martes, 29 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (San Valentín, regalos y revelaciones)

SAN VALENTÍN, REGALOS Y REVELACIONES.


        En las tres semanas siguientes a la toma de posesión del cargo de director general  por parte de Klaus, el joven japonés rubio, no se produjo en la empresa ningún incidente digno de comentar. Dejando a un lado algunas cosas que empezaron a ser rutina, como por ejemplo el lanzamiento de informes a la papelera por parte de Yolanda, el chequeo de producto acabado sin casi ningún defecto digno de mención y como no, los cada vez más frecuentes achuchones que nos dábamos Álvaro y yo en los lavabos del almacén (de hecho estuvieron a puntito de pillarnos en un par de ocasiones en plena faena).
        Aparte de los otros problemas, que yo consideraba de importancia menor, lo que me quitaba un poco el sueño era el hecho de que en las dos primeras semanas de producción, se habían entregado a las empresas distribuidoras un total de unos ocho mil aparatos, que, a falta de un control exhaustivo, sin duda alguna podrían tener un arañazo profundo en el cromado del embellecedor frontal, vamos, que el aparato puesto en el expositor de cualquier tienda, sin duda alguna debía de dar un cantazo tremendo. Tenía la esperanza de que la cantidad afectada por el defecto fuese mucha menos de la que mi mentalidad tremendista y mega pesimista pensaba, al ponerse siempre en la peor de las posibilidades.
        En cuanto a mi novio pelirrojo, pasábamos por una fase de hiperactividad sexual. En realidad, era la fase que deberíamos de haber tenido durante el primer mes de relación, pero debido a las circunstancias de ese momento, se había pospuesto un poco en el tiempo. La verdad era que estábamos los dos más salidos que una manada de mandriles y aprovechábamos cada oportunidad que teníamos, para dar rienda suelta a todas nuestras morbosas fantasías sexuales.
        Y llegamos al viernes diez de febrero. San Valentín estaba a la vuelta de la esquina, y era el centro temático de casi todas las tiendas, almacenes y supermercados. El PACHA, como no, se había sumado a la moda del momento y lo habían decorado con toda la parafernalia al uso: infinidad de corazones estaban distribuidos por todo el local y al personal de la sala les habían comprado unas alitas de cupido blanco monísimas. La verdad es que Álvaro lucia hermosísimo con su bañador plateado, sus botas DR. Martins, la gorra de cuero y sus alitas blancas de angelito. En mi caso, Dragg Issis, opté por ser la bruja del norte, la mala de la película y me decidí por un conjunto en negros y rojos, y con unas maravillosas alas de plumas negras brillantes en la espalda. El resultado final era un híbrido entre la Maléfica de Blancanieves y las brujas de Eastwick. -Solo falta que se me aparezca el diablo para que esto sea perfecto.- Recuerdo que pensé cuando salíamos el viernes con la limusina de la discoteca a hacer el paseíllo promocional por la zona comercial.
        La publicidad de los viernes, desde el primer momento había sido una grandísima pérdida de tiempo (al menos en lo que se refiere a las comisiones que cobraban Sergio, Tatiana y Álvaro), suerte que se compensaba con la cena a cargo de la empresa. Otra cosa era el aforo del local, que aumentaba semana a semana. Era como si toda la fiesta que se generase el viernes se concentrase en ese sitio (y más teniendo en cuenta que estábamos en plena temporada invernal y en lo más alto de la cuesta de enero). Manadas de mujeres, despedidas de soltera y grupitos de gais se reunían para vitorear los movimientos del enorme miembro de Sergio… y de los tres gogos que se incluyeron al show más adelante. Los viernes Dragg Issis básicamente se limitaba a hacer el paripé y presentar las actuaciones de los strippers (de hecho la noche no daba para más). El Sr. Roure estaba pletórico, el negocio funcionaba la mar de bien, y se hacía muchísima caja en la entrada y en las barras.
        Serían las 3 de la madrugada y yo estaba presentando el primer stripper de la noche, un tal Bruno, un rubio al estilo surfero californiano completamente fibrado y con una tranca que parecía el brazo de un niño. Mientras el gogo se esmeraba en quitarse la ropa mientras bailaba, se me acercó Markus. -Está aquí el japonés de hace tres semanas.- Me dijo.
        -Trátalo bien.- Le dije. -Resulta que es el mandamás de la empresa multinacional donde trabajo entre semana.-
        -Sin duda lo haré.- Sonreía. -Si te pasas por el camerino fliparas con el pedazo chaqueta de cuero que me ha regalado en agradecimiento a lo que TÚ hiciste esa noche.-
        -Disfruta del regalo.- Le contesté devolviéndole la sonrisa. –Sabes que te mereces eso y más.-
        Aproveché que las barras estaban menos abarrotadas para informar a Álvaro y a Tatiana de que el Director General de la empresa pululaba por la discoteca. Y que intentasen ser un poco espléndidos con las consumiciones. A mi chico no le hizo ninguna gracia la noticia, pero me prometió comportarse correctamente. Mientras, yo me paseaba por la discoteca con un enorme bol repleto de bombones en forma de corazón ofreciéndoselos a la clientela, y de paso intentaba localizar al jefazo de mi empresa.
        Lo encontré en la barra de la terraza Chill Out, la verdad es que daba gusto verlo, vestido con una estética excesivamente gay para ser un directivo de su categoría. Los pantalones Levi’s Straus le hacían un culo portentoso y la camiseta negra ceñida que se veía por debajo de la cazadora de motorista daba a entender que el resto del mestizo era igual de espléndido.
        Había poca gente en la terraza, aunque las estufas exteriores estaban a toda marcha la sensación era un poco fría, además la mayoría de la clientela estaba siguiendo con una mirada hipnótica el enorme rabo de Bruno. Me acerqué a la barra y le ofrecí un bombón a mi superior. -¿Le apetece algo dulce para mezclar con el wiski Sr. Klaus?-
        -Guárdate lo de Sr. para la fábrica.- Dijo haciendo una mueca que parecía media sonrisa.
        -Klaus me ha dicho que trabajáis en la misma empresa.- Dijo Estela, la camarera rubia maciza.
        -Sí, se podría decir así.- Le dije a la chica rubia mientras me reía. -Él es alguien importante y yo soy el último mono de la compañía.- En ese momento le ofrecí a Estela uno de los corazones de chocolate, mientras Klaus me miraba sonriendo. En ese momento se oía al público aplaudiendo la apoteosis final del inmenso pollón del primer stripper. -Bueno… la compañía es muy grata pero hay otro inmenso pene que está esperando que lo presenten para bailar.- Sé que suena muy, pero que muy mariquita, pero que esperan, llevaba unas botas con una plataforma de doce centímetros y unas grandes alas de plumas negras, tenía que ser un poco fiel al personaje.
        Aprovechando que casi no quedaban bombones en el bol, decidí dejarlo en el camerino y de paso chafardear el regalo que le habían entregado a Markus. Era una Jack&Jones de cremallera cruzada estilo motorista. -Mira tú, qué espléndido el japonés.- Pensé justo un momento antes de ver dos cajas enormes con mi nombre y el de Álvaro. -¡Mierda! Esto no me lo esperaba y nos va a meter en un compromiso.- Decidí salir y rechazar los regalos, no podía aceptarlos después de como acabó el desayuno en casa, tres domingos atrás.
        Pero, cuando regresé al Chill Out, Klaus ya no estaba allí, y al regresar a la sala principal me di cuenta que me reclamaban para presentar el segundo striptease, hice un poco de coña para alargar la presentación y de paso hacer un barrido general para intentar localizarlo. Y mientras empezaba el show pregunté a Álvaro y a Tatiana si lo habían visto.
        Mi chico al verme tan alterado se puso de los nervios. Le dije que no se preocupase y me dirigí hacia donde estaba Markus, sin duda él sabría dónde se había metido. -Se ha despedido y se ha largado con el taxi que lo esperaba cerca de la puerta principal.-
        -Fantástico, ya estamos de nuevo con situaciones no deseadas.- Pensé mientras decidía que le contaba a mi pelirrojo híper celoso.
        A las seis de la mañana, mientras regresábamos a casa, los dos mirábamos de reojo las dos enormes cajas que teníamos en el asiento trasero. Ninguno se atrevía a hacer ningún comentario por miedo a algún reproche del otro.
       Cuando las tuvimos encima de la mesa del comedor Álvaro no pudo más. -Voy a abrirlo.- Dijo.
        -¿Crees que es apropiado que los abramos?- Le pregunté, temeroso de lo que podría pasar, si el hecho de aceptar los regalos significaba iniciar una amistad formal con el japonés que tanto desquiciaba a mi novio.
        -Tienes razón… mañana seguirán aquí y yo tendré menos chupitos en el cuerpo y puede que entienda mejor tu postura de no abrirlos.- Mi novio me dio un beso en los labios y se fue a la habitación.
        Aplaudí el gesto de madurez de mi chico, y le seguí a la cama esperando la sesión de sexo que me había prometido.
        Desperté a eso de las dos del mediodía del sábado, me sorprendió que Álvaro no estuviese durmiendo a mi lado. Normalmente solía tener el sueño mucho más fuerte que yo y se hacía mucho el remolón antes de despertarse los días de fiesta. Me levanté de la cama con la esperanza de encontrarme con una enorme cafetera rebosante de café recién hecho, el intenso aroma a café que impregnaba toda la casa me invitaba a pensar en ello. Encontré a mi chico sentado en el sofá con un enorme tazón de café en las manos mirando muy pensativo las dos cajas con nuestros nombres escritos en ellas. Me acerqué, le di los buenos días y me prepare un tazón con café y azúcar, acto seguido acabé sentándome a su lado.
        -Tenías razón… es una difícil decisión.- Dijo muy seguro de sí mismo.
        -A ver, cuéntame cómo lo ves tu.- Invité a hablar a mi chico.
        -Tal y como lo veo, estos regalos son una disculpa y una petición de amistad.- Dijo preocupado. -Y sinceramente, con una disculpa tendría suficiente… no sé si quiero ser amigo de ese chico.- Añadió.
        -Ya, pienso lo mismo que tú, aunque, por lo que parece las dos cosas van incluidas en el mismo pack.- Conteste con cierto tono de preocupación.
        -Aunque, poder decir que eres amigo del Director General es una idea que se me hace terriblemente sugerente.- Dijo Álvaro levantándose del sofá.
        -Piensa que tener una amistad con alguien de esa categoría profesional no va a ser algo fácil, esta gente valora por encima de todo la fidelidad corporativa, y no creo que así, sin más, podamos alternar con la gente con la que se debe de codear.- Ya era demasiado tarde, ese impetuoso pelirrojo que tenía por novio acababa de romper el envoltorio de la caja que llevaba su nombre. -En que lio nos vamos a meter.- Pensé.
        -¡Virgen del Amor Hermoso!- Grité. Dentro de la caja había una chaqueta tipo tres cuartos con capucha, de piel de ante suavísima, con flecos y dibujos tribales al estilo indio americano. Álvaro tardo un segundo en probársela y correr hacia el espejo del recibidor para poder verse con la chaqueta puesta. La verdad es que la prenda era una pasada. -Vaaa, abre el tuyo… Vaaa.- Dijo con voz de niño travieso en el día de reyes por la mañana.
        Resignado, de hecho, ya no se podía hacer nada, abrí el paquete con mi nombre, mientras Álvaro miraba con esos ojos curiosos de niño esperando un pastel, ante los que me era totalmente imposible negarle nada. Mi paquete contenía una cazadora de motorista de cremallera cruzada de piel animal con pelo suave, que imitaba el estampado en blanco y negro de un caballo o una vaca. La cazadora era genial, aunque excesivamente gay para ser llevada por según que calles de provincia o de capital. -Aunque me gusta mucho tu chupa, no te la envidio nada de nada.- Dijo un Álvaro orgullosísimo de su chaquetón, mientras giraba jugando con el vuelo de los flecos. A mí me preocupaba el no saber a qué nos habíamos comprometido al aceptar esos regalos.
        Tenía la esperanza de que Klaus apareciera el sábado de nuevo por el PACHA, al menos para poder agradecerle el regalo e intentar sonsacarle que esperaba de nosotros (yo no las tenía todas conmigo). La verdad fue que si se presentó en la discoteca, yo no lo vi. Los que sí que aparecieron fueron Nuria, sus amigas y Miquel. Charlamos un ratito y Álvaro los invitó a una ronda de chupitos en la barra de Tatiana (en realidad era la barra del pódium pero para mí siempre seria la barra de Tatiana, incluso después de que ella dejase de trabajar en el PACHA).
        A las siete de la mañana, cuando regresábamos a casa después de desayunar en el Bar Paco, encontramos en el buzón de la puerta una carta a nuestro nombre. La carta decía:

