martes, 13 de marzo de 2018

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO. (Vacaciones, drogas y metacrilato)

VACACIONES, DROGAS Y METACRILATO.


        A los veinte años, después de irme a vivir a Girona tras mi salida del armario, empecé a tomar lecciones de bellas artes en el Centro Cultural La Mercè. Estudiar arte había sido mi sueño desde la adolescencia, pero el hecho de haber nacido el primogénito en una casa de payes con profundas raíces clavadas en los posos culturales del “hereu català” me había hecho apto solo para un oficio: agricultor.
        Con mí huida hacia adelante, al entrar a trabajar en la multinacional japonesa con un sueldo digno, sin novio y con mucho tiempo para dedicar al arte, me entregué durante todas las tardes de ese 1988, de ocho a diez, a aprender y a perfeccionar todas las técnicas pictóricas posibles, además de escultura y dibujo.
        Como el alumno aventajado que era, los profesores se admiraban con la progresión de mis habilidades técnicas. Y yo, como que me encantaba que me alagasen, me dejaba querer. Más tarde descubrí que los profesores cobraban unos buenos incentivos por cada alumno que se mantuviese en el grupo, así que, el conseguir que los estudiantes de arte estuviesen muy satisfechos con lo que hacían y se creyese un Picasso en potencia formaba parte del proceso educativo.
         Pero dejando a un lado todo eso, algo de buen artista debía de tener porque a los pocos meses de tomar clases, un anticuario me propuso un negocio de esos que se podía hacer en casa en ratitos perdidos. Al principio se trataba de realizar copias al carboncillo de litografías antiguas. Hasta ahí nada de especial. Lo único que hacia este trabajo un poco sospechoso era que los dibujos al carbón debía realizarlos sobre pergaminos y papeles antiguos o envejecidos. Pagaba cinco mil pesetas por cada dibujo, una fortuna, teniendo en cuenta que lo máximo que había conseguido por algo que había dibujado yo, no pasaba de las quinientas pesetas.
        Varios meses después, cuando pudo comprobar mi pericia con los pinceles, me propuso el reto de pintar un fragmento de un pantocrátor románico sobre unas maderas antiguas. Sin duda alguna el anticuario quedaría muy satisfecho del resultado final, porque aparte de pagarme cincuenta mil pesetas, me encargó ocho pinturas más en el mismo estilo.
        Después de eso no volví a saber nada más de él en dos años. Por lo visto ese tiempo lo había dedicado a rehacer su negocio en otra ciudad al sur de España, pues el que tenía en Girona lo tuvo que cerrar por un sórdido problema de falsificaciones. Cuando me lo volví a encontrar, me propuso retomar el tema de pintar fragmentos románicos sobre maderas antiguas. Para entonces yo, aparte de trabajar en la empresa multinacional, compartía los pinceles con una muy mediocre carrera de modelo y ese dinero extra me iba a salvar la vida, pues aún no había empezado a trabajar de camarero.
        Pinté para ese marchante otras quince maderas, que me las pago al mismo precio que las anteriores. -¿Cómo es que tuviste que cerrar el anterior anticuario?- Le pregunte cuando se pasó por mi casa en Girona al recoger las maderas pintadas.
        -Apunte demasiado alto.- Me dijo. –Estas piezas que tú pintas se pueden vender obteniendo un buen beneficio. No dejas nunca claro si son originales o no, así que el cliente no sabe si está pagando demasiado por algo “artístico” o está adquiriendo un verdadero chollo de coleccionista.- Explicó refiriéndose a mis pinturas. -Me metí en un negocio de los de arte en mayúsculas y los iconos bizantinos que intentaba vender a comisión, no pasaron las pruebas de autentificación del museo que pretendía adquirirlos. La policía tomó cartas en el asunto y aunque pude demostrar mi buena fe, el tema transcendió y acabé perdiendo toda la clientela importante de la zona.- Añadió.
