sábado, 24 de febrero de 2018

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO. (Metacrilato, técnicos japoneses, Dragg Issis y una boutique llamada "Elemento Tierra")

METACRILATO, TECNICOS JAPONESES, DRAGG ISSIS Y UNA BOUTIQUE LLAMADA “ELEMENTO TIERRA”.

        El lunes diez de julio, a las ocho menos cinco, mientras hacia la gimnasia japonesa en la empresa multinacional, pude comprobar que Kaede (por fin) había regresado. Más tarde, ya en mi sección (la sección secreta), tuve que esperar hasta pasadas las once para verla aparecer. Sin duda tenía que informar a dirección de sus progresos vendiendo exclusivísimos productos a los súper pijos hijos de millonarios ingleses.
        Al verme, me saludó efusivamente, dándome dos besos en las mejillas. Por lo que parecía, el pasearte en bragas y travestido infunde muchísima confianza entre las féminas japonesas. -Tengo entendido que Makoto te ha contado por encima un poco de lo que hacemos aquí.- Dijo la japonesa con un inglés que me resultaba muy fácil de comprender.
        -Más o menos.- Contesté yo.
        -Ok- Dijo mientras abría uno de los armarios metálicos con una de las llaves de su voluminoso llavero. Al momento sacó dos bandejas metálicas que contenían seis extrañas cajas de plástico duro.
        A partir de ese momento, Kaede me ignoró completamente. Al ir manipulando una por una las cajas de plástico fue descubriendo ante mis ojos los moldes de las carcasas de teléfono móvil, con su maravilloso contenido.
        Una vez retiradas las piezas de los moldes, volvió a montarlos cambiando la parte superior de los moldes por otras parecidas en la forma pero que llevaban encima un anagrama que se podía leer como FASE1. Acto seguido, de una garrafa de unos cinco litros vertió el equivalente a medio litro del líquido que contenía en un dosificador de plástico (si, de esos de hacer la mayonesa), añadiendo al recipiente después otro líquido, deduje que debía de tratarse del catalizador que activaba la cristalización del metacrilato.
         Después de remover la mezcla durante unos minutos, rellenó los moldes hasta que derramaban por el lado contrario. Durante toda esa operación yo no perdí detalle, apuntándome en una libreta absolutamente todos los pasos que había realizado y los códigos de los productos que estábamos utilizando.
         -Esto ya está.- Dijo la japonesa muy satisfecha. -Creo que nos merecemos un café para celebrarlo.- Añadió mientras me invitaba a acercarme a la cafetera y preparaba dos cafés.
        -¿Solo hay que rellenar los moldes y ya se obtienen estos resultados?- Pregunté incrédulo mientras le daba un sorbo a la taza de café.
        -Nooo.- Dijo riéndose. -Esta es la primera fase. Mientras esa sección se solidifica procederemos al pulido de las piezas ya terminadas.- Y, tranquilamente, procedió a tomarse el café y a preguntarme cosas sobre el mundo de las Draggs Queens y las discotecas.
        A eso de las doce y media, dio por finalizada la conversación y de las piezas de metacrilato que habíamos sacado de los moldes, eligió una y la puso sobre una pequeña bandeja recubierta de algodón, dirigiéndonos al rincón que debía de corresponder al sur geográfico de la sala, donde estaba instalado sobre una peana metálica un motor eléctrico al que se le había acoplado por un lado una especie de piedra de lijar y por el otro lado un cepillo cilíndrico de tela de lana.
        Después de colocarse una especie de máscara antigás, unas gafas de protección similares a las de un buzo y haberme obligado a ponerme lo mismo a mí, puso en marcha una potente campana de extracción de polvo y empezó a pulir la pieza de metacrilato. Más tarde me contó lo peligroso que resulta para la salud el inhalar el polvo de metacrilato, madera o barnices, que por lo visto, eso, es responsable de muchísimos casos de cáncer de pulmón. Vamos, que había que tomar muchísimas precauciones al realizar ese trabajo.
        Lo primero que hizo fue sacar de la pieza de metacrilato, con mucho cuidado, usando la piedra lijadora, todas las rebabas y marcas de las uniones de los moldes. Una vez desaparecieron todas esas marcas, la carcasa de teléfono móvil era casi opaca a consecuencia de la cantidad de rayadas que se le había hecho con el pulidor grueso. Al aplicarle el cepillo de lana con cera pulidora, apareció con todo su esplendor un maravilloso teléfono móvil (bueno, lo seria cuando se le incorporase toda la maquinaria), que contenía en su interior, como si estuviese atrapado en ámbar, un delicioso ramo de violetas en tres dimensiones.
