martes, 10 de enero de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (San Valentín, decepciones y ruedas pinchadas.2)

SAN VALENTÍN, DECEPCIONES Y RUEDAS PINCHADAS.2


        Eran casi las cinco cuando llegué a casa. Tal y como lo hacía habitualmente, entré el coche en el patio trasero y lo acerque lo máximo posible a la terraza donde tenía instaladas las tumbonas y la mesa de jardín, lo hice así porque, si Álvaro aparecía con el rabo entre las piernas, pudiese aparcar y no se llevase la sensación de que no lo quería en casa. Pasé por delante de la barbacoa y en ese momento me acordé. -¡Mierda!, mañana teníamos barbacoa con Miquel, Nuria y los habituales. Y sinceramente, si no se había arreglado mi situación con mi novio, la cena sería un baño de lágrimas.-
        Al entrar en el comedor lancé el enorme libretón con los protocolos y directrices de la Casa Madre sobre el sofá y me propuse llenar la bañera de agua caliente, para comprobar si tal y como hacían las pijas de ciudad de las películas, un baño relajante era la solución a todos los problemas de amores. Me había desnudado y estaba a puntito de meterme dentro de la bañera cuando empezaron a aporrear la puerta. -No puede ser Álvaro, tiene llave y hasta pasadas las cinco y media no llegaría, por rápido que fuese.- Me puse el albornoz y me dirigí a abrir la puerta. Era Miquel.
        Entró como solía hacer siempre él, en tromba. -¿Te encuentras bien?- Preguntó preocupado. -No sueles estar tan pronto en casa de regreso del trabajo.- La verdad… por un momento me lo imagine sin nada más que hacer que el estar vigilando de cerca la casa para ver a qué hora llegaba. Me lo quedé mirando con cara de espanto. -Vale… no me mires así, he pasado esta mañana y no había ningún coche en el patio, y al pasar hace un ratito y verte llegar a ti me he pensado lo peor, que estabas enfermo o algo por el estilo.- Se disculpó.
        -Bueno… es algo por el estilo.- Le dije abatido. –Me he peleado con mi pelirrojo.-
        -¡No me jodas! Si vosotros, que sois doñas perfectas rompéis… ¿Que esperanza nos queda al resto de las mariquitas mundanas?- Miquel dramatizaba como una cantante de ópera. -Venga, metete en la bañera que yo te prepararé un “Dry Martini”, porque… ¿Tienes ginebra por algún sitio, verdad?-
        -Busca por la nevera, guardo todo el alcohol allí.- Le dije mientras metía una pierna en el agua caliente. La verdad es que la sensación de estar rodeado de la calidez del agua de la bañera era muy placentera, tenía suerte de tener una bañera grande en casa y me preguntaba porque no lo había hecho más a menudo esto del baño caliente. Al poco rato apareció Miquel con un par de cocteles preparados en copas distintas.
        -No había ginebra pero me ha servido igual un poco de vodka, salud.- Dijo mientras me daba una de las copas y brindaba conmigo. -Y ahora, mi querida niña, le vas a contar a mami, que cojones ha pasado.- Tenía la esperanza de que en cualquier momento Álvaro aparecería y me ahorraría así el tener que darle todos los detalles de la pelea a la mariquita que tenía frente de mí. Pero no apareció y las siguientes cinco horas se me hicieron eternas, más que nada, porque la necesidad morbosa de absorber información y detalles escabrosos de Miquel parecía no tener fondo, y sinceramente no me apetecía nada contarle todas mis intimidades a la persona más indiscreta que he conocido jamás.
        A las nueve, se marchó con el compromiso de avisar a todos los participantes a la barbacoa del día siguiente de la anulación de la misma. Amenazándome con venir por la mañana para seguir “animándome” a su manera.
        Estaba un poco achispado. La verdad es que nos habíamos metido en el cuerpo, por lo menos cinco cocteles de la especialidad de Miquel en cuatro horas. Me preparé algo ligero para cenar y me dispuse a esperar a Álvaro, sentado en el sofá. Estaba convencido de que se presentaría a dormir como un perro apaleado.
         A las diez y viendo que no llegaba decidí empezar a leerme el maldito manual de la empresa, parando cada vez que oía un coche, creyendo que podía ser él.
        A las diez de la mañana me encontraba acurrucado y cubierto con una manta en el sofá. Me había dormido esperando. El manual de la empresa estaba tirado en el suelo y en la mesa del comedor aún estaba el plato con los restos de la cena. No había ninguna evidencia en la casa de que mi chico se hubiese dignado a aparecer en toda la noche. Y yo entré en cólera.
