martes, 10 de mayo de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Dragg Issis, yo mismo y un señor japones. 2)

DRAGG ISSIS, YO MISMO Y UN SEÑOR JAPONES.2 (lunes)

       Tal y como les conté en el episodio anterior, después de un fin de semana espectacular (sexualmente hablando) decidí aceptar la proposición del Sr. Yakahama y me convertí en su amante durante las dos semanas que él estaría en la zona.
        El Sr Yamahaka era asiático, eso era totalmente evidente, pues sus facciones no dejaban lugar a dudas, vestía con ropa sport, pero cara, vamos, de la que te la pongas como te la pongas siempre te queda de puta madre, al primer momento daba la impresión de que tendría unos 35 o 37 años, aunque eso podría ser engañoso ya que los asiáticos, si se cuidan y trabajan su cuerpo (como era el caso) pueden aparentar esa edad aun teniendo 45 o 50 años. Mediría un metro ochenta más o menos, la verdad es que lo digo porque lo hacía de mi altura, no parecía ni más alto ni menos que yo. Además tenía una dentadura perfecta y una sonrisa que me volvía completamente loquito.
        A las cinco de la mañana del lunes, me despertó la llamada del conserje del hotel, tal y como me aseguro que haría, me duché con presura y cubrí las enormes ojeras con un poco del maquillaje de Dragg Issis. El resultado final me pareció lo suficientemente satisfactorio como para poder presentarme en la fábrica. Mi amante seguía dormido, lo miré un momento antes de dejar la habitación y bajé a la recepción para pedir un taxi. Quince minutos después llegaba a mi puesto de trabajo, con quinientas pesetas menos en mi bolsillo (¡¡DIOOOSS!! que caro que me salió el taxi). Por suerte siempre tenía un uniforme de trabajo en la taquilla (no sabes nunca donde pueden acabar algunas fiestas). Me cambié de ropa, me tomé un café rápido y me dirigí a mi puesto de trabajo (mi aburrido puesto de trabajo) suerte que tenía algo muy interesante que recordar, porque creo que con lo cansado que estaba y lo poco que había dormido, podría haber perdido el conocimiento en cualquier momento.
        Cuatro aburridisimas horas después, a la hora del desayuno, mientras me comía un reblandecido cruasán de fabricación industrial junto al combinado que normalmente usaba en casos de extrema desesperación (dos cafés expresos mezclados con una coca cola) tenía la esperanza de que aparecería Andrea y podría explicarle el maravilloso fin de semana que había tenido. Pero no apareció. De las cuatro mosqueteras solo estaba la Eugenia y no tenía suficiente confianza con ella para contarle nada de ese tema. 
        –Está reunido el comité con la empresa desde las ocho de la mañana.- Me dijo Eugenia. –Se ve que esta mañana llega una delegación de técnicos del Japón para hacer una inspección de calidad a toda la fábrica.- 
        –Qué raro, no me comentaron que hubiese reunión del comité de empresa.- Pensé. – Con las ganas que tenía de contárselo todo a Andrea.- Y me volví a mi puesto de trabajo mientras empezaba a notar los efectos del súper combinado de cafeína.
        A las dos de la tarde, cuando llego el relevo del turno de tarde y me dirigía al comedor de la empresa, me percaté de que todos los cargos intermedios estaban reunidos cuchicheando al principio de las cadenas de montaje. –Hmmm, reunión de pastores… ovejas muertas.- Sonreí, y sin darle mayor importancia salí de la nave dirección al comedor. No avance mucho, justo antes de llegar al edificio, me salió al paso Vanessa, una de las lacayas del jefe de personal. –Perdona, ¿podrías acompañarme un momento a la sección de personal?- Me dijo con tono inquisitivo.
        -Qué remedio, quien es el guapo que te dice que no, con la mala leche que tienes.- Pensé. Y acto seguido, la seguí.
        En la sala de reuniones del departamento de personal me encontré con los miembros del comité de empresa, el jefe de personal y sus dos lacayas (conocidas también como secretarias del jefe de personal). – ¡OH NO!, cuando pueda ir a comer solo quedaran hervidos y refritos.- Solo podía pensar en eso.
        Me saludaron cordialmente y me invitaron a sentarme.
        -¿Te iría bien trabajar una semana y media a jornada partida?- Me preguntó el jefe de personal.
        -No va a ser un cambio permanente, es provisional.- Me dijo Andrea, en su condición de presidenta del comité de empresa. A lo que Yolanda, la lacaya número dos, añadió: -Tendrás que hacer de soporte al equipo de calidad que ha llegado del Japón.-
        Me los mire con cara de pasmo y les increpe: -No es que tenga que decirles cómo hacer su trabajo, pero, ¿no creen que sería más apropiado, dado el nivel de la delegación de japoneses, que los atendiera alguien de la sección de calidad?-
         Se miraron todos con ojos como platos, y Vanessa me dijo con tono firme: -Esa era nuestra intención, pero han pedido expresamente a alguien de vuestra sección, por lo visto han ojeado las estadísticas de la empresa y vuestro departamento es el que menos problemas de calidad ha tenido en los últimos años.-
       Me reí mientras pensaba: –Pues para lo bien que lo hacemos, que poco se nota a la hora de repartir ascensos.-
       Y así finalizó la reunión, con la condición que haría turno partido de ocho a cinco hasta que los “japos” acabasen con su inspección de calidad.