        -Desearía invitaros a cenar mañana domingo, necesitaría poder terminar de manera más pausada y tranquila la conversación que la vergüenza no me dejo concluir con vosotros hace tres domingos.
        Posdata: A ver si os instaláis una línea de teléfono, esto de dejar mensajes en los buzones de las casas es muy del siglo XIX.
        Firmado: Klaus-Hiro Yamahaka.
     
        Al leer la firma me di cuenta del tremendo error que habíamos cometido los dos con Klaus. No era un amante despechado, sino el hijo de Hikaru Yamahaka. De golpe todo cuadró: Según la mentalidad japonesa a los hijos les toca recuperar el honor perdido por los padres. Klaus estaba aquí para hacer el trabajo que su padre no pudo concluir. Mientras Hikaru se había enterrado en vida abrumado por la vergüenza de haber caído en la trampa de los directivos españoles, a Klaus-Hiro (ahora entendía que Hiro era el complemento del nombre, no el apellido) le tocaba hacer limpieza y transformar la empresa en un modelo de orgullo para la Casa Madre.
        Desde el primer momento de mi relación con Hikaru tuve el convencimiento de que era un hombre entregado a su trabajo y a los placeres que le ofrecía la vida. En ningún momento me planteé que podría ser un padre de familia abnegado que, en las ocasiones que podía, buscaba el placer con chicos jóvenes. Por eso mi primera reacción al ver una foto suya en la cartera de otro chico joven, fue la de pensar que se trataba más de un amante que de alguien de su familia. Además, la confusión con los apellidos no ayudaba en nada a esclarecer el entuerto.
        Álvaro al conocer la realidad de Klaus, parecía avergonzado por haberse sentido tan celoso del joven. Creo que los dos queríamos quedar con Klaus para, de algún modo disculparnos por haber pensado tan mal de él. En ese momento, afianzar la amistad que el chico mestizo japonés nos ofrecía me parecía algo prioritario.
         Mientras, nos pasamos el resto del día decidiendo que modelito nos pondríamos para la cena. Teníamos un gran dilema: no nos había dicho dónde nos quería llevar a cenar, así que decidirnos por un estilo iba a ser una ardua tarea.


        Posdata:
        Hay que tener muchísimo cuidado con las primeras impresiones; confundir a un hijo con un amante es una inmensa cagada.




miércoles, 23 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Un pelirrojo alterado, sexo y un anillo de boda)



UN PELIRROJO ALTERADO, SEXO, Y UN ANILLO DE BODA.


