jueves, 9 de febrero de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Barbacoas, inspecciones de calidad y novios ausentes)

BARBACOAS, INSPECCIONES DE CALIDAD Y NOVIOS AUSENTES.


        Después de la visita a mi casa de Klaus, se me aclararon algunas dudas que tenía. Aunque no con las respuestas que esperaba. Era evidente que el nuevo director japonés había impuesto mi elección para el cargo de jefe de control de calidad por imperativo testicular (por cojones vamos) y el resto de borregos acojonados que formaban el consejo de administración de la empresa habían tragado por puro pánico. Eso demostraba que no había entendido absolutamente nada de mi personalidad ni de la personalidad de su padre ausente. Sin duda alguna, el mestizo japonés estaba convencido de que, situándome en un cargo de responsabilidad con un buen sueldo, estaba cumpliendo con los deseos ambiguamente expresados por su padre hacia mí. Que lejos estaba de la realidad.
        Por otro lado, parecía que ese chico, embutido en su propio mundo, en el que, absolutamente nadie le negaba ningún capricho sexual y acostumbrado a ser el objeto de deseo de todos los que le rodean, actuaba tratando a sus amantes como juguetes a los que podía usar a su antojo. El llegar a esa conclusión me preocupó bastante, porque si quería alejarme de Klaus-Hiro no podía simplemente ignorarlo o evitarlo, porque esa actitud provocaría lo que yo solía llamar “el juego del juguete”.
        “El juego del juguete” es algo que solo funciona con personas con mentalidad dominante e infantil, es decir el noventa por ciento de los hombres. Es el equivalente para adultos a dejar que un niño que tiene muchos juguetes, juegue solo un ratito con uno de nuevo, y después, se lo saques sin darle ninguna explicación y lo pongas en un lugar visible pero inalcanzable, prohibiéndole jugar de nuevo con él. El resultado final es un niño obsesionado con algo que no puede conseguir, que hará todo lo posible e imposible para intentar conseguir ese trasto. En la aplicación para adultos solo tienes que sustituir la palabra juguete por amante o ligue.
        En mi caso, estaba convencido que la única forma de conseguir que mi jefe perdiese el interés por mí, sería el meterme de cabeza en una relación híper-sexual con él. El problema estaba en que, esa situación provocaría una situación de consecuencias sísmicas en mi recién reconstruida relación con Álvaro.
        Y con este meollo en la cabeza estaba yo, a las nueve de la noche preparando la cena. Mi novio aún no había regresado del trabajo, y, si mis sospechas eran ciertas y el cargo de jefe de control de calidad se lo habían dado a él, muy probablemente llegaría pasadas las doce de la noche.
        Cené solo y dejé preparada la comida para que se la pudiese calentar cuando llegase (de hecho hacia dos semanas que habíamos comprado un microondas) y me dispuse a esperarlo tirado en el sofá viendo la tele. A las doce y media Álvaro me despertó. Me había quedado dormido en el sofá. -Venga, vamos a la cama.- Me dijo.
        -Te he preparado la cena, come alguna cosa.- Le dije medio dormido.
        -Ya he cenado a las diez, hemos pedido comida china.- Dijo como si me recriminase el haberle preparado la cena.
        Nos fuimos directamente a la cama. -Supongo que tengo que felicitarte, enhorabuena, ahora eres el nuevo jefe.- Dije entusiasmado. No recibí respuesta. Álvaro ya estaba completamente dormido. A veces odiaba esa facilidad que tenía este chico para desconectar cuando estaba hecho polvo. Me di la vuelta y me dispuse a dormir… pero, sorpresa, me había desvelado y me estaban volviendo a la cabeza todos los pensamientos sobre Klaus y su visita de esta tarde. Que larga que sería esa noche.
