lunes, 16 de mayo de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Dragg Issis, yo mismo y un señor japonés. 3)

DRAGG ISSIS, YO MISMO Y UN SEÑOR JAPONES.3 (martes)

        Era la segunda noche que había pasado con mi amante japonés y a las 7.30 de la mañana me dirigía al trabajo conduciendo mi Fiat Punto de color lagarto escuchando ¿cómo no? a Annie Lennox en la radio-casete.
        El Sr. Yamahaka resultó ser un hombre muy atento y un amante excelente, que descubrió en mí, facetas del sexo y de mi cuerpo que jamás pensé que llegaría a experimentar. La verdad era que con su inglés perfecto y mi inglés de pueblo habíamos conseguido llegar a entendernos bastante bien. Otra cosa que también ayudó (como creo que les conté en el episodio anterior) era el hecho de que me habían cambiado el horario laboral, y ahora, al empezar a las ocho de la mañana, podía pasar un par de horas más con él en la cama.
        El haber podido despertarme a las seis y media junto a mi amante, ducharnos juntos e incluso tomar un café y un croissant antes de salir corriendo hacia la fábrica, había sido de lo más placentero.
        Era costumbre en el centro de trabajo, que los operarios que hacían el turno partido (el de ocho de la mañana a cinco de la tarde). a las ocho menos cinco hiciesen unos minutos de gimnasia. Si, algo que todo el mundo creía que era una leyenda urbana de las empresas japonesas, pero que es de lo más cierto que he vivido.
        Al ritmo de una música oriental, una voz en japonés iba explicando los movimientos a realizar. Mientras los operarios, a su ritmo y manera, intentaban seguir los movimientos que hacían los directivos japoneses, que los teníamos de frente. Unos cuantos estiramientos de sube y baja los brazos y rotaciones de las caderas después, todos los operarios se movían hacia su puesto de trabajo. Y yo, como no tenía ni idea de lo que debía hacer, me dirigí hacia el jefe de producción para pedirle instrucciones.
        -Tienes que ir al almacén del departamento de calidad y allí te dirán que tienes que hacer.- Me dijo en su habitual tono despectivo. Nunca entendí ese odio visceral que sentían los mandos intermedios hacia los trabajadores menos cualificados. Tranquilamente me dirigí a la nave anexa, donde se hallaba el almacén general y el departamento de calidad. Allí me recibió el Sr Cubiles, que era el jefe de esa sección.
        El Sr. Cubiles era un señor mayor, creo que le faltaría un año o dos para jubilarse, y a diferencia de los otros mandos era muy amable y agradable con todo el mundo. Una excepción dentro del grupo de hienas que solían ser los cargos con responsabilidad.
        -Hola, tu trabajo consistirá en servir de apoyo a los inspectores de calidad.- Me dijo con tono sereno. –Ellos te pedirán que material del almacén quieren inspeccionar y tú deberás recogerlos del palé, llevarlos a la sección de control y desembalarlos. Ellos realizarán la inspección, y si es positiva volverás a embalar el producto y lo devolverás al palé de origen.-
        -Ok.- Le conteste yo.
        -Otra cosa.- Me dijo preocupado. –No hablan absolutamente nada de español.-
        -Algo de inglés hablaran ¿no?- Le dije yo.
        -Pero, ¿tú hablas inglés?- Me preguntó sorprendido.
        -Claro.- Le replique.
        -Ah, ¿Cómo es que no consta en tu curriculum?- Insistió.
       -Simplemente, viendo cómo funciona esta empresa, no me serviría en absoluto para mejorar mi sueldo. Y por el contrario tendría muchísimo más trabajo del que tengo que hacer ahora.- Le contesté con aires de suficiencia.
        -Porqué será que te entiendo perfectamente.- Murmuró mientras entrabamos en el local. Una vez dentro, se dirigió a los señores que estaban ahí y me presentó. –Sr Hikamasha, Sr Yamahaka, este será su ayudante.- Les dijo con un inglés parecido al mío.
        -¿¿¿SR YAMAHAKA???- Grité mentalmente mientras miraba con cara de terror al señor que estaba sentado de espaldas a nosotros en la mesa principal.
        En efecto, vestido con un uniforme de color gris claro, parecido al mío. Estaba frente a mí el hombre con el que había estado disfrutando del sexo los últimos tres días. Y aunque su cara no expresaba ninguna emoción, sin duda debía de sentir la misma sensación de terror que sentía yo.
        Los dos japoneses se acercaron y nos saludaron con un leve golpe de cabeza (curiosamente  solo bajaron unos diez cms, nada que ver con la reverencia que solía hacerme el Sr Yamahaka cuando nos veiamos a solas). Sorprendido miré al Sr. Cubiles esperando que me insinuase cual debía de ser mi reacción, pero ante su total inacción, decidí devolverles el cumplido con el saludo budista (que tan buen resultado me dio en otra ocasión, aunque esta vez me ahorre el “namasté”).
         El Sr. Cubiles se fue, sin darme más instrucciones y murmurando un -“Que dios nos pille confesados”.-
         Me quedé allí plantado esperando recibir algún tipo de indicación por parte de los allí presentes. Pasaron dos… tres…diez minutos interminables mientras los dos japoneses hablaban en su ininteligible idioma. Después el Sr Hikamasha (el más bajito y regordete de los dos) recogió un montón de papeles y abandonó la sala sin ni siquiera mirarme.
