No sé muy bien cómo debo empezar esta
carta. La verdad es que no estoy acostumbrado a escribir este tipo de misivas.
Normalmente redacto informes a mis secretarios, pero este mensaje es demasiado
personal para permitir que otra persona lo escriba por mí. Así que te pido
disculpas por adelantado por los errores que pueda cometer en la redacción y
espero poder plasmar exactamente cuáles son mis sentimientos e intenciones.
Hoy es siete de enero de 1995. Esta
mañana el maestro Akira Hukame, cumpliendo el plazo prometido, me ha entregado
las dos piezas de porcelana que le pedí hace una semana. Son unas esculturas de
una exquisita perfección y el trabajo de bordado que han realizado en el kimono
es sublime. He colocado una de las muñecas de porcelana en un lugar especial en
el porche de mi casa de Kioto. Recibe una luz indirecta durante todo el día y
he colocado a su alrededor los doce bonsáis que he cuidado en los últimos
veinticinco años. Cuando la nostalgia me invade, su presencia me reconforta y
me recuerda que aún hay esperanza. La otra muñeca de porcelana, como ya habrás
descubierto, era para ti.
Pienso en ti constantemente, mi bello
y joven artista. Creía que el tomar consciencia de haberte humillado y
maltratado en mi despedida, haría que me fuese más fácil el pasar página y
olvidarte. Pero el resultado ha sido el contrario del que esperaba… me siento
culpable, ruin y mezquino. Solo puedo pensar en el daño que te he provocado y
en como compensarlo.
Es irónico, ya me había convencido de
regresar a España para recuperarte, de hecho ya estaba preparando mi viaje de
retorno, cuando el Doctor Ukemawa me ha informado de que me quedan pocos meses
de vida. Y aun así, solo puedo pensar en que desearía pasar el poco tiempo que
me queda a tu lado. Pero entonces me calmo y pienso que sería muy injusto
transformarte en el enfermero de un moribundo. Realmente deseo que me recuerdes
tal y como éramos en estas fotos que te envío, felices y deseosos el uno del
otro, no como lo que empiezo a ser en este momento: la sombra de aquel hombre
poderoso que fui.
Es mi deseo informarte de lo que
sucederá en el futuro más próximo en vuestra empresa. Es justo que lo sepas y
así podrás entender por qué estoy actuando como lo estoy haciendo.
Mi inmolación como Directivo del
Consejo de Ejecutivo de la Casa Madre, debería traer como consecuencia una
larga época de estabilidad en la filial de nuestra empresa en España, de la
mano de mi hijo Klaus-Hiro. Él todavía no sabe que está destinado a controlar
esta gran multinacional en un futuro próximo. Tiene la preparación necesaria
para ser un gran Director General, pero todavía no entiende cual es la esencia
que se esconde en el alma del consorcio empresarial. Sin duda tendrá curiosidad
por conocerte. De hecho lo he preparado todo para que tenga la necesidad de
conocerte. Si ejerces en él solo una pequeña parte de la influencia que me has
realizado a mí, sin duda alguna empezará a desear amar a esta empresa.
Puede que al principio la situación sea
turbulenta: mis enemigos en el consejo de administración se envalentonaran con
mi desaparición, mostrándose tal y como son en realidad al estar convencidos
que mi hijo es débil de espíritu. Sus agresiones sin duda harán a Klaus-Hiro
más fuerte, para que así aprenda a usar las armas que he dispuesto que le
lleguen a sus manos de manera progresiva.
Una vez se concluya mi plan, se podrá
garantizar un periodo de tranquilidad en vuestra empresa de entre cinco y ocho
años. Porque, y eso me rompe por dentro el alma, tus esfuerzos por salvar la
empresa en la que trabajas solo permitirán darle una bocanada de aire y un poco
de tiempo. Eso es así porque la viabilidad del planteamiento productivo de la
fábrica de Girona es completamente obsoleto a largo plazo.
