viernes, 16 de febrero de 2018

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO. (Martin, alopecia. "La Cuca" y la sombra de un gran almendro)

MARTIN, ALOPECIA, “LA CUCA” Y LA SOMBRA DE UN GRAN ALMENDRO.

        El sábado, como de costumbre, el despertador sonó a las tres del mediodía. Darío paró el escandaloso aparato y se arrastró sobre mí, dándome un beso en los labios. -Buenos días.- Sonrió. -Mejor dicho, buenos medios días.- Y moviéndose perezosamente se deslizó hasta la ducha.
        Hacía calor. El ventilador, que tenía conectado a un temporizador eléctrico, llevaba funcionando desde las once de la mañana, moviendo el aire, consiguiendo así refrescar mínimamente el ambiente. Estaba excitado y necesitaba una ducha con mi chico.
        Entre espuma, abrazos, erecciones y esperma nos dieron casi las tres y media. Darío se marchó cagando leches, dándole mordiscos por el camino a un trozo de pizza que llevaría en la nevera desde el jueves, después de haberse bebido en tres sorbos un café completamente helado del día anterior con leche, quejándose continuamente de que volvería a llegar tarde al trabajo en la peluquería.
        Por mi parte, más tranquilamente, me calenté el otro trozo de pizza que quedaba y me lo comí junto a un gran tazón de café recién hecho, sentado en la tumbona que seguía debajo del gran almendro del patio.
        Al poco rato me di cuenta que mi pequeño huerto urbano volvía a tener la consistencia de tabaco de liar, necesitando con urgencia un buen aporte hídrico. Mientras regaba lo que quedaba de mis plantas, me acordé que había quedado con Martin a las cinco en la playa. Así que después de dejar los parterres completamente anegados, me dediqué a buscar un bañador bonito y a embadurnarme de crema de protección solar factor sesenta.
        A las cinco me planté en la zona donde habitualmente solíamos quedar los colegas del grupo. Me encontré que en la playa, delante del POMELO’S, al otro lado del paseo marítimo solo estaban Nuria y Lidia. Martin no apareció en toda la tarde. -Que tarde que llegas ¿no?- Me dijo Lidia cuando planté mi toalla a su lado.
        -Es la manera de no estar cambiando la piel cada semana.- Dije señalando la espalda de Nuria que parecía un lagarto mudando la piel (por cuarta vez ya).
        -Es lo que tenemos los rubios.- Dijo Nuria. -En verano solo tenemos tres tonos de color de piel: Blanco lechoso, rojo gamba, y piel de muda de lagarto o serpiente.- Nos reímos los tres.
        -Va por la Lidia.- Dije yo. -Que esta chica toma el sol tres días y tiene el moreno Watutsi para todo el año.-
        -Ya… y nosotros tomamos el sol todo el verano y solo conseguimos un tono rojizo que nos dura solamente una semana.- Se quejó Nuria mientras Lidia nos hacia un solitario con el dedo medio del puño, insinuando que nos fuésemos a tomar por el culo.
        -Cada cual juega con las cartas que le han tocado.- Sentenció Lidia mientras mirábamos como Nuria le daba un buen trago a la limonada con pipermín que llevaba dentro de un termo con hielo.
        -¿Aun sigues con los antojos de menta?- Pregunté a mi embarazadísima amiga después de que el perfume de menta impregnase toda la playa.
        -Sí, y cada vez va a peor. Cuando pienso que aún me quedan dos meses largos para que se acabe esto, me desespero.- Contestó Nuria acariciándose su prominente vientre.
        La conversación siguió por los mismos derroteros hasta casi las ocho de la tarde. Hora en la que yo recogí mis cosas y me dispuse a volver a casa para prepararme para ir al PACHA a trabajar.
        -Por cierto… ¿Qué se sabe de Miquel y Thomas?- Les pregunté mientras sacudía la arena de la toalla.
        -Están en Barcelona, por lo que parece ya tienen todos los documentos que les hacían falta para regularizar la situación de Miquel en Los Ángeles.- Dijo Nuria. -Solo que ahora tienen que demorarse en regresar porque Thomas tiene que cerrar unos negocios que le han salido en el último momento y requieren toda su atención.- Añadió.
        -Me alegro que las cosas vayan bien entre esos dos.- Les dije mientras me alejaba con la toalla en la espalda y las llaves del portal del patio en la mano.