        Hasta finales del año 1992, cada cuatro o cinco meses recibía de ese caballero un encargo de entre diez y veinte reproducciones de arte románico sobre madera. Encargos que me ayudaron a solucionar el completo desastre que acabó siendo mi carrera de modelo.
        Pero volvamos a 1995. La noche del sábado veintidós de Julio que, por cierto, era mi primer día de vacaciones en la multinacional japonesa, mientras me estaba transformando en Dragg Issis en los camerinos del PACHA, me vino a la memoria todos los trapicheos en los que había metido en los últimos cinco años. Curiosamente todos tenían que ver de un modo o de otro con el arte, y, aunque muchos estuviesen justo al borde de la ilegalidad, ponían totalmente en cuestión mi moralidad artística. En realidad estaba haciendo todo lo contrario que se supone que hace un creador de arte: en vez de usar todas mis técnicas aprendidas para crear algo único y poderoso con mi estilo propio, me limitaba a hacer cosas en serie que, aunque estaban bien pagadas, me dejaban frio. No sentía ninguna emoción pintando esas maderas viejas, y creo que fue por eso por lo que, cuando cesaron los encargos, guardé los pinceles en una caja, con la idea de no volver a usarlos nunca.
        Era tal la aspersión que sentía por los pinceles que incluso para maquillarme, en vez de brochas, usaba los dedos, imitando el  modo que se esparce la tiza de colores en un dibujo al pastel. Pero incluso siendo mi cara el lienzo, seguía repitiendo una y otra vez la misma obra en tonos azules. -Para que cambiar, si así funciona perfectamente.- Me repetía mentalmente cada vez que me sentía agobiado al volver a ver de nuevo el mismo personaje, repitiendo las mismas canciones y vestidos. Verdaderamente empezaba a necesitar unas vacaciones, pero no de la empresa multinacional, las vacaciones que necesitaba eran de Dragg Issis.
        Esa noche cambié los eternos colores azules por verdes, amarillos y rosas. Ya no quería ser Annie Lennox. Sería Cindy Louper, Madonna, Alanis Morissette o todas juntas. Al ajustarme los plataformones a la funda de poli-piel blanca, descubrí ante mí a la nueva Dragg Issis. De pie delante del espejo del camerino, los nuevos colores de la cara, lejos de paréceme extraños o ridículos, se me presentaban como un equilibrado conjunto que las joyas de metacrilato, con un dificultoso diseño romboidal y rellenas de flores y hojas de plástico del todo a 100, complementaban. Con los postizos blancos, sujetados como una cola de caballo que emergía sobre mi cabeza, al estilo de Madonna en Vogue, dos coladores sin el mango a modo de sujetadores y el bañador plateado estilo culotte, di por finalizada mi transformación.
        -¿Piensas pasearte por toda la zona comercial del municipio y recorrer los pubs vestido solo con dos coladores y un bañador?- Preguntó una sorprendidísima Dragg Essenzia a medio montar.
        -Pues si.- Dije ajustándome un par de larguísimos guantes blancos y mostrándome con todo mi esplendor. -Hace muchísimo calor, y hoy no me apetece nada sudar.-
       -Madre del amor hermoso.- Dijo Martin al verme. -Te pondrás algo encima para salir a la calle ¿no?-
       -Pero que pesados que sois.- Insistí. -Hace calor y quiero ir fresquito.-
        -En efecto… serás la fresca y la salida de la comarca.- Dijo Juan muy preocupado. -Ya sabes que esto no deja de ser un pueblo de los más rancios, y si sales así a la calle acabaran tirándonos piedras.- Añadió. -El modelito, para dentro de la discoteca es genial, pero en la calle cúbrete un poco ¿Vale?-
        Me dejé convencer. Y acabé poniéndome un sari blanco casi transparente de cinco metros de largo, decorado con unos ribetes verdes y amarillos simulando hojas y flores. Muy primaveral todo ello. Al final la tremenda decepción que me había llevado hacía tan solo unas horas, al ver el conjunto de bisutería del que tan orgulloso estaba la noche anterior en esa tienda llamada ELEMENTO TIERRA a unos precios prohibitivos, había servido para que me reciclase completamente, atreviéndome a hacer cosas que unos días atrás mi autoestima habría considerado imposibles.
