lunes, 4 de abril de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (SEXO, “DRAGG ISIS” Y AMOR ACONDICIONADO .2)

SEXO, “DRAGG ISIS” Y AMOR ACONDICIONADO .2

          Durante el verano del año 1994, ejerciendo de Dragg Issis. Alternaba mi trabajo de los fines de semana con las lentejuelas y los plataformones de Dragg Queen, con mi trabajo de operario en una fábrica de una multinacional japonesa de lunes a viernes, entresemana.
       Trabajar en una fábrica, aunque no estés en una cadena de montaje (como era mi caso), no dejaba de ser un trabajo monótono y de lo más aburrido.
       Mi trabajo consistía en alimentar las máquinas de una sala que insertaban componentes electrónicos en placas de circuitos. Cada 200 o 300 placas terminadas tenía que chequear una, comparándola con una de muestra, asegurándome de que todas las piezas y componentes estuviesen bien puestos en su lugar (dicho así suena muy glamuroso, pero en realidad, no dejaba de ser un coñazo aburridísimo).
        Lo único que suponía un cierto relax en la rígida disciplina laboral que se ejercía en el centro de trabajo, eran los veinte minutos que teníamos a las diez de la mañana para desayunar, tiempo en que nos reuníamos el grupillo de las cuatro “mosqueteras”, que era como nos conocían a nosotros el resto de los operarios.
        Era público y notorio para todo el mundo en la fábrica, mi homosexualidad. Junto con mi mala leche (en un mundo de heterosexuales, tienes que dejar muy, pero que muy claro, que, por muy mariquita que seas, no te va a temblar el puño a la hora de partirle la cara a alguien que se empeña en amargarte la existencia por el único motivo que no soporta tu tendencia sexual).
        Las cuatro “mosqueteras” éramos: Andrea, Eugenia, Rosita y yo mismo. Del grupo hoy solo os voy a hablar de Andrea. La que creo que fue mi mejor amiga y confidente en esa época de mi vida.
        Andrea era la perfecta ama de casa, casada, con tres hijos y un marido adorable. Era de esas mujeres que se apuntaron a la modernidad y para contribuir a la mejora del presupuesto familiar se puso a trabajar justo después de casarse, con lo cual cayó en la gran trampa que ha supuesto para la mayoría de las mujeres de clase media y baja el feminismo liberador e integrador de la mujer a la clase obrera: trabajaba ocho horas en la empresa y seis horas más en la casa.
        -¿Y cómo es que tu marido no te ayuda con las labores domésticas?- La respuesta siempre era la misma en todos los casos y situaciones: -Es que el pobre trabaja 14 horas cada día y no voy a pedirle que cuando llegue se haga él mismo la cena.- Y con esa escusa aceptaban cocinar, limpiar la ropa, cuidar los niños, limpiar la casa y todo lo que tiene que hacer una ama de casa normal y aplicada.
        Lo más sospechoso de esta situación, era que la mayoría de los miles de bares que hay diseminados por toda la provincia, estaban llenos de maridos tomando cervezas de cinco a nueve de la noche (curiosamente las tres o cuatro horas que deberían compartir labores familiares con sus esposas).
         Andrea, además de ser todo lo que les he contado hasta ahora, era una comunista convencida. Feminista radical y sindicalista de manual (estoy convencido que si se hubiese aplicado a si misma lo que se empeñaba que el resto del mundo hiciese habría sido mucho más feliz). Ante esta personalidad tan anacrónica, no me extraña que tuviese que meterse algún porrito de vez en cuando, para poder combatir lo que ella llamaba insomnio crónico.
         Y ahora continúo la historia donde la deje en el último episodio:
         Era el último fin de semana de Julio, justo ese día había empezado mis vacaciones de tres semanas en la fábrica. Había sido el debut de “Peggy la Charcutera” en el PACHA. Yo me había enamorado como un colegial de Jordi y lo más importante: Jordi me correspondía.
