jueves, 27 de octubre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Un mestizo japonés, una muñeca de porcelana y la cuesta de enero)

UN MESTIZO JAPONES, UNA MUÑECA DE PORCELANA Y LA CUESTA DE ENERO.


        Una de las características que definían a casi todos los técnicos y directivos japoneses que te podías encontrar en el complejo de la fábrica era la total y completa desafección hacia los trabajadores locales.
        Ignoro si esa actitud era también una constante en las empresas afincadas en Europa, Asia o en Japón. De ser así, podría entenderse que, o bien, mantenían una rígida jerarquía que impedía que los componentes de cada categoría laboral se relacionasen con las inferiores, o bien, se aconsejaba no practicar el codearse entre miembros de distinta categoría para intentar evitar que algún tipo de amiguismo pudiese llegar a afectar el rendimiento laboral de los empleados. Si este tipo de relación jerárquica se cumplía a rajatabla entre la comunidad japonesa, las normas no escritas que prohibían que cualquier japonés alternase con algún empleado español dentro del complejo de fabricación eran de obligatorio cumplimiento. De ahí que se llegasen a situaciones tan surrealistas como la de tener que buscar a un encargado de más o menos de la misma categoría para poder consultar cualquier duda sobre el proceso de producción, ya que consideraban inapropiado el preguntárselo directamente al operario que realizaba la acción.
        Una vez razonado esto, podréis entender el caos que suponía para los nuevos y desubicados técnicos y directivos japoneses el tener que estar constantemente buscado en el mar de uniformes grises que era el complejo, a alguno con ribete blanco en el pecho (como creo que ya os conté con anterioridad los cargos intermedios y superiores se distinguían de los operarios rasos por una banda blanca en el pecho de las chaquetas, uniformes, monos y batas grises).
        Era viernes, y desde el martes era una constante un maldito rayazo que aparecía en el embellecedor de todos los aparatos que salían de la segunda línea de montaje. Después de consultar a los miembros del departamento de calidad con los que tenía más confianza, todos llegaban a la conclusión de que era “totalmente imposible” que un defecto de esa magnitud se pudiese producir en el proceso de fabricación. Yo, por mi parte lo incluía como un problema grave de calidad en todos los informes que Yolanda tiraba a la papelera, y para cubrirme las espaldas me estaba haciendo una copia de todos y cada uno de esos informes.
        Otra constante que me estaba desquiciando por momentos y que también se había iniciado el martes, era esa molesta, continua, intimidatoria e inquietante mirada del joven técnico mestizo japonés rubio. Fuese donde fuese me lo encontraba a cierta distancia atosigándome con su mirada inquisitoria, era como si se estuviese haciendo un plano mental de mi persona, escudriñándome desde todos los ángulos posibles. No sé si eran paranoias mías, pero sentía como si esos ojos penetrasen en lo más profundo de mi ser, buscando en todos los recovecos para encontrar mi alma (ahí sí que creo que ya estaba empezando a desvariar). La verdad era que solo me sentía seguro en mi sección, el antiguo almacén de calidad. Por algún extraño motivo nunca lo vi aparecer cerca de esa zona.
        Había recogido cinco aparatos del almacén para empezar a chequearlos, cuando apareció Yolanda y me dijo con tono muy serio: -Quieren verte en el departamento de recursos humanos ahora mismo.- Me pareció un tanto extraño, además no daba la sensación de que a mi jefa le produjese algún tipo de satisfacción el que desde personal quisiesen algo de mí. Por lo que deduje que ella no tenía nada que ver en ese requerimiento. Ahora, visto con perspectiva, me doy cuenta de que verdaderamente yo estaba completamente a la defensiva, esperándome en cualquier momento la puñalada trapera con la que me enterrarían (física o laboralmente).
        -Ok, aparco el carro en el almacén y voy para allá.- Le dije sin mostrar la más mínima preocupación.
        En efecto, lo habéis pillado, era el veinte de enero, el día que tuve la delirante reunión con Vanessa, la nueva Jefa de personal, para tratar sobre un espinoso asunto relacionado con una muñeca de porcelana enviada como regalo personal del Sr. Hikaru Yamahaka para cierto empleado raso de la empresa.
