UN
PELIRROJO ALTERADO, SEXO, Y UN ANILLO DE BODA.
En los casi dos meses de relación que
llevaba con Álvaro a finales de enero. El sexo, lejos de ser el castillo de
fuegos artificiales que había sido con Hikaru, era un juego divertido al que
los dos nos lanzábamos por placer, diversión, afecto y últimamente y por mi
parte, amor. Ya fuese por la forma como iniciamos nuestra relación, o todos los
sucesos que la rodearon durante el primer mes, estaba convencido de que me
costaría muchísimo pasar del deseo al cariño con ese muchacho pelirrojo que
tanto se esforzaba para que la relación tirase adelante desde el primer
momento. De hecho yo estaba convencido de que Álvaro estaba más interesado en
la relación estable en sí misma, que en mí como persona.
La aparición de Klaus, el japonés
mestizo rubio, en el PACHA y por casa, provocó un efecto extraño en el que ya
consideraba mi novio. De entrada, el inoportuno beso en los labios delante del
técnico japonés en casa, me dejó claro de que algo se estaba moviendo en el
esquema mental del concepto de relación que tenía Álvaro en la cabeza. Más
pistas de que alguna cosa estaba cambiando, me las dio el día anterior en la
fábrica, donde ya, con casi ningún reparo, mostraba públicamente nuestra
relación y sus sentimientos hacia mí. Y lo que verdaderamente me confirmó que
mi chico estaba entrando en otro status fue el repentino subidón en su líbido.
Inicialmente lo achaqué al efecto “resultado negativo en las pruebas del SIDA”,
ya que después de haber hecho el amor dos veces en una tarde, a la una de la
madrugada me despertó porque estaba más salido que el pico de una plancha. -Cariño, estoy súper canchondísimo.- Me dijo mostrándome una tremenda erección. Y
claro, un servidor que se preocupa por el bienestar de con quien comparte la
cama, accedí a solucionar ese “problema” de la manera más placentera posible.
Lo que yo no esperaba era que a las tres de la madrugada el “problema” se
volviese a hinchar. Con todo ese ajetreo nocturno, comprenderéis que el martes
por la mañana cuando entramos a trabajar en la fábrica, nuestra cara fuese el
reflejo de la tremenda noche que habíamos pasado.
-Vaya careto que me traéis hoy.- Nos dijo con
una sonrisa burlona Rosita, mientras nos metíamos los dos un café doble y una
coca cola entre pecho y espalda para poder cumplir con el trabajo.
-El perro del vecino que no nos ha
dejado dormir.-
Mintió excusándose Álvaro.
-Vaya, por lo que parece se os ha
metido en la cama ¿no?- Se burlaba de nosotros Rosita mientas con el dedo
índice acariciaba un enorme chupetón que tenía yo en el cuello.
-Mierda.- Pensé mientras
me levantaba el cuello de la camisa. -Y
no llevo la mochila del maquillaje en el coche. Tendré que pasearme todo el día
con eso en el cuello.-
Al rato, apareció Eugenia y
discretamente me puso algo en la mano. -Ve
al lavabo y cúbrete eso.- Me dijo al oído.
Cuando llegué al lavabo vi que era un
pequeño bote de maquillaje corrector de ojeras. Me apresuré a cubrir el
estropicio y me fui hacia los pasillos de producción, pues la musiquita de los
ejercicios japoneses ya había empezado. Al pasar por el lado de Eugenia le
devolví el botecito y le dije al oído: -Adóptame,
te cambio por mi madre.- Se sonrojo riéndose, y siguió haciendo los
movimientos de gimnasia.
Mientras el jefe de producción hacía el
meeting con las previsiones de trabajo y los objetivos cumplidos o no, del día
anterior, me acerque al grupo de los operarios de control de calidad.
Normalmente después de la gimnasia se desplazaban a la sección de calidad y
Yolanda les hacía la previsión de objetivos para el día allí. Dado que hoy
tendríamos que escuchar el discurso de presentación del nuevo director general,
todos nos quedamos en la nave de fabricación. Me situé al lado de Álvaro y le
di un vistazo al mogollón de japoneses y cargos intermedios que se habían
reunido en torno a un japonés bajito y rechoncho, que aparentaba unos cincuenta
o sesenta años. A su lado estaba Klaus y el resto de técnicos japoneses.