         En esa época yo vivía en la villa de Palamós. Era un pueblo incrustado en una bahía preciosa de aguas cristalinas (cosa que nunca he entendido, ya que tiene el tercer puerto comercial de Cataluña). Siempre me ha sido imposible  catalogarlo, no sé si es una ciudad pequeña o un pueblo grande. Lo que me sí que gustaba mucho de ese municipio es que tenía las ventajas de un pueblo junto al mar y las ventajas de una ciudad.
        Había un larguísimo paseo marítimo, que permitía tanto el paseo tranquilo como muchísimas modalidades de deporte aeróbico, y lo más importante, justo en el centro: POMELO’S.
        POMELO’S era una de esas coctelerias  que triunfaron a la sombra de los años 70. Claustrofóbicas. Decoradas con mármol, muchos espejos, con los sofás y butacas tapizadas con esa tela peluda, que te hace cuestionar muy seriamente el grado de higiene del asiento. Había sido reconvertido en karaoke y estaba viviendo su segunda época dorada (que por lo visto fue breve, ya que donde se situaba en este momento, hay ahora  un bloque de apartamentos a primera línea de mar). Era uno de los pocos locales en el municipio que funcionaban fuera de temporada turística, vamos, que abrían todos los días del año. Si a eso le juntamos el hecho de que lo tenía al lado de casa, comprenderéis que fuese el centro de reunión de mis amistades en Palamós. Además, fue en la terraza de ese local donde pasábamos Jordi y yo la mayoría de las tardes, haciendo tiempo juntitos antes de que me transformara en Dragg Issis, para trabajar en la discoteca (a veces maldecía el haber aceptado el trabajar cada día).
        En la discoteca, el desagravio que dispensaba Verónica S3, al éxito de “Peggy la Charcutera”, cada vez era más evidente. Pero, sinceramente, a mí me importaba un bledo. Yo era feliz, y no estaba dispuesto a permitir que las tonterías de una niñata con el ego hiperinflamado interactuase con esa situación.
        El trabajar cada noche, junto con las intensas sesiones de amor y sexo hizo que perdiese siete kilos. La verdad es que se me quedo un tipazo tremendo (fue una de las pocas veces en mi vida en que se me marcó la tableta de chocolate en los abdominales). Eso no evitó que disfrutara de mis merecidas vacaciones. Aunque sinceramente, a la segunda semana de repetir diariamente el mismo circuito se me empezó a hacer muy monótono. A saber: empezaba la mañana entre las doce y la una (cuando no eran las tres) en la cama, despertando entre los brazos de Jordi, según como nos pillara el cuerpo desayunábamos algo o hacíamos el amor. Entre las tres y las cuatro de la tarde nos solíamos tostar un par de horitas en la playa (ya que la teníamos a veinte metros de mi casa) hasta las seis, hora en la que nos duchábamos juntos, nos poníamos guapísimos y nos íbamos a cenar al centro, como dos guiris más (al principio Jordi nos acompañaba a cenar en el circuito promocional de la discoteca, pero la actitud cada vez más obsesiva de Verónica S3, nos hizo ver que si lo  que queríamos era que no se nos atragantase la cena, esa era la mejor opción) y a las nueve de la noche me dejaba en los camerinos del PACHA para transformarme en Dragg Issis. Ejerciendo de diva hasta las cinco de la madrugada. Jordi a veces se quedaba en la discoteca y otras aparecía a las cinco y media en el Bar Paco, donde se nos acoplaba para desayunar juntos. Siempre aparecía  para recogerme y llevarme de vuelta a casa con su Peugeot 305.
        Y llego el quince de Agosto. Si, la noche en que Peggy “la Carcutera” subió al cielo, literalmente.
        Mientras cargaban a la enorme Dragg Queen en la ambulancia (vi a Jordi entre los que ayudaban a transportar la pesada camilla por la escalinata de entrada) me sorprendí al ver la sonrisa de satisfacción en la cara de Verónica S3.
        Julio, al darse cuenta de que me desagradaba su evidente alegría por la situación que se había generado, me lanzo una mirada de maldición gitana y me profetizó: -No te las des de tan digna. Y vete con cuidado con ese noviete que te has echado. No es trigo limpio y te va a joder.-