        Desde el primer momento, y conociendo mínimamente la mentalidad japonesa me extraño muchísimo esa necesidad que mostraba el nuevo director general por intentar evitar el que yo me llevase la muñeca a casa. Y más aún, teniendo en cuenta que era muy probable que estuviese al tanto del motivo de semejante regalo. Y en caso de no saberlo, era un regalo desproporcionado para un empleado de tan baja categoría como yo, un error de protocolo tan garrafal en su cultura, que por poco que pudiese, alguien en su situación, procuraría hacerme llegar la maldita muñeca a mis manos de la manera más discreta posible y zanjar así el asunto. Olvidándolo para siempre. Algo me chirriaba en el oído mientras Vanessa gesticulaba histriónicamente intentando convencerme para que renunciase al regalo.
        Ese tema lo solucione tal y como me enseñaron mis padres y abuelos: con papeles vinculantes. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Hice que me preparase un acuso de recibo para los informes que cada día le entregaba a mi superiora. Exigiéndole que le comunicase a Yolanda la obligatoriedad de firmarlo a partir de ese viernes.
        Por suerte Vanessa solo tenía en la cabeza el tema de la muñeca y el complacer al nuevo director general. Porque cualquier otro Jefe de Personal con más experiencia, y estando al día de mi curriculum en los últimos meses, se habría dado cuenta de que mi última petición lejos de buscar el joder a mi superiora lo que estaba buscando era cubrirme las espaldas por lo que sin duda estaba a puntito de suceder.
        Habían pasado dos horas y ya casi era la hora del desayuno. Al salir del departamento de personal, como no, me encontré de frente con el chico mestizo. Visto de cerca tenía que reconocer que me resultaba tremendamente atractivo. Su pelo rubio desviaba totalmente la atención de unos ojos verdes preciosos que se escondían detrás de las facciones orientales de su cara. Mediría lo mismo que yo, sin duda alguna entre un metro ochenta u ochenta y dos. Sin duda alguna no esperaba el que nos encontrásemos tan de cerca, porque en su mirada de sorpresa no había absolutamente nada de intimidatorio. Lo saludé con una pequeña reverencia al estilo japonés, pero sin inclinar demasiado la cabeza, a la que añadí un sonoro -Buenos días.- Y proseguí mi camino hacia mi sección jugando a intentar meter la bola en uno de los palos del juguete por el que había cambiado la muñeca Dragg Queen. Al girar en la esquina del edificio pude verlo como me seguía con la mirada desconcertada. -Ya verás que no será tan fiero el león como parecía.- Pensaba mientras llegaba a mi sección.
        No tuve tiempo de empezar a trabajar, a los dos minutos sonó la sirena que marcaba los quince minutos del descanso. Me encontré a Álvaro tomando un café junto a las demás mosqueteras y contándoles lo bien que se lo pasó el sábado anterior trabajando de camarero y gogo en la discoteca. -Si estas tres no tenían claro que estamos liados, ahora se lo estas confirmando. Pardillo.- Pensé mientras lo escuchaba y le devolvía una mirada cómplice a Eugenia. La verdad era que a mi chico, desde que habíamos empezado a vivir juntos, se le había empezado a pegar un poco la pluma de Miquel (Vaale y la mía también). De hecho ya se había encontrado en alguna incómoda situación en la que se había tenido que oír un -Desde que te juntas con ese maricón cada vez se te le pareces más.- Y otras cosas desagradables por el estilo. Por desgracia, carecía de los recursos emocionales necesarios para enfrentarse a estas situaciones y optaba por bajar la cabeza e intentar ignorarlos.
        Durante el resto de la mañana siguieron apareciendo los rayazos en todos los aparatos de la segunda línea de montaje que chequeé. Lejos de seguir preocupándome por solucionar el problema decidí que me centraría en seguir informando a mis superiores, aunque no me quisiesen escuchar. De hecho ese era mi trabajo desde que me metieron en esa sección.
        A la hora del almuerzo nos sentamos los cinco en una de las mesas laterales del comedor. Cuando me quise dar cuenta en el lado opuesto del comedor y de frente a mí, estaba sentado y controlándome mientras almorzaba mi admirador, el japonés rubio. Le pregunté a Andrea sobre el chico mestizo. Estaba intrigado y quería saber más de él.
        -Se llama Klaus-Hiro, llego el martes.- Me dijo Andrea. -Creo que es el que está más desubicado de todos, se dedica a deambular de un lado a otro mirando y tomando notas, la verdad no tengo ni idea de a que sección está destinado.- Añadió.
        -Se le ve muy joven.- Dijo Rosita haciendo burla.
        -Sí, eso nos pareció, pero en realidad tiene veintiséis años y está recién salido de la universidad, ha acabado los estudios de empresariales.- Nos aclaró Andrea.
        -Entonces, sin duda alguna, está aquí de becario, como todos los que acaban la carrera.- Dijo Álvaro con tono burlón.
