miércoles, 11 de abril de 2018

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Playa, Andy, la Sabrosona y que otro palo aguante esa vela.)

PLAYA, ANDY, LA SABROSONA Y QUE OTRO PALO AGUANTE ESA VELA.


         La madrugada del domingo veintitrés de julio, después de las revelaciones que me acababa de hacer Darío sobre el consumo y tráfico de drogas en el PACHA, me costó muchísimo conciliar el sueño. Ajeno a mis preocupaciones, mi chico en cambio, dormía como un tronco a mi lado.
        Dejando a un lado todas las implicaciones que tenía el consumo de estupefacientes, tanto para los compradores, los proveedores y el propietario de la discoteca, el ser consciente de toda esa información me producía una gran duda existencial: ¿Debería denunciar lo que estaba sucediendo a las autoridades, asumiendo los problemas económicos que supondría el cierre del local para Darío, mis amigos y yo mismo? ¿Exponiéndome además a las posibles represalias que se pudiesen derivar sobre mi persona por parte de los camellos y traficantes? O por el contrario ¿Debía de hacerme el desentendido y fingir que no me enteraba de nada de lo que estaba pasando allí?
        A las tres del mediodía, después de dormir poquísimo, mis dudas aun persistían. Mientras desayunábamos (o comíamos) en la terraza, debajo del almendro, por el portal metálico del patio apareció Martin. -Buenos días, ¿Qué tal lleváis la resaca?- Dijo.
        -Vaya, el único día que puedo pasar tiempo con mi novio y me lo va a joder este.- Pensé, mordiéndome la lengua e invitándolo a desayunar con nosotros ante la cara de estupefacción de mí chico. Darío tenía razones para sentirse molesto, sobre todo después de lo que habíamos descubierto sobre Martin las últimas semanas, la verdad era que no tenía muy claro si era muy conveniente el seguir manteniendo mi amistad con él. Aunque sinceramente, ese no iba a ser el día en que lo echaría de casa por cocainómano.
        -Hacer como si no te hubieses enterado.- Las palabras de Darío resonaban en mi cabeza como un tambor. Era consciente que, ni mi chico ni yo podíamos dejar de golpe y sin dar explicaciones el trabajo en la discoteca. Darío porque necesitaba el dinero que estaba ganando como el aire que respiraba y yo porque mi orgullo no me permitía romper unilateralmente el trato y la confianza que el Sr. Roure había depositado en mí. -Hacer como si no te hubieses enterado.- Esa fue la decisión que acabé tomando. Fingiría que no me daba cuenta de los tejemanejes de Martin y el resto de malhechores con los que tenía que coincidir en el PACHA, y que otro palo aguantase esa vela.
        -¿Cómo es que siempre llegas al Pacha transformado en La Sabrosona?- Pregunté a Martin mientras se tomaba un café con leche.
        -Para ganar tiempo. Siempre llevo las cosas preparadas en la furgoneta, la uso de camerino cuando termino del trabajo. Organización simple y pura.- Contestó.
        -¿Pero?... ¿Cómo lo haces para hacer los retoques del maquillaje?- Pregunté extrañado. -Porque conseguir que se mantengan los colores en mi cara más de dos horas es un hándicap.-
        -Uso laca de pelo extrafuerte.- Dijo riéndose. -Es mi secreto. Cuando tengo el maquillaje perfecto, le aplico una buena capa de laca, y la pintura no se me mueve de la cara, aunque le pases papel de lija.- Mi chico y yo nos quedamos de piedra.
        -Pero… eso tiene que ser muy malo para la piel.- Dijo Darío con preocupación.
        -Siempre me pongo una capa de crema hidratante como base antes de maquillarme.- Explicó Martin. -Y después de desmaquillarme me la vuelvo a poner.-
        -Esto… si te apetece y estas cerca de aquí, puedes venir a prepararte a casa y así nos arreglamos juntos.- Propuse yo mientras mi novio me echaba otra mirada asesina. -Me gusta la idea de ir juntos y ya transformados en Draggs al PACHA.- Añadí.
        -Ah… pues estaría genial. Porque, sinceramente, usar de camerino la furgoneta no deja de ser un coñazo.- Admitió Martin mientas Darío iba lanzándome patadas por debajo de la mesa.