La base de los beneficios de esa
factoría, y que tan buenos resultados ha dado en los últimos veinte años, es
una combinación de mano de obra relativamente económica junto con unos
materiales asequibles y a bajo precio. Eso nos ha servido para introducirnos en
un mercado que imponía grandes aranceles a los productos fabricados fuera de la
Unión Europea. Podíamos así contentar a un público que pedía productos
voluminosos, tecnológicos y de cierta calidad en la manufactura sin tener que
importarlos de los países que realmente podían producirlos a unos precios
verdaderamente bajos.
En el futuro más próximo, la tendencia
del mercado llevará a la desaparición de los aranceles de importación y
acabarán por imponerse los productos altamente tecnológicos y con formatos muy
pequeños y ligeros, que permitirán un fácil transporte. Es en este punto donde
los sistemas de producción de vuestra empresa fallan por completo. Los
directivos, no han invertido ni un céntimo en reconvertir la empresa en un
modelo de fabricación de productos de alta gama y digitales. Están anclados en
un modo de producción basado en el potencial humano, renunciando a la
utilización de robots de alta tecnología aplicados a la producción.
Esa carencia hará que en pocos años
vuestros sistemas de producción sean totalmente obsoletos y no puedan competir
con la oferta de mano de obra muchísimo más barata de otros países con
economías emergentes.
En previsión de lo que sin duda alguna
sucederá, incluyo dinero suficiente para que puedas rehacer tu vida cuando el
inevitable final de la empresa suceda. No es justo que después de lo que te has
expuesto para luchar por nuestra empresa la única recompensa que recibas sea
una carta de despido. Invierte bien ese dinero para que te asegure un futuro
próspero. Por mi parte me despido convencido de que he hecho todo lo que estaba
en mi mano para protegerte. Te deseo toda la felicidad y prosperidad del mundo.
Hikaru Yamahaka.
Después de leer la carta quedé
totalmente abatido. No entendía nada, se suponía que habíamos ganado los
buenos: Klaus tenía todo lo necesario para poner de rodillas a todos los
directivos del Japón y aun y así eso no sería suficiente para que la empresa
sobreviviese más allá de ocho años… -No
era justo.-
Me senté en el sofá mirando a mí
alrededor, intentando imaginarme a que se refería Hikaru cuando hablaba de los
productos altamente tecnológicos. Para mí en ese momento la alta tecnología era
sin ninguna duda el reproductor de video y el televisor de cuarenta pulgadas
con sonido envolvente, que podía conectarlos con el enorme equipo de música de
módulos independientes con Compac Disk, amplificador, ecualizador, grandes
altavoces de madera lacada, doble platina de cassete, y tocadiscos de
discoteca.
Él no va más de la tecnología a la que
había tenido acceso en ese momento, en mis posibilidades económicas, era la
antena parabólica que me había hecho instalar, dirigida al satélite ASTRA y que
usaba para ver y grabar el único canal gratuito al que podía acceder: la MTV.
Otra de las filigranas tecnológicas que veía venir con fuerza eran los
teléfonos móviles, pero en ese momento no le veía una utilidad real, aparte de
seguir como un borrego a la moda tal y como hacían la mayoría de los “Pijos”
del momento.
En ese momento me parecía imposible que
los ordenadores saliesen de las oficinas o talleres y entrasen como un
electrodoméstico más en todas las casas y escuelas. La palabra internet tan
solo aparecía en los comics, novelas y películas de ciencia ficción americanas,
donde algunos privilegiados y empresas ya empezaban a usarlo. Pero en mi mundo
real de 1995 lo único que conocíamos de esas complicadas tecnologías eran los
E-Mails que enviaban desde Japón a los directivos de la empresa y,
sinceramente, nos parecían extraños y ciertamente irreales.
Como comprenderéis, la idea de
televisores planos, sonidos envolventes con altavoces mínimos, y todas las
características de video, sonido, fotos y archivos de datos concentrados en un
PC o un teléfono móvil me sonaban más a Star Trek que a productos de centro
comercial (tal y como lo entendemos ahora).
Ante el gran desconcierto que tenía en
ese momento solo me quedó clara una cosa: A la fábrica le quedaba tan solo
cinco años de vida.