        -¡Hijo de la gran puta!- No me lo podía creer, ¿y así esperaba arreglar la cagada del día anterior? O es que no tenía cojones para plantarse delante de mí y pedirme perdón. Y ¿Cómo no? Miquel ya estaba de nuevo aporreando la puerta para amargarme la mañana tal y como hizo con la tarde y la noche del día anterior.
        Evidentemente, no podía ser otro, Miquel, tan inoportuno como solía ser siempre, estaba al otro lado de la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y una bolsa repleta de cruasanes y madalenas (llamadas ahora muftins). Estaba lamentando profundamente el haberle dicho que tenía dos días de fiesta… este no se iba a mover de mi casa.
        Después de desayunar ya estaba harto de escucharlo parlotear sobre los chismes de todo el mundo. Me di cuenta entonces de que era la primera vez desde que conocía a Miquel, que pasábamos los dos tanto tiempo juntos. Casi siempre delegaba las conversaciones de Miquel en el resto de la gente que nos rodeaba, escuchando de vez en cuando y recomponiendo lo que había contado a partir de las versiones de los demás. Si, era una gran falta de educación por mi parte, aunque, no sé si sería su timbre de voz o la manía que tenía de repetir cuatro o cinco veces la misma conversación, pero oírlo hablar me resonaba al oído como el crujir de unas botas nuevas sobre la nieve…( brrrrh escalofriante). La verdad era que, en ese momento, sin nadie más a quien encasquetarle la conversación, me veía obligado a escuchar atentamente, ABSOLUTAMENTE todas sus tonterías, y se me estaba haciendo muy, pero que muy cargante.
        Le propuse salir a tomar el aire y aprovechar la mañana de sol radiante de invierno que estaba haciendo. Tenía la esperanza de que Miquel, en el tema de las habilidades psicomotrices fuese como el resto de los hombres y no supiese hacer dos cosas a la vez (en este caso pasear y hablar). Me equivoqué, no paraba de hablar ni bajo el agua. Al llegar a la zona comercial del paseo marítimo se me apareció Dios en forma de tienda de ropa con nueva colección de primavera-verano para hombre. Solo tuve que mencionar la palabra “ropa de nueva temporada” y su cerebro se colapsó, quedando como lobotomizado. Desde ese momento se transformó en una especie de mariquita zombi incapaz de salir del circuito pantalones-camisas-probadores, consiguiendo yo así un poco de tranquilidad mental. Si, ya lo sé, soy pérfida, malvada y manipuladora, y seguro que me estoy ganando el infierno y todas esas cosas.
        Nunca he entendido porque les cuesta tanto a los amigos entender que cuando estamos pasando por una crisis emocional, lo único que queremos y deseamos es que nos dejen solos para poder reorganizar con tranquilidad nuestro caos mental.
        Como sabía que si no hacía alguna cosa con urgencia no lograría sacarme de encima a mi amigo-garrapata, opté por hacer lo que se me daba más bien: Mentir. Le conté que aprovechando que tenía el día libre, había quedado para comer con mi familia. Fue la excusa perfecta, Miquel se separó de mí sin rechistar, eso sí, amenazándome con volver el día siguiente por la mañana (¡Socorro!).
        A las doce y media, regresé a casa. -Por fin solo.- Y me puse a hacer lo que más me gusta del mundo: NADA. Me estiré en el sofá viendo la televisión hasta que el hambre me hizo levantar a eso de las tres. Serían las cuatro y media de la tarde cuando el aburrimiento hizo que me decidiese a terminar de leer el maldito ladrillo que me había encasquetado Vanessa.
        Me abrí una botella de vino blanco y seguí donde lo había dejado la noche anterior.
        La primera parte de la enorme libreta resultó ser una especie de manual del tipo guía espiritual, supuestamente escrito por el fundador de la empresa. Me recordaba mucho a los famosos libros de autoayuda de los años ochenta. Usando una retórica de fácil leer y mejor entender, el autor se atribuía con total ligereza frases famosas de grandes líderes mundiales, tales como Gandhi, Roosevelt, Churchill, Julio Cesar, llegando incluso a usar citas atribuibles a Lenin. Eso sí, modificando lo justo la ortografía y la gramática para que no pudiesen acusarlo de plagio. Al final toda la narración se podría reducir en un alegato filosófico entre budista y otras religiosidades que enfatizaba el promocionar la meritocracia dentro del tejido de la empresa, es decir, colocar al que ha demostrado estar más preparado en cada puesto productivo. Vamos todo lo contrario de lo que se había hecho hasta ahora en la fábrica, donde el nepotismo y la filosofía del lametón anal estaban a la orden del día.