        Quedamos en la sala mi amante y yo. Creo que la tensión se podía cortar a cachitos. Unos segundos eternos después, me miró y sonrió. –Sospechaba por lo que me contaste que podrías trabajar aquí, pero hay que reconocer que esta situación es del todo sorprendente.-
         -Opino lo mismo que usted.- Me reí, medio desencajado. –Si cree que no es apropiado, puedo pedir que le atienda otro empleado de mi sección.-
         -¿Por qué? - Volvió a sonreír. –A ti ya te conozco y creo que los dos somos los suficiente profesionales como para que nuestra situación no interfiera en nuestro trabajo.-
        -Opino exactamente lo mismo que usted.- Le contesté.
        Acto seguido me pidió que le siguiera con un carro hacia la zona del almacén general.
        Básicamente durante toda la mañana me dediqué a acompañarlo arrastrando el carrito por el almacén mientras él elegía al azar paquetes de producto acabado. Los sacaba del palé, los cargaba en el carrito y después los llevaba a la zona de chequeo donde se los desembalaba para que él pudiese hacerles todas las pruebas y chequeos que se le ocurriesen. Una vez daba por concluido el chequeo del aparato, si la inspección era positiva me los ponía en una mesa anexa y yo debía volver a embalar el producto y devolverlo al almacén.
         Hay que reconocer que tuve poco trabajo volviendo a embalar producto. A la hora de la comida se amontonaban por todas partes aparatos con topos de color rojo marcando defectos de calidad. La cara del Sr. Yamahaka era un poema y yo no sabía dónde diablos ponerme cuando veía la cantidad de defectos que encontraba.
         A la una sonó la sirena que marcaba la interrupción de una hora para ir a comer. Le pregunté si deseaba hacer la interrupción ahora o prefería hacerla más tarde, a lo que me contestó que hiciese la rutina oficial que él esperaría a sus compañeros japoneses.
         Salí del almacén hacia el comedor de la fábrica con la sensación de que todo el mundo estaba pendiente de mí. Al poco me alcanzaron mis amigas Andrea,  Rosita y Eugenia y me preguntaron: -¿Cómo está yendo? -
         -Tías, que nos cierran la fábrica, ese hombre les está poniendo a los aparatos más topos rojos que a un vestido de flamenca.- Les dije fingiendo preocupación.
         Fue en ese momento cuando me di cuenta que no podía contarle a Andrea nada de mi relación con el inspector de calidad. Porque, acabara como acabara la inspección, (probablemente cerrando la fábrica) siempre tendrían la sospecha de que yo podría haber hecho alguna cosa por influir al Sr Yamahaka. Decidí sabiamente cerrar esa bocaza que tan a menudo me ponía en aprietos.
         Por la tarde, después de comer, estuve casi dos horas esperando a que viniese alguien en la sección de chequeo. Eran ya pasadas las cuatro cuando llegaron los japoneses junto con los encargados de todas las secciones de producción y calidad. Cuando me di cuenta me había quedado en un rincón entre los japoneses y los españoles. Uno de los japoneses empezó a soltar un discurso en ingles mientras le mostraba los fallos en los aparatos que habíamos encontrado por la mañana. –No sé por qué se esfuerzan tanto en hablarles.- Pensé. – Si de todos estos que hay aquí, creo que solo el Sr. Cubiles entiende lo que dicen.-
         La discusión parecía interminable y aburridísima, a las cinco cuando sonó la sirena de salida, muy amablemente me despedí de todos y me largue de esa cueva de locos. No sé hasta qué hora siguió esa “reunión”.
         Mientras regresaba a casa, me planteaba muy seriamente no asistir a la cita de las nueve, encontraba la situación fuertísima. Me sentía superado. Una vez en casa me prepare un vino blanco, puse una lavadora e hice lo que más me relaja de este mundo: Plegar la ropa limpia (normalmente la tengo toda tirada encima de un sofá y directamente la cojo de allí cuando necesito cambiarme de ropa).
        A las ocho ya me había relajado y decidí ir a la cita aunque solo fuese para terminar la relación. -Que no se dijese que Dragg Issis no le ponía cojones a la adversidad.-
        Cuando entré en el hotel, me temía que desde la recepción me dijeran que el Sr Yamahaka no deseaba recibirme. Pero no fue así. Él estaba esperándome en recepción, me llevo a la limusina y nos fuimos a cenar a un restaurante de las afueras que le habían recomendado.
        -Lamento mucho la situación de esta tarde.- Me dijo en el coche. –Estos directivos españoles parecen idiotas, son como niños de cinco años, se te quedan mirando con cara de atontado y no te dan ninguna solución.-
        -Son ustedes conscientes de que ninguno de ellos habla inglés.- Le pregunté.
     Se puso a reír a carcajadas y dijo. –Increíble e inaceptable, me es imposible entender la mentalidad española.
        Acto seguido me cogió por las mejillas y me besó. – Llevo todo el día esperando hacer esto.-
        Esa noche nos lo cogimos con calma, cenamos fantásticamente bien en el restaurante de un club de Golf de las afueras de la ciudad y después, ya de regreso en el hotel, una sesión de sexo suave y relajante, porque los dos estábamos destrozados de tanta marcha. A la una de la madrugada ya estábamos dormidos.


        Posdata:

        Nunca jamás terminarás de conocer a esa hija de la gran puta llamada casualidad







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