       Salí corriendo del departamento de personal con la esperanza de que el cocinero aun pudiese darme alguna cosa decente de comer. Lo encontré ya recogiendo la zona de catering y le supliqué que me diese de comer. Detrás de mí llegaron todos los miembros del comité de empresa y a juzgar por la cara de mala leche que llevaban y lo que discutían entre ellos tampoco habían almorzado. Mientras me dirigía a la mesa que solía ocupar habitualmente me vino a la memoria que tenía mi coche aparcado en el parking del “PACHA”. Corrí a la cabina de teléfono con la esperanza que Miguel estuviese aun en su casa.
       Tuve suerte, y después de negociar como se lo compensaría decidió venir a recogerme y llevarme hasta la discoteca para poder recoger mi coche. Volví a la mesa y tranquilamente me comí un plato de verdura recalentado, unos calamares rebozados y un flan de marca comercial como postres (como siempre a esas horas todo lo bueno del menú ya se había acabado), después, ya cambiado y con la mochila con los cacharros de Dragg Issis, espere tranquilamente en uno de los bancos que había en los jardines anexos a la entrada del recinto.
       Miguel llegó un poco más tarde. –Me debes una, muy, pero que muy gorda.- Me regañó.
       La verdad es que recuerdo muy poco de la conversación, ya que me quede completamente dormido, me despertó cuando llegamos a mi coche. – ¿Estas bien? No te había visto tan hecho polvo nunca.- Me dijo preocupado.
       -Tranquilo, ya te contare cuando pueda… hay mucha chicha para contar.- Y me fui a mi coche.
       Tenía cinco horas para dormir un poco, arreglarme e ir de nuevo a ejercer de amante del Sr Yamahaka, solo que esta vez llevaría mi coche para no volver a quedarme tirado a sesenta kilómetros de mi casa.
       Llegué a las nueve puntual a mi cita. En la recepción del hotel me dijeron que mi amante me estaba esperando en el spa, (por lo visto lo había reservado para tres horas conmigo). -Pues no me he traído bañador.- Fue lo primero que se me vino a la mente.
       El spa era una zona del sótano ambientada con luz artificial y decorada con estilo zen. Pretendía ser un jardín japonés que discurría entre una piscina climatizada, una sauna, un jacuzzi y un pequeño gimnasio. Era agradable. Sonaba un hilo musical con una chirriante guitarra o violín que sonaba como muy asiático, y en el aire se percibían aromas de naranjo y flores silvestres. -Como se lo está currando, y no veas como me estoy poniendo de cachondo con toda esta parafernalia.-  
       Lo encontré en el gimnasio ataviado con uno de esos kimonos masculinos muy largos haciendo una especie de ejercicios con una espada de madera, al estilo de los samuráis. Al verme se paró, se acercó y me hizo la inclinación del saludo japonés. Esta vez le devolví el saludo del mismo modo.
       -¿Estás listo?- Me preguntó.
       - Estoy listo para lo que sea.- Sonreí.
       -Hoy recibirás tu primera clase de samurái.- Me dijo mientras lo miraba con ojos sorprendidos.
       Me hizo poner un quimono parecido al suyo y me estuvo enseñando varias posiciones y movimientos con la espada de madera. Cuando creyó que ya había aprendido la lección de ese día, nos quitamos los quimonos y nos metimos en la sauna, parecía que estuviese alargando deliberadamente nuestro primer contacto de esa noche y solo cuando nuestros cuerpos estuvieron totalmente cubiertos de sudor no empezó la acción.
       Entre las toallas tenía escondida una pluma de oca de unos treinta centímetros que la uso para acariciar mi espalda, lentamente, al tiempo que yo buscaba sus labios. Deseaba, no, necesitaba desesperadamente sentir sus labios de nuevo, pero se hizo de rogar. Jugaba con la pluma en mi espalda mientras yo del placer me arqueaba como un perrito, fue en esa postura que me beso intensamente mientras empezó a follarme, lentamente primero, con más ritmo después. Estaba completamente alucinado: no había usado ningún lubricante y casi ni me había enterado que lo tenía dentro. Bueno enterado si y mucho por el placer que sentía, ya que normalmente si no me trabajan un poco con lubricante me duele mucho la penetración.
       Igual que las otras dos noches practicamos posturas increíbles e imposibles en todos los rincones del spa y acabamos exhaustos burbujeando en el yacusi. Tengo que reconocer que él era un amante experto y yo era un juguete en sus manos.
       A las doce, ya en la habitación, nos trajeron una bandeja de sushi con especias y sake. Se rió
de mí cuando le conté que toda mi experiencia en comida asiática se limitaba a los menús del restaurante chino del pueblo.
       Tras un pequeño y rápido cursillo de como coger los palillos y usar los boles, cenamos y recuperamos fuerzas para seguir amándonos hasta bien entradas las tres de la madrugada. Esta vez podríamos levantarnos a las siete de la mañana ya que los dos empezábamos a las ocho. Los dos agradecimos mi cambio de horario.
        A las siete nos despertó la llamada de recepción, ducha rápida los dos juntitos y quedamos en volver a vernos a las nueve de la noche. Me vestí rápido, me despedí y me fui a toda leche con mi coche a la fábrica.
       Mientras circulaba por las afueras de Girona, pensaba en lo difícil que me sería dejar volver a ese pedazo de hombre de nuevo al Japón. -Aunque creo que será lo mejor que puede sucederme, porque como se quede mucho tiempo por aquí voy a acabar en los huesos, con la caña que me mete.- Puse la cinta de Annie Lennox, y mientras tarareaba “walking on broken glass” pensé: - Pero que caña tan deliciosa que me mete este cabrón.-


        Posdata:
        Qué razón tenían las viejas del lugar: un clavo siempre saca otro clavo. Y yo llevaba tres días sin pensar en Jordi.






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