lunes, 11 de abril de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (ROSITA, ANDREA Y UN JEFE DE PERSONAL CABREADO)

ROSITA, ANDREA Y UN JEFE DE PERSONAL CABREADO

        De las cuatro “mosqueteras”, hoy os voy a hablar de Rosita.
        Mi relación con Rosita empezó con muy mal pie. Era la típica recién casada de veinticinco años. Orgullosa de colaborar a pagar a partes iguales con su marido la hipoteca del piso que poseían en una ciudad dormitorio anexa a Girona. Hipoteca de la cual ya habían  amortizado más de la mitad. Se jactaba de que en su casa todo se hacía a medias y consultando siempre con su maridito. Aunque claro, normalmente se olvidaba de contar que su marido ganaba casi tres veces más que ella. Por lo que, por más que ella aportara a la hacienda familiar. Lo de participar en todo al 50% se hacía muy, pero que muy difícil de creer.
        Su marido era camionero de ruta internacional. Así que solo se veían un par de fines de semana cada mes. Llegué a creer que esa carencia de sexo tan espaciada era lo que la hacía tan “especial”. Y cuando digo “especial” no me refiero a un término amable, sino a todo lo contrario.
        Rosita era una fisgona. Y de las gordas. Siempre tenía los oídos en posición para escuchar conversaciones ajenas. Normalmente, en los turnos de desayuno se solía sentar estratégicamente en el centro posicional de las mesas y sillas de la sala de descanso. Y cuando creía que alguna conversación era de su posible interés, se quedaba totalmente inmóvil y lentamente se iba desplazando con el cuerpo hacia el origen de la conversación. Eso le había provocado más de un inconveniente al ceder el eje de equilibrio entre su cuerpo y la silla, cayéndose de bruces en el suelo.
        Esa posición era lo suficientemente próxima para detectar conversaciones interesantes, pero lo suficientemente alejada como para poder enterarse de todos los datos relativos a la misma.
        Lo que hacía a Rosita verdaderamente irritante, era que tenía la mala costumbre de rellenar los huecos que le faltaban de la información, con la cosecha propia de su imaginación. Y por lo que había podido comprobar más de un pobre desdichado, su imaginación era totalmente sucia y retorcida. Porque la cosa no solía quedar ahí. Después de rellenar los huecos que le faltaban, daba por buena y verídica la historia final resultante y se dedicaba a contársela a todo el mundo con el pleno convencimiento de que eso era lo que había oído.
        Y llegamos a mi tropiezo con Rosita. Más que un tropiezo fue un choque de trenes en toda regla. Sucedió en septiembre del 1992. Durante todo el verano había trabajado de camarero y coctelero en uno de los locales de moda de Palamós. Y como la base de mi alimentación durante ese periodo había sido básicamente repostería industrial y bocadillos de embutidos. Acabé en septiembre con el sistema digestivo hecho un fiasco y con una irritación sangrante en el ano.
        Como era de suponer cuando le estaba contando mi situación a Andrea, durante el descanso del desayuno. Rosita estaba en total posición y con las parabólicas directamente colocadas hacia nosotros. De toda la conversación solo le quedaron claros dos conceptos: ano y dolor sangrante.
        Cualquier persona normal habría pensado que el pobre chico tendría unas almorranas de caballo. O si el primer concepto que te viene a la cabeza es la palabra “MARICÓN”, pues que lo ha pillado un negro y le ha dado de lo lindo. Pues no, la niña tuvo que añadirle de su propia cosecha, además del ya un clásico “MARICÓN”, los conceptos “PROMISCUO” y “ENFERMEDAD VENEREA”.
        A medianos de septiembre fui requerido en personal, porque había una queja referente a salud sobre mi persona.
        -Esto… A ver, como te lo cuento esto. Los empleados nos han hecho llegar una queja sobre tu salud. Dicen que tienes una enfermedad venérea muy contagiosa y que deberíamos pedirte que no usaras el baño ni las duchas.- ¡ZAS! Así me lo soltó el jefe de personal, ante mi cara de estupor y sorpresa.