        Al entrar en casa me encontré con que Darío ya había llegado y estaba en la cocina devorando todo lo comestible que encontró dentro de la nevera. -Que hambre que he pasado hoy.- Dijo mientras terminaba de relamer el envase de un yogur de macedonia.
        -¿Mucho trabajo en la peluquería?- Le pregunté.
        -Cinco tintes y dos permanentes. No he tenido tiempo ni para hacerme un café.- Protestó mientras engullía su segundo yogurt de macedonia.
        -Que chollo, estás haciendo mogollón de prácticas y encima te pagan. Eres un afortunado.- Dije con tono burlón y riéndome.
        -Bueno se trataba de eso, ¿no? Si quiero mi título de peluquería tengo que tragar y hacer todas esas horas de prácticas.- Se quejó un poco molesto por mi actitud.
        -Y yo estoy muy orgulloso de ti.- Le dije mientras lo abrazaba y le daba un beso en los labios. Un beso con sabor a macedonia, por cierto. -Me voy a la ducha a quitarme la sal y la arena.- Añadí esperando que me soltase de ese abrazo que, por mi parte, ya se estaba alargando en exceso.
        -Mmmh… Ducha… yo te sigo.- Dijo mientras empezaba a bajarme el bañador y me acariciaba los pezones con la lengua. -Me encanta cuando tienes la piel quemadita por el sol y llena de cristalitos de sal.- Mientras, su lengua bajaba por mi barriga dirigiéndose primero a mi ombligo y después directamente a mi polla que, por cierto, ya estaba apuntando hacia la lámpara.
        Me di cuenta en ese momento que habíamos entrado otra vez en modo de extrema pasión sexual. No estaba seguro de haber estado anteriormente así con Darío, por lo menos durante los dos últimos meses, meses en los que nos habíamos limitado a un par de polvos bastante forzados a la semana. Se repitió la misma situación que por la mañana: Tuvimos que correr a toda leche para acabar llegando casi veinte minutos tarde al trabajo en el PACHA.
        Por suerte, quien más y quien menos, todos los empleados de la discoteca habían llegado tarde algún día. Empezando por Martin, que solía llegar siempre entre media y tres cuartos de hora tarde, aunque como él ya llegaba transformado en La Sabrosona, no se le tenía en cuenta.
        Esa noche y después de las revelaciones que me había hecho mi pareja sobre el consumo de drogas en el local, me obsesioné en localizar a los clientes consumidores y de paso, a los posibles traficantes.
        A eso de las cuatro y media llegué a la conclusión de que casi todos los clientes tenían las pupilas de los ojos como platos soperos. Me abrumaba la idea de que hubiese tantísima gente dispuesta a meterse cualquier mierda de sustancia en el cuerpo solo para divertirse. Muy decepcionado con la humanidad, al terminar mi última actuación salí a la terraza chill-out para tomar el aire y charlar un poco con María.
        Acababa de preparar un coctel de frutas y licor para unos clientes y con los restos de la coctelera nos servimos unos chupitos. -Te veo un poco abatido.- Dijo la camarera mientras me invitaba a brindar con el vaso de chupito.
        -Siempre había pensado que la discoteca se llenaba porque estábamos haciendo bien las cosas. Un buen espectáculo, buena música, copas generosas…- Le dije a mi amiga.
        -¿Y no es así?- Preguntó María.
        -Pues por lo que parece no. Por lo que se ve que el éxito de un local depende de la cantidad de droga que se dispense en él.- Dije abatido.
        -Yo de ti no hablaría de ese tema muy alto por aquí.- Dijo mi amiga acercándoseme al oído. -La mitad de los empleados trafican con alguna sustancia, y el resto, en distintos grados… consume.- Sentenció flojito en mi oído.
        Supongo que gracias a los dos kilos de maquillaje que llevaba en la cara no fue visible mi expresión de pasmo al enterarme de la asquerosa realidad del mundo que me rodeaba. Una vez más, era el último mono en enterarme de cómo funcionaba el entorno por el que me movía.
        Como si la cosa no fuese conmigo, regresé al fotocool para realizar mi trabajo, dejándome fotografiar junto a las demás Draggs y los clientes que lo deseasen. Aunque, a consecuencia de la gran decepción que acaba de llevarme, lo estaba realizando con cierta desgana y muy asqueado (una Dragg Queen con cara de asco… ¡qué gran novedad!).