        En los casi dos meses de relación que llevaba con Álvaro a finales de enero. El sexo, lejos de ser el castillo de fuegos artificiales que había sido con Hikaru, era un juego divertido al que los dos nos lanzábamos por placer, diversión, afecto y últimamente y por mi parte, amor. Ya fuese por la forma como iniciamos nuestra relación, o todos los sucesos que la rodearon durante el primer mes, estaba convencido de que me costaría muchísimo pasar del deseo al cariño con ese muchacho pelirrojo que tanto se esforzaba para que la relación tirase adelante desde el primer momento. De hecho yo estaba convencido de que Álvaro estaba más interesado en la relación estable en sí misma, que en mí como persona.
        La aparición de Klaus, el japonés mestizo rubio, en el PACHA y por casa, provocó un efecto extraño en el que ya consideraba mi novio. De entrada, el inoportuno beso en los labios delante del técnico japonés en casa, me dejó claro de que algo se estaba moviendo en el esquema mental del concepto de relación que tenía Álvaro en la cabeza. Más pistas de que alguna cosa estaba cambiando, me las dio el día anterior en la fábrica, donde ya, con casi ningún reparo, mostraba públicamente nuestra relación y sus sentimientos hacia mí. Y lo que verdaderamente me confirmó que mi chico estaba entrando en otro status fue el repentino subidón en su líbido. Inicialmente lo achaqué al efecto “resultado negativo en las pruebas del SIDA”, ya que después de haber hecho el amor dos veces en una tarde, a la una de la madrugada me despertó porque estaba más salido que el pico de una plancha. -Cariño, estoy súper canchondísimo.-  Me dijo mostrándome una tremenda erección. Y claro, un servidor que se preocupa por el bienestar de con quien comparte la cama, accedí a solucionar ese “problema” de la manera más placentera posible. Lo que yo no esperaba era que a las tres de la madrugada el “problema” se volviese a hinchar. Con todo ese ajetreo nocturno, comprenderéis que el martes por la mañana cuando entramos a trabajar en la fábrica, nuestra cara fuese el reflejo de la tremenda noche que habíamos pasado.
        -Vaya careto que me traéis hoy.- Nos dijo con una sonrisa burlona Rosita, mientras nos metíamos los dos un café doble y una coca cola entre pecho y espalda para poder cumplir con el trabajo.
        -El perro del vecino que no nos ha dejado dormir.- Mintió excusándose Álvaro.
        -Vaya, por lo que parece se os ha metido en la cama ¿no?- Se burlaba de nosotros Rosita mientas con el dedo índice acariciaba un enorme chupetón que tenía yo en el cuello.
        -Mierda.- Pensé mientras me levantaba el cuello de la camisa. -Y no llevo la mochila del maquillaje en el coche. Tendré que pasearme todo el día con eso en el cuello.-
        Al rato, apareció Eugenia y discretamente me puso algo en la mano. -Ve al lavabo y cúbrete eso.- Me dijo al oído.
        Cuando llegué al lavabo vi que era un pequeño bote de maquillaje corrector de ojeras. Me apresuré a cubrir el estropicio y me fui hacia los pasillos de producción, pues la musiquita de los ejercicios japoneses ya había empezado. Al pasar por el lado de Eugenia le devolví el botecito y le dije al oído: -Adóptame, te cambio por mi madre.- Se sonrojo riéndose, y siguió haciendo los movimientos de gimnasia.
        Mientras el jefe de producción hacía el meeting con las previsiones de trabajo y los objetivos cumplidos o no, del día anterior, me acerque al grupo de los operarios de control de calidad. Normalmente después de la gimnasia se desplazaban a la sección de calidad y Yolanda les hacía la previsión de objetivos para el día allí. Dado que hoy tendríamos que escuchar el discurso de presentación del nuevo director general, todos nos quedamos en la nave de fabricación. Me situé al lado de Álvaro y le di un vistazo al mogollón de japoneses y cargos intermedios que se habían reunido en torno a un japonés bajito y rechoncho, que aparentaba unos cincuenta o sesenta años. A su lado estaba Klaus y el resto de técnicos japoneses.
        Cuando el jefe de producción terminó con su parrafada, dio paso al nuevo Director general, entregándole el micrófono al japonés bajito. Este cogió el micrófono, probó si funcionaba y se lo paso a… ¿Klaus?
        -Hola buenos días, mi nombres es Klaus-Jiro, y seré el nuevo director general de esta planta de producción.- Al oír estas palabras Álvaro y yo nos miramos con la cara desencajada.
        Sin saber muy bien cómo reaccionar, me acerque a mi novio y le dije al oído: -Ni se te ocurra contarle a nadie lo que ha pasado este fin de semana.-
       -Cariño, este tío nos va a joder vivos.-  Dijo un alteradísimo pelirrojo. A mí lo que más me inquietaba era el ver a Yolanda a su lado con cara de tremenda satisfacción. Con la premisa de que ya comentaríamos que haríamos con esta situación durante el descanso de las diez, nos fuimos cada uno a nuestra sección después del discurso del mestizo rubio.
        Mientras recorría el almacén con mi carrito, empecé a notar los efectos de súper combinado de cafeína. Decidí que me centraría en el producto de la línea dos, y el maldito rayazo del embellecedor. Estaba decidido a averiguar el origen de ese defecto. Desembale cinco aparatos de los ochenta que se fabricaron durante las dos últimas horas del día anterior, elegí los números de serie repartidos de veinte en veinte para que la muestra fuese lo más homogénea posible. Y allí, encima de la mesa tenía los cinco aparatos todos con el mismo arañazo profundo en el cromado del embellecedor. -¿Cómo diablos tenía que hacerlo para encontrar el origen de ese de fallo de calidad, cuando en realidad ese defecto era imposible que se produjese?- Llegué a la conclusión que lo mejor sería seguir de manera discreta todo el montaje de un aparato, controlando la parte que resultaba afectada para saber exactamente en qué momento del proceso de fabricación se producía esa ralladura.
        Con la excusa de ir a por piezas de recambio para sustituir las defectuosas, recorrí la segunda cadena de montaje siguiendo a uno de los aparatos que estaban montando, fijándome sobre todo en el embellecedor: mientras lo montaban, mientras el aparato era chequeado para comprobar su correcto funcionamiento, hasta el momento en que le ponían el número de serie: -4639, ya te tengo.- La idea era, que si el aparato con ese número llegaba con el rayazo al almacén, el defecto se producía entre el embalado y el transporte entre naves.
        Más tarde buscaría ese número que me había apuntado en la palma de la mano y saldría de dudas. Ya casi eran las diez y mi chico me esperaba en mi sección con un par de cafés bien cargados. Nada más entrar me dio un morreo de los de antología, y yo recé para que las cámaras que habían instalado durante la visita del Sr. Yamahaka estuviesen desconectadas. -Ese tipo nos ha estado tomando el pelo a todos.- Refunfuñó un Álvaro muy alterado.
        -Hombre, como estrategia para saber de qué pie calza todo el mundo, la idea es genial.- Le dije riéndome.
        -¿Porque estas siempre defendiéndolo? ¿No me dirás que te gusta ese tipo?- Gritó, dejando clarísimo cuales eran sus sentimientos.
        -No me lo puedo creer, ¡Estas celoso del mestizo!- Le dije fingiendo cara de sorpresa. -Puedes estarte bien tranquilo, no hay ni el más mínimo feeling entre este chico y yo, y menos ahora que se quién es realmente.- Le susurré al oído mientras lo abrazaba y lo invitaba a sentarse a mi lado para tomarnos el café.
        -Recuerdas, aquí fue donde nos dimos el primer beso.- Me dijo un poco más tranquilizado.
        -No podré olvidarlo en mi vida.- Le contesté mientras le acariciaba la pierna y pude ver que volvía a estar con una erección de campeonato. -Ah no.- Le dije. -Aquí no. Ni se te ocurra. Además estoy totalmente escocido de la noche anterior.- Añadí.