        -Por cierto.- Comenté yo. -¿Sabes algo sobre lo que me han comentado en el departamento de personal sobre que hoy ha llegado el nuevo director General?- Le pregunté a Andrea.
        -Pues es la primera noticia que tengo.- Dijo la presidenta del comité de empresa. -Entonces, si ya ha llegado, no tardaran en hacer un meeting para presentárnoslo.- Añadió.
        Después de comer, a las una y media, nos dirigimos a la zona de descanso de nuestra sección para tomar un café y esperar hasta las dos de la tarde para acabar nuestra jornada laboral. Era viernes y esa noche trabajaríamos Álvaro y yo en el PACHA, en lo que yo llamaba “la operación striptease”, vamos, la idea que el Sr. Roure quería poner en práctica para dinamizar los viernes en la discoteca.
        Pero antes tenía que liquidar la tarde, y lo que me esperaba era un buen aquelarre por parte de Yolanda, cuando le pusiese por delante de las narices el documento certificando el haber recibido mis informes semanales para que me lo firmase. Decidí terminar una media hora antes con las inspecciones, para poder tomarme mi tiempo en preparar el informe y presentárselo a mi jefa. Faltaban quince minutos para las cinco de la tarde cuando entraba en su despacho.
        -Vaya, que pronto has acabado hoy.- Me dijo, con un tono muy amable y sonriendo.
        -Sí,- Le dije yo. -Aquí tienes mi informe y aquí tienes el documento de recibo que me tienes que firmar.- Al ver el sello y la firma de Vanessa en el membrete del documento, la cara le cambió de golpe. Sus ojos se llenaron de ira otra vez, lanzándome una mirada asesina.
        -Podrías traerme un documento firmado por el Papa de Roma y ni aun así conseguirías que yo me leyese esto.- Me dijo con tono amenazante mientras zarandeaba mi informe, lanzándolo a la papelera delante de mis narices. -¡Quieres mi firma! ¡Pues toma mi firma! ¡Y que te aproveche!- Gritó mientras garabateaba algo en el papel. Mientras yo sonreía complacientemente. Agarré el documento, lo doblé con cuidado y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta junto con el documento que le hice preparar a Vanessa por el asunto de la muñeca de porcelana.
        Mientras volvíamos para casa, decidí no contarle nada del tema de la reunión con Vanessa a mi chico. Eran demasiadas explicaciones para un tema que sabía que le molestaba profundamente. Además, él estaba entusiasmado con la idea de volver a trabajar de camarero esa noche. Así que mientras Álvaro jugaba a intentar meter la bola en el pincho del juguete de madera que, según la versión oficial me habían enviado los inspectores japoneses como un detalle gracioso y simpático, me dediqué a criticarle su torpeza al usar el juguete.
        Al llegar a casa, nos echamos los dos en el sofá y pusimos la tele. Era la hora de la programación infantil y nos encantaban los nuevos episodios de Bola de Dragón. Y la verdad… la mitad de los modelitos de Dragg Issis estaban inspirados en ellos. A las seis y media llamaron a la puerta. Era Nuria, se había enterado de que los viernes habría show de striptease masculino en el PACHA y venía a pedirnos invitaciones para ella… y veinte amigas suyas. La invitamos a tomar un refresco. No parecía excesivamente alterada por el tema de su embarazo. Y el hecho de que quisiese salir de fiesta con las amigas me pareció una buena señal.
        -Todavía no sé cómo funcionará el tema de las invitaciones para los viernes.- Le dije. -De todos modos, si puedo haceros algún descuento en la entrada os dejaré apuntadas en la lista de invitados de la taquilla.-
        -De acuerdo.- Contestó, mientras tomaba un sorbo de refresco de naranja.
        -¿Sabes algo de Miquel?- Le preguntó Álvaro.
        -Se encuentra mucho mejor, se pasa todo el día haciendo conferencias a cobro revertido con su ligue americano.- Aseguró Nuria con una sonrisa de circunstancia en la cara.
        -Entonces va en serio eso de irse a los USA.- Dijo mi chico con tono de preocupación.
        -Pues parece que sí. Está planeando irse dos semanas a de viaje dentro un par de meses para conocerse mejor con Thomas y todo eso.- Nuria gesticulaba con la mano mientras nos contaba las últimas noticias sobre Miquel.