        Sinceramente, lo de envolverme con el sari para salir a la calle fue una excusa para que se callasen esas gallinácea-draggs. Porque, a la que tuve ocasión, el sari se fue a tomar “pol’culo” y yo empecé a pasearme medio en pelotas por la calle, y claro, como en las mejores noches del año pasado, todos los guiris y el resto del mundo me pedían una foto con ellos, excluyendo la mayoría de las veces a La Sabrosona y a Dragg Essenzia. A juzgar por la cara de mala leche que ponían mis compañeros, la nueva Dragg Issis amenazaba con hacer añicos la tranquila convivencia de la que habíamos disfrutado entre las divas los últimos meses.
        Ya en el PACHA, después de una (bastante mediocre) interpretación del “Express Yourself” de Madonna y “You Oughta Know” de Alanis Morissette, me dediqué a dejarme querer por la cámara del fotocool (esa noche todo el mundo quería fotos conmigo). A eso de las cuatro y media, mientras María me mostraba su pericia como coctelera preparándome una de sus últimas novedades a nivel de combinados, se me acercó Margarita Martínez, si, la propietaria o gerente de la boutique ELEMENTO TIERRA. -Te doy esto por tus joyas.- Me dijo al oído mostrándome unos billetes doblados.
        -Es tu decisión.- Le dije mientras me sacaba el colgante, los pendientes, el brazalete y el voluminoso anillo.
        -Vaya… ¿no tendré que esperar a que acabe la sesión?- Preguntó extrañada.
        -No preguntes.- Le dije muy serio. -Estoy haciendo un acto de liberación espiritual.-
        -Espero que esa liberación espiritual no implique el abandono de la creación de joyas.- Dijo la mujer un poco contrariada. -Porque en veinticuatro horas, con tu producto, he obtenido un beneficio de cuarenta mil pesetas y, sinceramente, me gustaría poder explotar tus creaciones durante muchísimo más tiempo.- Tardé el tiempo de verla desaparecer por la puerta de acceso a la discoteca con mis joyas en la mano, para procesar lo que acababa de suceder.
        -Esto… ¿me puedes aclarar de que iba esa tía?- Me dijo María con una copa del coctel de su última creación en la mano, esperando que brindase con ella.
        -Acabo de descubrir que no soy un mal artista… el único problema que tengo es que no me sé vender en los circuitos adecuados.- Dije como si acabase de tener una revelación divina.
        -Oye… Tú no te estarás metiendo la mierda que está vendiendo Irene ¿no?- Dijo muy preocupada mi amiga, convencida de que sin duda, mis desvaríos eran producto de alguna sustancia digamos… ilegal. Sus palabras sonaron en mi cabeza como el frenazo de un coche que circula a doscientos por hora.
        -¿Irene es traficante?- Pregunté escandalizado.
        -Baja la voz.- Me increpó María mirándome con ojos como platos. -De este tema solo se puede hablar en voz baja, nadie quiere tener problemas con esa gente.-
        -¿Que gente? ¿Cuántos hay que venden mierda aquí?- Pregunté muy molesto.
        -Oye, pregunta a tu chico, él sabe más del tema de lo que puedo saber yo.- Contestó zanjando el tema. Me tomé la copa con el combinado de frutas y licores y con cierto regusto a decepción regresé al fotocool.