        -¿Perdón?- Dije sorprendidísimo. No me podía creer lo que acababa de oír. -¿Se puede saber de dónde ha salido semejante majadería?- Pregunté indignado.
        -Insinúas que no son ciertas las quejas de tus compañeros.- Insistió el jefe de personal.
        -¡Pues claro que no son ciertas! ¿Se puede saber de dónde coño ha salido esa patraña?- Le requerí, exigiéndole información.
        -Entonces si eso no es cierto, no pasa nada.- Y como si lo sucedido no tuviese ninguna importancia, me invitó a volver a mi puesto de trabajo.
        El grado de cabreo e indignación que se acumuló en mí era tal, que creía que en cualquier momento podría explotar y llevarme a toda fabrica conmigo. En vez de ir a mi sitio de trabajo me fui a la sección donde trabajaba Andrea para que me informara como lo tenía que hacer para presentar una denuncia formal en el comité de empresa (sabía que con una denuncia se verían obligados a exigir a la empresa explicaciones). Después de almorzar, a las dos y media, estábamos en la oficina del comité rellenando los formularios. Andrea alucinaba en colores.
        Durante todo el día, tuve la sensación de que todo el mundo me miraba con cara de asco y me señalaban con el dedo (vamos más de lo habitual que solían hacer en mi).
        El proceso fue rápido. A la mañana siguiente estábamos convocados en personal varios empleados (entre ellos Rosita), Andrea en su condición de presidenta del comité de empresa y yo mismo. La reunión fue breve. Todos admitieron que la información les había llegado por Rosita. En diez minutos quedamos en la sala Andrea, Rosita, el jefe de personal y yo.
        Rosita se mantenía convencidísima de que me había oído contarle a Andrea que yo estaba podrido por la sífilis, o no sé qué barbaridad de enfermedad.
        Andrea le comento al jefe de personal que desconocía totalmente el haber mantenido esa conversación. Y que lo único que recordaba haber hablado conmigo sobre enfermedades, era por un trastorno intestinal. Pero que ya lo había solucionado al empezar a comer correctamente en la fábrica. No teníamos ni idea de donde habría podido sacar Rosita semejante información.
        El jefe de personal poniéndose las manos en la cabeza en gesto de desesperación le pregunto directamente a Rosita: -A ver, dime las palabras exactas que oíste que le decía a Andrea.-
        Se puso colorada como un tomate y bajando la mirada (supongo porque acababa de darse cuenta de hasta donde había metido la pata) dijo: -Que le ardía el culo y le sangraba.-
        El jefe de personal, Andrea y yo nos miramos y gritamos casi a la vez: -¿Y que más le dijo?-
        -Pues eso, que le ardía el culo y le sangraba. Todo el mundo sabe que los maricones promiscuos como ese, cuando les pasa eso, es porque han pillado una mierda de enfermedad venérea.- Y después de soltar todo lo que tenía dentro, se quedó de lo más relajadita.
        -No me lo puedo creer, esta estúpida se lo ha inventado todo.- Dijo Andrea, sin terminar de creerse lo que acababa de oír.
        -Esta mujer está para que la encierren en un manicomio.- No me pude contener la lengua.
        -Bueno, pues una vez aclarado todo, creo que con una disculpa formal, todo tendría que quedar solucionado ¿no?- Dijo el jefe de personal mirándonos a Andrea y a mí, zanjando la reunión.
        -¿COMOOO?- No podía creerme lo que estaba oyendo. –Imagínese que la situación en la que me ha metido esta mujer le estuviese pasando a usted. Estoy convencido de que con una disculpa no se conformaría.-
        -Estoy convencido de que estaría tan molesto como tú, pero las normas de la empresa son muy claras en este tipo de conflictos. Si la responsable admite su falta. Con una disculpa formal se zanja el problema.- Dijo mirando a Andrea.