        Mientras, yo empecé a preparar el modelito que luciría Dragg Issis esa noche, opté por un vestido largo negro de lentejuelas al estilo de las Draggs clásicas. La verdad era que estaba convencido de que esa noche quien se llevaría al público de calle sería Sergio con su “movimiento sexy”. La peluca de rastas blancas con un recogido espectacular y algo de bisutería en rojo sería suficiente… y los plataformones con funda negra de charol (que no se me olvide).
        Nuria se fue a las ocho, mientras Álvaro y yo nos duchábamos y empezábamos a cargar las cosas en mi coche para estar en el PACHA a las nueve. Cuando llegamos, el Sr. Roure convocó una reunión de urgencia para contarnos las directrices que deberíamos llevar a nivel de invitaciones a partir de ese día los viernes. La idea era que deberíamos repartir el máximo de los tarjetones del local con la imagen de un Sergio mostrando su torso desnudo. Aunque, en ningún sitio del papel ponía nada de invitación, solo había un cincuenta por ciento de descuento escrito junto con la publicidad de la discoteca. La comisión sería la misma que los sábados.
        Una vez maquillados y vestidos mi chico y yo, salimos junto a los demás a comernos un centro comercial que estaba de total cuesta de enero. Había poquísima gente en la calle, y entre el frio y el empacho de navidades eso parecía un pueblo fantasma. Dimos unas vueltas con la limusina repartiendo tarjetones a la poca gente que encontramos y nos fuimos directamente a cenar a “La Yaya Pepa”.
        -Mal día para montar una fiesta.- Nos dijo Alfredo cuando vio entrar a toda la troupe.
        -Esto de los viernes eróticos, no sé cómo acabará, pero, no está empezando nada bien.- Aseguraba una Tatiana muy decepcionada. -¿Cuantos tarjetones has repartido?- Le preguntó a Álvaro.
        -No más de veinte.- Dijo mi chico con cierta desazón.
        -Bueno, a ver si después en los pubs podemos repartir más publicidad.- Añadió Sergio.
        La cena transcurrió sin demasiados contratiempos, Alfredo tenía poca clientela los viernes: Algunos clientes muy asiduos y varios grupitos de turistas de invierno (de aquellos que creen que por los precios baratísimos de invierno tendrán el sol, la sangría y la fiesta del verano).
        El recorrido por los pubs hasta las dos de la madrugada fue de lo más decepcionante, bares con la misma música de los sábados y con una décima parte de la clientela. Regresamos a la discoteca con el convencimiento de que el proyecto “viernes” era un total fracaso, así que nos sorprendió el ver que había tantos coches en el parking de la discoteca. Cuando entramos, descubrimos con asombro que el aforo del local estaba casi a la mitad.
        -¿Qué ha pasado aquí?- Le pregunté a Markus en la puerta. -Si en el centro no había ni un alma.- Añadí.
        -Pues ya lo ves, hay una asistencia más que aceptable, de hecho casi todo el público es femenino o gay.- Contestó.
        -Por cierto vendrán unas amigas mías. ¿Podrías hacerles un trato preferente en la entrada?- Le pedí como un favor especial al Segurata rubio que aún tenía marcas de arañazos en la cara.
        -Si te refieres a una tal Nuria y un montón de amigas suyas. Ya están dentro.- Dijo mirándome y riéndose con cara de superioridad.
        Al acceder al interior del local no pude más que reconocer el acierto comercial del Sr. Roure. Yo no había visto un aforo tan elevado un viernes por la noche desde la última vigilia de fiesta importante. Parecía que todas las reuniones y cenas de solteras, separadas o divorciadas se habían dado cita allí. Era cuestión de no decepcionarlas si queríamos conservar nuestros empleos.
        Esa noche hice de maestro de ceremonias, presentando los shows de striptease mientras el disc-jockey se esmeraba en adaptar la música “hause” a un público que reclamaba más una sesión en plan verbena. Así que aproveche la situación y me hice con un par de playbacks de Barbra Streisant y Raffaela Carrá como introducción a lo que realmente estaban esperando… El striptease de Sergio.
        Mientras Sergio hacia su show, yo aproveché para verlo desde la barra de Tatiana y Álvaro, que no perdían detalle del “baile”. Tomando mi habitual whisky con limonada, me preguntaba por cuánto tiempo se podría mantener el interés del público por este tipo de espectáculo, ya que ahora era la novedad, pero eso dejaría de serlo en poquitas semanas, y tenía mis dudas sobre si habría valido la pena tanto esfuerzo por parte del propietario.


        Posdata:
        Raffaela Carrá es el comodín que te soluciona cualquier contingencia en todas las fiestas petardas.






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