        Yo no podía salir de mi asombro, y, diez minutos después, mientras nos dirigíamos al comedor, no podía parar de preguntarle a Kaede sobre los limites creativos de lo que acabábamos de hacer. De hecho durante todo el almuerzo estuvimos conversando sobre las posibilidades reales del producto que estábamos usando. Como comprenderéis las mosqueteras se quedaron de pasta de moniato cuando vieron como interactuábamos la japonesa y yo, bueno… las mosqueteras y el resto de operarios que estaban en el comedor. Y yo, ajeno a todo eso, solo pensaba en acumular información para mi proyecto personal: La nueva bisutería para Dragg Issis.
        Esa tarde la dedicamos a pulir y abrillantar el resto de carcasas. A las cinco y cuarto, cuando me cercioré de que estaba solo en la empresa, como el que no quiere la cosa, extravié medio litro de cada componente de las garrafas de cinco litros, guardando los líquidos dentro de dos botellas de medio litro de agua. Sacando el producto del recinto en la mano, como si del agua para beber se tratase. -Como sea cáustico y se coma este plástico voy a quedar en evidencia ante todo el mundo.- Pensaba mientras me acercaba al coche. Llegué a casa sin ningún problema y con un plan premeditadamente elaborado para tener acceso ilimitado al material que necesitaba para mis proyectos personales. Esperaba poder acumular en casa suficiente producto como para poder hacer todas las pruebas que quisiese durante las cinco semanas de vacaciones de verano que empezaríamos a partir del veintiuno de Julio.
        A las ocho llegó Darío. Solo llevábamos una semana de verano y ya empezaba a odiar que mi chico trabajase a doble turno, pues nuestra relación se limitaba a un achuchón de ocho a nueve de la noche y a verlo dormir cuando me levantaba a las seis y media para irme a trabajar a la fábrica. Empezaba a tener la necesidad de que llegasen ya las vacaciones, para poder pasar más tiempo con él. Aunque, con los horarios que hacia mi chico, lo único que materialmente podríamos hacer, seria dormir más horas juntos.
        El martes, igual que el lunes Kaede no apareció hasta las once de la mañana. Dedicamos todo el martes, una vez retiradas las cubiertas de los moldes con el anagrama FASE1, a preparar la decoración que iría incrustada dentro del metacrilato. Era evidente la diferencia de estilo entre los dos técnicos japoneses. Mientras a Kaede le seducían las escenas bucólicas entre florales y animales: Estaba emperrada en ponerle gatitos y flores a todas las carcasas. Makoto prefería las escenas mucho más contundentes, sacadas sobretodo de los violentos comics de superhéroes americanos y mangas japoneses.
         A última hora, casi a las cinco, cuando todos los moldes tenían montada su propia decoración, los cerró con las cubiertas de molde que llevaban el anagrama FASE2, procediendo a verter en su interior la mezcla de los dos componentes que al cristalizar crearían las piezas decoradas de los teléfonos móviles.
        El miércoles, Kaede se dedicó a montar en las carcasas acabadas la maquinaria de los teléfonos inalámbricos y a probarlos. Por la tarde reinició todo el proceso que empezamos el lunes con los moldes que rellenamos el día anterior. De este modo y siguiendo todos los pasos, el viernes por la tarde teníamos una docena de aparatos a punto de ser vendidos por un precio lascivamente lucrativo.
        La semana siguiente realizamos el mismo proceso, solo que en vez de hacerlo con Kaede lo hice con Makoto, que, el último día de trabajo antes de empezar las vacaciones, disponía de una docena de aparatos decorados con su estilo. Para entonces yo ya estaba realizando en casa algunas pruebas con moldes de mi invención, consiguiendo crear algo parecido a unas galletas (usando como moldes vasos y otros artilugios de plástico), a las que les había hecho un orificio en un extremo con un taladro, por el que anudaba un cordón grueso de seda industrial que acababa de comprar a metros en una mercería.
