jueves, 16 de febrero de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Camareros, gogos y mala leche concentrada)

CAMAREROS, GOGOS Y MALA LECHE CONCENTRADA.

       Era viernes. Mi pareja me estaba ignorando desde el lunes, justo el día en que lo subieron a la categoría de jefe de sección. Desde ese momento cada día llegaba tardísimo a casa y cuando llegaba se limitaba a caer rendido en la cama sin permitirnos ni cinco minutos de conversación. Intenté hablar con él en la empresa, pero se negó con la excusa de que, con su nuevo cargo era mejor que nuestra relación siguiese siendo un secreto. En ese momento tenía la esperanza de que por lo menos durante el sábado y el domingo nos comportaríamos como lo que se suponía que seguíamos siendo: una pareja.
        El fin de semana empezaba con un muy mal augurio: Álvaro me había pedido que lo excusase delante del Sr. Roure porque ya no podría seguir trabajando de camarero-gogo en la barra de Tatiana. Nada más llegar a casa busqué la libretita de color rojo en donde yo guardaba todos los teléfonos importantes, corriendo después hacia la primera cabina de teléfonos que encontré, para comunicarle los cambios para esa noche al dueño de la discoteca. Sin duda empezaba a ser el momento de plantearme el contratar una línea de teléfono.
        Una vez solventado ese incidente, regresé a casa y empecé a preparar los trastos para ser Dragg Issis esa noche. Me di cuenta que últimamente los viernes abusaba mucho de los vestidos largos de noche. Por lo que me preparé un vestido en plan minifalda decorado con colores naranja, rojo y verde, tenía un aire a escoces pero a cuadros grandes. Les puse una funda de piel artificial blanca a los plataformones, simulando unas botas hasta por debajo de las rodillas. Recuperé un pelucón crepado de pelo rojo en forma de campana muy voluminoso con flequillo, unas gafas enormes de pasta al estilo de los años setenta y el chaleco de pelo artificial de color violeta que solía usar mi pelirrojo. De complementos: Bisutería de plástico chillón en tonos naranja verde y amarillo.
        Después de dejarlo todo a punto en el petate y como no tenía esperanzas de ver a mi pareja hasta que regresara por la mañana. Me tiré en el sofá a hacer tiempo viendo la programación infantil. Tal y como me temía, a las ocho y media aún no había regresado, así que cogí el petate, lo puse en el maletero del coche y me dispuse a cumplir con mi contrato con el Sr. Roure.
        Ante lo inesperado de la ausencia de Álvaro, el propietario del PACHA tiró del recogedor de vasos del sábado, haciéndole una prueba para el trabajo de camarero-gogo gay. El chico, Josu creo que se llamaba, le puso ganas e intención, pero se veía a la legua que era heterosexual, y por mucha camiseta roja ceñida con pantalones Levi Straus que se pusiese, como gay no colaba.
        Durante todo el paseíllo promocional, la cena y el recorrido por los pubs, Josu solo tenía por faena el no perder de vista ni un solo momento los melones de Tatiana, así que pocas tarjetas de descuento repartieron. A la hora de entrar en barra de la discoteca estaba tan pasado del alcohol de los chupitos de los pubs, que de muy poca ayuda le sirvió a Tatiana, que por cierto estaba muy molesta por haber perdido a su marica-confidente-ayudante. Ese día empezó a trabajar de recogedor de vasos y chico de apoyo a las barras una monada de mariquita que no tendría más de diecisiete años.
        Entre striptease y striptease le aplique el tercer grado al nuevo empleado. Resultó ser un chavalín encantador que se estaba sacando el título de peluquero y se había puesto a trabajar los fines de semana para ayudar a pagarse los estudios. Se llamaba Darío. Al cierre de la sesión, y ante el lamentable papelón de Josu, le propuse al Sr. Roure que devolviese al hétero borracho a su antiguo oficio recogiendo vasos y pusiese en el sitio de Álvaro a Darío. Ante las dudas que mostraba mi jefe ante tal decisión, me comprometí a hacerle un cursillo intensivo al chico nuevo, para transformarlo en la mariquita glamurosa que necesitaba la barra de Tatiana.
