viernes, 12 de enero de 2018

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO. (Playa, revelaciones transcendentales y crema de protección factor sesenta )

PLAYA, REVELACIONES TRANSCENDENTALES Y CREMA DE PROTECCION FACTOR SESENTA.

        El domingo dos de julio me desperté más o menos a las dos del mediodía. Habíamos puesto el despertador a las tres (por si acaso), con la intención de irnos recién levantados a la fiesta de cumpleaños que Miquel y Thomas habían organizado en la playa. Como tan solo se trataba de cruzar la calle y plantarnos en el paseo marítimo, había suficiente con ponernos el bañador, coger la toalla, la bolsa con el regalo de Miquel y la crema protectora factor diez millones (con lo blancos de piel que éramos los dos, era lo mínimo que necesitábamos a esa hora para no quedar como dos gambas achicharradas) antes de salir.
        Darío dormía a pierna suelta. No lo desperté. Era la primera vez en su vida que trabajaba a destajo, y en dos empresas a la vez. Estaba convencido de que debía de estar rendido, aunque me sentía muy orgulloso de él.
        Tranquilamente, preparé café y mientras se hacía, salí un ratito a la terraza. Descubrí con horror que tenía completamente descuidado mi huertecito urbano. La mitad de lo que tenía plantado estaba completamente mustio. Digo mustio para no decir que empezaba a tener la consistencia deshidratada del tabaco de los puros habanos. Me afané en regar mi pequeño huerto con la esperanza de poder salvar mi plantación al rehidratarse un poco.
        Después, pausadamente me preparé una taza de café y procedí a tomármela tranquilamente, estirado sobre una de las tumbonas. Hacía demasiado calor y me estaba achicharrando, así que moví la tumbona hacia la sombra del enorme almendro que cubría gran parte del patio. -¡Dios! Cuanto estrés por una puta taza de café.- Pensé.
        Ya más relajado, recordé la conversación de la noche anterior con Martin. Se me hacía muy difícil de entender que, después de lo que habíamos vivido juntos cuando trabajábamos de camareros y recogedores vasos en los Pubs y discotecas de Ampuriabrava, mi amigo no me considerase lo suficientemente confiable como para acudir a mí en busca de ayuda cuando tuvo problemas. Y más aún cuando yo lo tenía entre las pocas personas que consideraba amigos de verdad.
        Bien… Paremos un momento. Llegados a este punto creo que haría falta que os explicase mi definición de “Amigo de Verdad”. Desde siempre he creído que ese concepto solo se podría usar con conocidos o allegados a los que les podrías pedir dinero, con el total convencimiento de que te lo dejarían sin pedirte ninguna explicación, ni intentarían imponerte condiciones. Obviamente, con Martin, yo habría estado dispuesto a ayudarlo económicamente (por lo menos en lo que mis posibilidades me permitiesen).
        Y claro, partiendo de lo que había sucedido y de la poca confianza que yo le merecía, me aliviaba muchísimo la idea de que, en realidad el que hubiese tenido problemas económicos fuese él. Porque en ese momento ya no tenía tan claro si yo eran tan “Amigo de Verdad” suyo como él lo era de mí. Tenía la sensación de que si el que hubiese necesitado su ayuda hubiese sido yo, me habría llevado una gran decepción. -¡Mierda!- Pensé.
        En ese momento oí el bramido del despertador. Me acerqué a la habitación con un par de bañadores en la mano, ofreciéndoselos desde la puerta a mi chico recién despertado, para que eligiese entre el de color rojo y blanco y el de color negro y violeta. -Elije uno, que nos vamos a la playa.- Le dije.
        -¿Es obligatorio?- Pregunto muy perezoso.
        -Venga… que nos vamos a divertir.- Dije intentando animarlo.
        Diez minutos después nos plantábamos en el paseo marítimo. Toda la troupe ya había tomado posesión de nuestra parcela habitual de la playa. Playa que por cierto, estaba petada de familias, niños, guiris y toda la fauna habitual de los domingos de verano.