Cuando el jefe de producción terminó
con su parrafada, dio paso al nuevo Director general, entregándole el micrófono
al japonés bajito. Este cogió el micrófono, probó si funcionaba y se lo paso a…
¿Klaus?
-Hola buenos días, mi nombres es
Klaus-Jiro, y seré el nuevo director general de esta planta de producción.- Al oír estas
palabras Álvaro y yo nos miramos con la cara desencajada.
Sin saber muy bien cómo reaccionar, me
acerque a mi novio y le dije al oído: -Ni
se te ocurra contarle a nadie lo que ha pasado este fin de semana.-
-Cariño, este tío nos va a joder vivos.-
Dijo un alteradísimo pelirrojo. A mí lo que
más me inquietaba era el ver a Yolanda a su lado con cara de tremenda
satisfacción. Con la premisa de que ya comentaríamos que haríamos con esta
situación durante el descanso de las diez, nos fuimos cada uno a nuestra
sección después del discurso del mestizo rubio.
Mientras recorría el almacén con mi
carrito, empecé a notar los efectos de súper combinado de cafeína. Decidí que
me centraría en el producto de la línea dos, y el maldito rayazo del
embellecedor. Estaba decidido a averiguar el origen de ese defecto. Desembale
cinco aparatos de los ochenta que se fabricaron durante las dos últimas horas
del día anterior, elegí los números de serie repartidos de veinte en veinte
para que la muestra fuese lo más homogénea posible. Y allí, encima de la mesa
tenía los cinco aparatos todos con el mismo arañazo profundo en el cromado del
embellecedor. -¿Cómo diablos tenía que
hacerlo para encontrar el origen de ese de fallo de calidad, cuando en realidad
ese defecto era imposible que se produjese?- Llegué a la conclusión que lo
mejor sería seguir de manera discreta todo el montaje de un aparato, controlando
la parte que resultaba afectada para saber exactamente en qué momento del
proceso de fabricación se producía esa ralladura.
Con la excusa de ir a por piezas de
recambio para sustituir las defectuosas, recorrí la segunda cadena de montaje
siguiendo a uno de los aparatos que estaban montando, fijándome sobre todo en
el embellecedor: mientras lo montaban, mientras el aparato era chequeado para
comprobar su correcto funcionamiento, hasta el momento en que le ponían el
número de serie: -4639, ya te tengo.-
La idea era, que si el aparato con ese número llegaba con el rayazo al almacén,
el defecto se producía entre el embalado y el transporte entre naves.
Más tarde buscaría ese número que me
había apuntado en la palma de la mano y saldría de dudas. Ya casi eran las diez
y mi chico me esperaba en mi sección con un par de cafés bien cargados. Nada
más entrar me dio un morreo de los de antología, y yo recé para que las cámaras
que habían instalado durante la visita del Sr. Yamahaka estuviesen desconectadas.
-Ese tipo nos ha estado tomando el pelo a
todos.- Refunfuñó un Álvaro muy alterado.
-Hombre, como estrategia para saber de
qué pie calza todo el mundo, la idea es genial.- Le dije
riéndome.
-¿Porque estas siempre defendiéndolo? ¿No
me dirás que te gusta ese tipo?- Gritó, dejando clarísimo cuales eran
sus sentimientos.
-No me lo puedo creer, ¡Estas celoso
del mestizo!-
Le dije fingiendo cara de sorpresa. -Puedes
estarte bien tranquilo, no hay ni el más mínimo feeling entre este chico y yo,
y menos ahora que se quién es realmente.- Le susurré al oído mientras lo
abrazaba y lo invitaba a sentarse a mi lado para tomarnos el café.
-Recuerdas, aquí fue donde nos dimos el
primer beso.-
Me dijo un poco más tranquilizado.