        Nos acabamos el café y salimos de la sección cada uno por su lado, mientras Álvaro se ajustaba el pantalón para intentar acomodarse como podía “esa” hinchazón. Yo me dirigí al almacén de producto acabado en busca de una caja con un número muy determinado. Diez minutos después regresaba con mi tesoro a mi sección, para ver si podía ajustar a uno o dos operarios el problema de calidad. Tal y como me imaginaba la rayada profunda estaba en el embellecedor.
        Una de las ventajas de mi situación en la empresa era, que podía pasearme por toda la fábrica cogiendo partes y componentes de fabricación sin que nadie mostrase el más mínimo interés en mí y en lo que estaba haciendo. Así que a nadie le extrañó que me quedase media hora mirando como el operario del almacén iba distribuyendo en los palets correspondientes las cajas que llegaban de la nave de fabricación en la cinta transportadora.
        Llegué a la conclusión de que era casi imposible de que ese operario pudiese realizar semejantes arañazos ya que no tenía contacto directo con el aparato y solo podría acceder a él rompiendo el embalaje de protección. El tema quedaba reducido al operario encargado de empaquetar los aparatos.
        El puesto de operario empaquetador, era quizás uno de los menos valorados en toda la empresa. Normalmente solías acabar en ese puesto cuando no servías para seguir el ritmo en ninguno de los demás puestos de la cadena de montaje o como castigo por alguna gran cagada en tu sección. Había seis operarios, uno para cada cadena y hay que reconocer que desde siempre los más puteados eran los de las tres primeras. Ya que eran las que más producción tenían. Su trabajo consistía en montar las cajas de cartón del modelo que correspondiese, colocar los protectores de porexpan, encajar el producto cuidando de que el número de serie quedase visible en el agujero que la caja tenía para tal uso, cerrar la caja y ponerla en la cinta transportadora que la llevaba al almacén. Vamos, uno de esos trabajos en los que no se necesita un master de ingeniería para realizarlo.
        Daba la coincidencia que la sección de los robots insertadores de componentes electrónicos quedaba justo delante de esa sección. Y partiendo de la premisa de que los operarios de esa sección no eran precisamente lo mejor de la casa, no me atrevía a quedarme un buen rato controlando como trabajaba un armario ropero de casi dos metros, no fuese a confundir mi interés por resolver el enigma de los rayazos en el embellecedor con otro tipo de interés y acabase con la cara partida por un ataque homófobo mal entendido. Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa Por Valladolid, decidí que le haría una visita de cortesía a Eugenia, le contaría lo que sucedía y sin duda, me ayudaría fingiendo que me daba alguna explicación sobre la calidad de las piezas de su sección. Mientras tanto, yo controlaría el trabajo del operario.
         Eugenia accedió, y mientras nos contábamos algunas confidencias y fingíamos hablar sobre unas placas de circuitos integrados que sosteníamos en las manos, yo seguía con total detenimiento al operario, intentando buscar algo en el trabajo de ese enorme chico que pudiese producir el problema de calidad que tanto me preocupaba. Pero nada hacía pensar en esa posibilidad. Agradecí a Eugenia su colaboración en mi investigación y regresé a mi sección muy decepcionado. Recuperé los aparatos que tenía a medio chequear y los devolví al almacén un minuto antes de que sonase la sirena que anunciaba la una del mediodía.
        De camino al comedor, Alvaro, Rosita y Andrea se habían adelantado y tonteaban con los protagonistas de un culebrón venezolano que estaba de moda en la televisión. Eugenia se rezagó expresamente para poder hablar conmigo.
        -A ver, cuéntame todo lo que sabes del defecto a ver si te puedo ayudar en algo.- Me dijo con un tono muy colaborador.
        -Pues… empezó justo en el momento que las cadenas empezaron a funcionar, después desapareció durante tres días y a partir del martes de la semana pasada volvió a aparecer. Desde entonces lo encuentro en todos los aparatos que chequeo de la segunda cadena.- Y así le resumí mi gran dilema a mi amiga.
        -Es curioso.- Dijo Eugenia. –Coincide con los días que Ramiro ha trabajado.-
        -Explícame eso que acabas de decir.- Le pedí ansioso a Eugenia.
        -Veras, justo al empezar las vacaciones de navidad Ramiro se casó con la hija de unos vecinos de mi barrio, y se fueron de viaje de novios a uno de esos países exóticos. Por lo visto cuando regresó había pillado una intoxicación alimentaria, y al cuarto día se tuvo que ir a media jornada a consecuencia de los vómitos y la diarrea. Volvió a trabajar el martes.- El relato de Eugenia coincidía completamente con los tiempos de aparición del defecto. Era evidente que el operario tenía una relación directa con la maldita ralladura.
        Después del almuerzo, Álvaro me convenció de que lo acompañase al almacén para seguir hablando del tema que habíamos dejado a medias por la mañana. Lo que yo no sabía era que el tema “Klaus” ya estaba cerrado, y el tema que mi chico quería seguir debatiendo conmigo era la tremenda erección insatisfecha. Cuando me quise dar cuenta estábamos en los lavabos del almacén haciendo guarraditas. Teníamos la tranquilidad de que nadie usaba esos lavabos, ya que estaban muy viejos y su limpieza dejaba mucho que desear. Todo el mundo en esa nave se desplazaba a los servicios de la nave de producción.
        Dos felaciones después, fuimos a la zona de descanso para tomarnos un café doble para poder remontar la tarde a conciencia. Desde la mesa en la que nos situábamos todas las mosqueteras, podíamos ver como la manada heterosexual se pavoneaba jugando a las cartas. Hay que reconocer que la escena en  era tremendamente homoerótica, un grupo de ocho hombres tremendamente musculosos, pavoneándose, abrazándose, dándose golpecitos y cogiéndose de los hombros… mmmh el sueño de cualquier oso. Y allí pude ver a Ramiro, golpeando las cartas sobre la mesa, luciendo en el dedo anular el anillo de recién casado… Y de golpe sufrí como una revelación: ¡EL ANILLO! La única variante que había cambiado en el tiempo era el anillo de casado.
        Tenía que comprobarlo, y así que cuando regresé a mi sección hice la prueba cogiendo el aparato como lo hacía el operario para embalarlo y la posición del dedo anular coincidía totalmente con la zona donde aparecía el defecto. ¡Lo había encontrado! Ahora solo tenía que reunir el valor para ir con Ramiro y conseguir que se sacase el anillo.
        Decidí que lo haría a la última hora, cuando todos los jefes estaban en las oficinas haciendo y presentando informes a sus superiores.
        Con un par de cojones, me planté al lado del operario, que me miró con cara de extrañadísimo. -Que mierda te pasa a ti.- Me dijo con su habitual tono conciliador.
        -Tengo que enseñarte una cosa.- Le dije apartando la lámina de plástico que cubría el aparato y mostrándole el rayazo. -Estas marcando todos los aparatos con el anillo, yo de ti me lo sacaría antes de que te metas en un gran follón.- Acto seguido volví a mi sección, ya que no podía extenderme mucho con la charla, pues se le estaban acumulando los aparatos al operario en la cadena. Regresaba con la satisfacción que me daba el haber solucionado el tremendo problema yo solito.
        A la salida vi de refilón que Ramiro ya no llevaba el anillo en el dedo.
        En el informe, hice constar el problema y todos los pasos que había dado para solucionarlo, sabía que Yolanda no lo leería, pero yo guardaba copia y recibo firmado de entrega. Era suficiente.