        Más tarde, aprovechando que mi amigo se había ido al baño, Darío me escupió todo lo que pensaba de la decisión que acababa de tomar: -Pero… ¿Tú te has vuelto loco? ¿Por qué le dices que se venga a cambiarse a casa?, si este tío esta tan podrido como el resto de los camellos de la discoteca.-
        -Muy simple. Para no tener que llevar la maleta de maquillaje ni el petate a la discoteca y al mismo tiempo tener una excusa nada sospechosa del porque lo hago.- Le contesté, tranquilizándose al momento.
        -Vaya, una estrategia muy hábil.- Dijo Darío mucho más calmado. -Por lo que veo has decidido hacer como si no te enterases de todo el mamoneo que hay en el PACHA.-
        -Exacto. No voy a ser yo quien reviente ese saco de mierda.- Le confirmé. -Pero, después del verano, tú y yo vamos a buscarnos otro sitio donde trabajar los fines de semana. Porque si es tan evidente el consumo y el trapicheo, la policía no tardará en hacer una redada y de las gordas.-
        Cuando Martin regresó, cogimos las toallas y nos fuimos los tres a la playa.
        En la zona que habitualmente solíamos ocupar estaban Nuria, Lidia y Lola. Me preocupaba la posibilidad de que apareciese “La Cuca” y su sequito habitual y acabásemos teniendo un conflicto entre los macarra-camareros de ANARKO y las Dragg Queens de paisano del PACHA por una cuestión de cuernos o tensión sexual no resuelta.
        Por suerte “La Cuca” no volvió a aparecer por la zona en todo el verano. Aunque, sinceramente, me habría gustado conocer su versión del “rollito” que tuvo con mi amigo.
        No podía parar de fantasear con una idea maliciosa que me rondaba por la cabeza, en la que veía a Javi y a Martin en plena competencia para ver cuál de los dos la tenía más grande (obviamente me estoy refiriendo a la raya de cocaína, no vayáis a pensar mal).
        Desde el primer momento, Martin hizo muy buenas migas con nuestras tres amigas. Sobre todo con Nuria, que de las tres era la más abierta a conocer gente nueva y divertida. Quedamos en preparar una barbacoa en casa para el domingo siguiente, a mediodía, así podrían venir todos los habituales, dado que la mayoría trabajaba en horarios nocturnos. Estaba convencido de que a mi novio le encantaba la idea, pues ese era el único día de la semana que hacia fiesta por la tarde.
        Aprovechando que el resto estaba refrescándose en el agua y habíamos quedado solos, Nuria me mostro su curiosidad por las piezas de bisutería que le hice chafardear en la boutique ELEMENTO TIERRA el día anterior. -Esta mañana ya no estaban en el escaparte.- Me dijo un poco sorprendida.
        -Sí, ya lo sé. Las vendió ayer.- Le dije con un poco de rintintín. -Un beneficio de cuarenta y tres mil pesetas en menos de veinticuatro horas.- Dije ya con tono sarcástico.
        -¿Cómo sabes tú eso?- Preguntó muy sorprendida.
        -Porque se las vendí yo.- Respondí muy seguro de mí mismo. -En la empresa multinacional estoy aprendiendo a trabajar metacrilato con moldes y pulidos, y de paso estoy renovando toda la bisutería de Dragg Issis. Pero creo que va a ser una misión imposible porque cada conjunto de pendientes, collar y anillos que luzco, viene esa tía y me la compra por un pastón.-
        -Estoo… ¿Podrías definirme que cantidad de dinero es para ti un pastón?- Preguntó mi amiga sin terminar de creerse lo que le estaba contando.
        -Quince mil pesetas.- Le Dije con un poco de apuro. -Personalmente yo no pagaría ni quinientas pesetas por esos trozos de plástico.-
        -Estoy alucinando.- Nuria sonrió mientras le daba un buen trago al termo relleno con limonada fresquita con menta, impregnando a media playa del perfume de la menta.
        Al regresar del agua, Martin llevaba el peluquín completamente empapado y movido. -Una mala idea meterte en el agua con esos pelos.- Dijo Darío, que por lo visto había tomado la decisión de no cortarse ni un pelo con mi amigo. -¿Tienes un peluquín de repuesto? o ¿tendrás que recomponerte este?- Insistió, ante un avergonzado Martin que no sabía muy bien si irse de la playa o afrontar su calvicie de una vez por todas.
        -No entiendo la obsesión que tiene los hombres con la calvicie.- Dijo Lidia. -Con lo interesantes que son los hombres con el pelo rapado al cero.- Este comentario le dio a mi amigo la confianza en sí mismo necesaria para sacarse ese gato muerto que tenía por pelo, sobre la incipiente calva.
