viernes, 30 de diciembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Sueño, café y bronca)

SUEÑO, CAFÉ Y BRONCA.

       -No es justoo…-  Se lamentaba Álvaro cuando sonó el despertador a las seis y media. Estábamos los dos con una resaca de caballo percherón y habiendo dormido tan solo tres horas. No había ninguna duda: ese lunes sería durísimo para los dos.
        Dos tazas de café y dos aspirinas después, nos desplazábamos con mi FIAT punto de color lagarto hacia la fábrica. -Que ascazo de día será hoy.- Seguía lamentándose mi novio pelirrojo mientras entrabamos en la sala de descanso. -Que te apuestas a que el director se ha tomado el día libre.- Añadió.
        Tedio, aburrimiento, sueño. Mi cerebro solo procesaba estos conceptos durante toda la mañana mientras chequeaba una selección de los últimos aparatos fabricados el viernes. Faltaban quince minutos para las diez cuando apareció Yolanda por la puerta. -Te reclaman en personal.- Me dijo con tono de total indiferencia.
        -Mierda, necesitaré otro café si quiero aguantar una reunión con Vanessa.- Pensé, así que, de camino a la sección de personal hice un pequeño rodeo y me pasé por la sala de descanso para tomarme una buena dosis de cafeína extra.
        Llovía, y no me apetecía hacer los trescientos metros que había entre las tres naves pisando charcos, por lo que, en vez de ir por la calle atravesé las tres naves por los departamentos de fabricación. Me di cuenta de la tranquilidad de la que disfrutaba en mi zona del almacén, pues el ruido de la maquinaria de las cadenas de montaje se me antojaba espantosamente penetrante. -¿Cómo puede alguien llegar a acostumbrarse a semejante ruido?-
        La empresa ya producía al cien por cien y todas las secciones de fabricación funcionaban más o menos como el mecanismo de un reloj, aunque tenía la extraña sensación de que todo podría desmontarse en cualquier momento. Era como la sensación de calma que precede siempre a la tempestad. Después de cruzar las tres naves llegué al edificio de administración. Al entrar por la puerta de servicio tropecé con un enorme barreño de plástico que contenía multitud de paraguas de todos los colores. Me presenté a la chica de recepción. -Ya está aquí su visita, Sr. Yamahaka.- Dijo la chica por el interfono mientras me invitaba a seguirla hacia la sección de despachos de dirección.
        -Vaya, Álvaro se equivocaba. El gran jefe amarillo sí que ha venido a trabajar.- Reía mentalmente mientras pasábamos por delante de la muñeca de porcelana expuesta como si se tratara de la joya de la corona presidiendo la antesala de espera entre los despachos de dirección y la sala de reuniones. -¿Reunión con dirección? ¿Creía que era con Vanessa con quien tenía que hablar?- Pensé cuando me hizo entrar en el despacho de un súper resacoso Markus-Hiro.
        -Buenos días.- Dijo un ojeroso director general. La verdad es que detrás de esas ojeras resacosas aún se percibían esos ojazos verdes que me fascinaban. -¿Cómo lo haces?- Me preguntó el japonés rubio.
        -¿Cómo hago el que?- Respondí con otra pregunta.
        -¿Cómo lo haces para que no se te note la resaca ni la falta de sueño?- Añadió.
        -Jajajajjaja…- Me reí. –Tengo la misma cara que tú, solo que yo dispongo de maquillaje de profesional.-
        -Pero… si no parece que estés maquillado, solo se te ve… perfecto.- Se sorprendió el directivo japonés.
        -Cuando aprendía para trabajar de modelo, mi profesora de maquillaje siempre decía: “El mejor maquillaje es aquel que te hace ser perfecto sin que parezca que vayas maquillado.- Le contesté. -Y yo uso uno que taparía hasta una hernia discal.-
        -Tendrás que enseñarme a usar eso, me avergüenza muchísimo aparecer por el trabajo con esta cara.- Me parecía que mi jefe se iba por las ramas… o, podría ser, que estaba deliberadamente ligando conmigo.