        Posdata:

        Dicen que un gato con guantes no caza ratones, yo añado que un operario con anillos destroza el producto.







viernes, 18 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Un mestizo japonés y sexo a pelo con un pelirrojo morboso)

UN MESTIZO JAPONÉS Y SEXO A PELO CON UN PELIRROJO MORBOSO.


        Regresar a la fábrica el lunes por la mañana, después de la movida que tuvimos en el PACHA y en casa, con el técnico mestizo japonés, se me hacía, francamente, difícil de soportar. Tenía la sensación de que en cualquier momento el japonés rubio aparecería y me montaría un espectáculo en plan “mirad a la zorra de la empresa, que se ha follado a mi novio”. Durante el café del descanso y en el comedor, Andrea no apareció (sin duda tendrían reunión del comité de la empresa), y Álvaro, a juzgar por su actitud, estaba en el mismo estado mental que yo. El cotilleo del día en nuestra sección era la llegada del nuevo director general japonés. En realidad, aunque todo el mundo hablaba de él, nadie lo había visto, ni los directivos españoles (aunque en caso de haberlo visto, se guardarían mucho de decir nada, si se lo impusieran como condición). Ese secretismo tenía a todos los mentideros del centro de producción como locos.
        Después de un trabajo titánico, los operarios de mantenimiento habían conseguido organizar un sistema de cadenas de montaje auxiliares mínimamente operativas. Por lo que las seis cadenas de montaje principales empezaron a producir de un modo más o menos normal. Aunque daba la sensación que de un momento a otro podría irse todo el experimento al garete.
        En mi puesto de trabajo todo seguía como lo deje el viernes. Todos los aparatos que chequeaba de la segunda línea de montaje tenían un rayazo profundo en el cromado del embellecedor. Por lo demás el resto del producto fabricado pasaba correctamente todos los controles a los que los sometía.
        Después de no ver ni un alma en toda la mañana agradecí que a la hora del almuerzo nos reuniésemos todas las mosqueteras. Mientras hacíamos cola en el self-service del comedor de la empresa, Álvaro que estaba delante de mí, entre miraditas insinuantes y fingiendo jugar, se dedicaba a sobarme el paquete de manera discreta. Tan discreta que la única que se dio cuenta fue Rosita, confirmándosele todas las sospechas que tenía con nosotros dos. Ya en la mesa, Andrea nos informó que el martes a primera hora, el nuevo director general se presentaría, después del meeting del jefe de producción. Intentamos sacarle más información sobre el tema del momento pero se cerró en banda y no soltó prenda. Estoy seguro de que tanto Álvaro como yo estuvimos tentados de contar a las chicas la movida del fin de semana con el técnico japonés rubio, pero creo que al final o nos dio vergüenza o lo creímos inoportuno. Mientras regresábamos, desde la zona de descanso a nuestra sección, mi chico y yo jugábamos por el camino en plan “que te pillo” y tuvimos que oír de un grupo de empleados el típico: -¡Maricones!- Álvaro y yo nos miramos y los dos a la vez les levantamos el brazo con el puño cerrado y el dedo medio levantado (el típico “que os den por el culo gilipollas”), mientras las mosqueteras que nos acompañaban y las demás chicas del grupo se reían de ellos.
        Por la tarde, serían las tres menos cuarto, él apareció en mi sección.
        -Hola, mi nombre es Klaus-Jiro.- Me dijo el técnico japonés rubio con tono firme y seguro.
        -Ya conozco tu nombre.- Le dije. –Creo que en toda la empresa no hay nadie que no lo sepa.-
        -Entonces no te sorprenderá que te diga que tu nombre también es conocido para mí.- Esta respuesta sí que me descolocó un poco.
        -Vaya, no sabía que fuese famoso.- Contesté bromeando.
        -En realidad tu nombre sale varias veces en el informe definitivo que el Sr. Hikaru Yamahaka presentó al directorio de la Casa Madre. Sorprendentemente te define como el único español honesto que ha conocido hasta ahora.- Yo no me estaba creyendo lo que oía. -Mi primer trabajo consiste en realizar un informe exhaustivo de todas las secciones de la empresa para proponer mejoras logísticas.-
        -Pues por lo que he ido viendo estas tres semanas, se te habrá acumulado muchísimo trabajo porque esto es un caos.- Le dije riéndome, con el convencimiento de poder permitirme alguna confianza.
        -¿Siempre eres tan irreverente?- Me cortó ofendido.
        -Tengo fama de decir siempre lo que pienso.- Le contesté orgulloso.
        -De acuerdo, te haré varias preguntas sobre tu puesto de trabajo, agradececía la misma sinceridad.- Ahora su tono se había vuelto más cordial.
        -Eso puedo hacerlo.- Le contesté riendo.
        -¿En qué consiste tú puesto de trabajo o tu sección?- Klaus cogió un pequeño bloc y un bolígrafo esperando mi respuesta.
        -Es muy simple: recojo muestras aleatorias a tiempo real de producto acabado y los chequeo según los parámetros de este manual. Los resultados los registro en este informe y se lo entrego a mi superior.- Intenté ser lo más claro y conciso que pude.
        -Vaya, se parece mucho a los protocolos estándar de las empresas del Japón.- Me dijo sorprendido. -Lo que no entiendo es ¿porque estas solo en esta sección? Con el volumen de producción de esta planta, deberían de haber por lo menos seis operarios realizando este trabajo.-
        -Bueno… la empresa tiene su propio protocolo de control de calidad.- Le dije. –En realidad esta sección y yo mismo suponemos una anomalía dentro de la empresa.- El japonés de ojos verdes, al oírme, me miraba con cara muy extrañada.
        -No entiendo lo que estas intentando decirme.- Dijo con preocupación.
        -Esta sección se creó después de la inspección del Sr. Yamahaka, ignoro por qué motivo. Solo sé que, para mis superiores yo y esta sección solo es algo que está en un rincón y a lo que no hay que hacerle ningún caso ni prestarle atención diga lo que diga.- La cara del japonés rubio estaba pasando de la extrañez a la incredulidad, mientras no paraba de tomar notas.
        -Otra pregunta: ¿Qué crees que se podría mejorar en tu sección para que la empresa funcionase mejor?- Klaus me miraba con curiosidad esperando mi respuesta.
        -Creo que conseguir que mi superior se leyese mis informes sería un gran avance para el departamento de calidad.- Le dije con tono de condescendencia.
        -Por lo que puedo ver tienes verdaderos problemas de comunicación con tu superior.- Me dijo sin dejar de escribir en el bloc.
        -No lo sabes tú bien.- Dije riéndome. -Por cierto, ¿Puedo hacerte una pregunta hipotética? Me gustaría saber cómo resolverían esta situación en Japón.- Añadí.
        -Claro, mi trabajo consiste en ayudar a encontrar soluciones.- Dijo sonriendo.
        -Imagínate que sabes que hay un problema serio en la empresa, pero no sabes cómo se produce. Y cuando lo comentas con los encargados de detectarlo, todos coinciden en la imposibilidad de que ese problema exista, pero tú sigues encontrándolo continuamente y tus superiores ignoran tus informes. ¿Cómo lo resolverías?- Una vez hube realizado la cuestión, el chico rubio estuvo pensativo un momento.
        -En Japón tendemos a ver las empresas como organismos vivos. En este caso que me cuentas sería el equivalente a una infección. El organismo tiene una anomalía, pero el cerebro no la detecta porque está oculta o latente y las defensas encargadas de detener el problema están anquilosadas. Pueden suceder dos cosas: o que el problema termine explotando y produciendo una enfermedad o que alguna parte del cuerpo la detecte y cree las defensas para detener el problema.- Otra cosa no sé, pero este chico era un experto en metáforas.
