martes, 29 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (San Valentín, regalos y revelaciones)

SAN VALENTÍN, REGALOS Y REVELACIONES.


        En las tres semanas siguientes a la toma de posesión del cargo de director general  por parte de Klaus, el joven japonés rubio, no se produjo en la empresa ningún incidente digno de comentar. Dejando a un lado algunas cosas que empezaron a ser rutina, como por ejemplo el lanzamiento de informes a la papelera por parte de Yolanda, el chequeo de producto acabado sin casi ningún defecto digno de mención y como no, los cada vez más frecuentes achuchones que nos dábamos Álvaro y yo en los lavabos del almacén (de hecho estuvieron a puntito de pillarnos en un par de ocasiones en plena faena).
        Aparte de los otros problemas, que yo consideraba de importancia menor, lo que me quitaba un poco el sueño era el hecho de que en las dos primeras semanas de producción, se habían entregado a las empresas distribuidoras un total de unos ocho mil aparatos, que, a falta de un control exhaustivo, sin duda alguna podrían tener un arañazo profundo en el cromado del embellecedor frontal, vamos, que el aparato puesto en el expositor de cualquier tienda, sin duda alguna debía de dar un cantazo tremendo. Tenía la esperanza de que la cantidad afectada por el defecto fuese mucha menos de la que mi mentalidad tremendista y mega pesimista pensaba, al ponerse siempre en la peor de las posibilidades.
        En cuanto a mi novio pelirrojo, pasábamos por una fase de hiperactividad sexual. En realidad, era la fase que deberíamos de haber tenido durante el primer mes de relación, pero debido a las circunstancias de ese momento, se había pospuesto un poco en el tiempo. La verdad era que estábamos los dos más salidos que una manada de mandriles y aprovechábamos cada oportunidad que teníamos, para dar rienda suelta a todas nuestras morbosas fantasías sexuales.
        Y llegamos al viernes diez de febrero. San Valentín estaba a la vuelta de la esquina, y era el centro temático de casi todas las tiendas, almacenes y supermercados. El PACHA, como no, se había sumado a la moda del momento y lo habían decorado con toda la parafernalia al uso: infinidad de corazones estaban distribuidos por todo el local y al personal de la sala les habían comprado unas alitas de cupido blanco monísimas. La verdad es que Álvaro lucia hermosísimo con su bañador plateado, sus botas DR. Martins, la gorra de cuero y sus alitas blancas de angelito. En mi caso, Dragg Issis, opté por ser la bruja del norte, la mala de la película y me decidí por un conjunto en negros y rojos, y con unas maravillosas alas de plumas negras brillantes en la espalda. El resultado final era un híbrido entre la Maléfica de Blancanieves y las brujas de Eastwick. -Solo falta que se me aparezca el diablo para que esto sea perfecto.- Recuerdo que pensé cuando salíamos el viernes con la limusina de la discoteca a hacer el paseíllo promocional por la zona comercial.
        La publicidad de los viernes, desde el primer momento había sido una grandísima pérdida de tiempo (al menos en lo que se refiere a las comisiones que cobraban Sergio, Tatiana y Álvaro), suerte que se compensaba con la cena a cargo de la empresa. Otra cosa era el aforo del local, que aumentaba semana a semana. Era como si toda la fiesta que se generase el viernes se concentrase en ese sitio (y más teniendo en cuenta que estábamos en plena temporada invernal y en lo más alto de la cuesta de enero). Manadas de mujeres, despedidas de soltera y grupitos de gais se reunían para vitorear los movimientos del enorme miembro de Sergio… y de los tres gogos que se incluyeron al show más adelante. Los viernes Dragg Issis básicamente se limitaba a hacer el paripé y presentar las actuaciones de los strippers (de hecho la noche no daba para más). El Sr. Roure estaba pletórico, el negocio funcionaba la mar de bien, y se hacía muchísima caja en la entrada y en las barras.
        Serían las 3 de la madrugada y yo estaba presentando el primer stripper de la noche, un tal Bruno, un rubio al estilo surfero californiano completamente fibrado y con una tranca que parecía el brazo de un niño. Mientras el gogo se esmeraba en quitarse la ropa mientras bailaba, se me acercó Markus. -Está aquí el japonés de hace tres semanas.- Me dijo.
        -Trátalo bien.- Le dije. -Resulta que es el mandamás de la empresa multinacional donde trabajo entre semana.-
        -Sin duda lo haré.- Sonreía. -Si te pasas por el camerino fliparas con el pedazo chaqueta de cuero que me ha regalado en agradecimiento a lo que TÚ hiciste esa noche.-
        -Disfruta del regalo.- Le contesté devolviéndole la sonrisa. –Sabes que te mereces eso y más.-
        Aproveché que las barras estaban menos abarrotadas para informar a Álvaro y a Tatiana de que el Director General de la empresa pululaba por la discoteca. Y que intentasen ser un poco espléndidos con las consumiciones. A mi chico no le hizo ninguna gracia la noticia, pero me prometió comportarse correctamente. Mientras, yo me paseaba por la discoteca con un enorme bol repleto de bombones en forma de corazón ofreciéndoselos a la clientela, y de paso intentaba localizar al jefazo de mi empresa.
        Lo encontré en la barra de la terraza Chill Out, la verdad es que daba gusto verlo, vestido con una estética excesivamente gay para ser un directivo de su categoría. Los pantalones Levi’s Straus le hacían un culo portentoso y la camiseta negra ceñida que se veía por debajo de la cazadora de motorista daba a entender que el resto del mestizo era igual de espléndido.
        Había poca gente en la terraza, aunque las estufas exteriores estaban a toda marcha la sensación era un poco fría, además la mayoría de la clientela estaba siguiendo con una mirada hipnótica el enorme rabo de Bruno. Me acerqué a la barra y le ofrecí un bombón a mi superior. -¿Le apetece algo dulce para mezclar con el wiski Sr. Klaus?-
        -Guárdate lo de Sr. para la fábrica.- Dijo haciendo una mueca que parecía media sonrisa.
        -Klaus me ha dicho que trabajáis en la misma empresa.- Dijo Estela, la camarera rubia maciza.