        Eran las seis de la madrugada cuando regresaba a casa. Mi novio dormía profundamente en su lado de la cama. Me metí en la cama sin despertarlo con la esperanza de que a la mañana siguiente hablaríamos y sin duda alguna, recuperaría a mi novio tal y como éramos una semana antes.
        Desperté a las cuatro de la tarde. Álvaro no estaba a mi lado, me levanté de un salto y corrí hacia la cocina. No estaba en casa. -¡Mierda!- Grité. Había una nota sobre la mesa.
        <No quiero despertarte. Hoy comeré en casa de mis padres, nos vemos luego.> Decía la nota.
        -Luego… eran las cuatro de la tarde, tan solo dispongo de cuatro horas antes de volver al PACHA.- Pensé. -Pero ¿qué diablos pretende este gilipollas?- Tenía hambre y me preparé una pizza congelada y un buen tazón de café.
        Cuando me quise dar cuenta eran ya las cinco y media. Empecé a prepararme los trastos para la actuación de esa noche, ahora sí, con el convencimiento de que mi relación se había ido a la mierda. Eso era intolerable. Preparé además el equipo habitual de Álvaro, por si tenía que corregirle alguna cosa a Darío.
        A las ocho y media harto de esperar a mi pareja, me fui a la discoteca para empezar a trabajar de nuevo. Estaba muy cabreado y convencido de que como alguien me buscase las cosquillas esa noche conocería al monstruo que vivía en mi interior. Me había preparado un vestido a lo Morticia Adams que después de quitarle varias capas se transformaba en algo parecido a una sílfide del bosque, versión zombi. De la mala leche que llevaba en el cuerpo me estaba costando horrores maquillarme, pues la mano, del estrés, me temblaba y tenía que aguantármela con la otra mano. Cuando ya casi estaba, entró Darío. Estaba totalmente acojonado por el nuevo trabajo, y al verle se me pasó absolutamente todo el mal rollo. Estaba guapísimo.
        Se notaba que estudiaba peluquería porque tenía el pelo perfecto, con mechas rubias y todo peinado con la raya a la derecha, como un colegial. Iba un poco maquillado, se le intuía los ojos perfilados y un suave colorete marrón marcándole por debajo de los pómulos. Sin duda alguna era cliente del LOLA’S porque la camiseta roja ceñida con motivos en plan tatuaje tribal y los pantalones súper gastados y con cortes deshilachados en las rodillas solo los había visto en esa tienda. Lo único que me chirriaba un poco eran las zapatillas deportivas. Pero el conjunto en si era morbosa y elegantemente gay. -Alucinado me has dejado chavalín. Estás perfecto.- Le dije mientras Darío sonreía por la aprobación. No fue difícil instruirlo en el arte de repartir invitaciones y publicidad, parecía que se lo pasaba pipa, a la hora de los chupitos en los pubs, le aconsejamos que solo se tomase uno o dos para no acabar baboso como el Josu la noche anterior. El servir copas en la barra fue harina de otro costal, aunque Tatiana se armó de paciencia y capearon el temporal como pudieron.
        El estar pendiente de la nueva adquisición del local hizo que me olvidase del tremendo cabreo que tenía en el cuerpo, hasta que aparecieron en la discoteca María y varias amigas suyas que también trabajaban en la fábrica. Al verme vinieron directas hacia mí, me extrañó, pues yo estaba convencido de que no sabían de mi faceta como Dragg Queen. Me saludaron y alabaron el enorme trabajo y dificultad que debía de ser el andar con esos zancos. Me quedé de piedra, todas sabían que los fines de semana, yo trabajaba en el PACHA. Como no podía negar lo evidente, decidí invitarlas a varios chupitos a ver si podría sonsacarles un poco de información.