         Para pulirlos utilicé el soporte que normalmente usaba para mantener fijo el taladro a la mesa. Usando como herramientas de pulido una piedra pómez cilíndrica y un cepillo circular de lana que compré en la ferretería. Pero, enseguida me di cuenta que ese trabajo tendría que hacerlo en la terraza, porque estaba ensuciándolo absolutamente todo de un polvillo blanco que solo desaparecía con el aspirador a toda potencia.
        Después de un tremendo trabajo de pulido y abrillantado logré tener listos doce colgantes con forma de disco que contenían en su interior, al estilo de los insectos en el ámbar, desde las bolitas de chocolate de colores “M&M” hasta flores de plástico del todo a 100, pasando por los típicos caballitos de mar y canicas de colores. Como el grosor no era un problema podía poner en su interior cualquier cosa que me imaginase.
        El viernes veintiuno de julio me estrené con todo un conjunto de pendientes, colgante y un maravilloso anillo de metacrilato decorado con “M&M” de todos los colores. Dragg Issis lucía esa noche un reciclado vestido del verano anterior al que le había añadido tres tallas, cortísimo, al estilo de las minifaldas de los años sesenta, de una tela que imitaba el cuadrito escoces. Me puse la peluca azul de pelo rizado a lo afro y los plataformones embutidos en una funda de piel artificial blanca, imitando unas botas hasta la rodilla. De maquillaje, los ya típicos colores en azules.
        Me sentía divísima con mi conjunto de bisutería exclusivo. El hecho de que todo el mundo me preguntase que donde había conseguido esas piezas tan únicas, aun hacia que me sintiese más orgulloso de mi mismo. Me encantaba ser el centro de atención, y más aun siéndolo por algo que había creado yo con mis manos. La cosa empezó a tener un tono surrealista cuando a eso de las cuatro de la madrugada, una chica que no tenía pinta de ir borracha ni drogada, se ofreció a comprarme el conjunto de bisutería.
        Al primer momento pensé que debería de tratarse de una broma, así que no me la tomé excesivamente en serio y me limité a reírme con ella mientras me invitaba a unos chupitos en la barra de la terraza. La cosa cambió a mucho más seria cuando me puso tres billetes de cinco mil pesetas sobre la barra esperando adquirir toda mi bisutería de ese día.
        -Un momento… ¿Estás hablando en serio?- Le dije muy sorprendido.
        -Completamente.- Contestó poniéndome el dinero en la mano.
        Por un momento dudé, no podían estar ofreciéndome quince mil pesetas por cuatro trozos de plástico. Por muy bien pulidos que estuviesen. Aunque, si esa mujer estaba dispuesta a pagar ese pastizal… ¿Quién era yo para negarle el capricho?
        -Vale, trato hecho.- Dije apretando los billetes en mi mano. -Pero no te entregaré las piezas hasta que acabe mi sesión, a las cinco y media.-
        -Por mí no hay prisa.- Dijo sonriendo satisfecha. Mientras yo me guardaba los billetes dentro del bañador dorado tipo culotte.
        A eso de las seis de la madrugada cuando me dirigía al camerino a desmaquillarme, Darío me salió al paso cargado con dos cajas de Coca-Cola y muy preocupado me preguntó: -¿Dónde tienes esas joyas tan buenas que te habías hecho? ¿No me digas que vas borracho y las has perdido?-
        -Nooo…- Le dije yo. -Me las he vendido.- Añadí orgulloso.
        -Anda ya.- Me dijo molesto. -Con lo bonitas que te habían quedado, tenías que haberlas lucido durante más días este verano.-
        -Me han pagado quince mil pesetas por esos trozos de plástico.- Le dije al oído. -Además, puedo hacer otras.- Y mientras mi chico me miraba con la boca abierta, sin terminar de creerse lo que acababa de oír, fui directo a desmaquillarme.
        Durante el desayuno, en el Bar Paco, todos los compañeros, comentaban incrédulos el tema de la venta de mi bisutería. Más tarde, ya en casa, me saqué del bañador plateado los billetes, habían quedado apretujados haciendo una especie de paquetito cuadrado. Al desenvolverlos vi que envolvían una especie de tarjeta en la que se podía leer “ELEMENTO TIERRA” Joyas Exclusivas, luciendo un complicado anagrama que incluía características egipcias y aztecas. En la parte posterior había un nombre: Margarita Martínez, que se presentaba como gerente, un número de teléfono fijo y uno de teléfono móvil. La verdad era que el anagrama me resultaba muy familiar.