        Llevaría una hora durmiendo cuando me despertó de golpe el estridente ruido del despertador. Eran las cinco. No me lo podía creer. Álvaro había puesto el despertador a las cinco. -Tranquilo cariño, sigue durmiendo, me voy antes para revisar que todo esté a punto para las ocho.- Dijo tranquilizándome e invitándome a seguir durmiendo. Mientras volvía a conciliar el sueño escuche el ruido de la ducha y la puerta al cerrarse. Tenía la sensación de que llevaba un instante dormido cuando volvió a sonar el despertador, esta vez eran las seis y media. Y empezaba a maldecir el nuevo cargo de mi pareja.
        Llegué a la empresa a tiempo de tomar el café con las mosqueteras. En principio nada nuevo bajo el sol. Después de la gimnasia, al llegar a la sección de calidad descubrí la profunda remodelación que habían hecho en el laboratorio de control de calidad.
        Habían liberado toda la zona central, que normalmente usaban para acumular muestras defectuosas y productos pendientes para chequear, y habían instalado cuatro mesas con un equipamiento muy similar al que usaba yo en mis inspecciones. Dado que el meeting prometía ser muy interesante me quedé a escucharlo.
        Unos flamantes Álvaro y Tomás, equipados con sendos uniformes grises con banda blanca en el pecho procedieron a explicarnos a los siete asistentes como funcionaria el sistema de control de calidad a partir de ese momento.
        Habían quitado trabajo de chequeo al encargado de control de calidad de cada cadena de montaje. Desde ese día solo se encargaría de chequear la parte técnica de los aparatos montados. Al operario que hacia el repaso de limpieza final, poniendo el número de serie, se le encargaba el chequeo visual del aspecto del aparato, buscando imperfecciones y rayazos.
        El resto de los miembros de la sección se encargarían de chequear el producto acabado, usando el mismo ritual de trabajo que usaba yo. Solo que en vez de chequear veinte aparatos de toda la producción del día, chequearían uno de cada cincuenta fabricados. Lo que venía a ser, teniendo en cuenta que la producción diaria de la empresa trabajando al cien por cien oscilaba entre los cuatro mil y seis mil aparatos, unos cien aparatos más o menos.
        Para mi sorpresa, había trabajo para todos menos para mí. Después de repartir las tareas, todos los operarios abandonaron la reunión y ocuparon sus posiciones en las mesas de trabajo mientras yo me los miraba desde el sitio que había ocupado al lado de la puerta. Álvaro y Tomás se afanaban en darles las explicaciones necesarias para la correcta realización de su cometido. Cuando me cansé de ser ignorado me fui a la que había sido mi sección. Habían desmontado todos los apartaos de medición técnica, que sin duda, estarían montados en una de las cuatro mesas del laboratorio. Viendo que las herramientas de reparación aún estaban allí, procedí a seguir haciendo lo que hice el día anterior, sustituir embellecedores rallados.
        Nadie me molestó en toda la mañana, a la hora del descanso de las diez, tomé el café con las mosqueteras. Álvaro no apareció. Entre las chicas había como un pacto de silencio para no hablar sobre el tema de la reorganización de mi sección y mucho menos sobre la que aun creían que era mi expareja. Tendría que aguantarme, llevaba provocando esta situación desde la semana pasada. Tenía la esperanza de que en poco tiempo todo se normalizara y mi pelirrojo y yo volveríamos a ser los de antes en la empresa.
         Hacia el mediodía ya había acabado de sustituir todos los embellecedores y daba por concluido mi trabajo en esa sección. Puse los aparatos con cuidado en un carro para llevárselos a los nuevos inspectores para que les hiciesen el último chequeo técnico y así poder incluirlos junto con el resto del producto acabado del almacén. Mala idea. El nivel de estrés que se estaba acumulando en el laboratorio pronosticaba una muy próxima explosión termonuclear. Di media vuelta regresando a mi sección, y cómodamente esperé los quince minutos que faltaban para que la sirena anunciase la hora del almuerzo.
        De nuevo las mosqueteras rehuyeron hablar de según qué temas, así que la conversación se centró en los soporíferos culebrones de moda en la televisión. Por la tarde cuando regresé a mi sección me encontré con dos palets de producto acabado frente a mi mesa de trabajo. -Vaya, y esto ¿qué caray es?- Pensé. A los cinco minutos vino María, una de las chicas que trabajaban en la sección de control de calidad.