        -Entiendo, me estás diciendo que debería buscar el origen del problema antes de que sea irremediable. Aunque tenga que hacerlo a espaldas de mis superiores.- Mi tono era serio y preocupado.
        -Veo que además de honesto eres buen entendedor.- Klaus me hizo una reverencia y se despidió guiñándome un ojo.
        -Ser honesto en esta empresa solo te trae problemas.- Le dije en tono de advertencia. Mientras salía del almacén de calidad haciéndome el signo de “no” con el dedo índice.
        Estuve un rato inmóvil mirando a la puerta por la que había desaparecido el mestizo rubio, de golpe sentí que la palabra mestizo ya no me parecía un adjetivo adecuado para definirlo. De algún modo, el hablar con ese chico me tranquilizaba. Aunque no podía dejar de pensar en la posibilidad de que toda esa amabilidad solo fuese una treta para hundirme más en vete tú a saber que retorcida venganza.
        A las cinco, después de que Yolanda me firmase el recibo de informe y este fuese directamente a la papelera, esperaba a Álvaro en mi Fiat Punto de color lagarto. Al poco llegó, y una vez dentro del coche se abalanzó sobre mí, besándome en los labios. -Llevo todo el día queriendo hacer esto.- Dijo.
        -Lo que te dije sobre ser discretos en la fábrica, muy en serio no te lo tomas ¿verdad?- Protesté mientras ponía en marcha el coche delante de varios operarios que aún flipaban con lo que acababan de ver.
        -La verdad, desde que tengo claro que el día menos pensado nos pondrán de patitas en la calle, no pienso cortarme un pelo, y menos en lo que se refiere a lo que siento por ti.- Dijo mientras me acariciaba la pierna.
        -Tengo que reconocer que me alegra ese cambio de actitud, pero, no creo que nos echen, al menos a corto plazo. Esta tarde he tenido una especie de reunión con el técnico mestizo y no he ha dado la impresión de que nos busque problemas, más bien al contrario.- Le dije a Álvaro mientras me miraba con cara de espanto.
        -¿Se ha reunido contigo?... y ¿qué diablos quería?- Me dijo aterrado.
        -Preguntas de rigor, está haciendo un informe buscando problemas en todos los departamentos y trabajando en la optimización de cada sección.- Contesté muy seguro de mí mismo. -Por lo visto se ha reunido con todos los encargados de departamentos y secciones.-
        -Pues por lo que he vivido este último año y medio, tendrá acumulado muchísimo trabajo, porque esta empresa es un caos.- Dijo mi chico pelirrojo medio riéndose.
        -Jajajajajajaja.- Me puse a reír a carcajadas. –Es la misma respuesta que le di yo. Jajajajaja.- No podía parar de reír.
        Media hora después llegábamos a casa, nada más entrar, Álvaro se abalanzó sobre mí y me arrastró hasta la habitación, una vez allí empezó a sacarme la ropa mientras me abrazaba y besaba con gran pasión, ante mi sorpresa.
        -Llevo todo el día súper cachondo, no podía esperar a llegar a casa para hacerte el amor.- Dijo mientras literalmente me arrancaba los pantalones. -Porque eres muy reacio a hacerlo en la empresa, porque en el descanso de mediodía te habría pegado un buen repaso en los lavabos del almacén.- Viendo el énfasis que le ponía… yo me deje hacer.
        Fue sexo rápido y pasional, y muy placentero. Media hora después estábamos en la ducha. A las siete teníamos visita con el doctor para que nos diese los malditos análisis de las pruebas del HIV. La verdad es que con todo el follón del fin de semana y el día que había tenido en la fábrica, se me había olvidado completamente el tema de las pruebas (cosa que agradecía infinitamente). A las siete estábamos en el centro ambulatorio esperando nuestro turno para volver a ver al médico de cabecera que teníamos asignado. Yo tenía la sensación de que estaba transpirando pánico por todos y cada uno de los poros de mi piel, y por la tensión que transmitía mi novio, estaba más o menos igual que yo. El médico llevaba mucho retraso en las visitas y nos hicieron esperar casi tres cuartos de hora que me parecieron semanas.
        Cuando nos tocó el turno, Álvaro parecía un cadáver, creía que se me desmayaría en cualquier momento. Lo cogí por el hombro y le dije: -Animo ahora no nos podemos echar atrás.- Y entramos en la consulta. -Como aun no hayan llegado los resultados y tengamos que esperar otra semana nos dará un ataque de nervios.- Pensé.
        El doctor nos hizo pasar y nos invitó a sentarnos. -Teníais hora para consultar los resultados de unas pruebas de HIV ¿verdad?- Nos dijo con tono solemne, mientras los dos asentíamos con la cabeza. Acto seguido cogió una carpeta que tenía al lado y fingió leer los resultados en silencio, cerró la carpeta, nos miró a los ojos y de manera muy seria nos dijo: -Son negativos los dos.- Álvaro y yo respiramos profundo y nos relajamos de golpe.
        -¡BIEN!- Se le escapó a mi novio en un repentino ataque de euforia, mientras apretaba el puño contra el pecho en un gesto de victoria, ante la mirada divertida del doctor. Después nos dio la típica charla sobre las ETS más comunes y los métodos de prevención, por lo visto el doctor tenía el día simpático y estuvo de charla con nosotros casi media hora aclarándonos todas las dudas que le planteamos sobre el SIDA y otras cuestiones relacionadas, y la gente de la sala de espera, pues eso, que esperase.
        El regreso de nuevo a casa, fue mucho más eufórico. Los dos estábamos pletóricos por la buena nueva. Y empezamos a hablar enseguida de proyectos de futuro, y sueños irrealizables por parte de los dos. De algún modo todas estas conversaciones habían quedado aparcadas a la espera el resultado de los análisis (que tontería). Ya en casa, saqué del congelador un trozo de pastel que había quedado de alguna de las cenas-barbacoa del año pasado y una botella de cava de la nevera para celebrar el negativo de los análisis. Comimos pastel, bebimos cava, nos besamos, nos acariciamos, comimos más pastel seguimos besándonos y Álvaro me hizo la proposición que me trastocaría por mucho tiempo: Quería follar a pelo.
        -Pero, ¿Te has vuelto loco?- Le dije con cara te terror.
        -¿Qué problema hay? Los dos estamos limpios, y se supone que no nos vamos a poner los cuernos ¿verdad?- Esa última afirmación incluía una trampa en la que sin duda tenía que caer si quería seguir con Álvaro. A partir de ese momento era evidente que tendríamos que follar siempre a pelo, porque en caso de querer usar protección, significaría reconocer que le estaba siendo infiel al otro. ¡Qué gran mierda! Odiaba esa habilidad de mi novio para arrimar el ascua a su sardina. Y entraba en pánico solo de pensar en que podría estar saliendo con un enorme cabrón infiel y todas las consecuencias que eso conllevaba.
        Me corroían las dudas, ¿podría fiarme de ese chico? Ya me había demostrado que era muy bueno contando mentiras (casi tan bueno como yo). ¿Debería aceptar de manera incondicional su promesa de fidelidad, con la esperanza de que la cumpliría? o que ¿como mínimo me avisaría del cambio de estatus en nuestra relación cuando decidiese ponerme los cuernos y serme infiel? Estaba pensando demasiado, y el cava empezaba a hacerme efecto. Mi chico ya estaba casi desnudo delante de mí, insinuándoseme lascivamente y en lo único que podía pensar era: -Joder, pero que rebueno que está este cabronazo.- Y de golpe mi mente se quedó en blanco y en lo único en lo que pensaba era en atiborrarme hasta hartarme de ese fruto del deseo que era ese morboso chico pelirrojo.


