CANSANCIO, KLAUS-HIRO, UN AMERICANO Y LA TÍPICA BARBACOA.
Durante todo el jueves necesité café por vía intravenosa. La noche
anterior no conseguí dormirme hasta pasadas las tres y media de la madrugada, y
el despertador, implacable, sonó a las seis y media. Cuando las mosqueteras me
vieron tomar el súper combinado de cafeína nada más entrar en la fábrica a las
ocho menos veinte, empezaron a fabular sobre quien podría ser el responsable de
mi carencia de sueño. Como que cuando suelo dormir poco, se resiente mi
facilidad para comunicarme, no solté ni prenda sobre los motivos que me
quitaban el sueño.
El día
transcurrió lentamente, parecía que, por algún motivo extraño, la cafeína no
consiguiese llegar a mis células nerviosas y activarlas. -De seguir así me quedare dormido sobre uno de estos aparatos que estoy
chequeando.- Pensaba mientras María se lo pasaba de miedo viéndome tan
hecho polvo. Curiosamente, al estar funcionando todas las cadenas de montaje al
cien por cien, los aparatos susceptibles de ser defectuosos aumentaban de
manera exponencial.
A la una del mediodía, mientras salíamos
dirección al comedor de la empresa, vimos que se nos habían acumulado unos doce
palets de producto acabado por chequear. -Si
esto sigue a este ritmo no podremos dar abasto para chequear tanto material
acabado.- Se quejó María.
-Ahhh… esto es lo que tiene la
tranquilidad de saber que ya no van a despedir a un montón de gente.- Dije
yo. -El tener más trabajo del que
materialmente somos capaces de realizar.- Añadí con satisfacción.
-Gracias. Me has dejado mucho más
tranquila.-
Dijo María con tono agobiado. -No sé qué
es peor, acabar en la cola del paro o en urgencias por un ataque de ansiedad.-
-Cógetelo con calma, el que hace lo que
puede no está obligado a mas.- Le dije riéndome.
Nos
sentamos en la mesa que solíamos ocupar habitualmente. Estábamos Rosita, María,
Eugenia y yo. Andrea se excusó pues tenía reunión del comité de empresa con el
departamento de personal. Iríamos por el segundo plato cuando aparecieron por
la puerta del comedor Andrea y Dolores (la nueva secretaria del jefe de
personal) acompañados de un chico japonés muy joven y
(sorpresa) una chica japonesa.
Todos
en el comedor miramos de manera más o menos disimulada a la chica de facciones
orientales que vestía una bata gris con el ribete plateado de directivo a la
altura del pecho. La verdad era que, en todos los años que llevaba en la
empresa nunca había visto una técnico japonés mujer en la empresa. De vez en
cuando podíamos ver a la esposa de alguno de los directivos, acompañar a su
pareja paseando por la fábrica, pero el ver a una chica de ojos rasgados y
larga melena negra y lacia con la indumentaria de operario se nos hacía de lo
más extraño.
Aunque, sin duda, la visión de la chica distraía de lo que realmente me
llamaba la atención a mí: El jovencísimo chico, delgadísimo, con el pelo largo,
muy crepado y de color azul celeste. Curiosamente también llevaba el uniforme
gris con ribete plateado. Por un momento pensé que llevaba una de mis pelucas
de Dragg Issis.
Durante el descanso de la sobremesa y toda la tarde fueron el tema de
conversación por excelencia de todos los grupillos que se montaron en los
descansos.
Yo
tenía otro tema en el que pensar: llevaba todo el día a base de combinados
súper cafeínicos y tenía la sensación de que no podría soportar despierto toda
la barbacoa que había programada para esa noche. Tenía la esperanza de lograr
dormir una pequeña siesta desde las cinco y media hasta las ocho de la tarde.
Le rezaba al cosmos para que nadie me interrumpiese durante ese sueño que tanto
necesitaba.
Al
llegar a las cinco y media a casa, hice un rápido repaso para comprobar que la
casa estaba en perfecto estado para recibir a los invitados de la cena y me
lancé de cabeza a la cama. Conseguí dormir hasta las siete y cuarto, momento en
el que llegó Darío. Había salido una hora antes con la excusa de ayudarme a
prepararlo todo para la cena. -Un
encanto.- Cuando me vio durmiendo a pierna suelta se desesperó.
-¿No entiendo cómo puedes dormir, si en
menos de una hora tendremos aquí a todos los invitados?- Me dijo
muy preocupado. Recordé entonces que esta era la primera barbacoa nocturna de
mi pareja. Tendría que ser comprensivo y reprimir mis impulsos de
estrangularlo.
-A ver… Ya está todo a punto para la cena.-
Le dije. -Tenía la esperanza de poder
recuperar un poco de sueño y así no comportarme como un zombi toda la noche.-
Añadí, mirándolo con cara de muy mala uva.