        -Bueno, tenemos faena.- Dijo la chica con tono animado. -Uno de los controles ha encontrado unas rayas en la parte superior del aparato y tendremos que chequear los cincuenta anteriores.-
        -¿Se supone que a partir de ahora mi trabajo va a ser este?- Le dije extrañado.
        -No, este va a ser mi trabajo.- Dijo María riéndose. -Tú estás aquí para ayudarme.-
        -¿Cómo?- Pensé. Esa chica era de los últimos operarios que habían entrado en la sección de calidad. Era evidente que en ese momento yo seguía siendo el último mono de la empresa. Decidí ponerme a su servicio y hacer lo que me ordenase.
        Nos distribuimos a cada lado de la mesa y empezamos a abrir embalajes y a sacar aparatos, les hacíamos un repaso buscando alguna irregularidad en la cubierta, si estaban bien volvíamos a embalarlos y los poníamos en otro palet vacío. El trabajo nos duró hasta el descanso de las tres y media.  Aproveché para preguntarle que deberíamos hacer con los aparatos reparados por la mañana y acordó conmigo que sería mejor que esperásemos unos días para chequearlos en el laboratorio, hasta que los demás operarios cogiesen el ritmo.
        La última hora y media me la pasé ordenando y limpiando mi sección.
        Al regresar a casa, descubrí que la comida que había preparado el día anterior para mi novio seguía en la nevera. -Bueno, ya tengo la cena hecha para hoy.- Me dije a mi mismo. Vi que en la despensa empezaban a faltar algunos productos, y como aun clareaba (el día empezaba a alargarse evidentemente) fui paseando hasta el supermercado. En la cafetería que habían instalado en la panadería del super me encontré al Fede junto con Lola.
        Fede (por si no lo recordáis) era uno de mis amigos habituales en las barbacoas. Era peluquero y acababa de abrir peluquería propia, a la que por cierto, aún no habíamos ido a hacer la visita de rigor. Lola era una de las amigas de Nuria y últimamente era también habitual en las barbacoas. Era propietaria de una de las boutiques de moda del centro comercial del pueblo, el LOLA’S. Había encontrado un filón en la comunidad gay de la región ya que era de las pocas tiendas que vendía ropa de marcas de tendencia abiertamente homosexual. Su tienda era la perdición del sueldo de Miquel, ya que, a la que exponía las últimas novedades de temporada en la tienda, mi amigo tardaba lo que dura un donut en una comisaria en comprárselas.
        Me invitaron a sentarme con ellos y aproveche para merendar alguna cosa mientras nos poníamos al día. Aprovechando que Álvaro y yo habíamos reconducido nuestra relación, se me ocurrió que estaría bien recuperar la barbacoa que había quedado pospuesta la semana anterior. Acordamos avisar a los demás y quedamos para el jueves.
        Cuando casi eran las ocho los deje, pues tenía miedo de que me cerrasen el supermercado. Después de adquirir los productos que necesitaba, regresé a casa. Eran las ocho y media y empecé a calentarme las sobras del día anterior. A las nueve llegó mi chico. Al verlo me horroricé. Había visto películas de terror en las que algún ente absorbía la juventud al protagonista, pero nunca me había podido imaginar que eso podría suceder en el mundo real. Ese hombre no era mi pareja, y cuando digo hombre era porque esa persona que tenía frente a mí había cambiado en eso.
        Seguía siendo el Álvaro pelirrojo de siempre, pero sus facciones habían cambiado, se le empezaban a intuir unas arrugas en la frente que amplificaban todas las marcas de expresión en su cara, no había ni rastro de la expresión jovial de ilusión de la que me había enamorado, estaba totalmente abatido y agotado.
        -¿Hay algo preparado para cenar?- Me dijo.
        -¿Hoy no habéis pedido comida china?- Le dije mientras me terminaba de comer su cena del día anterior.