        Más tarde, casi a las siete, cuando ya estábamos en la cama, le hice a Darío la pregunta del millón: -¿Tú consumes droga?-
        -Desde que estoy contigo no.- Me contestó.
        -¿Antes consumías?- Insistí.
        -Si.- Titubeó. -Desde los doce años… ya sabes que me he relacionado con gente muy indeseable.- Dijo justificándose.
        -No te estoy juzgando.- Contesté intentando ser cordial. -Yo también tuve mis experiencias con éxtasis y cocaína a los veintidós años.-
        -No te imagino a ti colocándote a base de “pastis” en una fiesta.- Dijo Darío riéndose.
        -Si yo te contara como eran las fiestas Acid-Hause de finales de los ochenta y principios de los noventa.- Estaba haciéndome el interesante, aunque ciertamente esas fiestas no tenían absolutamente nada de inocentes: si no tomabas las pastillas de éxtasis de manera voluntaria, acaban metidas en tu bebida sin que lo supieses. De hecho fueron el inicio de la explosión de las drogas de diseño.
        Después de tantas confidencias, con el ventilador enchufado, pues hacia muchísimo calor, nos entregamos (de nuevo) a las caricias y el sexo hasta que nos quedamos dormidos.
        Desperté a las dos y cuarto. Mi chico dormía a pierna suelta a mi lado. Me alcé de la cama sin despertarlo, era domingo y él no trabajaba en la peluquería, así que decidí dejarlo dormir hasta que se hartase. Después de una buena meada, preparé café y abrí una bolsa de madalenas, montándome mi picnic-desayuno en las tumbonas de la terraza, debajo del almendro. Al primer bocado de la tercera madalena escuché a lo lejos el timbre del teléfono. Me levanté de un salto para cogerlo lo antes posible, esperando que Darío no se hubiese despertado. Cuando llegué, mi chico estaba contestando.
        -Es Martin, que se viene para acá para irnos a la playa.- Dijo refunfuñando después de colgar el teléfono, mientras pasaba por mi lado. -¿Hay café? Necesito café si no quiero quedarme completamente dormido en la playa.- Añadió mientras me daba un beso en los labios y se dirigía completamente en pelotas hacia la cocina. -Queda muy poco café. Pongo a hacer una cafetera nueva.- Me gritó mientras se rascaba la cabeza y le daba un bocado a una madalena.
        -También es mala suerte, después de todos estos meses que lleva instalado el teléfono, casi nadie ha llamado y cuando lo hacen, es en el peor momento.- Pensé mientras también me dirigía a la cocina.
        Mientras esperaba a que la cafetera se pusiese a hervir, repase de arriba a abajo a ese rubio desnudo y despeinado que tenía apoyado en la mesa de la cocina. Dejando a un lado su juventud, tenía que reconocer que era verdaderamente bello. Aunque tenía el cuerpo de cualquier joven que no ha destacado en ninguna modalidad atlética, no estaba para nada fofo ni excesivamente delgado. Una fina capa de vello rubio, casi traslucido, solo visible cuando la luz lo hacía brillar, se esparcía por sus brazos y piernas. Su piel dorada por el sol mostraba de vez en cuando algún lunar que se confundía con varias marcas (sin duda había pasado la varicela de niño) y pequeñas cicatrices. Un pequeño bosque de pelo rubio como sus cejas rompía la monotonía de su piel, resaltando sobre una bonita polla sin circuncidar y unos testículos depilados tres días antes (si, y reconozcámoslo de una puñetera vez, los cojones depilados han sido el mayor aporte del cine gay a la sociedad). -¿Que miras?- Dijo Darío con la boca llena de madalena a medio masticar.
        -A ti… ¿No puedo? Me es imposible dejar de mirarte.- Conteste riéndome.
        -Ven.- Dijo extendiendo los brazos para abrazarme. -Tengo hambre, tengo calor y tengo sueño.- Susurró a mi oído.
        -Y además tienes que ponerte un bañador antes de que llegue Martin.- Le dije yo. Nos reímos los dos.