        -Hay varias tiendas por la zona que se llaman así.- Dijo Darío mientras contaba los billetes y se cercioraba de que no fuesen falsos. -Justo al final de la Calle Mayor hay una boutique de esa marca.- Añadió.
        -¿Y cómo es esa tienda?- Pregunté.
        -Mucha plata, poco oro, cosas muy raras y todo carísimo de la muerte.- Dijo dejando los billetes sobre la mesa. -Solo las más pijas de vacaciones compran ahí. Si te han pagado este pastizal, no quiero ni saber por cuanto lo piensan vender en la tienda.- Darío ya se iba a la cama, y yo, mientras lo seguía, decidí que el sábado por la tarde, después de que mi chico se fuese a trabajar a la peluquería, iría a investigar esa tienda.
        Al mediodía, después de haber dormido las ocho horas reglamentarias, haber comido con mi chico, haberlo acompañado a la peluquería RIÇÇO’S y con la excusa de hacer tiempo, me planté a las tres y media en la playa esperando encontrar a Nuria y convencerla para que me acompañase a las seis de safari urbano. Quería descubrir la tienda cuya propietaria se había hecho con mi primer conjunto de bisutería “made by Dragg Issis”.
       En la playa estaban Nuria y Lola. Por lo visto, a consecuencia del embarazo, mi amiga no había gastado las horas extra que tenía acumuladas para sus “relajantes” viajes a África. Ese era el motivo por el que tenía que hacer un mes y medio de vacaciones, pues esos quince días extra que tenía acumulados caducaban septiembre. Si esperaba a utilizarlos después del verano, los perdería.
        Sinceramente, no me esperaba a Lola allí. Tenía mis dudas sobre la conveniencia de contarle lo sucedido en el PACHA con el tema de mi bisutería a alguien que, sin duda seria competencia directa con la tienda que había mostrado interés por lo que yo hacía. Partiendo de la base de que tenía todo el verano por delante y aun no sabía nada de ese negocio, ni de esa tal Margarita Martínez, opté por cerrar la boca y esperar a que Lola se fuese a abrir su boutique para proponer a Nuria el recorrer la calle comercial mirando escaparates.
        Mi amiga accedió a acompañarme con la condición que la invitase a un helado de menta. Cosa que hice encantado.
        A eso de las seis y media, estábamos paseando por el centro de la villa como dos turistas más, con un enorme helado en la mano. Repasamos todos los aparadores y escaparates mientras mi amiga me aconsejaba que camisas y camisetas eran las más adecuadas para un chico de mi edad y posición. Al llegar casi al final de la Calle Mayor la vi. No sabría deciros si era una boutique o una joyería, pues resultaba muy difícil decir cuál de los dos artículos se imponía sobre el otro. Eso sí, los precios eran de escándalo y lo que vendían no lo había visto en ninguna otra tienda.
        Llegados a ese punto le pedí a mi amiga que entrase y preguntase por el precio del conjunto de bisutería (mi conjunto) que se exponía sobresaliendo por encima del resto de artículos de plata y piedras talladas.
        -Nene, que venimos de la playa y yo voy con pareo, si entramos así en esta tienda nos van a echar, que ese sitio es de mucho lujo y glamour.- Se quejó mi amiga un poco molesta por la insistencia que demostraba.
        Pero justo en ese momento salieron de la tienda un par de abuelitas inglesas o alemanas vestidas con chancletas, bañador y pareo, comentando alguna cosa sobre lo que acababan de comprar y que llevaban dentro de una vistosa bolsa de papel con el logo de la tienda. Ante tal demostración de lujo y glamour, mi amiga se armó de valor y entró en “ELEMENTO TIERRA”.
        Cinco minutos después salió escandalizada. Por lo visto la pieza más barata, una mierda de anillo que se suponía que era de plata, valía cuatro mil pesetas. Por mi conjunto pedían cincuenta y ocho mil pesetas. -Fue bonito mientras soñaba que podría ser un gran diseñador de joyas.- Pensé, volviendo de nuevo a la realidad, convencido de que esa mujer jamás vendería esos trozos de plástico por ese precio.
        Después, tranquilamente, acompañé a Nuria hasta su piso contándole por encima de donde habían salido esas piezas del escaparate.


        Posdata:
        Hay veces que, por casualidad, al hacer sonar la flauta consigues una buena nota, por casualidad. Hasta incluso quizás, un buen compás, por casualidad. Pero jamás conseguirás una sinfonía crear, por casualidad.


