martes, 7 de marzo de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Toros sementales, marisco y antihistamínicos)

TOROS SEMENTALES, MARISCO Y ANTIHISTAMÍNICOS.


        Durante los casi veinte años que viví y trabajé en la granja familiar, fui testigo de la selección de raza que practicaron durante todo ese tiempo mis padres con el ganado bovino. Podría decirse que la granja empezó con las cinco vacas que había heredado de los inicios históricos tradicionales de la familia (que se remontaban a muchísimas generaciones atrás). A estos cinco animales primigenios se le sumaron ocho terneras de raza frisona (las típicas vacas de manchas negras y blancas) que desde el Departamento de Agricultura ofrecían a bajo coste a los ganaderos jóvenes que deseaban crecer según los nuevos prototipos de explotaciones agrícolas que se pretendían crear a semejanza de las que ya funcionaban en el norte de Europa y en Estados Unidos.
        La idea que tenía en mente mi padre, eran dos recintos cerrados de unos quinientos metros cuadrados, donde unas cincuenta vacas campasen a sus anchas, y a los que dedicó los beneficios que había conseguido al ser uno de los primeros agricultores de la zona en plantar manzanos de manera intensiva. De hecho, el lucrativo negocio de la fruta duró poco, pues a los cinco años todo el mundo en los alrededores plantaba manzanos de manera intensiva, hundiendo el mercado y los precios (tristemente, esta podría ser la definición de la mayoría de los negocios que se han hecho en la zona desde entonces).
        Recuerdo, a mis cuatro o cinco años, mientras construían el recinto, que cuando me paseaba por entre las obras me sorprendían esas enormes columnas que se levantaban hacia el cielo. En realidad median unos tres o cuatro metros, pero claro yo era un retaco de sesenta centímetros fácilmente impresionable. Otra cosa que también me viene a la memoria eran los montones de arena en los que solía jugar haciendo túneles y derrumbándolos como si yo fuese un gran monstruo que destruía el mundo.
        Me voy por las ramas. A lo que iba. Al terminarse el recinto, mis padres pusieron en su interior a las quince vacas que ya teníamos por entonces y que hasta ese momento habían estado atadas por una cadena de un metro al establo interior. Recuerdo que eran como niños que acaban de descubrir un gran jardín donde jugar, pues saltaban y corrían la mar de felices disfrutando de la libertad que suponía el tener mucho más que un metro de movimientos. Ese día se estrenó también el nuevo sistema de ordeño por compresión invertida. Toda una revolución.
        Hasta ese momento, en casa no teníamos toro semental, lo que se hacía era coger la vaca cuando estaba en celo y llevarla paseando hasta la casa de un vecino que tuviese un semental, para que se la inseminase (vamos, para que el toro se la follara). Recuerdo que para tal trabajo cobraban veinticinco pesetas. Fue en este contexto que mi padre decidió tener toro semental propio. Guardamos un ternero de una vaca de producía muchísima leche y a los ocho o nueve meses empezó a intentar follarse todo lo que meneaba. Me llamó la atención, porque fue justo en ese momento cuando vino un señor a casa y le puso en la nariz algo parecido a los piercings actuales, y así, desde ese momento, el toro de casa lucía con una gran anilla en el morro.
        La enorme anilla de la nariz, además de darle un aspecto estético de lo más sobrio, tenía una función disuasoria muy importante. Cuando mi padre sacaba el semental para que se follase a alguna de las vacas que estaban en celo, en vez de ponerle los típicos cabestros de cuerda que se ponían en las cabezas de las hembras, lo sacaba con un triste cordel de dos o tres metros anudado en la anilla, comportándose el enorme animal como un dócil perrito a las órdenes de su amo, pues a la que pretendía envalentonarse o ir contra su dueño, un fuerte tirón en la anilla le producía tal dolor que lo dejaba completamente traspuesto y desorientado. Con el tiempo, ya de mayor, descubrí que todos los terneros se quedan completamente parados cuando con los dedos les pinzas el interior de la nariz.