        -No tengo ánimos para discutir.- Dijo mientras se apartaba de la mesa y se iba hacia la habitación. Mientras, yo terminé de cenar, recogí la mesa y limpié lo que había ensuciado.
        Después fui a la habitación para preguntarle si quería que le preparase algo para cenar, pero dormía profundamente. -Hala, pues a la cama sin cenar.- Murmuré. Vi que había puesto el despertador a las cinco de la madrugada. -Vaya mierda, como esto dure mucho va a ser insufrible.- Pensé. Vi un ratito la televisión y a las once me metí en la cama.
        A las cinco me volvió a despertar el insoportable despertador. -Sigue durmiendo.- Me dijo mi novio mientras se levantaba. Me di la vuelta y me volví a dormir hasta que sonó de nuevo el estridente despertador.
        -Esto se está convirtiendo en una puta mierda.- Me quejé al levantarme el miércoles.
        El resto del día siguió la misma tónica que el día anterior, María se encargaba de traerme palets producto acabado posiblemente defectuoso para chequearlo en busca de defectos, cada vez que uno de los encargados de las revisiones aleatorias detectaban alguna imperfección. Era el segundo día que no veía a mi pareja en toda la jornada laboral. Por lo menos el trabajo se hacía ameno, ya que mi jefa o colaboradora (aun no tenía muy claro cuál era el concepto que debía usar con ella) era una chica muy divertida y sin ninguna pretensión de superioridad hacia mi persona, o eso parecía al menos.
        Después del mal rollo del día anterior preparé cena para los dos, pero Álvaro llegó a las diez y se fue a la cama directamente sin cenar. Ya había comido en el chino. De seguir así la situación acabaría por hacerse insostenible.
        El jueves en la empresa todo siguió igual. Empezaba a agradecer el trabajar con María, pues la jornada laboral se me pasaba francamente rápido entre nuestras coñas y tonterías. Por la tarde y abusando de la confianza que le estaba dando, mi compañera me hizo una pregunta excesivamente personal: -¿No te molesta tener a tu expareja como jefe?-
        -Lo que me molesta que te metas donde no te llaman, bruja.- Pensé ofendido. No le contesté, dándole a entender que no tenía ningún interés en hablar de ese tema.
        Al regresar a casa, empecé a limpiar la casa y a prepararlo todo para la barbacoa que había preparado con mis amigos. La verdad, tenía la esperanza de que a Álvaro le pudiera animar el relacionarse con nuestros conocidos habituales. Mientras esperaba a que llegasen, fui a la pastelería y compre una tarta de felicitación así la reunión podría pasar como una fiesta en su honor por su nuevo cargo.
        En la cena estaban todos: Fede, Miquel, Nuria, Lidia, Lola y la Cuca. A las diez y viendo que aún no llegaba empezamos a comer convencidos de que cuando llegase mi novio, se nos acoplaría. No llegó. A las doce solo quedaba en casa Miquel, el resto trabajaba el día siguiente y por eso fueron marchándose.
        -¿Sabe lo del “japo” tu novio?- Me pregunto muy incómodo Miquel.
        -Sí que lo sabe.- Le dije mientras recogía las copas de la mesa. -Eso no tiene importancia. Resulta que Álvaro también se lo había tirado al japonés, eso deja la cuestión en tablas y en teoría no tiene por qué afectar a nuestra relación.- Le dije para que no empezase a imaginarse cosas raras.
        -¿Tu estas flipando o qué?- Dijo Miquel poniéndose las manos en la cabeza.
        -No entiendo lo que quieres decir.- Murmuré.
        -Se tira al director y lo hacen jefe de sección. Aquí hay meollo.- Dijo mi amigo haciendo el gesto de los cuernos con la mano.
        -El puesto se lo han dado porque yo lo he rechazado.- Le increpé.
        -Pues ahora sí que no entiendo nada.- Contesto un Miquel muy contrariado.