        Imagen: Eriko Stark





viernes, 16 de febrero de 2018

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO. (Martin, alopecia. "La Cuca" y la sombra de un gran almendro)

MARTIN, ALOPECIA, “LA CUCA” Y LA SOMBRA DE UN GRAN ALMENDRO.

        El sábado, como de costumbre, el despertador sonó a las tres del mediodía. Darío paró el escandaloso aparato y se arrastró sobre mí, dándome un beso en los labios. -Buenos días.- Sonrió. -Mejor dicho, buenos medios días.- Y moviéndose perezosamente se deslizó hasta la ducha.
        Hacía calor. El ventilador, que tenía conectado a un temporizador eléctrico, llevaba funcionando desde las once de la mañana, moviendo el aire, consiguiendo así refrescar mínimamente el ambiente. Estaba excitado y necesitaba una ducha con mi chico.
        Entre espuma, abrazos, erecciones y esperma nos dieron casi las tres y media. Darío se marchó cagando leches, dándole mordiscos por el camino a un trozo de pizza que llevaría en la nevera desde el jueves, después de haberse bebido en tres sorbos un café completamente helado del día anterior con leche, quejándose continuamente de que volvería a llegar tarde al trabajo en la peluquería.
        Por mi parte, más tranquilamente, me calenté el otro trozo de pizza que quedaba y me lo comí junto a un gran tazón de café recién hecho, sentado en la tumbona que seguía debajo del gran almendro del patio.
        Al poco rato me di cuenta que mi pequeño huerto urbano volvía a tener la consistencia de tabaco de liar, necesitando con urgencia un buen aporte hídrico. Mientras regaba lo que quedaba de mis plantas, me acordé que había quedado con Martin a las cinco en la playa. Así que después de dejar los parterres completamente anegados, me dediqué a buscar un bañador bonito y a embadurnarme de crema de protección solar factor sesenta.
        A las cinco me planté en la zona donde habitualmente solíamos quedar los colegas del grupo. Me encontré que en la playa, delante del POMELO’S, al otro lado del paseo marítimo solo estaban Nuria y Lidia. Martin no apareció en toda la tarde. -Que tarde que llegas ¿no?- Me dijo Lidia cuando planté mi toalla a su lado.
        -Es la manera de no estar cambiando la piel cada semana.- Dije señalando la espalda de Nuria que parecía un lagarto mudando la piel (por cuarta vez ya).
        -Es lo que tenemos los rubios.- Dijo Nuria. -En verano solo tenemos tres tonos de color de piel: Blanco lechoso, rojo gamba, y piel de muda de lagarto o serpiente.- Nos reímos los tres.
        -Va por la Lidia.- Dije yo. -Que esta chica toma el sol tres días y tiene el moreno Watutsi para todo el año.-
        -Ya… y nosotros tomamos el sol todo el verano y solo conseguimos un tono rojizo que nos dura solamente una semana.- Se quejó Nuria mientras Lidia nos hacia un solitario con el dedo medio del puño, insinuando que nos fuésemos a tomar por el culo.
        -Cada cual juega con las cartas que le han tocado.- Sentenció Lidia mientras mirábamos como Nuria le daba un buen trago a la limonada con pipermín que llevaba dentro de un termo con hielo.
        -¿Aun sigues con los antojos de menta?- Pregunté a mi embarazadísima amiga después de que el perfume de menta impregnase toda la playa.
        -Sí, y cada vez va a peor. Cuando pienso que aún me quedan dos meses largos para que se acabe esto, me desespero.- Contestó Nuria acariciándose su prominente vientre.
        La conversación siguió por los mismos derroteros hasta casi las ocho de la tarde. Hora en la que yo recogí mis cosas y me dispuse a volver a casa para prepararme para ir al PACHA a trabajar.
        -Por cierto… ¿Qué se sabe de Miquel y Thomas?- Les pregunté mientras sacudía la arena de la toalla.
        -Están en Barcelona, por lo que parece ya tienen todos los documentos que les hacían falta para regularizar la situación de Miquel en Los Ángeles.- Dijo Nuria. -Solo que ahora tienen que demorarse en regresar porque Thomas tiene que cerrar unos negocios que le han salido en el último momento y requieren toda su atención.- Añadió.