        Esa madrugada no desayunamos en el Bar Paco con los demás compañeros, cuando Darío terminó de recomponer la barra de Tatiana nos fuimos directos a casa sin tan siquiera despedirnos. Estuve de morros todo el camino hasta Palamós. Mi chico, sentado en el asiento del copiloto, me miraba con la expresión de alguien al que lo han pillado infraganti y no tiene muy claro hasta donde tiene conocimiento de causa el contrario.
        Cuando nos metimos en la cama aun no le había dirigido la palabra. -Me niego a ponerme en la cama a dormir estando de morros.- Dijo Darío esperando alguna explicación por mi parte.
        -¿Vas a comisión con Irene?- Pregunté muy molesto.
        -¿De qué mierda me estás hablando?- Contestó mucho más molesto que yo.
        -Dímelo tú.- Dije. -Hoy me he enterado de que Irene es traficante y al pedir explicaciones me han dicho que te pregunte a ti.-
        -Ya te dije que ni consumo ni me dedico al tráfico de drogas.- Su tono empezaba a ser de verdadero cabreo. -Enhorabuena… por fin has descubierto a uno de los traficantes del local. Ahora ya sabes lo que todo el mundo sabe.- Me gritó. -Tengo que trabajar con ella mientras dedica la mitad del tiempo a su negocio, en vez de atender su trabajo de camarera en la barra-
        -Entiendo, quieres decir que desde que la tienes de compañera tienes el doble de trabajo.- Le dije. -Pero. ¿Por qué no te has quejado a Markus? Su trabajo es solucionar estas cosas.-
        -Esto es lo que más me molesta de ti, cariño. No te enteras absolutamente de nada.- Sentenció Darío. -Todos los traficantes trabajan para Markus.-
        -Pe… perdona… me estás diciendo que Markus es el gran camello de la zona.-  Dije completamente contrariado.
        -Irene, Bea la del guardarropía, la mitad de los vigilantes, Dragg Essenzia, incluso los recogedores de vasos venden la mierda que Markus les pasa.- Dijo mientras yo me estaba volviendo de pasta de moniato al oírlo. -Además, tu amigo La Sabrosona, lleva tres semanas haciéndole la rosca al jefe de seguridad, sin duda está buscando su parte del pastel.-
        Ahora lo entendía todo. Por eso Martin y Juan no querían que llamase la atención correteando medio desnudo por el municipio, mis compañeros no querían que me pusiese a llamar la atención como si fuese excesivamente colocado (porque reconozcámoslo, para salir por la calle como salí yo esa noche, por muy verano que fuese, tendría que haber llevado en el cuerpo algo más que alcohol). Aunque yo lo hiciese por mis propios motivos y circunstancias, a los ojos del mundo y sobretodo de mis Draggs-compañeras, las estaba poniendo en evidencia del lucrativo negocio que tenían entre manos.
        -¡Mierda!... ¿y ahora que tenemos que hacer?- Pregunté preocupado.
        -Pues lo mismo que hacemos todos los que no queremos estar dentro de esa historia: fingir que no nos enteramos de nada.- Dijo Darío. -Además, ellos están convencidos de que tú tampoco te enteras de nada, y la prueba está en el modelito que te has puesto hoy… que por cierto estabas genial. Por lo que sé, a ti te temen. Tienen miedo de lo que puedes hacer si te enteras de lo que ya sabes. Están convencidos de que iras a la policía.-
        -¿Tan gilipollas me creen?- Dije molesto.
        -Te creen honesto. Así que, si no los piensas denunciar, finge que no te enteras de nada y no te cortes ni un pelo con los modelitos este verano, que hoy estabas genial. ¡Ah! y un buen consejo: cierra siempre con llave tu caja de maquillaje y el petate de las cosas de Dragg Issis.- Resolvió Darío mientras me abrazaba y me besaba en los labios.



        Posdata:
        En ese momento entendí por qué Martin venia transformado en La Sabrosona desde casa. Lo último que quería mi amigo era que le incriminasen escondiendo droga entre sus cosas.

        Imagen: Erico Stark