        Era domingo, mis amigos habían improvisado una fantástica barbacoa en mi casa y yo llevaba dos días trajinándome al nuevo camarero que había sustituido a Álvaro en la barra de Tatiana. Además, esa noche tendría una nueva cita con Klaus-Hiro. Y teniendo en cuenta que desde hacía dos semanas, mi jefe, mantenía una relación con el que hasta entonces había sido mi novio, la cita prometía ser de infarto.
        En el poco tiempo que hacía que lo conocía, Klaus me había demostrado que era un muy hábil manipulador. Utilizaba su evidente sex appeal para conseguir sus objetivos, ya fuesen sexuales o profesionales. Y, aunque me costase un esfuerzo titánico el no sucumbir a sus hipnóticos ojos verdes, estaba dispuesto a ser la piedra en su zapato y hacerle difícil que se saliese con la suya, fuesen cuales fuesen sus planes.
        Eran casi las ocho de la tarde y yo ya me había preparado para ser el invitado más glamuroso del mundo. Con el pelo engominado para atrás, camiseta negra, tejano negro ajustado y botines cubanos de piel, esperaba mientras me ponía un poco de Esencia de Loewe por el cuello. Tenía a punto la cazadora de piel con pelo animal que me había regalado el propio anfitrión hacía ya casi un mes. A las ocho, puntualmente, llamaron al timbre de la puerta. Tal y como solía ser habitual últimamente, al abrir la puerta me encontré con el mismo chofer del coche que siempre me recogía. -De seguir así, creo que acabaré liándome con el chofer.- Pensé mientras entraba en el Mercedes de alta gama. -Aunque sinceramente, me está aburriendo esto de que me lleven de un sitio a otro sin darme explicaciones.- La verdad era que se me empezaba a hacer repetitivo eso de que me recogiese el chofer en casa, en plan fulana de lujo. No estaba absolutamente nada receptivo, lo reconozco.
        El trayecto fue breve, lo que se tarda en ir de casa al puerto comercial. Sinceramente habría preferido que Klaus me hubiese recogido en casa e ir paseando los dos juntos por el paseo marítimo hasta el puerto. El coche se paró justo al inicio del muelle. Allí me esperaba un señor con traje que me acompañó hasta un yate enorme. Tendría tres plantas y mediría unos quince metros. A cada lado de la pasarela había unos hombres vestidos de marineros con pantalones blancos y jerséis de lana gruesa a rayas blancas y azules. Al acceder al barco el marinero que estaba dentro me dijo: -Su acompañante le espera en el hall.- Mostrándome una sala enorme acristalada a la que se accedía al bajar unos cinco escalones desde la cubierta por la que había subido.
        El hall era una sala con amplios ventanales alrededor, estaba rodeada de sofás tapizados con motivos marineros, al fondo se veía una gran barra, detrás de la cual se intuía una cocina, en donde se podía ver manipulando algún plato a un hombre ataviado con la indumentaria que suelen llevar los cocineros. Klaus-Hiro me esperaba sentado en uno de los sofás.
        -Tengo que reconocer que tenía mis dudas sobre tu capacidad para sorprenderme, pero esto empieza muy bien.- Le dije sonriendo mientras pensaba: -Aunque toda esta parafernalia se te irá al garete cuando me ofrezcas para comer marisco congelado.-
        -Esto no es nada, disfruta del viaje que lo mejor viene luego.- Mientras, el hombre con traje que me había recogido del coche me ofrecía un cóctel y unos canapés para picar.
        Salimos del puerto y empezamos a navegar a mar abierto. Las vistas eran geniales, la luna recién aparecía por el horizonte y estaba en cuarto creciente o menguante (para ser de granja es casi un delito que no sepa distinguir eso), el cielo estaba muy sereno y lleno de estrellas que se reflejaban sobre un mar casi inmóvil, fundiéndose con las luces de las barcas de los pescadores que hacía pocas horas que habían salido a faenar.
