DRAGG
ISSIS, YO MISMO Y UN SEÑOR JAPONES.5 (jueves)
Me desperté hecho polvo. Recuerdo que
la última vez que mire el reloj eran las tres, por lo que solo había dormido
unas tres horas y media. Nada que ver con el hombre que dormía a mi lado, que
se despertó repleto de energía y me arrastraba hacia la ducha. El café y la
bollería de pastelería me sentaron de muerte, y eso que normalmente cuando me
levanto suelo tener el estómago completamente cerrado. Unos abrazos y morreos y
corriendo a toda prisa hacia la fábrica.
Rutina. Me quejaba de que el turno de
mañana era muy aburrido, pero la idea de escuchar caaaada día esa misma
musiquita y hacer caaada día los mismos ejercicios patéticos delante de los
directivos japoneses. Hacía que me planteara seriamente el suicidio como un
modo de escape.
Fue terminar la gimnasia y no esperé a que
el jefe de producción diese los datos de fabricación del día anterior ni las
previsiones para el jueves. Discretamente me dirigí a una de las salidas y me
fui lo más rápido posible al almacén de control de calidad. Como era de esperar
estaba cerrado. Me deslicé hasta la sección de control de calidad con la
esperanza de encontrar a Álvaro. Solo había una de las chicas del equipo de
calidad, una tal Rosa, creo que se llamaba. –Me
han dicho que si no tienes nada que hacer, te de trabajo.- Me dijo muy
seria. Y me llevó a un rincón donde había varias cajas con componentes
pendientes de chequear en busca de defectos. –Tú mismo, ve a tu aire, marca los defectos y las piezas que estén bien
las colocas en este carro.- Y me quedé solo en el taller.
Me pasé toda la mañana chequeando
componentes. A eso de las once llegó Álvaro con un carro lleno de aparatos
embalados. -Vaya, estás aquí, parece que
todo el mundo se ha olvidado de ti.- Me dijo sonriendo.
-Por lo menos tengo alguna cosa que
hacer.-
Le dije devolviéndole la sonrisa.
Acto seguido empezó a sacar los
aparatos y empezó a hacerles todo tipo de perrerías para comprobar los
parámetros de resistencia que tenían marcados. De vez en cuando, lo pescaba
mirándome. Al darse cuenta de que lo había visto se sonrojaba, situación que a
mí me encantaba. A la una del mediodía cuando sonó la sirena nos fuimos juntos
al comedor. Me contó cosas de sus salidas nocturnas por el ambiente gay de
Barcelona, sus aficiones y hobbies, vamos la retórica habitual cuando alguien
está interesado en ti, a lo que yo le correspondía con lo que se espera que
contestes en estos casos, riéndome de sus chistes e intentando no ser el
protagonista de la conversación (cosa que verdaderamente me costaba muchísimo,
joder, que soy Dragg Issis).
En el comedor se sentó a mi lado, y
cuando llegaron, las demás mosqueteras se nos acoplaron. -Últimamente vais siempre juntitos.- Dijo Rosita con malicia.
Álvaro se sonrojó de nuevo. -No sé qué le ves de raro, ahora trabajamos
en el mismo sitio.- Lo defendí.
-Cómo va el tema de la inspección de
los “japos”.-
Le pregunté a Andrea, para cambiar de tema. -Desde
ayer por la mañana que no he visto a ninguno de ellos.-
-No hay novedades, dirección no nos ha
informado de nada, y tampoco hay prevista ninguna reunión.- Me dijo muy
seria.
Y así se zanjó la conversación. Pasamos
a los cotilleos y a las críticas televisivas y después del café, como hacía un
día radiante, decidimos tomar el sol en la zona de los jardines que rodeaban el
complejo. Nos sentamos un poco alejados del grupo que se formaba con los demás
operarios. -Lo de tener una cita contigo
iba en serio.- Me dijo en voz baja. Supongo que aún tendría pánico de que
los demás operarios pudieran sospechar de su homosexualidad.