        -Perdona… pero ¿Me has hecho llamar para hablar de maquillaje?- Sonó un poco cortante, pero, no tenía ninguna intención de ponerme a tontear con el hijo de Hikaru.
        -¡AH, SI!... es que siempre se me van las cosas de la cabeza cuando hablo contigo.- Dijo cambiando el tono de voz. -Me hablaste de un problema de calidad hace varias semanas y quería preguntarte si aún persistía o lo habías podido resolver.-
        -Ya está resuelto, la verdad es que tu consejo me ayudó muchísimo.- Le dije orgulloso, aunque notaba cierta ansiedad en su tono de voz.
        -Tengo curiosidad, hace tres semanas que me informan de que el defecto ya no se produce y me gustaría saber cómo lo resolviste.- Dijo como si se estuviera liberando de un secreto nacional.
        -Un momento… ¿Tú estabas al tanto de que se estaba produciendo ese defecto de calidad?- En ese momento si me pinchan, en vez de sangre me sacaban mayonesa.
        -Claro, cuando vi el estado de caos en que estaba sumida la empresa, hice que se pusiese todo el producto acabado en cuarentena. Haciéndolo revisar según los estándares de control de calidad de la casa madre. No quería que se entregase ni un solo producto defectuoso a las empresas distribuidoras.- Dijo demostrando una gran confianza en sí mismo. –Tengo a un equipo de quince operarios chequeando todo lo que producimos en un almacén de la sección de ventas de Barcelona.- Mientras, yo lo miraba con la cara medio desencajada.
        -Pero… no entiendo nada, ¿no habría sido mejor aplicar ese protocolo aquí desde el primer momento?- Mi cara empezaba a parecer un signo de interrogación.
        -La mayoría de las veces, la única forma de hacer que aflore la incompetencia es dejándola que se muestre tal y como es.- Dijo Klaus con tono solemne.
        -Ya… pero, esto le habrá costado muchísimo dinero a la empresa.- Dije abatido.
        -En realidad lo que le está costando muchísimo dinero a la empresa es esa maldita obstinación de todos los cargos intermedios en aplicar pautas de trabajo y control poco eficientes y la negativa a aceptar como modo de trabajo la eficiencia propuesta por la casa Madre.- El Director General estaba en racha. -Es evidente que en esta empresa hay un exceso de incompetencia, y me he propuesto hacer que aflore del todo para poder erradicarla.- Añadió. -Y ahora, por favor, me contarás todo el proceso que seguiste para solucionar el problema que había con los rayazos de los embellecedores cromados.-
        Durante una hora y media le estuve explicando a Klaus-Hiro todas las dificultades que tuve con Yolanda para poder solucionar el problema de los embellecedores. No me corte y le conté también la obsesión de mi jefa en ningunear todos los informes que le pasaba. Toda la situación me recordaba al último día que estuve con Hikaru Yamahaka, cuando le informé de la situación de la empresa. Por un momento reconocí en Klaus el temperamento y la personalidad de Hikaru.
        Eran casi las doce cuando salí de las oficinas de dirección, al regresar a mi sección descubrí que había una furgoneta de gran tamaño descargando cajas y paquetes en mi zona de trabajo, amontonándolos en la pared de al fondo. Me molestaba que se usase mi sección como de almacén de trastos, aunque intenté no darle excesiva importancia y seguí con mi trabajo.
        Poco después de que descargasen el último paquete Yolanda entró en tromba, su cara reflejaba su verdadero rostro, el que tenía antes de que empezase a fingir falsa empatía, es decir: odio profundo hacia mi persona. -¿Qué sabes tú de todo esto?- Me inquirió gritándome.
        -No tengo ni idea de qué coño es esto, y sinceramente, no me gusta nada que usen mi zona de trabajo como almacén de trastos.- Le dije haciendo evidente mi malestar. -¿Se puede saber quién ha ordenado que pongan esto aquí?- Añadí.
        -Todo esto lo envía el nuevo director.- Contestó Yolanda.