        -Me alegro que las cosas vayan bien entre esos dos.- Les dije mientras me alejaba con la toalla en la espalda y las llaves del portal del patio en la mano.
        Al entrar en casa me encontré con que Darío ya había llegado y estaba en la cocina devorando todo lo comestible que encontró dentro de la nevera. -Que hambre que he pasado hoy.- Dijo mientras terminaba de relamer el envase de un yogur de macedonia.
        -¿Mucho trabajo en la peluquería?- Le pregunté.
        -Cinco tintes y dos permanentes. No he tenido tiempo ni para hacerme un café.- Protestó mientras engullía su segundo yogurt de macedonia.
        -Que chollo, estás haciendo mogollón de prácticas y encima te pagan. Eres un afortunado.- Dije con tono burlón y riéndome.
        -Bueno se trataba de eso, ¿no? Si quiero mi título de peluquería tengo que tragar y hacer todas esas horas de prácticas.- Se quejó un poco molesto por mi actitud.
        -Y yo estoy muy orgulloso de ti.- Le dije mientras lo abrazaba y le daba un beso en los labios. Un beso con sabor a macedonia, por cierto. -Me voy a la ducha a quitarme la sal y la arena.- Añadí esperando que me soltase de ese abrazo que, por mi parte, ya se estaba alargando en exceso.
        -Mmmh… Ducha… yo te sigo.- Dijo mientras empezaba a bajarme el bañador y me acariciaba los pezones con la lengua. -Me encanta cuando tienes la piel quemadita por el sol y llena de cristalitos de sal.- Mientras, su lengua bajaba por mi barriga dirigiéndose primero a mi ombligo y después directamente a mi polla que, por cierto, ya estaba apuntando hacia la lámpara.
        Me di cuenta en ese momento que habíamos entrado otra vez en modo de extrema pasión sexual. No estaba seguro de haber estado anteriormente así con Darío, por lo menos durante los dos últimos meses, meses en los que nos habíamos limitado a un par de polvos bastante forzados a la semana. Se repitió la misma situación que por la mañana: Tuvimos que correr a toda leche para acabar llegando casi veinte minutos tarde al trabajo en el PACHA.
        Por suerte, quien más y quien menos, todos los empleados de la discoteca habían llegado tarde algún día. Empezando por Martin, que solía llegar siempre entre media y tres cuartos de hora tarde, aunque como él ya llegaba transformado en La Sabrosona, no se le tenía en cuenta.
        Esa noche y después de las revelaciones que me había hecho mi pareja sobre el consumo de drogas en el local, me obsesioné en localizar a los clientes consumidores y de paso, a los posibles traficantes.
        A eso de las cuatro y media llegué a la conclusión de que casi todos los clientes tenían las pupilas de los ojos como platos soperos. Me abrumaba la idea de que hubiese tantísima gente dispuesta a meterse cualquier mierda de sustancia en el cuerpo solo para divertirse. Muy decepcionado con la humanidad, al terminar mi última actuación salí a la terraza chill-out para tomar el aire y charlar un poco con María.
        Acababa de preparar un coctel de frutas y licor para unos clientes y con los restos de la coctelera nos servimos unos chupitos. -Te veo un poco abatido.- Dijo la camarera mientras me invitaba a brindar con el vaso de chupito.
        -Siempre había pensado que la discoteca se llenaba porque estábamos haciendo bien las cosas. Un buen espectáculo, buena música, copas generosas…- Le dije a mi amiga.
        -¿Y no es así?- Preguntó María.
        -Pues por lo que parece no. Por lo que se ve que el éxito de un local depende de la cantidad de droga que se dispense en él.- Dije abatido.
        -Yo de ti no hablaría de ese tema muy alto por aquí.- Dijo mi amiga acercándoseme al oído. -La mitad de los empleados trafican con alguna sustancia, y el resto, en distintos grados… consume.- Sentenció flojito en mi oído.
        Supongo que gracias a los dos kilos de maquillaje que llevaba en la cara no fue visible mi expresión de pasmo al enterarme de la asquerosa realidad del mundo que me rodeaba. Una vez más, era el último mono en enterarme de cómo funcionaba el entorno por el que me movía.
        Como si la cosa no fuese conmigo, regresé al fotocool para realizar mi trabajo, dejándome fotografiar junto a las demás Draggs y los clientes que lo deseasen. Aunque, a consecuencia de la gran decepción que acaba de llevarme, lo estaba realizando con cierta desgana y muy asqueado (una Dragg Queen con cara de asco… ¡qué gran novedad!).
