domingo, 8 de octubre de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO.10 (Semana Santa, Álvaro y veintinueve días después)

SEMANA SANTA, ÁLVARO Y VEINTINUEVE DIAS DESPUES.

       Solía ser habitual en las academias de peluquería que, a los alumnos del último curso se les ofreciese la posibilidad durante el segundo semestre, de realizar prácticas en las peluquerías que constaban en los registros de la escuela para tal fin. Esas prácticas solían estar mal pagadas (en el caso de recibir alguna remuneración). Y como actividad, era considerado por los alumnos más un engorro que un paso previo a la integración en el mundo laboral.
        Por su parte, los propietarios y empresarios colaboraban de mala gana, más que nada por no hacerle un feo a la administración laboral, ofreciendo a los estudiantes prácticas de barrer pelo, limpiar utillajes, o en caso de tener mucha suerte podían empezar a lavar algunas cabezas si lo hacían bien. Ya que la realidad era muy simple: había miles de peluquerías en cada municipio y lo último que deseaban los propietarios era que una manada de nuevos peluqueros salidos de la academia, incrementase la ya de por si excesiva la oferta del mercado.
        Darío había tenido suerte, empezado las prácticas en un local llamado RIÇÇO’S, una céntrica peluquería con más fama que clientes. La propietaria triunfó durante la época de los setenta y ochenta a base de cardados imposibles y las famosas permanentes y moldeados de pelo frito, pero con la entrada en el municipio de las peluquerías tipo franquicia con nombres muy televisivos y peinados excesivamente estilizados se quedó con lo que tenía: la clientela de los años setenta y ochenta. Era la típica peluquería de cuarentonas y viejas, pero como tenía el local en propiedad y casi todo el negocio lo hacía en caja B, le iba de maravilla.
        Mi chico estaba encantado, porque a diferencia de las demás peluquerías, Josefina, la propietaria, les permitía a los becarios hacer todos los trabajos de peluquero. Todos menos cortar pelo, que se lo reservaba siempre y en exclusiva para ella. Así que se pasaba las tardes aplicando tintes, lavando cabezas, colocando rizos para permanentes, secando pelo y peinando. Gracias a eso la propietaria se ahorraba las nóminas de una o dos operarias y tenía a los chavales contentos porque hacían prácticas reales.
        Ese era el motivo por el que cuando llegué casa, aterrorizado por haberme encontrado el enorme fajo de billetes dentro el paquete que el Sr. Hikaru Yamahaka había escondido para mí, dentro el cajón secreto de la urna de la muñeca de porcelana que me guardaban en custodia en la empresa multinacional japonesa, Darío no estaba.
        Después de cerrar la puerta a cal y canto me sentí seguro. Corrí a la habitación de invitados, moví el pesado armario ropero y con un cuchillo retire con cuidado la baldosa suelta que ocultaba un agujero de unos quince centímetros de profundidad. Retiré de su interior la bolsa de plástico grueso rellena de arroz, donde guardaba los sobres con el dinero que ahorraba de mi trabajo en el PACHA. El cobrar de caja B tenía ese inconveniente: en la libreta del banco solo podía tener el dinero que me ingresaban de la nómina de la fábrica. Porque a la hora de hacer la declaración de la renta, a la que resultase que tenías más dinero en el banco del que la empresa había declarado, te encontrabas con un inspector de hacienda llamando a tu puerta y eso era malo, muy malo. Todo eso lo sabía porque ya había tenido una muy desagradable experiencia con la avidez impositiva de Hacienda. Y sinceramente, estoy de acuerdo en eso que dicen que el dinero de los impuestos sirve para pagar las escuelas y los hospitales, pero también para retribuir a millones de ladrones que metían y meten la mano de manera descarada en los presupuestos municipales, comarcales y nacionales, así que consideraba que pagando la mitad ya cumplía con mi parte social y no tenía por qué subvencionar a los políticos corruptos y chorizos varios.
        Ese dinero lo usaba para los gastos del día a día y todo lo que se podía pagar sin necesidad de factura.
        No sabía a qué hora regresaría Darío, así que me apresuré en contar los fajos de billetes. Hice sitio entre el arroz y guardé los cuarenta mil dólares del paquete en la bolsa, debajo del ladrillo. Hice mis cuentas y me pareció una burrada de dinero, excesivo… incluso tratándose de Hikaru. Después de colocar de nuevo el armario ropero en su sitio y limpiar la zona para que no se notase que se había movido, me relajé tomando un capuchino.
        Ahora me preguntareis: -¿Y el arroz, a qué demonios viene?- El arroz era el mayor de los secretos que aprendí conviviendo con una camarera cocainómana. Ella lo utilizaba para que la humedad no le echara a perder su alijo de cocaína, guardando la farlopa en la cocina dentro del bote del arroz. Cosa que me proporcionó alguno de los momentos más surrealistas de la época que estuve conviviendo con ella en Girona, al encontrarme pequeños paquetitos sellados cada vez que preparaba una paella. Ese método resultó ser la mejor solución para que el dinero no se quedase lleno de moho a los cuatro días de tenerlo escondido dentro de la bolsa, a consecuencia del tremendo problema de humedades que tenía en invierno en esa casa.