        Esa noche Martin se afeitó la cabeza, mejorando muchísimo su imagen y sobretodo su actitud.
        Al final quedamos Lidia, Nuria y yo en la playa. A eso de las ocho mi novio se fue a cambiarse para ir a trabajar de camarero en el PACHA. Ya tenía su scooter arreglada, así que yo había quedado liberado de tener que llevarlo al trabajo.
        Hacía años que no me estaba tantas horas en la playa. A esa hora aún hacia una temperatura muy agradable, el sol ya no quemaba la piel como a las cuatro de la tarde. -Lo hecho muchísimo de menos.- Me dijo Nuria con tono triste.
        -¿Perdón?... ¿A qué te refieres?- Pregunté sin saber muy bien que quería decirme mi amiga.
        -A Miquel y el fantástico buen rollito que había el año pasado entre los tres.- Mi amiga me miraba mientras la luz, que empezaba a ser de atardecer, iluminaba su cara y lo que quedaba del desastre de permanente que le hizo el Fede.
        -Yo también lo echo de menos.- Contesté convencido de que ya nada volvería a ser como el año pasado. Sinceramente llevaba dos días de vacaciones y estaba arrepintiéndome de no haber pedido trabajar cada día de Dragg Queen, porque, por lo que estaba viendo, el tedio y el aburrimiento serian la norma del mes que tenía por delante.
        Recogimos los trastos y nos fuimos a dar una vuelta por la zona comercial, sin duda alguna, un buen helado y un gin-tonic nos arreglarían la tarde.
        Eran las nueve y ya empezaba a oscurecer, tanto Nuria como yo empezábamos a tener hambre. Acordamos en darnos el tiempo necesario para quitarnos la sal y ponernos preciosos para quedar en la Calle Mayor e irnos a cenar a algún sitio bonito del centro comercial. Mi amiga se comprometió cuando llegase a casa, a llamar a los habituales, por si alguien más se unía a la fiesta.
        A las nueve y cuarto, cuando llegué a casa, vi el scooter de Darío aparcado en el patio de casa. Me extrañó, parecía que le hacía ilusión el volver a trabajar de nuevo con la moto. Al entrar en la casa vi una nota sobre la mesa del comedor. Por lo que parecía Martin se había ofrecido a llevarlo al trabajo, como le venía de paso, teniendo en cuenta que se iba a maquillar y transformarse en La Sabrosona en mi casa. No me preocupé, de hecho, mi amigo era el que lo devolvía a casa por la mañana la mayoría de las veces desde que habían empezado a trabajar cada día en julio. Sin pensar más en el asunto, me dirigí directo a la ducha.
        Sin la sal de la playa y con una buena capa de crema aftersun en la piel empecé a arreglarme. Me recogí el pelo en una cola de caballo (la verdad era que nunca lo había llevado tan largo como ese verano, pues casi me llegaba a los hombros) y vestido con una camiseta de marca, unos pantalones cortos de estilo bermudas y las chancletas, me dirigí al centro del pueblo de nuevo.
        Al final de la Calle Mayor, donde empezaba la zona comercial de los bares y restaurantes, me encontré con Nuria, Lola, Lidia y un chico guapísimo que por lo visto acompañaba a la dueña de la boutique LOLA’S. Propusieron el ir a cenar pescado a uno de los restaurantes típicos del municipio. Como sabía que Nuria no estaba para muchos dispendios, no puse objeciones al restaurante, porque estaba convencido de que el sitio no sería excesivamente caro.
        A las diez y cuarto estábamos sentados en el restaurante “La Juanita Canija”, un antiguo bar de pescadores reciclado en snack bar especializado en tapas de pescadito frito, ensaladas y arroces marineros. Como el meternos en una cazuela de arroz para cenar sonaba como muy excesivo, pedimos un par de ensaladas y varias tapas de pescado. Incluyendo vino y postres no nos subió más de mil trescientas pesetas por barba, lo que me pareció muy económico para una cena de pescado (Hay que tener en cuenta que el marisco ni lo tocamos).
        Andy, el acompañante de Lola, resulto ser la súper mariquita anglófona, estudiante de Relaciones Publicas, que había contratado como refuerzo del verano para atender el excedente de clientela “guiri” de la boutique. Tenía un acento muy peculiar entre inglés y andaluz. Por lo visto era hijo de padre sevillano y madre escocesa. Tremendamente amanerado, me recordaba una versión mucho más joven y rubia de Miquel, pero en su versión “excesivamente gay en todo momento”. No podía entender como alguien era capaz usar los cubiertos con el dedo meñique extendido ¡Todo el tiempo!
