera. Como de costumbre iban con retraso. Tuvimos que esperar más de media hora para que nos tocase nuestro turno. La visita fue breve, le contamos nuestra situación y nos preparó unos documentos para que la enfermera que asistía en la consulta de al lado nos sacase las muestras de sangre. Esperamos unos diez minutos más y una jovencísima enfermera nos invitó a pasar a su consulta.
        -¿Por quién empezamos?- Nos dijo en un tono muy cordial.
        Los dos nos miramos y dijimos a la vez: -¡Por él!- La enfermera sonrió maliciosamente.
        -Ok, pues empezaremos por el pelirrojo, súbete la manga del jersey y ponla sobre esta tarima.- Le dijo a Álvaro mostrándole una especie de reposabrazos metálico.
        Sin decir palabra mi chico obedeció y puso su brazo desnudo sobre ese andamiaje cromado. La enfermera después de atarle una goma en el brazo por debajo de la axila procedió a clavarle la aguja y llenar una enorme jeringa de caballo con su sangre. Una vez finalizada esa acción, tiro la aguja a un cubículo de seguridad y empezó a llenar probetas con la sangre de Álvaro. -Ya puedes abrir los ojos.- Le dijo mientras le ponía un poco de algodón con un esparadrapo en la zona de la punción. -Tampoco ha sido tan tremendo ¿Verdad?- Añadió sonriéndole.
        -Casi ni me he enterado.- Dijo un Álvaro mucho más aliviado.
        -Y ahora el turno del rubiales.- Dijo la enfermera refiriéndose a mí, mientras me miraba con cierta malicia.
        Tengo que reconocer que esa chica era una gran profesional, solo sentí un pequeño pinchazo y para la cantidad de sangre que sacaban no me quedo ni moratón en la piel.
        -Vale, pues en una semana tendréis los resultados, cuando salgáis, podéis pedir hora en la recepción para el lunes que viene.- Dijo una vez se hubo terminado la extracción de sangre.
        -¿Co…Como? ¿Vamos a tener que esperar aún otra semana para saber los resultados?- Exclamo Álvaro con una expresión entre terror y sorpresa.
        -Upps… se me olvido de decirte ese detallito. Si, las pruebas tardan una semana en hacerse.- Le dije a un pelirrojo que me miraba con cara de asesino.
        Ante de irnos decidimos ir a visitar a Miquel ya que el centro ambulatorio quedaba cerca del hospital.
        Mientras subíamos a la planta de convalecientes nos encontramos con Lidia, la enfermera amiga de Nuria. -A Miquel ya le dieron el alta.- Nos dijo con cara de sorprendida al vernos ahí. -Qué raro que Nuria no os lo haya dicho.-
        -Es que hoy no hemos hablado con ella.- Le dije yo intentando disimular la vergüenza por lo desinformados que estábamos. Álvaro y yo nos miramos y al primer gesto, tomamos a toda prisa la dirección de la salida del hospital.
        -Qué vergüenza que acabo de pasar.- Dijo mi novio con cara de pasmo.
        -Quedémonos con la buena noticia, Miquel ya no está en el hospital, eso quiere decir que ya está muchísimo mejor.- Dije yo.
        Eran las ocho de la tarde y la calle parecía la boca de un lobo. A ninguno de los dos nos apetecía cocinar esa noche, aunque las opciones eran pocas para comer fuera, la mayoría de los restaurantes cerraban el lunes por la noche. De hecho las opciones se limitaban a repetir en el BRAVISSIMO, intentar cenar en uno de los snack-bar de tapas o probar en el restaurante mexicano TACO-TACO. Optamos por una competición de picantes. Después del estrés de los últimos días la comida mexicana no podría hacernos sentir peor.
        A las diez regresamos a casita, vimos un ratito la televisión y antes de las doce ya estábamos durmiendo.
        El martes empezó con exactamente la misma rutina que el resto de los días en la empresa japonesa. Cuando llegué al almacén descubrí que la cadena de montaje principal había hecho un par de horas extra el día anterior y se habían acumulados unos doce palets de producto acabado. –Fantástico.- Pensé. –Así no voy a perder la primera hora esperando a que la empresa se ponga en marcha.- Cargue tres aparatos en el carrito y me dirigí a mi sección.
        Esta primera inspección resulto igual de infructuosa que las del día anterior: Ningún defecto destacable que mencionar. Volví a empaquetar los aparatos con mucho cuidado y los devolví al almacén. Una vez allí, recogí varias muestras del producto  que se acababan de fabricar. Y cuando desembalé el primer aparato de esta segunda muestra descubrí algo que me llenó de emoción. Era ese maldito rayazo en el embellecedor que tan de cabeza me había llevado los primeros días en esta sección. ¿Qué estaba pasando? ¿Lo habría hecho yo al sacar el aparato de la caja de cartón? Tenía que salir de dudas. Y abrí con muchísimo cuidado las demás cajas que contenían el mismo modelo de aparato. Y ¡BINGO! Todos tenían el mismo rayazo en la misma zona.