        -Sí, se podría decir así.- Le dije a la chica rubia mientras me reía. -Él es alguien importante y yo soy el último mono de la compañía.- En ese momento le ofrecí a Estela uno de los corazones de chocolate, mientras Klaus me miraba sonriendo. En ese momento se oía al público aplaudiendo la apoteosis final del inmenso pollón del primer stripper. -Bueno… la compañía es muy grata pero hay otro inmenso pene que está esperando que lo presenten para bailar.- Sé que suena muy, pero que muy mariquita, pero que esperan, llevaba unas botas con una plataforma de doce centímetros y unas grandes alas de plumas negras, tenía que ser un poco fiel al personaje.
        Aprovechando que casi no quedaban bombones en el bol, decidí dejarlo en el camerino y de paso chafardear el regalo que le habían entregado a Markus. Era una Jack&Jones de cremallera cruzada estilo motorista. -Mira tú, qué espléndido el japonés.- Pensé justo un momento antes de ver dos cajas enormes con mi nombre y el de Álvaro. -¡Mierda! Esto no me lo esperaba y nos va a meter en un compromiso.- Decidí salir y rechazar los regalos, no podía aceptarlos después de como acabó el desayuno en casa, tres domingos atrás.
        Pero, cuando regresé al Chill Out, Klaus ya no estaba allí, y al regresar a la sala principal me di cuenta que me reclamaban para presentar el segundo striptease, hice un poco de coña para alargar la presentación y de paso hacer un barrido general para intentar localizarlo. Y mientras empezaba el show pregunté a Álvaro y a Tatiana si lo habían visto.
        Mi chico al verme tan alterado se puso de los nervios. Le dije que no se preocupase y me dirigí hacia donde estaba Markus, sin duda él sabría dónde se había metido. -Se ha despedido y se ha largado con el taxi que lo esperaba cerca de la puerta principal.-
        -Fantástico, ya estamos de nuevo con situaciones no deseadas.- Pensé mientras decidía que le contaba a mi pelirrojo híper celoso.
        A las seis de la mañana, mientras regresábamos a casa, los dos mirábamos de reojo las dos enormes cajas que teníamos en el asiento trasero. Ninguno se atrevía a hacer ningún comentario por miedo a algún reproche del otro.
       Cuando las tuvimos encima de la mesa del comedor Álvaro no pudo más. -Voy a abrirlo.- Dijo.
        -¿Crees que es apropiado que los abramos?- Le pregunté, temeroso de lo que podría pasar, si el hecho de aceptar los regalos significaba iniciar una amistad formal con el japonés que tanto desquiciaba a mi novio.
        -Tienes razón… mañana seguirán aquí y yo tendré menos chupitos en el cuerpo y puede que entienda mejor tu postura de no abrirlos.- Mi novio me dio un beso en los labios y se fue a la habitación.
        Aplaudí el gesto de madurez de mi chico, y le seguí a la cama esperando la sesión de sexo que me había prometido.
        Desperté a eso de las dos del mediodía del sábado, me sorprendió que Álvaro no estuviese durmiendo a mi lado. Normalmente solía tener el sueño mucho más fuerte que yo y se hacía mucho el remolón antes de despertarse los días de fiesta. Me levanté de la cama con la esperanza de encontrarme con una enorme cafetera rebosante de café recién hecho, el intenso aroma a café que impregnaba toda la casa me invitaba a pensar en ello. Encontré a mi chico sentado en el sofá con un enorme tazón de café en las manos mirando muy pensativo las dos cajas con nuestros nombres escritos en ellas. Me acerqué, le di los buenos días y me prepare un tazón con café y azúcar, acto seguido acabé sentándome a su lado.
        -Tenías razón… es una difícil decisión.- Dijo muy seguro de sí mismo.
        -A ver, cuéntame cómo lo ves tu.- Invité a hablar a mi chico.
        -Tal y como lo veo, estos regalos son una disculpa y una petición de amistad.- Dijo preocupado. -Y sinceramente, con una disculpa tendría suficiente… no sé si quiero ser amigo de ese chico.- Añadió.
        -Ya, pienso lo mismo que tú, aunque, por lo que parece las dos cosas van incluidas en el mismo pack.- Conteste con cierto tono de preocupación.
        -Aunque, poder decir que eres amigo del Director General es una idea que se me hace terriblemente sugerente.- Dijo Álvaro levantándose del sofá.
        -Piensa que tener una amistad con alguien de esa categoría profesional no va a ser algo fácil, esta gente valora por encima de todo la fidelidad corporativa, y no creo que así, sin más, podamos alternar con la gente con la que se debe de codear.- Ya era demasiado tarde, ese impetuoso pelirrojo que tenía por novio acababa de romper el envoltorio de la caja que llevaba su nombre. -En que lio nos vamos a meter.- Pensé.
        -¡Virgen del Amor Hermoso!- Grité. Dentro de la caja había una chaqueta tipo tres cuartos con capucha, de piel de ante suavísima, con flecos y dibujos tribales al estilo indio americano. Álvaro tardo un segundo en probársela y correr hacia el espejo del recibidor para poder verse con la chaqueta puesta. La verdad es que la prenda era una pasada. -Vaaa, abre el tuyo… Vaaa.- Dijo con voz de niño travieso en el día de reyes por la mañana.
        Resignado, de hecho, ya no se podía hacer nada, abrí el paquete con mi nombre, mientras Álvaro miraba con esos ojos curiosos de niño esperando un pastel, ante los que me era totalmente imposible negarle nada. Mi paquete contenía una cazadora de motorista de cremallera cruzada de piel animal con pelo suave, que imitaba el estampado en blanco y negro de un caballo o una vaca. La cazadora era genial, aunque excesivamente gay para ser llevada por según que calles de provincia o de capital. -Aunque me gusta mucho tu chupa, no te la envidio nada de nada.- Dijo un Álvaro orgullosísimo de su chaquetón, mientras giraba jugando con el vuelo de los flecos. A mí me preocupaba el no saber a qué nos habíamos comprometido al aceptar esos regalos.
        Tenía la esperanza de que Klaus apareciera el sábado de nuevo por el PACHA, al menos para poder agradecerle el regalo e intentar sonsacarle que esperaba de nosotros (yo no las tenía todas conmigo). La verdad fue que si se presentó en la discoteca, yo no lo vi. Los que sí que aparecieron fueron Nuria, sus amigas y Miquel. Charlamos un ratito y Álvaro los invitó a una ronda de chupitos en la barra de Tatiana (en realidad era la barra del pódium pero para mí siempre seria la barra de Tatiana, incluso después de que ella dejase de trabajar en el PACHA).
        A las siete de la mañana, cuando regresábamos a casa después de desayunar en el Bar Paco, encontramos en el buzón de la puerta una carta a nuestro nombre. La carta decía:

