DRAGG ISSIS, YO MISMO Y UN SEÑOR JAPONES.3 (martes)
Era la segunda noche que había pasado
con mi amante japonés y a las 7.30 de la mañana me dirigía al trabajo
conduciendo mi Fiat Punto de color lagarto escuchando ¿cómo no? a Annie Lennox
en la radio-casete.
El Sr. Yamahaka resultó ser un hombre
muy atento y un amante excelente, que descubrió en mí, facetas del sexo y de mi
cuerpo que jamás pensé que llegaría a experimentar. La verdad era que con su
inglés perfecto y mi inglés de pueblo habíamos conseguido llegar a entendernos
bastante bien. Otra cosa que también ayudó (como creo que les conté en el
episodio anterior) era el hecho de que me habían cambiado el horario laboral, y
ahora, al empezar a las ocho de la mañana, podía pasar un par de horas más con
él en la cama.
El haber podido despertarme a las seis
y media junto a mi amante, ducharnos juntos e incluso tomar un café y un
croissant antes de salir corriendo hacia la fábrica, había sido de lo más
placentero.
Era costumbre en el centro de trabajo,
que los operarios que hacían el turno partido (el de ocho de la mañana a cinco
de la tarde). a las ocho menos cinco hiciesen unos minutos de gimnasia. Si, algo
que todo el mundo creía que era una leyenda urbana de las empresas japonesas,
pero que es de lo más cierto que he vivido.
Al ritmo de una música oriental, una
voz en japonés iba explicando los movimientos a realizar. Mientras los
operarios, a su ritmo y manera, intentaban seguir los movimientos que hacían
los directivos japoneses, que los teníamos de frente. Unos cuantos
estiramientos de sube y baja los brazos y rotaciones de las caderas después,
todos los operarios se movían hacia su puesto de trabajo. Y yo, como no tenía
ni idea de lo que debía hacer, me dirigí hacia el jefe de producción para
pedirle instrucciones.
-Tienes que ir al almacén del
departamento de calidad y allí te dirán que tienes que hacer.- Me dijo en su
habitual tono despectivo. Nunca entendí ese odio visceral que sentían los
mandos intermedios hacia los trabajadores menos cualificados. Tranquilamente me
dirigí a la nave anexa, donde se hallaba el almacén general y el departamento
de calidad. Allí me recibió el Sr Cubiles, que era el jefe de esa sección.
El Sr. Cubiles era un señor mayor, creo
que le faltaría un año o dos para jubilarse, y a diferencia de los otros mandos
era muy amable y agradable con todo el mundo. Una excepción dentro del grupo de
hienas que solían ser los cargos con responsabilidad.
-Hola, tu trabajo consistirá en servir
de apoyo a los inspectores de calidad.- Me dijo con tono sereno. –Ellos te pedirán que material del almacén
quieren inspeccionar y tú deberás recogerlos del palé, llevarlos a la sección de
control y desembalarlos. Ellos realizarán la inspección, y si es positiva
volverás a embalar el producto y lo devolverás al palé de origen.-
-Ok.- Le conteste yo.
-Otra cosa.- Me dijo
preocupado. –No hablan absolutamente nada
de español.-
-Algo de inglés hablaran ¿no?- Le dije yo.
-Pero, ¿tú hablas inglés?- Me preguntó
sorprendido.
-Claro.- Le replique.
-Ah, ¿Cómo es que no consta en tu
curriculum?-
Insistió.
-Simplemente, viendo cómo funciona esta
empresa, no me serviría en absoluto para mejorar mi sueldo. Y por el contrario
tendría muchísimo más trabajo del que tengo que hacer ahora.- Le contesté con
aires de suficiencia.
-Porqué será que te entiendo
perfectamente.- Murmuró mientras entrabamos en el local. Una vez dentro, se dirigió a los señores
que estaban ahí y me presentó. –Sr
Hikamasha, Sr Yamahaka, este será su ayudante.- Les dijo con un inglés
parecido al mío.
-¿¿¿SR YAMAHAKA???- Grité
mentalmente mientras miraba con cara de terror al señor que estaba sentado de
espaldas a nosotros en la mesa principal.
En efecto, vestido con un uniforme de
color gris claro, parecido al mío. Estaba frente a mí el hombre con el que
había estado disfrutando del sexo los últimos tres días. Y aunque su cara no
expresaba ninguna emoción, sin duda debía de sentir la misma sensación de
terror que sentía yo.
Los dos japoneses se acercaron y nos
saludaron con un leve golpe de cabeza (curiosamente solo bajaron unos diez cms, nada que ver con
la reverencia que solía hacerme el Sr Yamahaka cuando nos veiamos a solas).
Sorprendido miré al Sr. Cubiles esperando que me insinuase cual debía de ser mi reacción, pero ante su total inacción, decidí devolverles el cumplido con el
saludo budista (que tan buen resultado me dio en otra ocasión, aunque esta vez
me ahorre el “namasté”).
El Sr. Cubiles se fue, sin darme más
instrucciones y murmurando un -“Que dios
nos pille confesados”.-
Me quedé allí plantado esperando
recibir algún tipo de indicación por parte de los allí presentes. Pasaron dos…
tres…diez minutos interminables mientras los dos japoneses hablaban en su
ininteligible idioma. Después el Sr Hikamasha (el más bajito y regordete de los
dos) recogió un montón de papeles y abandonó la sala sin ni siquiera mirarme.
Quedamos en la sala mi amante y yo.