        Más tarde, casi a las siete, cuando ya estábamos en la cama, le hice a Darío la pregunta del millón: -¿Tú consumes droga?-
        -Desde que estoy contigo no.- Me contestó.
        -¿Antes consumías?- Insistí.
        -Si.- Titubeó. -Desde los doce años… ya sabes que me he relacionado con gente muy indeseable.- Dijo justificándose.
        -No te estoy juzgando.- Contesté intentando ser cordial. -Yo también tuve mis experiencias con éxtasis y cocaína a los veintidós años.-
        -No te imagino a ti colocándote a base de “pastis” en una fiesta.- Dijo Darío riéndose.
        -Si yo te contara como eran las fiestas Acid-Hause de finales de los ochenta y principios de los noventa.- Estaba haciéndome el interesante, aunque ciertamente esas fiestas no tenían absolutamente nada de inocentes: si no tomabas las pastillas de éxtasis de manera voluntaria, acaban metidas en tu bebida sin que lo supieses. De hecho fueron el inicio de la explosión de las drogas de diseño.
        Después de tantas confidencias, con el ventilador enchufado, pues hacia muchísimo calor, nos entregamos (de nuevo) a las caricias y el sexo hasta que nos quedamos dormidos.
        Desperté a las dos y cuarto. Mi chico dormía a pierna suelta a mi lado. Me alcé de la cama sin despertarlo, era domingo y él no trabajaba en la peluquería, así que decidí dejarlo dormir hasta que se hartase. Después de una buena meada, preparé café y abrí una bolsa de madalenas, montándome mi picnic-desayuno en las tumbonas de la terraza, debajo del almendro. Al primer bocado de la tercera madalena escuché a lo lejos el timbre del teléfono. Me levanté de un salto para cogerlo lo antes posible, esperando que Darío no se hubiese despertado. Cuando llegué, mi chico estaba contestando.
        -Es Martin, que se viene para acá para irnos a la playa.- Dijo refunfuñando después de colgar el teléfono, mientras pasaba por mi lado. -¿Hay café? Necesito café si no quiero quedarme completamente dormido en la playa.- Añadió mientras me daba un beso en los labios y se dirigía completamente en pelotas hacia la cocina. -Queda muy poco café. Pongo a hacer una cafetera nueva.- Me gritó mientras se rascaba la cabeza y le daba un bocado a una madalena.
        -También es mala suerte, después de todos estos meses que lleva instalado el teléfono, casi nadie ha llamado y cuando lo hacen, es en el peor momento.- Pensé mientras también me dirigía a la cocina.
        Mientras esperaba a que la cafetera se pusiese a hervir, repase de arriba a abajo a ese rubio desnudo y despeinado que tenía apoyado en la mesa de la cocina. Dejando a un lado su juventud, tenía que reconocer que era verdaderamente bello. Aunque tenía el cuerpo de cualquier joven que no ha destacado en ninguna modalidad atlética, no estaba para nada fofo ni excesivamente delgado. Una fina capa de vello rubio, casi traslucido, solo visible cuando la luz lo hacía brillar, se esparcía por sus brazos y piernas. Su piel dorada por el sol mostraba de vez en cuando algún lunar que se confundía con varias marcas (sin duda había pasado la varicela de niño) y pequeñas cicatrices. Un pequeño bosque de pelo rubio como sus cejas rompía la monotonía de su piel, resaltando sobre una bonita polla sin circuncidar y unos testículos depilados tres días antes (si, y reconozcámoslo de una puñetera vez, los cojones depilados han sido el mayor aporte del cine gay a la sociedad). -¿Que miras?- Dijo Darío con la boca llena de madalena a medio masticar.
        -A ti… ¿No puedo? Me es imposible dejar de mirarte.- Conteste riéndome.
        -Ven.- Dijo extendiendo los brazos para abrazarme. -Tengo hambre, tengo calor y tengo sueño.- Susurró a mi oído.
        -Y además tienes que ponerte un bañador antes de que llegue Martin.- Le dije yo. Nos reímos los dos.