Quería pensar que el disponer de esa
información me daba alguna ventaja sobre el resto del mundo, pero de golpe el
terror invadió mi mente. Llevaba varios años deseando que me echasen a la calle
para poder cobrar el subsidio de desempleo y poder acabar mis estudios de arte,
pero en el momento en que tuve la certeza de que eso sucedería con una fecha
límite, empecé a cuestionarme todos mis planes mientras una terrible ola de
inseguridad invadía todos los poros de mi cuerpo. -¿Qué había cambiado para que yo reaccionase de ese modo? si yo siempre
había estado bastante seguro de mí mismo en ese aspecto.- Sin duda alguna
mi relación con el Sr. Hikaru Yamahaka había tenido algo que ver en este cambio
de actitud.
Para poder entender un poco todo lo que
me contaba mi examante en la carta, durante varios días dedique cierto tiempo a
investigar algunas de las cadenas auxiliares, concretamente las que se
dedicaban a terminar de montar las placas de circuitos integrados de los
equipos electrónicos que fabricábamos en la empresa. Conocía bien el
departamento, durante varios años me había encargado del proceso inicial de esa
sección, estando al cuidado de las insertadoras automáticas de componentes. Esas
máquinas, aunque muy sofisticadas, no dejaban de ser verdaderas antiguallas que
básicamente colocaban puentes (algo parecido a grapas), resistencias, diodos y
bobinas, vamos las piezas más simples y voluminosas de las placas.
Al observar a las chicas que insertaban
los chips y circuitos integrados entendí a qué se refería Hikaru cuando hablaba
de la obsolescencia de nuestra empresa. Los chips solían ser pequeñas piezas
muy delicadas de entre medio y dos centímetros, con infinidad de patitas metálicas
que tenían una posición muy determinada en la placa. Era muy complicado
colocarlas correctamente y a eso se le añadía el que las patitas metálicas muy
a menudo se doblaban o no entraban en su posición correcta, error que provocaba
que todo el aparato no funcionase correctamente. Fue en ese momento que me vino
a la mente una escena de la película “Acoso”, con Demi Moore y Michael Douglas
como protagonistas, en esa escena el personaje protagonizado por Demi Moore se
paseaba por una cadena de montaje similar a las que teníamos en la empresa,
donde unas mujeres vestidas con el típico sari indio y largas melenas trenzadas
intentaban colocar de manera muy complicada y a mano, unos chips muy parecidos
a los que usábamos nosotros. Esa escena servía para demostrar la inocencia del
protagonista, pues sus órdenes habían sido que esos chips de alta tecnología
debían de ser colocados de manera automática y en atmosferas muy controladas,
cuando en realidad se colocaban del mismo modo que hacíamos nosotros: a apretones
y manualmente.
En ese momento me di cuenta de que la
empresa no dejaba de ser un mega taller donde solo colocábamos tornillos y
ensamblábamos piezas muchísimo más sofisticas que en realidad se fabricaban en
Japón, China o el Reino Unido. Las únicas piezas originales que se realizaban
en la zona eran algunas cajas de madera, piezas de plástico, embalajes y poca
cosa más... Algo me decía que se seguirían produciendo aquí hasta que desde el
gobierno se endureciesen las normativas de protección del medio ambiente.
Ante semejante panorama llegué a la
conclusión de que debería tener una charla con Klaus-Hiro y pedirle
explicaciones sobre lo que Hikaru contaba en la carta. Aunque no le mostraría
la carta original, sino la traducida por mí, obviando la parte que hablaba de
los cuarenta mil dólares, se trataba de ser honesto, pero no tanto.
Estábamos a veintidós de mayo y el
verano ya nos llamaba desde el otro lado de la calle. Darío en menos de media
hora llegaría de las prácticas de trabajo en la peluquería RIÇÇO’S y yo me
preguntaba sobre la conveniencia o no de contarle todo lo que había descubierto
en el mensaje póstumo de mi examante a mi actual pareja. -Ya se lo contaré otro día, cuando tenga las ideas más claras.-
Pensé. Y empecé a recoger los trastos de la mesa del comedor.
Posdata:
Dicen que la realidad siempre supera a
la ficción: Para muestra un botón.
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