        Darío regresó a las ocho y media. Estaba entusiasmado: en su primer día trabajando con Josefina había preparado una permanente y siete tintes sin que la dueña le tuviese que corregir nada.
        -¿Cuantos sois en la peluquería?- Le pregunté.
        -Con la dueña cinco.- Me dijo.
        -¿Y a los demás les corrige si lo hacen mal?- Insistí.
        -Si la cagan, claro que los corrige.- Dijo un poco molesto por mi insistencia. -A ver, soy bueno en lo que hago, y si no lo tengo claro, propongo que lo haga otro becario que sepa más que yo.-
        -Jejejjeje.- Me reí. -Solo quería saber si la dueña era objetiva o simplemente buscaba empleados baratos.-
        -Bueno… suele contratar durante un año o dos a los mejores peluqueros de cada promoción.- Dijo Darío dejándome claro que lo que perseguía era ser uno de esos contratados. Aunque el hecho de haberse apuntado a hacer prácticas en el último momento, cuando solo quedaban dos meses para terminar el curso, me daba la sensación de que le restaría puntos ante la jefa.
        Acto seguido nos pusimos a preparar la cena. Mientras preparaba unos espagueti a la carbonara, miraba de reojo la mochila que contenía la carta y el otro paquete más pequeño, pensando en la conveniencia o no de mostrárselos a Darío. Decidí, creo que con acierto, que primero chequearía lo que contenía el otro paquete y después, si lo consideraba apropiado, le comentaría el tema a mi pareja.
        A la mañana siguiente, antes de entrar en el complejo de fabricación, me paré en el bordillo de la calle y abrí el segundo paquete. Contenía unas veinte fotos en las que aparecíamos Hikaru y yo en el hotel y en los locales que recorrimos por Barcelona. Las volví a meter en la mochila y guardé la carta escrita en inglés en el bolsillo de la chaqueta, procediendo a entrar a la zona de parking de la fábrica. Después de aparcar en alguna zona cubierta por alguna de las cámaras de seguridad corrí a prepararme para tomar el café de rigor con las mosqueteras.
        Dediqué todos los minutos libres que tuve ese día a intentar traducir la carta, llegando a la conclusión de que mi nivel de lectura en ingles era muchísimo más bajo de lo que creía, tendría que hacerlo en casa con la ayuda del diccionario. Aunque las mosqueteras me miraban extrañadas mientras intentaba leer el texto de la carta, ninguna de ellas me hizo ningún comentario al respecto.
        Por la tarde, a eso de las cuatro, apareció Álvaro en mi sección. Muy amablemente le pidió a María que nos dejase solos. Mi compañera al salir volvió a canturrear la cancioncita de marras: -Dos semanas, dos semanas… no tardaran ni dos semanas…- Mientras, yo me miraba extrañado al jefe pelirrojo.
        -Creo que no he sido justo contigo.- Me dijo con tono afligido. -Te mereces al menos una explicación de lo que está pasando.-
        -Oye, no hace falta que me expliques nada. Yo ya he asumido lo que ha sucedido y sigo con mi vida adelante.- Le respondí cortándolo en seco. Sinceramente no me apetecía lo más mínimo tener esa conversación.
        -Podrías callarte diez minutos.- Sentenció. -No tienes ni idea de lo molesto que resulta esta manía tuya de querer decir siempre la última palabra.- Añadió mientras yo decidía cerrar mi bocaza. -Los diez días que estuvimos en Japón, Klaus intentó negociar con los directivos de la casa madre la adjudicación de nuevos productos para fabricar en nuestra franquicia. Descubrió entonces que el nuevo hombre fuerte de la compañía, un tal Sr. Semaho, tenía planeado con anterioridad al informe del Sr. Yamahaka el desmantelamiento de varios centros de producción en Europa, reubicando toda la producción en los complejos más eficientes logísticamente hablando. Sinceramente, el ensañarse con nuestra empresa no estaba en sus planes hasta que tu amante demostró interés por ella. Ese informe le sirvió de excusa para presionar a Klaus-Hiro, al que le ha sido imposible defender nuestra empresa, de la cual él ahora se siente responsable.- Dijo Álvaro sin pestañear. -En realidad, se espera desde El Consejo de Dirección de la Casa Madre del Japón que esta fábrica quede clausurada para el mayo del año que viene.- En ese momento una ola de terror invadió todo mi cuerpo. -Klaus ha aceptado las durísimas condiciones que le ha impuesto el Sr. Semaho para conseguir que la clausura de la empresa sea más progresiva y en vez de hacerse en un año se hará en tres. Esperando conseguir tener más tiempo para poder negociar en el futuro. Eso no evitará que entre diciembre y abril el treinta por ciento de los empleados se vaya de patitas a la calle.-
        -No me atrevo a preguntarte cuales eran las condiciones que ha aceptado Klaus.- Le dije a mi expareja, muy afectado por las revelaciones que me estaba confesando.