        Brindamos y tomé uno de los canapés, estaba delicioso. El cocinero terminó de preparar otra bandejita de canapés y cerró la cocina, retirándose. Aunque afuera hacía frío, dentro de la sala la temperatura era muy agradable, junto con una luz tenue y la vista del mar invitaba más a desnudarnos y hacer el amor que a ponernos a cenar. Sentados en uno de los sofás admirábamos el bucólico espectáculo mientras el japonés rubio jugaba con mi pelo. Estuvimos así unos quince minutos, hasta que el yate se acercó a uno de los barcos que estaban faenando en la bahía. Al sonido de una campana del exterior mi acompañante se levantó y se puso a mirar a la cubierta. -Ya tenemos la cena aquí.- Dijo con tono eufórico.
        Me levanté para curiosear a que se refería mi anfitrión y pude ver como desde el pesquero cargaban cajas de pescado a la cubierta. No me lo podía creer. Llevaba años oyendo rumores sobre pescadores que vendían parte de su carga en alta mar, en negro y a espaldas de la Lonja de Pescadores, a empresarios y privados que solían realizar fiestas en yates alejados de la costa, atiborrándose de lo que se llamaba el “marisco de contrabando”. -Que grandísimo hijo de su madre.- Pensaba mientras pasaban delante de mí cajas con sepias, gambas y cigalas que aún se revolcaban ahogándose por estar fuera del agua.
        -La cena estará a punto en quince minutos.- Nos dijo el señor trajeado que ejercía de camarero. Yo estaba alucinando mientras Klaus me miraba y sonreía de manera complaciente. El yate, mientras, se alejaba de la línea de la costa. Convencido de que en ningún otro sitio nos iban a servir un producto tan fresco como el que acababa de ver, me relajé y decidí disfrutar de la velada.
        -¿No te esperabas esto? ¿Verdad?- Me dijo el mestizo rubio. -He tenido que mover cielo y tierra, pero cuando yo me propongo algo siempre lo consigo.- Añadió orgulloso.
        -Verdaderamente eres alguien muy tenaz y obstinado.- Le dije.
        -No tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer cuando me interesa algo o alguien. Y ahora cenaremos maravillosamente y después haremos el amor apasionadamente.- Dijo mientras me invitaba a subir a la primera planta.
        Al final de la escalera de caracol había otra sala como la de abajo solo que esta tenía los cristales curvados y la distribución incluía una gran cama de matrimonio y una mesa ricamente preparada para dos. Nada más sentarnos el camarero empezó a traer deliciosos mariscos preparados a la plancha para nuestro disfrute. Sin duda alguna estaba siendo una de las veladas más intensas de mi vida de no ser por un pequeño detalle: ¡Yo estaba allí para sabotearla!
        -Dentro de media hora te vas a cagar.- Pensaba yo mientras le hincaba el diente a una deliciosa sepia a la plancha. A las que soy tremendamente alérgico. Desde ese momento era solo cuestión de tiempo que empezase a desarrollárseme un shock anafiláctico y le enviase a la mierda todos los planes que el japonés tenía preparados para esa noche. Tal y como podéis ver, ejerciendo de cabrón y  manipulador también tenía mis tablas.
        El resto de la noche, pues ya os podéis imaginar, al poco se me empezaron a hinchar las manos y se me llenó el cuerpo de ronchas rojas. Cuando se me inflamaron los ojos y la lengua todo el mundo entró en estado de pánico y el yate regresó a toda leche al puerto, donde me esperaba una ambulancia que se me llevó de urgencias al hospital. Allí. lo típico, unas inyecciones de adrenalina, cortisona y antihistamínicos, después descanso hasta que me recuperé. La verdad era que podía haberme tomado desde el primer momento una de las pastillas antihistamínicas que llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta, pero prefería tener a mi jefe donde lo tenía ahora: en la sala de espera de hospital, acojonado, con dolor de huevos y lo más importante, con sentimiento de culpa al creer que mi ataque era responsabilidad suya.