Me entró el pánico. No me apetecía nada
darle explicaciones sobre mi relación actual, ni a él ni a nadie. Solo
necesitaba alargar la situación hasta que el Sr. Yamahaka se hubiese ido. Así
que me salí por la tangente. -No sé cómo
lo haremos porque los fines de semana trabajo de camarero.- Le mentí de
nuevo (la verdad, es que no tenía muy claro que reacción podría tener si
supiese que tenía una doble vida como Dragg Queen).
-Podríamos quedar para comer o ir al cine
o simplemente pasear.- Me dijo en un tono que se me hacía
irresistiblemente tierno.
-Veras, me muero de ganas de tener una
cita contigo.-
Le dije. –Pero, mi padre ha tenido un
accidente y cuando salgo de aquí les ayudo en casa, la semana que viene mi
hermano tiene vacaciones y podré tener algún día libre para dedicarlo enteramente a ti.- Me sentía la persona más vil y rastrera mintiéndole así,
pero, ¿acaso tenía más opciones?.
-Te
cojo la palabra.- Me dijo con una sonrisa en la boca. -La semana que viene tú y yo tendremos una cita.- Nos levantamos
para dirigirnos a nuestro puesto de trabajo pues ya casi eran las dos del
mediodía.
Ya en el sitio donde estuve realizando
mi actividad toda la mañana, vi que estaban reunidos el Sr Hikamasha, el Sr
Yamahaka y el Sr. Cubiles. Me hicieron una señal para que fuese con ellos y nos
fuimos al almacén de control de calidad.
-Podrías explicarnos cómo has hecho la
selección.- Me dijo el Sr. Hikamasha mostrándome la mesa central con los montones de
aparatos con puntos rojos.
-Tal y como me pidieron, he separado
los defectos según la procedencia de fabricación del componente. Y para que les
sea más fácil de saber la procedencia de cada componente les he puesto una
etiqueta delante con el nombre de la empresa que ha realizado cada parte.- Creo que mi inglés no era del todo fluido para hacerles esa parrafada, pero me entendieron
correctamente.
Los dos japoneses se miraron con cara
de satisfacción. –Deberás quedarte aquí
para que podamos preguntarte si tenemos alguna duda.- Me dijeron mientras
el Sr. Cubiles abandonaba la sala.
Cinco minutos después, el Sr. Cubiles
regresó acompañado de unas diez o doce personas. Iban vestidas con uniformes de
trabajo o batas de distintos colores, azul claro u oscuro, verde y alguno
naranja. Se dispusieron alrededor de la mesa con los montones de aparatos
defectuosos y empezó una de las reuniones más extrañas a la que asistí en toda
mi vida.
-Señores,
les hemos reunido aquí porque tenemos una importante queja con el producto que
ustedes fabrican para nuestra empresa.- Empezó el Sr. Yamahaka con un tono
muy serio y muy solemne. Acto seguido el Sr. Cubiles tradujo sus palabras al
castellano. Después fue nombrando al representante de cada empresa y le expuso
personalmente las quejas que tenía sobre el producto que elaboraban. Hay que
entender que, como cada frase que decían los japoneses había que traducirla al
castellano, la reunión se hizo extremadamente larga y tediosa.
En las casi tres horas que duró la
reunión, había algo que me exclamaba muchísimo. En teoría, los operarios
asistentes a la reunión pertenecían a empresas que nada tenían que ver con el
complejo. Pero sus caras me eran muy, pero que muy familiares, en especial la
del operario que pretendía venir de una tal COMPONETES-SA que era clavadito a
una locaza mega promiscua que conocía desde hacía siete años y que me constaba
que trabajaba en el turno de noche en la sección de producción de plásticos del
complejo Japonés. Cuando habló no tuve ninguna duda: se trataba de la “Cosco”,
la persona más asidua a los cuartos oscuros y las zonas de cruising de toda la
provincia.