Darío
se me quedo mirando con la cara perpleja. -¿No
te preocupa ni lo más mínimo que algo pueda ir mal?- Dijo.
-La gracia de estas cenas es que son
totalmente improvisadas.- Le dije riendo pícaramente. -Y gracias a ti ahora estoy desvelado y no tenemos nada que hacer hasta
las nueve.- Añadí invitándole a meterse en la cama.
Darío
tardó un segundo en despelotarse y lanzarse sobre mí. Llevábamos varios días
sin sexo y a los dos nos empezaba a hacer falta un desahogo con urgencia. A las
ocho y media, Miquel y su novio (inoportunamente puntuales) nos pillaron en la
cama justo tres segundos antes del último orgasmo. Mientras yo abría la puerta
con el pantalón de chándal puesto y evidentes signos de la erección pre-coito,
mi chico se apresuraba a limpiar los preservativos, rehacer la cama y a meterse
en la ducha en plan “En un minuto estoy”.
-Ves cómo tenía razón cuando te decía
que llegábamos demasiado pronto.- Le susurraba Thomas a Miquel al
oído riñéndole, avergonzado ante la evidencia que demostraba mi entrepierna.
Mientras, mi amigo hacia como si no lo escuchase.
Traían
un par de botellas de aperitivo y unas cuantas botellas de vino, que dejaron
sobre la mesa del comedor. Mientras, Miquel corrió a buscar el hielo del
congelador para llenarse un vaso con Martini negro, para después acomodarse en
la terraza. Al ver que ya se espabilaban solos, me reuní con mi chico en la
ducha, que me esperaba totalmente excitado para poder seguir allí el orgasmo
por donde lo habíamos dejado en la cama.
Media hora de jadeos, jabón y esperma
después, nos reunimos con los demás invitados que ya estaban llegando. Un
avergonzadísimo Thomas, que se había emocionado y excitado siguiendo
discretamente todo el show que montábamos Darío y yo en la ducha, quería
asegurarse sobre si realmente vendría mi jefe a la barbacoa. Por lo que parecía
se le hacía increíble que alguien tan inaccesible como Klaus-Hiro pudiese
aparecer en un evento tan poco exclusivo como una barbacoa en el patio de una
casa de pescadores de Palamós.
A las
nueve y media, mientras controlaba el estado de las brasas de la barbacoa
llegaron los invitados de honor. -Ya
están aquí.- Me dijo Darío con tonito burlón. Mientras yo me dirigía a la
entrada de la casa para recibirlos, pude ver a Thomas tan nervioso que parecía
que tenía que darle un infarto en cualquier momento.
Al
llegar a la entrada vi a Nuria y a Lidia que abrazaban fuertemente a Álvaro,
Klaus se miraba el espectáculo desde atrás sonriendo. -¡Vale… Vale… Vale…!- Grité.
-No nos amontonemos en el recibidor,
pasen todos al comedor y se harán las presentaciones reglamentarias.- Dije
mientras hacía ademanes de azafata de vuelo con las manos y los invitaba a
entrar en la casa.
-Bien a Álvaro ya lo conocéis todos.- Dije
señalando al pelirrojo. -El rubio japonés
es Klaus-Hiro y el rubio americano es Thomas… el resto ya os iréis presentando,
así tendréis algo que hacer mientras se prepara la comida.- Y dicho eso me
quedé completamente descansado. En ese momento pude ver que Darío se me había
pegado como una lapa, en plan marcando territorio con mi expareja.
Decidí
esperar a que todos se hubiesen presentado y la tensión inicial hubiese
descendido en intensidad para acercarme a la pareja de moda y presentarles a mi
chico. Se habían juntado a Miquel y Thomas y estaban hablando animadamente.
-Hola os presento a mi chico, Darío,
este es Klaus y Álvaro.- Interrumpí forzando a mi chico a entrar
en la conversación.
-Tenemos entendido que Álvaro y tú ya
os conocíais.- Dijo Miquel con tono malicioso.
-Si tuvimos un encontronazo hace algún
tiempo.- Dijo el pelirrojo, haciendo que nos riésemos todos, incluso mi
chico (aunque creo que no le hacia ninguna gracia el comentario).
-Estábamos comentando que a Miquel lo conocí
un día de pasada.- Dijo Klaus.
-¿Pasada?- Dijo Miquel. -Salías a toda leche por la mañana como si
se te escapase el tren.- Añadió haciendo ademanes con las manos. Mientras,
yo pensaba que, de seguir saliendo trapitos sucios, se me iba a descontrolar la
cena en un santiamén.