        Cuando nos contó que estaba estudiando para ejercer de relaciones públicas me vino a la memoria algo que me solían preguntar los fotógrafos cuando intentaba hacerme un hueco en el difícil mundo de los modelos de fotografía y video: -¿Te has metido en esto para trabajar de chapero?- Solían preguntarte antes de ofrecerte dinero para que te dejases follar.
        -Yo no estoy aquí para esto.- Solías responder muy seguro de ti mismo, por lo menos las primeras veces, hasta el día que te pillaban de mal rollo con tu novio o con problemas económicos y solías decir: -Depende. ¿Sería contigo?- Porque si, el fotógrafo siempre estaba muy bueno y la mayoría de las veces dejarías que te hiciese todas las perrerías del mundo sin cobrarle ni una peseta. Pero no se trataba de saber cuánto serías de zorra. Que eras una zorra ya lo tenían muy claro, si no, porque coño te habrías metido en esa historia de modelos ¿Por el glamour? No, lo que querían saber en realidad era cual era el precio de la zorra. Porque cuando la zorra tenía precio, todos podían pagar por usarla, y lo peor de todo: Lo que realmente buscaban: obtener comisiones por conseguirle clientes.
        Por lo que, cuando te preguntaban: -¿Te has metido de modelo para acabar trabajando de chapero?- La respuesta correcta debía de ser siempre: -Todos los scorts empiezan como modelos o relaciones públicas.- Dejándoles claro que no estaban tratando con un pardillo que sería fácil de embaucar.
        Así que la cuestión que rondaba por mi cabeza mientras oía hablar de todos sus planes de futuro a Andy con su voz súper amanerada, era: -¿Cuántas sesiones de fotógrafo o de acompañante de supuestos vips le hacían falta a ese chico para que la zorra acabase teniendo precio?- Porque, sinceramente, en ese aspecto se veía a la legua que era un total pardillo.
        Lola pagó la cena a su empleado, yéndonos todos después a una de las terrazas Chill-Out de la zona del puerto. Me llamo la atención el que la propietaria del LOLA’S fuese tan generosa con su empleado. Tenía fama de ser una verdadera tirana con los empleados. Más tarde, entre chupitos y tisanas de cava, descubrí que Andy vivía en el piso que estaba medio en ruinas que había sobre la boutique y que Lola usaba de almacén. Suerte que estábamos en verano, porque en invierno ese chico se congelaría, pues ninguna ventana tenía cristales.
        Nuria se fue a dormir a la una de la madrugada y a las dos y media me despedí del grupo harto de escuchar todas las tonterías de Andy. Como la mayoría de los gais que conocía, era tremendamente egocéntrico y superficial. Todo su mundo terminaba a veinticinco centímetros de su culo o de su polla. Entendía perfectamente porque no me caía bien: era exactamente igual que yo a su edad.
        Al llegar a casa me metí directo a la cama, entre el día de playa y el desfase horario estaba agotadísimo. Parecía que llevaba durmiendo cinco minutos cuando Darío me despertó. -Cariño… perdona, ¿Puedes despertarte un momento?- Me decía al oído.
        -¿Qué pasa?... ¿Qué hora es?- Pregunté un poco alterado, convencido de que solo llevaba un momento dormido y le había pasado algo malo a mi chico.
        -Son las seis y media.- Dijo tranquilizándome. -Escucha… ha venido esa tía que te compra las joyas de Dragg Issis al PACHA. El idiota de Markus le ha dicho que yo soy tu novio y me ha dado la brasa toda la noche. Mañana te llamará porque quiere hablar contigo de negocios.-
        -¡Mierda! ¿Le has dado el teléfono de casa?- Le dije un poco molesto.
        -Ha sido el único modo que he tenido para que me dejase trabajar en paz.- Dijo mi chico un poco apurado.
        -Ok… Vale… ven aquí.- Y mientras le daba un beso y lo abrazaba me volví a dormir. Hacía calor, pero el ventilador, que llevaba enchufado todo el día, conseguía refrescar un poco el ambiente.


        Posdata:
        Por desgracia, la frase <Que otro palo aguante esta vela>  se ha transformado en el lema de vanguardia de todos los cargos de responsabilidad de este país. Alguien debería hacer algo para arreglarlo.

        Imagen: Eriko Stark