-¿Qué diablos estaba pasando allí?- Me pregunté mentalmente. -¿No habrán sido capaces de
montarles un teatro con los empleados del turno de noche para que los auditores
japoneses no descubran dónde y en qué condiciones se fabrica el producto
externalizado?- Esta vez no tuve ninguna prisa en irme y me quedé hasta las
cinco y media para ver cómo acababa la reunión.
Cuando recogía mis cosas para irme pude
ver la cara de satisfacción de los Señores Hikamasha y Yamahaka. Yo estaba
indignado. Deseaba acercarme y chafarles toda la comedia que habían montado y
desenmascarar al grupo de piratas mafiosos que controlaban la dirección.
Prudentemente, decidí volver a morderme la lengua y hacer las cosas con
perspectiva, -Quizás mañana alguien me
aclare qué cojones ha pasado en esa sala.- Arranque el coche y me fui hacia
Palamós.
Ya en casa me hice una siesta de un par
de horas, me duché y a las ocho y media cogí de nuevo la carretera hacia
Girona. Mi amante, al igual que en otra ocasión me esperaba en la recepción. -Cenamos fuera.- Me dijo muy animado.
Esta vez fuimos al Celler de Can Roca,
un reconocidísimo restaurante con varias estrellas Michelin (y carísimo de la
muerte) donde tuve mi primera experiencia en el mundo de los menús de
degustación. Por lo visto deseaba celebrar conmigo el buen rumbo que estaba
llevando su actuación como auditor en la empresa. -No me lo puedo creer, se la han clavado totalmente doblada y no se han
enterado absolutamente de nada.- Pensaba para mí. Mientras intentaba
agradecer las atenciones recibidas sin que se me notara todo lo que discurría
por mi cabeza. La situación subió un grado en surrealismo cuando a los postres
me hizo un regalo. La pequeña caja envuelta en un papel dorado, con el anagrama
de la casa Festina, anunciaba lo que podía ser un reloj de pulsera. Lo mire con
cara de espanto. -No puedo aceptar este
regalo.- Le dije. -No me sentiría
nada cómodo si lo aceptara.-
-Debes aceptarlo.- Insistió. -Del mismo modo que yo acepto los regalos
que tú me das cada día.-
Abrí el paquete y en su interior había
un reloj de pulsera dorado y con puntitos brillantes en las manecillas. -Por favor que no sea de oro.- Grité en
mi cabeza mientras ese hombre me cogía de la muñeca y ajustaba el reloj en
ella. Ese maldito regalo resonaba en mi cabeza recordándome lo hipócrita que yo
podía llegar a ser. De algún modo sentía que nunca podría corresponderle con un
regalo de ese calibre… o quizás sí.
Tuve suerte, Hikaru (había olvidado por
completo deciros su nombre, acostumbrado como estaba a tratarlo de señor) había
interpretado mi inquietud como desconcierto y sorpresa hacia el regalo que me
había entregado. Parecía satisfecho con mi actitud. Me recompuse como pude y
decidí disfrutar de esa velada lo máximo posible, de hecho estaba convencido de
que a la mañana siguiente conseguiría descubrir qué demonios había pasado en la
reunión de la tarde.
A las doce regresamos al hotel. Esa
noche mientras hacíamos el amor me fijé en que cada vez que él miraba mi muñeca
con el reloj era como si se excitara más de lo habitual, supongo que
disfrutaría de algún tipo de fetichismo relacionado con esa situación. Decidí
que llevaría el reloj siempre que estuviese con él.
Era la una y media y el Sr. Hikaru
Yamahaka dormía junto a mí. Yo seguía dándole vueltas a la cabeza sobre el
mismo tema que me rondaba desde esa tarde, aunque el cansancio pudo conmigo y
me dormí.
Posdata:
Mi abuela siempre decía: Si te
encuentras rodeado de lobos nunca saldrás ni corriendo ni mordiendo.