        En ese momento llego Álvaro, sorprendiéndose al ver los restos de la fiesta que se había montado en el comedor y al encontrarse a Miquel en casa.
        -Enhorabuena campeón.- Le dijo Miquel, mientras le besaba en la mejilla. –Aunque lo de ser jefe tiene estos inconvenientes, no eres el primer jefe que llega tarde a su fiesta de celebración.- Y dicho eso se marchó, dejándome con la incomodísima situación con mi pareja.
        -Lo siento.- Dijo Álvaro abatido.
        -Más lo siento yo, que he sido el que ha quedado en evidencia delante de todos nuestros amigos.- Le contesté. Mientras seguía recogiendo la mesa. -Aunque para ser las primeras palabras que me diriges en cinco días, ya me sirven.- Añadí molesto.
        -Deja que te ayude a recoger esto.- Dijo mientras cogía lo que quedaba del pastel.
        -No hace falta, vete a dormir, se ve a la legua que no puedes ni con tu alma.- Le recriminé.
        Después de recoger el comedor y limpiar las copas y los platos, me fui a la cama. Por un momento le estuve dando vueltas a lo que me había dicho Miquel. -¿Podría ser posible que Klaus se hubiese insinuado de nuevo a mi novio y este hubiese aceptado el seguir follando con él? ¿Por qué no? Si lo había intentado conmigo, también se lo podía haber propuesto a Álvaro.- Ese pensamiento fue el causante de que no pudiese conciliar el sueño hasta las dos de la madrugada. Bueno, eso y el carajillo de Bailey’s que me había tomado a los postres.
        El viernes fue una repetición exacta de lo mismo que habían sido los últimos tres días. A la hora del almuerzo, me retrasé deliberadamente. Los operarios de la nueva sección ya se habían ido a almorzar, y Álvaro estaba rellenando papeles en el que había sido el despacho de Yolanda.
        -¿Podemos hablar?- Le pregunté.
        -Tengo que rellenar estos papeles antes de poder ir a almorzar.- Dijo excusándose.
        -Vale, de acuerdo, no quieres hablar. Supongo que no contaremos contigo esta noche en el PACHA. ¿Verdad?- Le dije.
        -Mierda, la barra de Tatiana, había olvidado completamente que es viernes.- Seguía excusándose. -Oye, con todo esto, yo no podré seguir trabajando de camarero los fines de semana.-
        -Perfecto. No sé qué te ha pasado, pero en una semana creo que ya no reconozco.- Le dije completamente abatido mientras salía del despacho.
        -Te agradecería que siguieses fingiendo que no estamos juntos.- Dijo muy serio. -Estoy arriesgando muchísimo en esto y no quiero que se joda todo por una tontería o un par de comentarios.- Yo estaba flipando al oír eso. Salí del laboratorio de calidad y me dirigí al comedor.
        -Estoy de acuerdo en fingir aquí, pero, en casa tampoco estamos juntos.- Pensaba mientras caminaba. Empezaba a convencerme de que nuestra relación estaba llegando a un punto de no retorno. -Si con cuatro días de ejercer de jefe ya le sobraba todo lo que le hacia el maravilloso chico gay que era una semana atrás, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que yo ya no encajase en su mundo?-
        Al llegar al comedor estaban sirviendo a los últimos de nuestra sección, curiosamente detrás de mí llego María. Mis compañeras iban ya por los postres, así que, cuando me senté, al poco rato se levantaron de la mesa para ir a tomar el café a la sala de descanso. Me disponía a comer solo, y me sentía la persona más patética del mundo. En ese momento María se sentó a mi lado. -Yo he tenido que ir al cajero a sacar pasta, ¿Cuál es tu excusa para comer tan tarde?- Me dijo sorprendiéndome.
        -Me están partiendo el corazón.- Pensaba mientras le sonreía el chiste.


        Posdata:
        Existen referencias sobre millones de casos documentados de personas que han salido del armario. A mí me ha tocado el único chico que después de salir y ser feliz, volvía a meterse de nuevo dentro del closet.


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