        Ante tan evidente desafío, opté por no hacerle ni puñetero caso, aunque no me corte de soltarle: -Ve tú con cuidado, que como te muerdas la lengua,  te vas a envenenar.- Y salí al parking para interesarme por Peggy.
        El dieciocho de agosto, la fecha en la que se acababan mis vacaciones, volví de nuevo al trabajo en la fábrica (con un tipito fantástico y un moreno de escándalo). Nos juntamos de nuevo las cuatro “mosqueteras” para cotillear y relajarnos de la monotonía del trabajo. La verdad, me moría de ganas de contarle a Andrea todas las novedades del verano y el maravilloso novio que había encontrado.
        Una vez pasado agosto, llegó septiembre. El segundo viernes del mes, después de haber fornicado como animales, Jordi me comentó, como quien no quiere la cosa, que el sábado no nos veríamos porque tenía que asistir a una boda.
        No le di más importancia. Sin duda algún familiar cercano, una prima o primo o algún hermano quizás. No le pedí ninguna explicación, le quería y era muy evidente que su familia desconocía su historia conmigo. Así que ¿para qué provocar una situación incómoda haciendo preguntas que podrían hacerle creer que quería controlarlo? 
        Ese sábado, lo esperé a la salida del PACHA, con la esperanza de que se habría escapado a última hora para poder vernos, pero no apareció. Tampoco apareció el domingo, ni el lunes, ni el martes, ni ningún día de la semana siguiente, ni la semana después… Vamos, que había desaparecido. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. Fue en ese momento cuando caí en la cuenta de que, en todo el tiempo que habíamos estado juntos nunca me había dado una dirección o un teléfono donde poder localizarlo en caso de emergencia. Simplemente porque nunca se dio el caso.
          Maldita Verónica S3. ¿Me había echado su maldición gitana y ahora todo se volvía en mi contra? O quizás, ¿había estado viéndome desde la distancia y se estaba dando cuenta de todos los errores que estaba cometiendo con Jordi?
          Durante ese tiempo estuve languideciendo entre el trabajo de la multinacional y las actuaciones de fin de semana de Dragg Issis en el PACHA. El tercer lunes de octubre, durante el descanso del desayuno. Me percaté de que una de las encargadas de la oficina estaba creando mucho revuelo con los compañeros, enseñando lo que parecía un álbum de fotos. Le pregunte a Andrea que pasaba con esa chica y me comento que la encargada de oficinas había llegado del viaje de novios y estaba enseñando las fotos a todo el mundo.
           -Viva el amor.- Pensé yo, mientras nos traía el álbum de fotos y una bolsita con gominolas en plan “quiero compartir mi felicidad”
           -Aquí estábamos en la iglesia. Después en el restaurante. Esta foto es del viaje a Punta Cana. Aquí con unos amigos.- Parecía que esa cretina no se iba a callar nunca y yo con ganas de estrangularla, porque…
          ¡¡¡PORQUE EL NOVIO CON EL QUE SE HABIA CASADO ERA MI JORDI!!!
          Entonces lo entendí todo: La boda a la que tenía que asistir era la suya, y por descontado yo había sido su despedida de soltero (y no veas que fiestón se había dado el muy hijo de la gran Puta)
          Estaba indignado. Tenía unas ganas tremendas de descubrirle todo el pastel y que todo el mundo supiese que ese maravilloso maridito con el que se había casado esa niña repelente era un hipócrita (Respiré hondo, y me mordí la lengua). La felicité por su maravilloso matrimonio y le deseé lo mejor del mundo, después me pasé el resto de la jornada  pensando en lo que le diría a ese cabrón de Jordi el día que apareciese en plan cordero degollado, pidiéndome un poco de sexo salvaje del que en casa no le darían. Porque una cosa tenía muy clara: “por mucho que intenten atarla, la cabra siempre tira pa’l monte”.

        Posdata:
        El amor es una puta mierda





No hay comentarios:

Publicar un comentario