        Empecé a preocuparme: si en los cinco aparatos que acababa de chequear había el mismo defecto y no lo estaba provocando yo, era evidente que se producía durante el proceso de fabricación. Llegué a la conclusión de que era algo que debía de comentárselo a Yolanda. Y así lo hice.
        Encontré a mi jefa de sección en su oficina. -Esto… Sra. Yolanda, tengo que comentarle un tema.- Le dije un poco inseguro.
        -Me pillas muy ocupada en este momento.- Me dijo con tono severo.
        -Es que creo que he encontrado un problema de calidad importante.- Insistí.
        -Pues haces como siempre, lo incluyes en el informe que me pasas al final del día.- Añadió, zanjando la conversación. Mientras yo me quedaba viendo visiones ante la poca profesionalidad de mi superior.
        Salí de la oficina con la sensación de que cuando ese producto llegase a los controles de distribución en mercados de otros países se iba a liar una de gorda, pero que muy gorda. Cogí los embellecedores rayados y me fui a cambiarlos al almacén de producto para la fabricación. Allí me encontré a Álvaro chequeando componentes y le conté lo que me había sucedido. Me tranquilizó, mostrándome todo el control de calidad que se ejecutaba en el proceso de fabricación demostrándome que era imposible que no se detectase un fallo de ese calibre durante el mismo. De todos modos quedamos en que durante el descanso del almuerzo vendría a ayudarme a entender cómo se podía producir ese maldito rayazo.
        Fue en ese momento que regresaba a mi sección con los embellecedores de repuesto que lo vi por primera vez.
        Mientras cruzaba la sección de producción (donde estaban las cadenas de montaje principales) sentí como un escalofrió que me recorría la nuca. Y lo vi allí arriba, en la ventana de la oficina de dirección que daba directamente al interior de la fábrica. Tenía sus ojos clavados en mí, cosa que me incomodaba enormemente. Pues durante el trayecto que cruzaba el edificio me giré varias veces y siempre tenía su mirada sobre mí. Aceleré el paso para salir de su zona de control. Cuando regrese a mi sección tuve una extraña sensación de seguridad.
        Podríais preguntarme por ese hombre, pero me habría sido imposible daros una descripción de él. Solo me fije en sus ojos y en la fuerza que desprendía su mirada, era casi inquisitoria y me molestaba profundamente. Durante el almuerzo le pregunté a Andrea sobre quién podía ser ese hombre. Pero como no fui capaz de darle más datos sobre su fisonomía no supo decirme de quien se trataba.
        Por la tarde seguí realizando mi trabajo de chequeo de producto acabado, y, ya como una constante, los rayazos aparecían en todos los aparatos de uno de los tres modelos que se estaban fabricando ese día. Hice constar ese defecto como muy grave en el informe que preparé para Yolanda a las cuatro y media de la tarde, aunque lo más frustrante fue el ver como después de recibirlo con muchísima educación, lo tiraba directamente a la papelera cuando salía de la oficina.
        Álvaro me esperaba en su Peugeot 206, y mientras me dirigía al coche pude sentir de nuevo ese pellizco en la nuca. Allí estaba, en la puerta de acceso a la oficina siguiéndome con la mirada. Esta vez decidí fijarme en quien era ese hombre y no acobardarme al mirarlo a los ojos. Me fue imposible. Pude fijarme en su apariencia pero no podía aguantarle la mirada. Me resultaba extrañamente familiar, aunque no lo había visto en mi vida. Por primera vez en muchísimo tiempo me sentí totalmente vulnerable y sin ningún control sobre la posible acción de otra persona sobre mí. Y sinceramente para alguien tan terriblemente controlador como yo, eso era inaceptable.
        -¿Has visto a ese tipo que está en la puerta de las oficinas?- Le pregunté a Álvaro mientras entraba en el coche.
        -¿Te refieres al japonés rubio?- Me dijo, confiando en que yo ya sabría de quien hablaba.
        -La verdad es que no me he fijado en si era rubio o no.- Le contesté un poco abrumado.
        -Pues es lo primero en que se ha fijado todo el mundo, es el primer japonés rubio que han visto por aquí, por lo que dicen es mestizo de madre europea.- Me explicó con todo detalle mi chico. -Se le ve muy joven comparado con el resto de técnicos, no sé a qué sección está adjudicado.- Añadió.
        Mientras arrancaba el coche pude comprobar que verdaderamente era un chico muy joven, con facciones asiáticas pero con el pelo corto y rubio, casi dorado. Me siguió con la mirada hasta que desaparecimos detrás de la nave de almacén dirección a la salida.
        ¿Por qué me parecía tan familiar y a la vez me incomodaba tantísimo ese chico?



        Posdata:
        Por mucho que intentes evitarlo, siempre habrá un roto para un descosido. Y lo peor de todo, la tendencia inevitable de todo recosido a descoserse.