-No podré olvidarlo en mi vida.- Le contesté
mientras le acariciaba la pierna y pude ver que volvía a estar con una erección
de campeonato. -Ah no.- Le dije. -Aquí no. Ni se te ocurra. Además estoy
totalmente escocido de la noche anterior.- Añadí.
Nos acabamos el café y salimos de la sección cada uno por su lado,
mientras Álvaro se ajustaba el pantalón para intentar acomodarse como podía
“esa” hinchazón. Yo me dirigí al almacén de producto acabado en busca de una
caja con un número muy determinado. Diez minutos después regresaba con mi
tesoro a mi sección, para ver si podía ajustar a uno o dos operarios el
problema de calidad. Tal y como me imaginaba la rayada profunda estaba en el
embellecedor.
Una de las ventajas de mi situación en
la empresa era, que podía pasearme por toda la fábrica cogiendo partes y
componentes de fabricación sin que nadie mostrase el más mínimo interés en mí y
en lo que estaba haciendo. Así que a nadie le extrañó que me quedase media hora
mirando como el operario del almacén iba distribuyendo en los palets
correspondientes las cajas que llegaban de la nave de fabricación en la cinta
transportadora.
Llegué a la conclusión de que era casi
imposible de que ese operario pudiese realizar semejantes arañazos ya que no
tenía contacto directo con el aparato y solo podría acceder a él rompiendo el
embalaje de protección. El tema quedaba reducido al operario encargado de
empaquetar los aparatos.
El puesto de operario empaquetador, era
quizás uno de los menos valorados en toda la empresa. Normalmente solías acabar
en ese puesto cuando no servías para seguir el ritmo en ninguno de los demás
puestos de la cadena de montaje o como castigo por alguna gran cagada en tu
sección. Había seis operarios, uno para cada cadena y hay que reconocer que
desde siempre los más puteados eran los de las tres primeras. Ya que eran las
que más producción tenían. Su trabajo consistía en montar las cajas de cartón
del modelo que correspondiese, colocar los protectores de porexpan, encajar el
producto cuidando de que el número de serie quedase visible en el agujero que
la caja tenía para tal uso, cerrar la caja y ponerla en la cinta transportadora
que la llevaba al almacén. Vamos, uno de esos trabajos en los que no se
necesita un master de ingeniería para realizarlo.
Daba la coincidencia que la sección de
los robots insertadores de componentes electrónicos quedaba justo delante de
esa sección. Y partiendo de la premisa de que los operarios de esa sección no
eran precisamente lo mejor de la casa, no me atrevía a quedarme un buen rato
controlando como trabajaba un armario ropero de casi dos metros, no fuese a
confundir mi interés por resolver el enigma de los rayazos en el embellecedor
con otro tipo de interés y acabase con la cara partida por un ataque homófobo
mal entendido. Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa Por Valladolid,
decidí que le haría una visita de cortesía a Eugenia, le contaría lo que
sucedía y sin duda, me ayudaría fingiendo que me daba alguna explicación sobre la
calidad de las piezas de su sección. Mientras tanto, yo controlaría el trabajo
del operario.
Eugenia accedió, y mientras nos
contábamos algunas confidencias y fingíamos hablar sobre unas placas de
circuitos integrados que sosteníamos en las manos, yo seguía con total
detenimiento al operario, intentando buscar algo en el trabajo de ese enorme
chico que pudiese producir el problema de calidad que tanto me preocupaba. Pero
nada hacía pensar en esa posibilidad. Agradecí a Eugenia su colaboración en mi
investigación y regresé a mi sección muy decepcionado. Recuperé los aparatos
que tenía a medio chequear y los devolví al almacén un minuto antes de que
sonase la sirena que anunciaba la una del mediodía.
De camino al comedor, Alvaro, Rosita y
Andrea se habían adelantado y tonteaban con los protagonistas de un culebrón
venezolano que estaba de moda en la televisión. Eugenia se rezagó expresamente
para poder hablar conmigo.
-A ver, cuéntame todo lo que sabes del
defecto a ver si te puedo ayudar en algo.- Me dijo con un tono muy
colaborador.