        Mientras esperábamos que el “Alter Ego” de La Sabrosona llegase, nos dio tiempo de desayunar tranquilamente y ponernos la correspondiente capa protectora de crema solar factor sesenta. Cuando llegó Martin, lo primero que me llamó la atención fue el logradísimo peluquín o bisoñé de pelo rizado a juego con el suyo que llevaba. Tenía la sensación de que Darío no se dio cuenta de que mi amigo llevaba el pelo postizo porque siempre lo había visto de Dragg y nunca se sacaba su peluca rizada color caoba de pelo natural.
        Preferí ser discreto y no ponerlo en evidencia ante mi pareja. Me imaginaba que ya debía de ser suficientemente traumática para él la pérdida del cabello, pues necesitaba tener que recurrir a semejantes estrategias para sentirse seguro de sí mismo.
        Cuando llegamos a la playa, nos encontramos que en la zona que normalmente solíamos ocupar, estaba “La Cuca” con un par de camareros del ANARKO. Ni cortos ni perezosos pusimos nuestras toallas cerca de ellos. Estuvimos hablando con los dos camareros mientras Javi estaba dormido, traspuesto o simplemente nos ignoraba, pues tardó casi media hora en girarse y saludar. Cuando vio a Martin su cara se transformó en ira, algo parecido a Úrsula, la bruja mala de “La Sirenita”. Y levantándose de golpe le lanzó una mirada asesina a mi amigo y dijo: -Vosotros haced lo que queráis. Yo me voy, que de golpe esto se ha llenado de muy mala gente.- Acto seguido cogió su toalla, sus chancletas, la bolsa tipo petate y se fue hacia el paseo marítimo.
        Por un momento todos nos quedamos de piedra, sin saber a qué había venido ese arrebato.
        -Tuvimos un rollete hace casi un año. La cosa no acabo muy bien, al menos por su parte por lo que veo.- Se disculpó Martin.
        Después de esta confesión, los dos camareros (supongo que por solidaridad con su encargado), recogieron sus cosas y se fueron tras “LaCuca”. Darío y yo nos miramos sin saber muy bien que hacer. Yo dudaba entre salir corriendo detrás de “La Cuca” para intentar que me explicase ¿qué coño había pasado ahí? o coger a La Sabrosona por el peluquín y hacerle la misma pregunta (solo que a él lo zarandearía un poco). Opté por quedarme y pedirle alguna explicación a Martin.
        Por lo visto, Javi y mi amigo se conocieron cuando, un año y medio antes, el ANARKO cambió de compañía de seguridad. Martin se encargó de sustituir las alarmas y los detectores de movimiento del interior del club. “La Cuca” en ese momento se encargaba de la preparación de barra y la limpieza del local. Por lo visto acabaron liados en lo que se podría definir como “un tórrido romance en horario laboral” (en ese momento me preguntaba cuantos kilos de cocaína hacían falta, para que alguien encontrase atractivo a Javi). Total, que la cosa duró hasta que la policía hizo la redada por drogas en el local y se llevaron de patitas a la cárcel a la mitad de los empleados. Desde ese momento (y siempre según Martin) “La Cuca” no quiso saber nada más de él, acusándolo de la mayoría de sus problemas. Fue en ese momento cuando me acordé de que cuando el ANARKO estuvo cerrado Verónica S3 y Javi se conocieron en el PACHA.
        Llegue a la conclusión que al final todo se reducía al típico: “quien la tiene más gorda” (la raya de cocaína, claro está).
        Ya fuese por la tensión acumulada o porque hacia muchísimo calor, en menos de una hora cada cual estaba en su casa. Era domingo y Darío no trabajaba en la peluquería, así que le propuse de irnos a merendar al paseo marítimo y aprovechar lo que quedaba del día para hacer algo juntos, antes de que lo llevase a trabajar a la discoteca a las nueve.
        -No sabía que La sabrosona fuese calva.- Me dijo mi chico mientras nos sacábamos la sal en la ducha.
        -¿Tanto se le nota?- Pregunté extrañado.
        -¿No te has dado cuenta? Pero si ese peluquín de pelo requemado de muñeca vieja se ve a una legua.- Contestó mientras me enjabonaba la espalda.
        -Pobre.- Pensé. -Tanto esfuerzo por disimular su alopecia y al final resultó que no engañaba a nadie.-


        Posdata:
        Al final acabaran teniendo razón los que dicen que el mundo es un pañuelo. Todos los mocos acaban tocándosE.

        Imagen: Eriko Stark.