        El grupo se había organizado alrededor de tres neveras de playa que contenían refrescos, vino blanco, rosado, cava, ginebra, wiski y mucho hielo. Al lado, bajo la sombra de tres sombrillas y protegidos de las moscas por una especie de cubículo de tela mosquitera, había un surtido de pollo al “ast”, carne a la barbacoa, patatas fritas, quetxup y mayonesa. Curiosamente, todos comían con platos de porcelana cuadrados y bebían de copas de cristal fino: de globo para gin-tonics y vino blanco, vasos cortos para wiski y vino negro, vasos de tubo para otros combinados y refrescos y finalmente copas de aguja para el cava. Pude ver detrás de la sombrilla donde Miquel y Thomas se escondían del sol del mediodía, un enorme arcón de transporte de donde sacaban toda la vajilla que estábamos usando. La situación me pareció genial y digna de una maricona glamurosa como era mi amigo.
        Estaban todos, El Fede, “La Cuca”, los camareros del ANARKO, Lola, Lidia, Nuria, antiguos compañeros de Miquel del POMELO’S, novios (actuales y pasados) de todos los presentes y por supuesto, Darío y yo.
        Tenían puesta una música en plan Chill-Out tranquilita, que permitía hablar y no molestaba al resto de la gente. Todo ello situado lo suficientemente alejado de las duchas y las zonas de juegos de los niños para no acabar comiéndonos la carne aderezada de arena. La sorpresa me la llevé diez minutos después de instalarnos. Sin previo aviso, llegaron Álvaro y Klaus-Hiro. -¡Fantástico! Ni durante el fin de semana me podré librar del trabajo de la empresa multinacional.- Pensé abrumado. Obviamente, como llegaron los últimos detrás de nosotros, instalaron sus toallas justito a nuestro lado.
        Por suerte y para mi alivio, la conversación no trató en ningún momento de temas de la empresa multinacional japonesa, al menos por lo que se refería a mí. Mientras devorábamos las salchichas y un buen cacho de pollo asado, todo ello regado de buen vino blanco y cava en copas de aguja de cristal, el japonés y mi expareja, simplemente me ignoraron, dedicando toda su conversación a Thomas. Por lo demás, la fiesta era como si una de las barbacoas de casa se hubiese desplazado hasta la playa. La gente, cuando pasaba caminando o paseando a los niños mientras esperaban el tiempo reglamentario de digestión para poder volver al agua, se nos quedaba mirando sorprendidos por el sarao que estábamos montando. Sin duda alguna estábamos dando un espectáculo entre surrealista y decadente al sustituir los platos de plástico con la típica tortilla y las latas bebidas a morro por platos de porcelana cuadrados y copas de cristal de diseño. El súmmum llegó a la hora de los postres, porque no tengo ni idea de donde salió una tarta enorme de cumpleaños, con veintisiete velas encendidas. Tal y como era de esperar todos le cantamos el cumpleaños feliz mientras Miquel apagaba las velas de un soplido y después entre cava, tarta y cafés servidos directamente del POMELO’S, mi amigo fue abriendo todos los regalos que le íbamos dando. Llegó un punto en el que creo que la mitad de la gente de la playa nos sacaba fotos creyendo que éramos un grupillo de famosos excéntricos o una troupe de teatro haciendo una performance.
        El resto de la tarde la pasamos entre chapoteos en el mar, crema de protección factor sesenta, chupitos, cubatas y gin-tonics. Me tenía muy desconcertado el hecho de que ni Álvaro ni Klaus-Hiro no me hiciesen en ningún momento ninguna mención al nuevo departamento de la empresa al que me habían asignado. La verdad era que estaban muchísimo más interesados en Miquel y Thomas. Bueno, en realidad muchísimo más interesados en lo que el americano les contaba que en las pocas aportaciones que mi mariquita amigo pudiese añadir a la conversación. -¿Podría ser que esos dos no hubiesen venido a la fiesta para amárgamela a mí, sino por Miquel y su pareja?- Pensé. -De hecho ellos los habían invitado y, seamos francos, era la fiesta del cumpleaños de Miquel.-
        Justo en ese momento tuve otra gran revelación: -¡Despierta estúpido! El mundo no gira a un palmo alrededor de tu ombligo.-  Oí que le gritaba mi subconsciente a mi cerebro. De repente tuve la sensación de que ese pensamiento me volvía a poner de nuevo con los pies en la tierra, que por cierto, buena falta me estaba haciendo en ese momento.