        -Desearía invitaros a cenar mañana domingo, necesitaría poder terminar de manera más pausada y tranquila la conversación que la vergüenza no me dejo concluir con vosotros hace tres domingos.
        Posdata: A ver si os instaláis una línea de teléfono, esto de dejar mensajes en los buzones de las casas es muy del siglo XIX.
        Firmado: Klaus-Hiro Yamahaka.
     
        Al leer la firma me di cuenta del tremendo error que habíamos cometido los dos con Klaus. No era un amante despechado, sino el hijo de Hikaru Yamahaka. De golpe todo cuadró: Según la mentalidad japonesa a los hijos les toca recuperar el honor perdido por los padres. Klaus estaba aquí para hacer el trabajo que su padre no pudo concluir. Mientras Hikaru se había enterrado en vida abrumado por la vergüenza de haber caído en la trampa de los directivos españoles, a Klaus-Hiro (ahora entendía que Hiro era el complemento del nombre, no el apellido) le tocaba hacer limpieza y transformar la empresa en un modelo de orgullo para la Casa Madre.
        Desde el primer momento de mi relación con Hikaru tuve el convencimiento de que era un hombre entregado a su trabajo y a los placeres que le ofrecía la vida. En ningún momento me planteé que podría ser un padre de familia abnegado que, en las ocasiones que podía, buscaba el placer con chicos jóvenes. Por eso mi primera reacción al ver una foto suya en la cartera de otro chico joven, fue la de pensar que se trataba más de un amante que de alguien de su familia. Además, la confusión con los apellidos no ayudaba en nada a esclarecer el entuerto.
        Álvaro al conocer la realidad de Klaus, parecía avergonzado por haberse sentido tan celoso del joven. Creo que los dos queríamos quedar con Klaus para, de algún modo disculparnos por haber pensado tan mal de él. En ese momento, afianzar la amistad que el chico mestizo japonés nos ofrecía me parecía algo prioritario.
         Mientras, nos pasamos el resto del día decidiendo que modelito nos pondríamos para la cena. Teníamos un gran dilema: no nos había dicho dónde nos quería llevar a cenar, así que decidirnos por un estilo iba a ser una ardua tarea.


        Posdata:
        Hay que tener muchísimo cuidado con las primeras impresiones; confundir a un hijo con un amante es una inmensa cagada.




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