        Andrea no tuvo más remedio que darle la razón al jefe de personal. De hecho su firma estaba en el manual de resolución de conflictos de la empresa.
        Concluida la reunión volvimos todos a nuestro puesto de trabajo. Yo me pase el resto de mi jornada laboral maquinado como podría devolverle la jugarreta a la cabrona de la Rosita.
        Por la tarde, ya en casa, le saque el polvo a mi máquina de escribir (es que estoy hablando de 1992 y en mi casa no entró un ordenador hasta el 2003) y empecé a aporrearla con todo mi odio. Después me llegué hasta la librería del Josu para que me hiciese un buen puñado de fotocopias. Mientras, me relamía como un niño preparando su peor travesura.
        A la mañana siguiente. Adelanté el despertador media hora para poder llegar a tiempo de esparcir los papeles por todos los paneles de información de las cuatro naves. Serían  las nueve y media cuando, después del revuelo que se había montado, los jefes intermedios decidieron hacer desaparecer todos los panfletos que encontraron.
        De nuevo fui requerido en el departamento de personal. Esta vez a instancias de Rosita. Andrea volvía a estar ahí con cara de circunstancias.
        -Podemos aclarar esto rápido.- Exigió el jefe de personal.
        -Me las vas a pagar pedazo de cabrón.- Grito Rosita, mostrando me uno de los panfletos.
        -A ver, ¿qué sabes tú de esto?- Me dijo el jefe de personal agitando uno de los panfletos.
        -Pues no tengo ni la más remota idea.- Mentía mientras cogía uno de los papeles y fingía leerlo. –Vaya, estoy flipando. Esto sí que es lo que se considera una disculpa formal.- Lo doblé y me lo guarde en el bolsillo de la chaqueta gris del trabajo. –De acuerdo, Rosita, acepto tus disculpas. Pero creo que no hacía falta una confesión con tantas explicaciones.-
        Todos se quedaron pasmados con mi interpretación. Incluido Rosita, que de hecho no podía negar la evidencia. Lo que ponía en el panfleto era una disculpa formal de su comportamiento hacia los demás empleados. Y llevaba su firma.
        El documento decía: -Yo Rosita Fernández, consciente de que mi comportamiento hacia mis compañeros de trabajo ha sido totalmente inapropiado. Difundiendo mentidas sobre vuestra persona, con el consiguiente perjuicio que os he ocasionado. Os pido formalmente perdón por haber sido una chismosa y una fisgona de la peor calaña y espero poder compensároslo en el futuro. Si es que me dais una nueva oportunidad.- Firmado: Rosita Fernández (una chismosa arrepentida).
        Rosita salió del departamento de personal con el rabo entre las piernas. Todo lo que hasta entonces había sido orgullo había desaparecido de su rostro. Había encontrado a alguien que la había puesto en su lugar.
        Al salir, Andrea me decía al oído: -¡OLE! tus huevos. Te has tenido que leer todo el reglamento para poder preparar esta movida.- Mientras, yo, sonreía satisfecho.
        Sentí lastima de ella cuando vi que el resto de compañeros le hacia el vacío en los descansos. Así que le propuse a Andrea juntarnos con ella y demostrarle que también sabíamos perdonar. Cuando los demás se sorprendían porque seguía hablándole después del putadón que me había hecho. Yo siempre les decía: -Si Rosita hubiese podido escuchar la conversación entera y de cerca, estoy convencido de que no habría pasado nada de lo que pasó.- Además le di la oportunidad de conocerme como persona. En muy poco tiempo cambio totalmente su actitud hacia los homosexuales en general. No tardó mucho en sustituir de su lenguaje la palabra “maricón” por “gay”.


        Posdata:
        Tan importante como ganar una batalla, es saber gestionar la victoria para conseguir aliados entre las filas enemigas. Solo con esa actitud se consiguen ganar las guerras.













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