        Posdata:
        Curiosamente, las experiencias traumáticas que recibes en la vida, lejos de hacerte reflexionar para madurar como persona, hacen aflorar la parte más salvaje y alocada de ti.




jueves, 10 de noviembre de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Café, Álvaro y reproches de un mestizo japonés)

CAFÉ, ÁLVARO Y REPROCHES DE UN MESTIZO JAPONES.


        Sinceramente, la idea de tener al chico japonés rubio durmiendo la borrachera en la habitación de invitados me producía cierta inquietud. En el fondo no dejaba de ser un extraño durmiendo en mi casa. Pero, no me preocupaba lo suficiente como para evitar el caer rendido por el cansancio junto a un Álvaro que ya dormía profundamente.
        No recuerdo la hora que era cuando desperté y pude ver a ese chico rubio en la puerta de nuestro dormitorio mirándonos (qué maldita manía tenía ese japonés de quedarse mirándome fijamente). Vi que mi chico seguía durmiendo profundamente y me levanté intentando no despertarlo. Me puse una camiseta de manga larga y los boxers y le hice una señal al chico para que me siguiese a la cocina.
        Llené de agua la cafetera y después de poner una carga de café molido, la puse al fuego. Pude ver en el reloj de la pared de la cocina que eran las doce y cuarto. Rebusque en el cajón de las medicinas el paquete de aspirinas y se lo ofrecí. -Supongo que necesitaras esto.- Le dije con mi ingles de pueblo, mientras él cogía el paquete y empezaba a leer el prospecto. Hizo una mueca que parecía una sonrisa.
        La cafetera empezó a burbujear y la retire del fuego colocándola sobre el protector que había en la mesa. Junto a los tazones y las cucharas puse el paquete abierto del azúcar y le llené el tazón con el café. Parecía sorprendido de tener que coger el azúcar directamente del paquete (es una tradición familiar el prescindir de los azucareros desde que mi madre descubrió que eso desquiciaba totalmente a su suegra. Y como yo toda la vida he usado el paquete de azucarero lo considero ya como una tradición transmitida de padres a hijos). -¿Necesitas leche?- Le pregunté en inglés mientras le ofrecía la botella blanca de la nevera.
        -No, gracias.- Me contestó en un español casi perfecto.
        -Vaya, si puedes hablar.- Le dije en tono burlón. -Y muy bien en español.- Añadí.
        Tomó un buen sorbo del café y levantó la mirada. De hecho había estado desde que se sentó en la mesa con la mirada baja. Pude ver de nuevo esos ojos verdes, que, aunque estaban totalmente enrojecidos, eran hermosos.
        -Le pido disculpas por mi comportamiento de estos días y sobre todo por lo que pude hacer o decir ayer por la noche. Es imperdonable.- Parecía muy afectado y mientras hablaba juntaba las manos e iba haciendo reverencias con la cabeza.
        -Disculpas aceptadas.- Le dije mirándolo a los ojos y ofreciéndole más café.
        -Lamento mi comportamiento. La educación que recibimos en el Japón nos hace desconfiar de los extranjeros. Y yo he llegado aquí convencido de que todos los españoles son unos ladrones.- Se disculpó de nuevo volviendo a bajar la mirada.
        -No me extraña, después de la experiencia de los últimos meses en la fábrica hasta yo estoy convencido de eso.- Bromeé intentando animarlo.
        -Ya, pero en Japón si hubiese estado solo y borracho como ayer, nadie se habría preocupado de recogerme, antes al contrario, me habrían robado todo lo que llevase encima.- Afirmó.
        -Esta zona es muy segura.- Le dije. -En según qué zonas de Barcelona posiblemente no habría tenido tanta suerte.- Añadí. -Además el equipo de seguridad de la discoteca se preocupa mucho por la integridad de los clientes. A quien deberías agradecérselo es al chico rubio de seguridad que se encargó de ti.-
        -Tendré que agradecérselo, si como dices se preocupó de que no me robaran.- Dijo el japonés.
        -Que te robaran era el más pequeño de tus problemas ayer, si te hubieses quedado en la calle en tu estado habrías muerto congelado. Esto es la España del sol del verano pero en invierno aquí hace muchísimo frío.- Le regañé.
        -Gracias, lo tendré en cuenta.- Dijo en tono arrepentido mientras hacía otra reverencia con la cabeza.
        -Por cierto, acostúmbrate a llevar en la cartera una dirección o un teléfono de urgencias a quien llamar, para futuras borracheras. Estás aquí porque te reconocí del trabajo. Lo normal en tu caso es que despertases en la comisaría o en el hospital.- Al decirle esto buscó con desespero su cartera. -Sí, los chicos de seguridad repasaron tu documentación antes de decidir traerte aquí.- Se puso colorado como un tomate (no sabía que los japoneses también les pasaba eso). -Es evidente que sin duda tu sabes muchísimo más de mí de lo que puedo imaginarme, y la foto de tu cartera me dice que conocemos a alguien en común.- Me miró con los ojos como platos antes de volver a bajar la mirada.
        Estuvo unos instantes cabizbajo, después volvió a levantar la mirada y me dijo: -Estoy aquí en busca de respuestas.-
        Justo en ese momento apareció Álvaro en el comedor, -Mmmmh, café… yo quiero.- Dijo mientras se desperezaba y cogía una taza de la cocina. -¿Cómo está nuestro invitado?- Preguntó mientras se llenaba el tazón de café.
        Tomó un sorbo e hizo algo que me pareció totalmente inapropiado: me beso en los labios ante la mirada atónita del japonés. ¿Sería posible que Álvaro se sintiera intimidado por ese chico y tuviese la necesidad de marcarle el territorio?, mandando una señal clara de que “este chico es de mi propiedad”.
        -No me lo puedo creer.- Dijo el mestizo. -Aún no han pasado ni dos meses y ya tienes otra pareja.- Me recriminó severamente.
        -Un momento, ¿todo esto es por ese maldito auditor japonés?- Dijo un Álvaro, que acababa de darse cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. -Yo no quiero oír esta conversación.- Se fue a la habitación, se vistió y salió a la calle dando un portazo.
       -Fantástico.- Dije abatido. -Óyeme bien, no sé qué relación tienes con Hikaru, pero desde el primer momento que nos conocimos me dejó bien claro que cuando volviese al Japón se habría acabado todo. Y así ha sido. Y yo he seguido con mi vida. A partir de ahí creo que no le incumbe a nadie lo que yo haga.- Le espeté al japonés.
        -Y no te preocupa el que quizás él no haya podido olvidarte.- Dijo mientras acariciaba la taza.
        -¿Debería preocuparme?- Le dije muy molesto. -Antes de irse me dejó bien claro que para él yo solo había sido una zorra más de su colección.- Añadí.
        -Sí, la única zorra a la que nunca podrá olvidar.- En ese momento se le saltó una lágrima de esos ojos verdes que me conmovió. Lo mire con cara de extrañado y le hice un gesto con los brazos en plan “cuéntame más”. -Al rectificar el primer informe oficial y reconocer que los directivos españoles le habían tomado el pelo quedó en evidencia delante de los demás miembros del consejo de dirección.- Empezó a contarme. -Aunque es uno de los accionistas principales, después de presentar el segundo y demoledor informe, la dirección de la empresa madre decidió separarlo de la toma de decisiones. Lo han relegado al cargo de asesor del consejo, que es el equivalente a una silla al fondo de la sala para escuchar y callar. De hecho ha dejado de asistir a las reuniones de la empresa y se ha retirado a su casa familiar en Kioto, donde se dedica a cultivar bonsáis alrededor de un altar con una muñeca idéntica a la que me mandó hacerte llegar.- Ahí sí que me quedé de pasta de boniato, sin saber qué decir. -Y lo que más me molesta es que te has desecho de un presente tan personal sin ni tan siquiera luchar por ello.- El japonés estaba ya totalmente abatido, y a juzgar por los lagrimones que le chorreaban por esos ojos verdes, el tema le tocaba de manera muy personal. Me quedé sin palabras.