        Mientras esperábamos que el “Alter Ego” de La Sabrosona llegase, nos dio tiempo de desayunar tranquilamente y ponernos la correspondiente capa protectora de crema solar factor sesenta. Cuando llegó Martin, lo primero que me llamó la atención fue el logradísimo peluquín o bisoñé de pelo rizado a juego con el suyo que llevaba. Tenía la sensación de que Darío no se dio cuenta de que mi amigo llevaba el pelo postizo porque siempre lo había visto de Dragg y nunca se sacaba su peluca rizada color caoba de pelo natural.
        Preferí ser discreto y no ponerlo en evidencia ante mi pareja. Me imaginaba que ya debía de ser suficientemente traumática para él la pérdida del cabello, pues necesitaba tener que recurrir a semejantes estrategias para sentirse seguro de sí mismo.
        Cuando llegamos a la playa, nos encontramos que en la zona que normalmente solíamos ocupar, estaba “La Cuca” con un par de camareros del ANARKO. Ni cortos ni perezosos pusimos nuestras toallas cerca de ellos. Estuvimos hablando con los dos camareros mientras Javi estaba dormido, traspuesto o simplemente nos ignoraba, pues tardó casi media hora en girarse y saludar. Cuando vio a Martin su cara se transformó en ira, algo parecido a Úrsula, la bruja mala de “La Sirenita”. Y levantándose de golpe le lanzó una mirada asesina a mi amigo y dijo: -Vosotros haced lo que queráis. Yo me voy, que de golpe esto se ha llenado de muy mala gente.- Acto seguido cogió su toalla, sus chancletas, la bolsa tipo petate y se fue hacia el paseo marítimo.
        Por un momento todos nos quedamos de piedra, sin saber a qué había venido ese arrebato.
        -Tuvimos un rollete hace casi un año. La cosa no acabo muy bien, al menos por su parte por lo que veo.- Se disculpó Martin.
        Después de esta confesión, los dos camareros (supongo que por solidaridad con su encargado), recogieron sus cosas y se fueron tras “LaCuca”. Darío y yo nos miramos sin saber muy bien que hacer. Yo dudaba entre salir corriendo detrás de “La Cuca” para intentar que me explicase ¿qué coño había pasado ahí? o coger a La Sabrosona por el peluquín y hacerle la misma pregunta (solo que a él lo zarandearía un poco). Opté por quedarme y pedirle alguna explicación a Martin.
        Por lo visto, Javi y mi amigo se conocieron cuando, un año y medio antes, el ANARKO cambió de compañía de seguridad. Martin se encargó de sustituir las alarmas y los detectores de movimiento del interior del club. “La Cuca” en ese momento se encargaba de la preparación de barra y la limpieza del local. Por lo visto acabaron liados en lo que se podría definir como “un tórrido romance en horario laboral” (en ese momento me preguntaba cuantos kilos de cocaína hacían falta, para que alguien encontrase atractivo a Javi). Total, que la cosa duró hasta que la policía hizo la redada por drogas en el local y se llevaron de patitas a la cárcel a la mitad de los empleados. Desde ese momento (y siempre según Martin) “La Cuca” no quiso saber nada más de él, acusándolo de la mayoría de sus problemas. Fue en ese momento cuando me acordé de que cuando el ANARKO estuvo cerrado Verónica S3 y Javi se conocieron en el PACHA.
        Llegue a la conclusión que al final todo se reducía al típico: “quien la tiene más gorda” (la raya de cocaína, claro está).
        Ya fuese por la tensión acumulada o porque hacia muchísimo calor, en menos de una hora cada cual estaba en su casa. Era domingo y Darío no trabajaba en la peluquería, así que le propuse de irnos a merendar al paseo marítimo y aprovechar lo que quedaba del día para hacer algo juntos, antes de que lo llevase a trabajar a la discoteca a las nueve.
        -No sabía que La sabrosona fuese calva.- Me dijo mi chico mientras nos sacábamos la sal en la ducha.
        -¿Tanto se le nota?- Pregunté extrañado.
        -¿No te has dado cuenta? Pero si ese peluquín de pelo requemado de muñeca vieja se ve a una legua.- Contestó mientras me enjabonaba la espalda.
        -Pobre.- Pensé. -Tanto esfuerzo por disimular su alopecia y al final resultó que no engañaba a nadie.-


        Posdata:
        Al final acabaran teniendo razón los que dicen que el mundo es un pañuelo. Todos los mocos acaban tocándosE.

        Imagen: Eriko Stark.




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