        Después de mi actuación, vi que María ya iba por su segunda copa y le volví a entrar a saco para ver que sabía de Álvaro. -Tengo entendido que el lunes tuvisteis que trabajar hasta muy tarde para dejar a punto la nueva sección de chequeo.- Le dije para iniciar la conversación.
        -Ya lo creo, estuvimos hasta las ocho reorganizándolo todo.- Dijo siguiéndome el rollo.
        -¿Hasta las ocho?, creía que el tema de la transformación de control de calidad duró hasta las doce.- Le pregunté extrañado.
        -Huy no. A las ocho y poco ya estaba todo listo, antes de las ocho y media nos íbamos todos a casa, menos Álvaro que se quedó hablando con el nuevo jefe… ese japonés rubio tan guapo…- Me contó con un tono que ciertamente demostraba que ya llevaba algún chupito de más en el cuerpo.
        -¿A las ocho y media Klaus estaba en la fábrica hablado con Álvaro?- Pensé y de golpe me vino a la cabeza la imagen de Miquel haciéndome con la mano el signo de los cuernos. -¿Podría ser posible que después de mi negativa a volver a acostarme con él, se fuese a intentar seducir a mi pareja?- No me lo podía creer, mi novio no podía ser tan cabrón. Decidí no adelantar acontecimientos y poner la información que acababa de recibir en cuarentena. Aunque, como mis sospechas se confirmasen se iba a liar una de buena en casa.
        La noche se me hizo interminable, parecía que no cerrarían la cabina del disc-jockey nunca. Al terminar la sesión no me quité el maquillaje, literalmente me lo arranqué de la cara. Los demás compañeros querían ir a celebrar el estreno como camarero de Darío, pero yo me excusé dejándolos con la palabra en la boca. A toda leche me dirigí a casa. Al entrar descubrí que Álvaro no dormía en la cama. Me sentí morir.
        Me senté en el sofá y empecé a llorar, no sabía muy bien porqué, pero no podía dejar de llorar. De repente recordé que por San Valentín él esperaba que yo fuese a su piso en Girona. Una especie de euforia recorrió todo mi cuerpo, transformado todo lo que era desesperación y rabia en todo lo contrario. Tenía el convencimiento de que mi pelirrojo esperaba que yo me tragase el orgullo y fuese a por él en su piso. Cogí la copia de la llave que yo tenía y me monte en mi FIAT Punto de color lagarto dirección a Girona. Eran casi las siete de la mañana cuando aparcaba el coche frente al bloque de pisos. Ya clareaba. Subí hasta la tercera planta y entre en el piso. Para mi decepción mi pareja no estaba allí. Entonces todo empezó a cuadrar en mi cabeza. Ya  estaba convencido de saber dónde seguramente lo encontraría.
        Volví a subirme a mi coche verde y me dirigí a las afueras de la ciudad, hacia la urbanización donde vivía Klaus-Hiro. Desde el portal metálico de la finca pude ver el Peugeot 206 de color rojo de mi novio delante de la puerta principal de la casa del mestizo japonés. Tenía ya toda la información y maldecía a todo el mundo mientras regresaba a Palamós. Ya en casa, a las ocho y media me metí en la cama completamente destrozado, descubriendo que, absolutamente todo lo que me rodeaba me recordaba a Álvaro, incluso las sabanas olían a él. Abracé fuerte la almohada y me dormí.
        Desperté a la una del mediodía, alguien aporreaba la puerta al estilo de cómo lo solía hacer Miquel. Miré al otro lado de la cama. Estaba desierto. Arrastrándome como pude le abrí la puerta al maldito impertinente que amenazaba con echarla al suelo. Eran Miquel y Nuria. -¿Cómo se puede ser tan impertinente? Si se supone que estamos mal mi novio y yo ¿Cómo pueden aparecer el único día que podríamos dedicarlo a solucionar nuestros problemas? La verdad era, que esa actitud me la podría esperar de Miquel pero eso en Nuria era nuevo.- Pensé.