        Después de un incomodísimo silencio de varios minutos me dijo que quería irse de mi casa. Me ofrecí a acompañarlo hasta la parada de taxis que estaba al final de la calle de los burdeles.
        Me puse los pantalones y cogí una chaqueta, le ofrecí una chaqueta pues en la calle hacía frío y él iba en mangas de camisa. Hicimos todo el camino sin decir ni una palabra. Al llegar a la parada de taxis nos despedimos formalmente y aproveché para disculparme de algún modo. -Lamento ser el responsable del infortunio de Hikaru, y de producirte tanto dolor a ti con ello.- El japonés rubio me miró a los ojos y me hizo una reverencia y se montó en el taxis. Mientras se alejaba, me di cuenta de que en todo el tiempo que habíamos hablado en ningún momento nos habíamos presentado.
        Al regresar a casa me encontré con Álvaro esperando en la puerta con cara de estar muy cabreado. -Vamos a por el segundo asalto.-Pensé. La verdad es nunca me pude imaginar que un rollo sexual con un japonés atractivo podría traer tanta mierda a mi vida.
        Entramos en casa sin dirigirnos mirada. Era evidente que Álvaro explotaría en cualquier momento. Empecé a recoger las tazas y las puse en el fregadero de la cocina, mientras mi chico iba de un lado al otro del pasillo refunfuñando. Cuando empecé a limpiar la cafetera, entró en tromba en la cocina: -No te equivoques.- Me dijo. -No estoy molesto porque hayas tenido otras relaciones antes de conocerme, de hecho yo tampoco soy un santo novicio.- Añadió. -Lo que verdaderamente me molesta es tener que encontrarme con tu pasado delante de las narices continuamente.-
        -Ya te he contado todo sobre este tema, si hay repercusiones sobre mi vida pasada que te afectan tanto, solo puedo pedirte disculpas, pero no puedo prometerte que no seguirá pasando.- Me lamenté.
        -Y eso es lo más cabreante.- Dijo muy, pero que muy molesto. -No es responsabilidad tuya, por lo que no tengo derecho a recriminártelo. ¡Maldita sea!-
        -Pero tienes todo el derecho a quejarte.- Le dije reconociendo su enfado. -De hecho a mí me está cabreando muchísimo esta situación.- Álvaro ya se había calmado y se estaba acercando al fregadero de la cocina como si suplicase perdón por haber explotado. Nos miramos y por un momento creo que nos perdonamos todas las tonterías dichas y cometidas por los dos. Nuestros labios se juntaron y acabamos fundiéndonos en un beso eterno, de esos de reconciliación después de una tremenda bronca. Cinco minutos después estábamos en la habitación arrancándonos la ropa y amándonos como si el mundo acabase mañana.
        Eran las tres de la tarde y estábamos exhaustos, abrazados sobre la cama. Por todos los lados de la habitación había restos de la batalla amorosa que acabábamos de librar. -Si te cuento lo que me ha dicho el japonés. ¿Te volverás a cabrear?- Le dije a mi amante.
        -Sí, mejor que me lo cuentes, si nos van a despedir, es mejor saber el motivo.- Contestó Álvaro mientras se sentaba en la cama.
        -No creo que ese chico nos busque problemas. Le he dejado bien claro que si lo hubiésemos dejado en la calle ahora estaría en el hospital con síntomas de congelación o algo peor, y si una cosa son los japoneses es agradecidos.- Tranquilicé al pelirrojo que tenía enfrente. -Por lo que parece, ese chico tenía una relación muy estrecha con el japonés que estuve antes de conocerte a ti y ahora me culpa de que la relación que tenían se haya roto, o eso me ha parecido comprender.-
        -A ver, que lo entienda. ¿Me estás diciendo que el chico ese se ha comido medio mundo para venir a trabajar aquí por un ataque de cuernos? Cariño… nos va a joder vivos.- Dijo Álvaro gesticulando con las manos. Y la verdad es que visto desde el punto de vista de mi novio, no me quedaba nada tranquilo. Porque, si ese tal Klaus era un amante despechado por Hikaru a consecuencia de la relación que mantuvo conmigo, y había venido con ansias de venganza, las cosas se podían poner muy tensas para Álvaro y para mí en la fábrica. -Pues tendremos que plantearnos el cambiar de empleo.- Dijo encogiéndose de hombros y tirándome un cojín a la cabeza. -Por cierto a partir de hoy se acabó el salir a comer fuera cada dos por tres. Empezamos época de austeridad y ahorro. No quiero que en caso de encontrarnos en la puta calle encima estemos sin un duro.-  Acto seguido se levantó de la cama y se fue a la cocina, al rato volvió con dos paquetes de carne congelada. –Que prefieres cordero o pollo, hoy cocino yo.-
        Mientras mi chico preparaba el almuerzo, yo me quedé tumbado en la cama reflexionando sobre lo que había sucedido. El japonés rubio parecía muy afectado por las consecuencias que había tenido todo el tema de la inspección para el Sr. Yamahaka, y de rebote para él mismo, pero, no percibí odio ni ganas de venganza en toda la conversación que tuvimos. Su actitud me parecía más la de un chaval que no entendía lo que sucedía a su alrededor y necesitaba desesperadamente respuestas para reconstruir de nuevo su mundo. Aunque por el momento sería mejor poner todas las posibilidades en cuarentena. Al poco empezó a llegar un delicioso olor a curry con sofrito de pollo y mi estómago me recordó que llevaba desde la noche anterior solo con un par de cafés y dos wiskis con limón.
        Mientras mi novio preparaba el pollo con curry, yo me abrigué y salí al jardín para recoger algunos canónigos para preparar una ensalada. Un trozo de la terraza la tenía habilitada como un pequeño huerto urbano, donde me había acostumbrado a plantar algunas delicatesen que eran muy difíciles de encontrar en las tiendas. Además de los canónigos cogí algunas hojas de col lombarda y un corazón de escarola. Una vez limpio le añadí a la ensalada un poco de alfalfa germinada (y si, también me hacía mis propios germinados, el rollo hippie siempre me había atraído mucho).
        Sentados alrededor de un delicioso pollo al curry con arroz blanco y una ensalada vegetariana de multicolores, mi chico me sirvió una copa de vino y dijo: –Marica el último.- Y empezamos a comer como dos críos en el MacDonals.
        Después de almorzar nos hicimos una buena siesta, y como no teníamos ningún plan para la tarde-noche decidimos hacer un maratón de cine y ver las películas que teníamos que devolver al videoclub el lunes. A las nueve de la noche habíamos devorado dos paquetes de palomitas, un par wiskis con limón y unos bocadillos de jamón con mantequilla. -De seguir así acabaremos engordando como focas.- Se quejó Álvaro mientras me acariciaba la espalda.
        -Prometo quererte igual aunque seas una foca enorme, grasienta y pelirroja.- Le dije mientras lo abrazaba y le besaba en los labios. Al poco rato estábamos de nuevo en la cama, esta vez amándonos de manera más pausada y cariñosa. A las once de la noche ya estábamos profundamente dormidos.


        Posdata:
        Dicen que el amor y el odio son exactamente lo mismo. Los dos sentimientos se basan en dar a otra persona muchísima más importancia de la que realmente se merece.