        -Las conoces bien.- Dijo Álvaro. -Ha tenido que casarse con Sayaka Semaho, una maldita niña malcriada y consentida capaz de amargarle la existencia a cualquier persona mínimamente cuerda.- Injurió, dejándome claro que no sentía ningún aprecio por esa mujer. -Esa chica lo primero que impuso fue mi desaparición de Tokio.-
        -¡Por dios! ¿No te agredirían?- Le pregunté preocupado.
        -No. Estate tranquilo. Sayaka considera Europa como una región subdesarrollada y no aceptaría venir a vivir a Barcelona bajo ningún concepto y mucho menos a una provincia tan rural como Girona. Sabe que su familia en este momento ostenta el poder económico de la multinacional y se lo hace valer a su marido. En cuanto a Klaus… cuanto más lejos está de ella más tranquilo se siente.- Álvaro parecía relajarse. -El Sr. Semaho ahora está satisfecho. Al controlar las acciones que ha heredado Klaus, controla el sesenta por ciento de la compañía multinacional. Lo que viene a ser el equivalente a comportarse como el dueño y señor.-
        -Oye… Lamento que todo haya acabado así.- Dije muy afectado.
        -Ahora viene lo bueno.- Dijo sonriendo. -¿Sabes lo que contenían exactamente las dos libretas que le diste a Klaus-Hiro?- Preguntó.
        -La que pude leer parecían una especie de últimas voluntades de su padre.- Dije.
        -Sí, esa contenía eso, pero la realmente importante era la otra, la que estaba escrita en japonés. Consistía en una relación detallada de todos los trapos sucios y porquería legal de todos y cada uno de los directivos de la compañía. Era lo que el Sr. Yamahaka había utilizado desde hacía muchos años para tener a raya y totalmente controlados a los miembros del consejo de administración.- Álvaro se relamía de satisfacción. -Contenía jugosas informaciones de tipo penal y moral sobre la persona del Sr. Semaho que, de hacerse públicas podrían hacer que acabase con sus huesos en la cárcel.-
        -Vaya, pues me alegro de haberos sido útil.- Le dije sonriendo.
        -Klaus ha regresado esta tarde a Japón, tiene una guerra que librar, y ahora tiene armas y los aliados necesarios que sin duda necesitará para ganarla.- El hombre pelirrojo que tenía delante destilaba esperanza por todos los poros de su piel. Y eso era evidente en su rostro, habían desaparecido de su cara gran parte de las arrugas que lo envejecían, mostrando ahora de nuevo una imagen más que jovial.
        -Por cierto, te agradezco que te preocupes por mí, más teniendo en cuenta lo mal que te lo hice pasar en nuestra separación.- Dijo mientras se dirigía a la salida y yo me lo miraba con cara de póker. -Klaus me contó lo que le dijiste en la sala de reuniones.- Yo lo miraba con los ojos como platos. Podría ser que todo lo que me había imaginado sobre la relación que mantenían esos dos estuviese equivocado. Y la base de su relación no era la dependencia y la sumisión sino más bien la complicidad y el respeto mutuo.
        Al poco de salir Álvaro, regresó María. Estaba eufórica. -Tres cuartos de hora… llevabais tres cuartos de hora hablándoos sin gritaros. Voy a ganar la apuesta.- Dijo entusiasmada. Mientras, yo me reía y la dejaba con la duda de lo que realmente había sucedido en ese almacén.
        A las cinco y diez, mientras regresaba a Palamós, un sentimiento extraño bailaba en mi cabeza. Por un lado me complacía en la satisfacción de haber hecho lo correcto entregando el legado de Hikaru a su legítimo heredero, no sabía muy bien porque, pero estaba convencido de que con esa acción se podría salvaguardar la empresa y todos los empleos que proporcionaba, aunque fuese a costa de usar la extorsión y el chantaje para lograrlo… -¿Quien dijo que verdaderamente había nobleza e integridad en la victoria?... ¡La victoria se conquista!... al precio que sea.- Eso lo dicen todos los generales que recuerda la historia, porque los que no consiguieron el triunfo, en el mejor de los casos, fueron olvidados.
        Otro sentimiento que también me invadía, del cual no me sentía tan orgulloso, era mi reticencia a aceptar que Álvaro y Klaus pudiesen disfrutar de una relación amorosa razonablemente sana. Si, aun sentía cierto resentimiento hacia mi expareja y solo podía aceptar su perdida si la veía desde una óptica en la que nadie más, excepto yo, podría hacerlo feliz. Aun tendría que trabajar muchísimo en mi autoestima para superar ese trance.
        Esa tarde, mientras esperaba a que Darío terminase su jornada laboral en la peluquería, volví a montar el kit de traducción en la mesa del comedor. Me llevó tres días el traducir la carta y el mensaje que contenía me dejó de piedra.


        Posdata:
        Si el espacio de tiempo que dedicamos a odiar a quien nos ha dañado, lo dedicásemos a recuperarnos de la herida que nos han infringido en el alma, nos quedaría el resto de la vida para disfrutarla. Aunque, admitámoslo, hay heridas del alma que jamás cicatrizan.


Imagen: Eriko Stark






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