Creo que la tensión se podía cortar a cachitos. Unos segundos eternos después,
me miró y sonrió. –Sospechaba por lo que
me contaste que podrías trabajar aquí, pero hay que reconocer que esta
situación es del todo sorprendente.-
-Opino
lo mismo que usted.- Me reí, medio desencajado. –Si cree que no es apropiado, puedo pedir que le atienda otro empleado
de mi sección.-
-¿Por qué? - Volvió a
sonreír. –A ti ya te conozco y creo que
los dos somos los suficiente profesionales como para que nuestra situación no
interfiera en nuestro trabajo.-
-Opino exactamente lo mismo que usted.- Le contesté.
Acto seguido me pidió que le siguiera
con un carro hacia la zona del almacén general.
Básicamente durante toda la mañana me
dediqué a acompañarlo arrastrando el carrito por el almacén mientras él elegía
al azar paquetes de producto acabado. Los sacaba del palé, los cargaba en el
carrito y después los llevaba a la zona de chequeo donde se los desembalaba
para que él pudiese hacerles todas las pruebas y chequeos que se le ocurriesen.
Una vez daba por concluido el chequeo del aparato, si la inspección era
positiva me los ponía en una mesa anexa y yo debía volver a embalar el producto
y devolverlo al almacén.
Hay que reconocer que tuve poco
trabajo volviendo a embalar producto. A la hora de la comida se amontonaban por
todas partes aparatos con topos de color rojo marcando defectos de calidad. La
cara del Sr. Yamahaka era un poema y yo no sabía dónde diablos ponerme cuando
veía la cantidad de defectos que encontraba.
A la una sonó la sirena que marcaba la
interrupción de una hora para ir a comer. Le pregunté si deseaba hacer la
interrupción ahora o prefería hacerla más tarde, a lo que me contestó que
hiciese la rutina oficial que él esperaría a sus compañeros japoneses.
Salí del almacén hacia el comedor de
la fábrica con la sensación de que todo el mundo estaba pendiente de mí. Al
poco me alcanzaron mis amigas Andrea,
Rosita y Eugenia y me preguntaron: -¿Cómo
está yendo? -
-Tías,
que nos cierran la fábrica, ese hombre les está poniendo a los aparatos más
topos rojos que a un vestido de flamenca.- Les dije fingiendo preocupación.
Fue en ese momento cuando me di cuenta
que no podía contarle a Andrea nada de mi relación con el inspector de calidad.
Porque, acabara como acabara la inspección, (probablemente cerrando la fábrica)
siempre tendrían la sospecha de que yo podría haber hecho alguna cosa por
influir al Sr Yamahaka. Decidí sabiamente cerrar esa bocaza que tan a menudo me
ponía en aprietos.
Por la tarde, después de comer, estuve
casi dos horas esperando a que viniese alguien en la sección de chequeo. Eran
ya pasadas las cuatro cuando llegaron los japoneses junto con los encargados de
todas las secciones de producción y calidad. Cuando me di cuenta me había
quedado en un rincón entre los japoneses y los españoles. Uno de los japoneses
empezó a soltar un discurso en ingles mientras le mostraba los fallos en los
aparatos que habíamos encontrado por la mañana. –No sé por qué se esfuerzan tanto en hablarles.- Pensé. – Si de todos estos que hay aquí, creo que
solo el Sr. Cubiles entiende lo que dicen.-
La discusión parecía interminable y
aburridísima, a las cinco cuando sonó la sirena de salida, muy amablemente me
despedí de todos y me largue de esa cueva de locos. No sé hasta qué hora siguió
esa “reunión”.
Mientras regresaba a casa, me
planteaba muy seriamente no asistir a la cita de las nueve, encontraba la
situación fuertísima. Me sentía superado. Una vez en casa me prepare un vino
blanco, puse una lavadora e hice lo que más me relaja de este mundo: Plegar la
ropa limpia (normalmente la tengo toda tirada encima de un sofá y directamente
la cojo de allí cuando necesito cambiarme de ropa).
A las ocho ya me había relajado y
decidí ir a la cita aunque solo fuese para terminar la relación. -Que no se dijese que Dragg Issis no le
ponía cojones a la adversidad.-
Cuando entré en el hotel, me temía que
desde la recepción me dijeran que el Sr Yamahaka no deseaba recibirme. Pero no
fue así. Él estaba esperándome en recepción, me llevo a la limusina y nos
fuimos a cenar a un restaurante de las afueras que le habían recomendado.
-Lamento mucho la situación de esta
tarde.-
Me dijo en el coche. –Estos directivos
españoles parecen idiotas, son como niños de cinco años, se te quedan mirando
con cara de atontado y no te dan ninguna solución.-
-Son
ustedes conscientes de que ninguno de ellos habla inglés.- Le pregunté.
Se puso a reír a carcajadas y dijo. –Increíble e inaceptable, me es imposible
entender la mentalidad española.
Acto seguido me cogió por las mejillas
y me besó. – Llevo todo el día esperando
hacer esto.-
Esa noche nos lo cogimos con calma,
cenamos fantásticamente bien en el restaurante de un club de Golf de las
afueras de la ciudad y después, ya de regreso en el hotel, una sesión de sexo
suave y relajante, porque los dos estábamos destrozados de tanta marcha. A la
una de la madrugada ya estábamos dormidos.
Posdata:
Nunca jamás terminarás de conocer a esa
hija de la gran puta llamada casualidad
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