        -Traemos la comida.- Dijo Miquel mostrándome una bolsa con el logo de la empresa de cátering que estaba tres calles más abajo.
        -Lo siento.- Se disculpó Nuria. -Miquel ha insistido muchísimo y por eso he accedido a venir.-
        -No, si en el fondo os voy a agradecer que hayáis venido.- Le confesé a Nuria mientras era evidente que en cualquier momento se me escaparían las lágrimas. Sin decir nada más me abrazo fuertemente mientras Miquel nos miraba sin decir nada desde el comedor.
        Tenía que reconocer que mi amigo me conocía como si me hubiese parido. Y a juzgar por la información que le había ido pasando de manera inconsciente, había deducido que el desenlace iba a ser el que estaba siendo. Durante toda la comida evitaron hablar de Álvaro y nuestra relación, centrándose en hacerme reír con todas las anécdotas divertidas del verano pasado y los chismes de la gente que conocíamos. Estuvimos así hasta las cinco de la tarde, hora en la que propusieron salir e irnos a tomar algo en el centro del pueblo. Educadamente les agradecí el acto de apoyo que me estaban mostrando, dándoles a entender que deseaba pasar el resto del día solo.
        A la que se fueron, empecé a repasar toda la información de la que disponía. Por lo que me había contado María era evidente que Klaus-Hiro después de que yo lo rechazase el lunes se fue directo a la fábrica para intentar tirarse a Álvaro. Hasta ahí ningún problema, el mestizo tenía ganas de follar y estaba en todo su derecho de buscarse la vida donde le diesen lo que deseaba. Ahora bien, se suponía que el pelirrojo y yo estábamos juntos, y después de lo mucho que parecía que le había afectado el verme joder con el japonés rubio no me lo imaginaba entregándose de nuevo a él. Aunque, claro quién es el guapo que le dice que no a esos ojazos verdes. Eso me preocupó bastante, porque me estaba dando a entender que el director general pertenecía a ese diez por ciento de hombres a los que “el juego del juguete” no les afectaba. Es decir que si les negabas el juego no tenían inconveniente en irse a jugar a otro lado y con otro juguete.
        Llegados a este punto, solo era cuestión de tiempo que se hartase de mi novio, y quisiese follar con otro. Porque ese tipo de niños, en un entorno con varios juguetes suelen jugar un ratito con cada uno. Y suelen ser muy celosos de todos sus juguetes. Esperaba equivocarme, porque en ese momento yo ya me podía considerar uno de sus muñecos.
        Álvaro no apareció ese domingo. Por la noche decidí hacer una cura de desintoxicación de pareja cambiando y limpiando las sabanas y las mantas de la cama. Después me desahogue recogiendo y guardando en cajas todo lo que había en la casa que le pertenecía o me recordaba a él. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que nuestra relación había durado dos meses justos. Muy poco tiempo para que algo tan intenso aguantase tantas mentidas e injerencias externas.
        Una vez eliminado todo rastro del paso por la casa de mi novio pelirrojo, me preparé un wiski con limón y me relajé en el sillón, tome la decisión de que, por ausencia continuada del interesado, daba por finiquitada mi relación con Álvaro. Me sentía satisfecho, en lo que duró nuestra historia había conseguido que, aparte de que saliese del armario en la empresa y con su familia, había logrado que bailase en calzoncillos sobre una barra delante de casi todo el mundo que lo conocía. Y sobre todo, me había ahorrado el mal trago de tener que presentárselo a mi familia. Evidentemente nos habríamos precipitado mucho al involucrar en la relación a sus padres y hermanos.

        Posdata:
        ¿Por qué cada vez que siento algo por alguien se aleja de mí?






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