        De golpe y porrazo fue como si todo el café que había tomado durante la mañana me hiciese efecto en el mismo momento. -¿Qué pretendía hacer Klaus? ¿A qué se refería cuando decía que quería que toda la incompetencia aflorase de golpe?- Durante el resto de mi jornada laboral no pude evitar el estar todo el tiempo controlando las treinta y seis cajas y paquetes que tenía amontonados frente a mí, en la pared.
        A las cinco de la tarde y de regreso a casa, Álvaro se quedó completamente dormido en el asiento del copiloto. -Pobre.- Pensé. -Sin duda ha tenido un día de perros entre la resaca y el sueño.-
        Ya en casa, aunque me estaba cayendo de sueño, me forcé a mantenerme despierto, intentando que Álvaro no se quedase dormido en el sofá, lo último que quería era hacer una siesta de dos o tres horas y después no poder conciliar el sueño hasta las tres o las cuatro de la madrugada. Aguantamos hasta las nueve, que caímos rendidos en la cama hasta que la estridencia del despertador nos despertó a las seis y media.
        Y, al llegar a la mañana siguiente a mi sección, después del café, la charla con las mosqueteras y la gimnasia japonesa, me encontré con la gran sorpresa: habían desembalado los paquetes y por encima de mi mesa de trabajo están esparcidos unos treinta aparatos. Absolutamente todos tenían el mismo defecto: un arañazo profundo en el embellecedor frontal cromado.
       -¡Mierda!- Pensé. –Pues no nos hemos librado del marrón. Vamos, de hecho, lo tenemos encima del todo.- No sabía qué hacer. La verdad era que no podía trabajar porque mi sección estaba completamente invadida, y todo hacía presuponer que la cosa no quedaría en un desfile de encargados haciendo el paseíllo viendo cómo la habían cagado. Dudaba entre irme a buscar a alguien que explicase que estaba sucediendo o coger asiento para poder ver en primera fila el show cuando empezase. Al poco rato entró Álvaro y se quedó mirando el espectáculo con cara de pavor. -Han reunido a todos los encargados en la oficina de producción y les están metiendo una bronca monumental.- Dijo con la voz entrecortada.
        -Pues ya ves, y aquí tienes el motivo principal.- Le dije mostrándole los aparatos esparcidos sobre la mesa. -Si quieres un consejo, lárgate de aquí y escóndete a chequear lo que sea en cualquier agujero donde no te encuentren, aquí va ha haber ración de mierda para todo el mundo.- Le dije a mi novio mientras lo abrazaba y lo invitaba a irse.
        -¿De qué cantidad de aparatos estamos hablando?- Me preguntó antes de salir.
        -Por lo bajo unos ocho mil, aunque creo que pueden ser mas.- Le contesté.
        -¡Ostia Puta!- Grito mi chico mientras se alejaba agitando los brazos y las manos.
        Me quedé esperando casi una hora, serían las nueve y cuarto cuando apareció Klaus por la puerta de mi sección, lo miré con cara de sorpresa. -¿También hay ración de bronca para mí?- Le pregunté con tono desafiante.
        -Por ahora no.- Me dijo riéndose. -Me comentaste que tienes copia de todos los informes que entregaste a tu superior.-Añadió.
        -Sí, y los resguardos de recibo del documento.- Le contesté.
        -Fantástico.- Dijo relamiéndose, como un león que acecha a su víctima. -Procura tenerlos cerca cuando la reunión se traslade a aquí.-
        Salí a toda velocidad de la nave del almacén y me dirigí a mi coche, de hecho guardaba toda esa documentación en el maletero, en ningún momento me había atrevido a dejar la carpeta con los informes y los recibos en el interior de la fábrica. Regresé abrazando la carpeta como si mi vida dependiese de su contenido.
        Cuando entré de nuevo en mi sección descubrí que la bronca-reunión se estaba trasladando allí. Yolanda y los demás jefes de producción y fabricación, estaban quejándose del porqué de la presión a la que los acababan de someter mientras entraban los directivos japoneses. Al verme los mandos intermedios me miraron con cara de odio.