-Pues… empezó justo en el momento que
las cadenas empezaron a funcionar, después desapareció durante tres días y a
partir del martes de la semana pasada volvió a aparecer. Desde entonces lo
encuentro en todos los aparatos que chequeo de la segunda cadena.- Y así le resumí
mi gran dilema a mi amiga.
-Es curioso.- Dijo Eugenia. –Coincide con los días que Ramiro ha
trabajado.-
-Explícame eso que acabas de decir.- Le pedí ansioso
a Eugenia.
-Veras,
justo al empezar las vacaciones de navidad Ramiro se casó con la hija de unos
vecinos de mi barrio, y se fueron de viaje de novios a uno de esos países
exóticos. Por lo visto cuando regresó había pillado una intoxicación
alimentaria, y al cuarto día se tuvo que ir a media jornada a consecuencia de
los vómitos y la diarrea. Volvió a trabajar el martes.- El relato de
Eugenia coincidía completamente con los tiempos de aparición del defecto. Era
evidente que el operario tenía una relación directa con la maldita ralladura.
Después del almuerzo, Álvaro me
convenció de que lo acompañase al almacén para seguir hablando del tema que
habíamos dejado a medias por la mañana. Lo que yo no sabía era que el tema
“Klaus” ya estaba cerrado, y el tema que mi chico quería seguir debatiendo
conmigo era la tremenda erección insatisfecha. Cuando me quise dar cuenta
estábamos en los lavabos del almacén haciendo guarraditas. Teníamos la
tranquilidad de que nadie usaba esos lavabos, ya que estaban muy viejos y su
limpieza dejaba mucho que desear. Todo el mundo en esa nave se desplazaba a los
servicios de la nave de producción.
Dos felaciones después, fuimos a la
zona de descanso para tomarnos un café doble para poder remontar la tarde a
conciencia. Desde la mesa en la que nos situábamos todas las mosqueteras,
podíamos ver como la manada heterosexual se pavoneaba jugando a las cartas. Hay
que reconocer que la escena en sí era tremendamente homoerótica, un grupo de
ocho hombres tremendamente musculosos, pavoneándose, abrazándose, dándose
golpecitos y cogiéndose de los hombros… mmmh el sueño de cualquier oso. Y allí
pude ver a Ramiro, golpeando las cartas sobre la mesa, luciendo en el dedo
anular el anillo de recién casado… Y de golpe sufrí como una revelación: ¡EL ANILLO!
La única variante que había cambiado en el tiempo era el anillo de casado.
Tenía que comprobarlo, y así que cuando
regresé a mi sección hice la prueba cogiendo el aparato como lo hacía el
operario para embalarlo y la posición del dedo anular coincidía totalmente con
la zona donde aparecía el defecto. ¡Lo había encontrado! Ahora solo tenía que
reunir el valor para ir con Ramiro y conseguir que se sacase el anillo.
Decidí que lo haría a la última hora,
cuando todos los jefes estaban en las oficinas haciendo y presentando informes
a sus superiores.
Con un par de cojones, me planté al
lado del operario, que me miró con cara de extrañadísimo. -Que mierda te pasa a ti.- Me dijo con su habitual tono conciliador.
-Tengo
que enseñarte una cosa.- Le dije apartando la lámina de plástico que cubría
el aparato y mostrándole el rayazo. -Estas
marcando todos los aparatos con el anillo, yo de ti me lo sacaría antes de que
te metas en un gran follón.- Acto seguido volví a mi sección, ya que no
podía extenderme mucho con la charla, pues se le estaban acumulando los
aparatos al operario en la cadena. Regresaba con la satisfacción que me daba el
haber solucionado el tremendo problema yo solito.
A la salida vi de refilón que Ramiro ya
no llevaba el anillo en el dedo.
En el informe, hice constar el problema
y todos los pasos que había dado para solucionarlo, sabía que Yolanda no lo
leería, pero yo guardaba copia y recibo firmado de entrega. Era suficiente.
Posdata:
Dicen que un gato con guantes no caza
ratones, yo añado que un operario con anillos destroza el producto.
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