        La segunda parte ya era harina de otro costal. Y allí me quedó claro (si es que me quedaba alguna duda) que yo no estaba preparado para ese cometido.
        Era una guía técnica de aplicación en los controles de producción y calidad. Se usaban palabras y terminologías que yo no había oído en mi vida. Y sinceramente, tenía mis dudas de que alguien hubiese tenido la paciencia necesaria para incluirlas en alguno de los diccionarios de la Real Academia de la Lengua Española. Además se incluían complicadísimas fórmulas de matemáticas, de física y de electrónica. Toda la terminología que usaban me recordaba a un dialecto del marciano. De hecho, solo de ojearlo por encima, hacía que me sintiese más perdido que un garbanzo en una paella.
        Cuando me quise dar cuenta eran las ocho de la tarde y… ¡Maldita sea! Álvaro no había aparecido.
        Serían las ocho y media cuando sonó el timbre de la puerta. -Míralo… ya está aquí.- Pensé mientras iba emocionado a abrirle la puerta a mi amado.
        Pero al abrir la puerta me llevé la sorpresa del siglo. En vez de Álvaro, delante de mí estaba Klaus-Hiro con una botella de vino en cada mano. -¡MIERDA! Me olvide de que el domingo habíamos invitado a mi jefe a la barbacoa y nadie se había molestado en desinvitarlo.- Me quedé mirándolo con ojos de plato.
        -¿Quizás llego demasiado pronto?- Dijo el japonés rubio al ver mi cara de sorpresa.
        -Ufff… que embarazoso… la barbacoa se ha cancelado y nadie se ha preocupado de avisarte.- Le contesté. -Me sabe fatal, pasa, no voy a dejarte en la calle.-
        -Estoo… ¿Qué ha sucedido?- Preguntó mi jefe un poco contrariado.
        -De hecho, tú tienes parte de responsabilidad en la cancelación de la cena. Álvaro y yo nos hemos peleado a causa del show que montaste el martes.- Le respondí.
        -Vaya… lo lamento.- Dijo afectado. -Sabía que mi actuación tendría repercusiones, pero en ningún momento llegué a pensar que podría afectaros de algún modo.-
        -En fin, has venido a cenar barbacoa y barbacoa cenarás.- Le dije mientras me ponía la chaqueta y salía a encender el carbón del grill. -Ve abriendo una botella de vino, llevo toda la tarde bebiendo y no será cuestión de que pierda el ritmo.- Una vez el carbón estuvo encendido, regresé dentro. -La brasa tardará media hora, así que mientras esperamos podemos preparar una ensalada y seguir bebiendo.- Brindé con Klaus y me bebí de golpe el contenido de la copa.
        Abrí el frigorífico y saque un tomate, un par de cogollos y todo lo que creía que podría quedar bien en una ensalada aliñada con una vinagreta de miel. Al empezar a cortar el tomate, Klaus me cogió el cuchillo de las manos. -Creo que alguien que ha bebido el alcohol que parece que tienes tú en el cuerpo no debería de usar cuchillos.- Lo miré, dejándole coger el cuchillo y me reí.
        Cogí de nuevo la copa y le propuse otro brindis: -Por todos los imposibles que JAMAS deben de cumplirse.- Y volví a beber. Después le hice la gran pregunta que todo el mundo deseaba hacerle, desde el primer momento que apareció el mestizo rubio por la empresa: -Ok, ahora que tenemos confianza. Tu ¿Qué? ¿Estas casado, soltero o todo lo contrario?- Fue en este momento cuando verdaderamente tuve la sensación de que había bebido demasiado.
        -Vamos… Te creía más lanzado.- Me dijo mirándome con malicia. -¿Por qué no preguntas lo que de verdad quieres saber?-
        Me acerqué hasta tres centímetros de su nariz. ¡Dios! Pero que ojazos que tenía ese cabrón. -¿Te pareces tanto a tu padre como pretendes hacerme creer?- Su respuesta me pilló completamente desprevenido, y no supe reaccionar cuando sus labios se juntaron con los míos en un beso que me pareció interminable. Nuestras lenguas se acariciaron suavemente, sin prisas. ¡Joder como besaba el puto japonés! A partir de allí todo a mí alrededor quedó como difuso.


        Posdata:
        Soy una maldita zorra borracha.
      

        Imagen: Troy Schooneman



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