        -Después de la reunión que acabamos de tener, alguno de ustedes puede darme alguna explicación del porqué de esto.- Dijo el Sr. Fukada, uno de los nuevos directivos japoneses señalando a los aparatos que estaban sobre mi mesa de trabajo. Mientras, Klaus observaba la acción desde la puerta. El profundo rayazo era muy evidente en cada aparato, y en caso de que no fuesen capaces de verlo, lo habían marcado con un topo rojo.
        -¿Todo este escándalo es por unos arañazos en unos cuantos aparatos?- Contestó una Yolanda que se estaba envalentonando por momentos.
        -¿Unos cuantos?- contestó el japonés mirándola con cara de estar profundamente molesto. -¿Considera usted poco nueve mil cuatrocientos treinta y siete aparatos? Hasta el momento.- Al oír eso la cara de la jefa de control de calidad se desencajo de golpe.
        -Pe… pero, ¿Cómo ha podido suceder eso?- Contestó una Yolanda en evidente situación de pánico.
        -Dígamelo usted, se supone que su trabajo es evitar que esto suceda.- En ese momento Klaus acababa de tomar el control de la situación.
        -Solo puedo decir que se han seguido escrupulosamente todos los protocolos de control de calidad establecidos, y en ninguna inspección se ha detectado ese defecto.- Dijo mi jefa defendiéndose con uñas y dientes.
        -No es eso lo que a mí me consta.- La cara del director general estaba perdiendo por momentos toda facción de amabilidad y empezaba a reconocer en el hijo de Hikaru el mismo temperamento de hombre con poder que tenía el inspector de calidad del que yo había sido amante.
        Me descubrí en mitad de un duelo totalmente desigual, en el momento en que yo abriese esa carpeta, mi jefa quedaría relegada a una incompetente y farsante de la peor calaña. Y lo peor de todo era que, aunque yo quisiera evitarle esa humillación me sería totalmente imposible, Klaus-Hiro tenía absolutamente toda la información y Yolanda había renunciado a ella cuando en su soberbia decidió ningunear todos mis informes.
        No voy a recrear la situación que se vivió después de que abriese la carpeta y el equipo de japoneses obligase a mi jefa a leer todos mis informes delante de los demás cargos intermedios y directivos españoles. Personalmente lo encontré excesivamente denigrante. Por muy mal que se hubiese comportado mi superiora conmigo no se merecía que la utilizasen de cabeza de turco para poner en vereda al resto de los orgullosos e incompetentes encargados. El espectáculo duró casi dos horas. Fueron dos horas de vejación continuada hasta el hastío, ejecutada y acumulada con avaricia sobre Yolanda y repartida después a partes iguales entre el resto de los participantes en esa repugnante reunión. Si el mestizo japonés rubio deseaba imponerse y poner de rodillas a toda la empresa le había salido redondo, a partir de ese momento no habría en la fábrica ningún empleado español que no lo odiase y temiese por igual.
        Por la tarde le tocó el turno a Andrea y al resto del comité de empresa. En una tensa reunión, intentaron defender lo indefendible. Pero el volumen económico de la enorme cagada de mi superiora les impedía cualquier tipo de defensa corporativa.
        A las cinco, durante el camino de vuelta a casa, Álvaro no se atrevía ni a mirarme a la cara. -¿Ha valido la pena?- Me preguntó.
        -No, a ti no te lo permito, absolutamente todos me consideran responsable de todo este terremoto, y que te quede claro: yo no le he preparado ninguna trampa a nadie, ellos solos han caído de pie en la trampa que les preparó Klaus. Yo solo he hecho mi trabajo: chequear aparatos y presentar informes.- Mi novio no me contestó, siguió con la cabeza baja todo el trayecto hasta casa.
        Durante toda la tarde, por más que intentaba hablar del tema, Álvaro se negó en redondo a hablarme. Nos fuimos a dormir y la situación seguía igual. -No me lo puedo creer, mañana es San Valentín y nosotros estamos en todo lo contrario del amor.-


        Posdata:
        Cuidado con los deseos que le pides al Cosmos… puede que el dios del Kaos te los conceda.




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