        Tal y como ya me había pasado en otras ocasiones, mis recelos me estaban llevando a la paranoia, pues ya estaba empezando a creer de nuevo que los intereses de la gente que me rodeaba eran una gran conspiración en la que de un modo u otro yo saldría perjudicado. -No es un reto ni un castigo, es una oportunidad.- Las palabras de Hikaru Yamahaka retumbaban como un eco lejano en mi cabeza, luchando contra mi habitual inseguridad y desconfianza hacia todos aquellos que por un motivo u otro me habían decepcionado con su deslealtad.
        A partir de las cinco de la tarde, los que participaban en el cumpleaños, empezaron a ir marchándose. Primero se fueron todos los que trabajaban en tiendas y locales de cara al público, es decir, Lola, el Fede y varios más. Es lo que tiene trabajar en una localidad turística, que los días de fiesta tienes que abrir el negocio si o si.
        “La Cuca “, los demás camareros del ANARKO y del POMELO’S fueron desfilando directitos al curro una hora más tarde. Y a las siete nos despedíamos Darío y yo, quedando en la playa Thomas, Miquel, Álvaro, Klaus-Hiro, Lidia, Nuria y tres chicos que solo conocía de vista.
        Tranquilamente fuimos paseando hasta casa, donde nos dimos una ducha antológica y nos embadurnamos de crema aftersun. Darío se puso monísimo y a eso de las ocho y media lo llevé a trabajar al PACHA.
        Mientras acompañaba a mi chico hasta la puerta del local, llegó Martin, transformado ya en “La Sabrosona”, luciendo su peluca de color caoba de pelo natural y ataviado con un conjunto de Salsa-Dragg en colores amarillos y rosas.
        Mientras Darío y los demás camareros hacían la preparación de sus barras cortando limón, naranja y otras frutas, “La Sabrosona” y yo nos tomamos unos chupitos mientras hacíamos tiempo para dejar que Juan se transformase en Dragg Essencia. Hablamos de lo bien que nos lo habíamos pasado cuando compartíamos barra en la discoteca COCONUTE de Ampuriabrava.
        Le pasé mi número de teléfono y Martin me dio el de su teléfono móvil, quedando en que nos llamaríamos algún día entresemana para quedar y tomar un café o un gin-tonic a media tarde.
        Me gustó la idea de recuperar la relación de amistad que tenía con Martin. Teniendo en cuenta que acababa de perder a Miquel al irse de nuevo a Los Ángeles. En ese momento él era quizás mi único amigo y confidente, pues en un par o tres meses, la segunda persona con la que tenía más confianza se pondría de parto y sin duda tendría cosas más importantes a hacer que escuchar y dar consejos a un gay afectado de paranoias y manías persecutorias.
        Además estando como estaba, totalmente a la defensiva con Álvaro y Klaus, el poder disponer de nuevo de la amistad de Martin, me proporcionaba una sensación de tranquilidad y seguridad muy reconfortante. Claro que al leer esto os preguntareis: -¿Qué tipo de relación tenías con Darío, si no lo incluías entre tus amigos de confianza?- Y la respuesta era tan simple como demoledora: era mi pareja. Única y exclusivamente mi pareja sentimental y sexual. Y curiosamente esa parecía ser la fórmula para que nuestra relación funcionase, al menos por mi parte. Al no tratarse de una historia basada en la pasión desbocada de dos personas que se han buscado desesperadamente hasta encontrarse, sino más bien en dos almas atormentadas, asqueadas de los amantes y sus promesas incumplidas de amor pasional, nos permitía centrarnos en el día a día de manera tranquila y sosegada, sin la necesidad de grandes demostraciones sentimentales excesivamente épicas y teatrales. En ese punto de mi vida el cariño y, como no, el sexo que me ofrecía Darío eran suficiente para mí, y por lo que parecía también para él.
        Entenderéis entonces que tomase la decisión de aprovechar el verano para fortalecer mi relación de amistad con mi antiguo compañero de empleos y aventuras, pues el destino me lo había vuelto a poner a mano.


        Posdata:
        Como jode que tus mejores amigos pasen a serlo entre ellos y te dejen de lado.



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