        A las cuatro de la madrugada me dieron el alta. Klaus se empeñó en no dejarme solo en casa, así que se me llevó casi a la fuerza a Girona, a su casa. Esto no habría sido nada incómodo de no ser por un pequeño detalle: Álvaro estaba en su casa y durmiendo en su cama. -Que me aspen si entiendo alguna cosa. ¿Tu pareja o amante se va a follar con tu ex y tú te quedas tan tranquilo en su casa esperando en su cama a que regrese?- No entendía nada, y no era porque la medicación me había dejado hecho polvo, sino porque casi echó a Álvaro de su cama para meterme a mí en ella.
        Mi ex me miró con cara de circunstancia y acto seguido se vistió con la ropa de encargado de la empresa y se fue sin decir nada. -Pero. ¿Qué tipo de relación tienen estos dos?- Pensé, aunque la verdad era que estaba demasiado hecho polvo para ponerme a razonar gilipolleces, así que me dormí enseguida.
        Siete horas después desperté. -¡Oh no!- Grité. -Llego tarde al trabajo.- Salté de la cama y empecé a vestirme.
        -Ya he llamado a la empresa, y saben que estás de baja por enfermedad.- Me dijo Klaus apareciendo por la puerta. Entonces me relajé. -Menudo susto me diste anoche, podrías haberme avisado de que eras alérgico al marisco.- Me regañó.
        -Es que no tenía ni idea de que era lo que me producía la alergia. Como comprenderás no tengo muchas oportunidades de hacer mariscadas como esa.- Me defendí atacándole.
        -Bueno, lo importante es que ya estas mejor.- Dijo mostrando alivio.
        -Oye, de haber sabido que Álvaro estaría aquí no habría aceptado el venir a tu casa.- Le dije mientras terminaba de vestirme.
        -¿Y eso que tiene que ver?- Me preguntó extrañado.
        -Pues que es evidente que tenéis una relación, y a mí no me gusta meterme en las historias ajenas.- Le repliqué.
        -A ver, Álvaro tiene lo que quiere y a cambio me da lo que yo deseo de él. Ese es el acuerdo al que llegamos.- Dijo mientras a mí se me ponía cara de espanto.
        -¿Perdona? ¿No tengo ni idea de a que te refieres?- Le dije sin terminar de creerme lo que acababa de oír.
          -Álvaro quería el cargo y yo lo quería a él.- Los dos tenemos lo que deseábamos. Dicho esto se me quedó mirando y me dijo: -Ahora lo que necesito saber es, ¿Qué es lo que quieres tú?-
        Después de oír eso, me vino una imagen a la cabeza de las películas de terror, donde el diablo ofrecía al protagonista lo que más ansiaba a cambio de su alma. Lo miré a los ojos y le respondí: -Quiero volver a mi casa.-
        Más tarde, mientras el conductor del Mercedes de alta gama me regresaba a Palamós, recomponía en mi cabeza todo lo que había sucedido esa noche. Sin duda alguna mi expareja había aceptado el cargo del que disfrutaba ahora sabiendo exactamente qué era lo que el mestizo rubio esperaba de él. Me sentía aliviado por haberme negado a aceptar esa categoría profesional, pues posiblemente ahora, el que estaría atrapado en esa situación sería yo, y conociéndome, no sería alguien tan dócil como el pelirrojo. El puesto de jefe de calidad se había transformado en la anilla en el morro del semental, era el cordel que mantenía a Álvaro totalmente sometido a los caprichos de su nuevo amo.
        -Que le den por el saco.- Pensé, podía haberse negado y apostar por mí. De hecho yo en parte había renunciado al cargo por él.
        Al llegar a casa, mientras bajaba del coche me dirigí al chofer: -Oye Jaime, si no tienes mucha prisa, ¿te apetecería entrar en casa y tomar un café?-


        Posdata:
        Quien a hierro mata a hierro muere. Y yo estaba empezando a desarrollar hacia Klaus-Hiro un sentimiento en el que se estaban mezclando el miedo, el deseo y el odio.







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