-Bueno… ha pasado mucho tiempo y muchas
cosas desde ese día.- Dije yo intentando bajar la tensión. -Por cierto, la brasa ya está a punto, así
que vamos a cocinar la carne y en diez minutos tendremos la cena lista.-
Dije para que fuesen preparando la ensalada, el pan tostado y los báculos de la
mesa, consiguiendo, con un poco de suerte, que cambiase el tema de la
conversación.
Quince
minutos después estábamos todos sentados en la mesa de la terraza, a la que le
habíamos arrejuntado la del comedor para poder caber todos sin estar
excesivamente apretados. Nos habíamos colocado por parejas, dejando a los
solteros en un extremo de la mesa. Y tal y como sucedió en la última barbacoa,
fue inevitable que el tema de conversación girase en torno al trabajo de Klaus
y Thomas, que acabaron siendo el centro de gravedad de todos los comentarios de
la cena.
Klaus-Hiro parecía interesado por la empresa de software del americano,
y todo parecía indicar que acabarían organizando alguna reunión para estudiar
las posibilidades de colaboración mutua, o como mínimo una entrevista formal.
Lola nos explicó los intríngulis del mundo de las boutiques y la ropa de marca
y yo me sentía el anfitrión más afortunado por tal y como se estaba
desenvolviendo la velada.
A la
hora de los postres y los cafés, los comensales se habían levantado de la mesa
y se habían distribuido en tres grupos. Por un lado estaban Klaus, Thomas y
Lola en las tumbonas, apurando una botella de vino, parecía que se entendían muy bien entre ellos, quizás porque
los tres hablaban el mismo idioma empresarial. En la mesa estaban Darío,
Miquel, Lidia y “La Cuca” y en la cocina estábamos Nuria, Álvaro y yo. Como fue
imposible separar a Nuria del fregadero, la dejamos hacer mientras yo llevaba
el café a la mesa. Me alegró el ver que mi chico se lo estaba pasando genial
con Miquel y los demás. Deje que se sirvieran el café y aproveche para ir al
lavabo, pues me estaba meando desde el segundo plato.
Al
acercarme al aseo descubrí a Álvaro mirando con cara de nostalgia desde la
puerta de mi habitación. -Que…
¿Recordando viejos tiempos?- Le dije con tono irónico.
-Perdona. He tenido un lapsus.- Dijo
excusándose. -Pero al ver la habitación
me ha venido a la memoria todo lo que nos sucedió.-
-¿Y…?- Dije esperando
alguna explicación que no me pusiese de mala leche.
-Cuando regresé con el anillo el día de
San Valentín, estaba convencido de que mi historia con Klaus había sido un
rollo pasajero lo suficientemente banal como para que no fuese un motivo
suficiente para nuestra separación.- Dijo el pelirrojo mirándome a
los ojos. -Pero al sorprenderos a los dos
en la cama tuve una revelación que lo cambiaba todo: me dolió en el alma el
veros follando. Y los celos me ahogaban, por eso me fui sin decir nada.- Añadió.
-Bueno, fue una reacción de lo más
normal.-
Dije yo. -Lo que no he conseguido
entender es porque acabaste alejándote de mí de ese modo.-
-Perdona… no me has entendido bien. No
estaba celoso de que tú me pusieses los cuernos. En realidad el verte follando
con otra persona no me provoco ninguna emoción. Me era indiferente.- Álvaro
seguía mirándome a los ojos. -Lo que
verdaderamente me removió las entrañas por los celos, fue el ver a Klaus-Hiro,
que después de haberme llevado al éxtasis la noche anterior, disfrutaba
follando con otra persona.-
-Vaya.- Pensé, mientras
se me ponía cara de gilipollas ante la brutal respuesta a todas las preguntas
que me había hecho desde que el pelirrojo huyó de mi vida. Me quedé sin
palabras mientras veía como mi expareja pasaba por delante de mí y regresaba a
la fiesta.
Intenté recomponerme mientras regresaba a la terraza sin haber meado… la
verdad era que con el shock que acababa de recibir me habría sido imposible
sacar una gota de orina. Eran casi las doce y sinceramente, para mí la barbacoa
ya no existía, tan solo tenía en mi cabeza las palabras que acababa de
vomitarme Álvaro a la cara. -¿Tan fácil
le fue olvidarse de mí? ¿Una sola sesión de sexo con el mestizo rubio y el
resto del mundo ya había desaparecido para él?- Lo sabía, yo me conocía
perfectamente: iba a costarme muchísimo dejar de darle vueltas a ese tema.
El
resto de los invitados siguieron tomando café, chupitos y atacando a la
macedonia de frutas hasta casi la una de la madrugada. Hora en la que se
despidieron los últimos: Lola y Lidia que arrancaron a Nuria del fregadero
después de que hubiese limpiado la última taza y cucharilla de café.
-Ha sido una noche genial, me lo he
pasado muy bien.- Dijo un Darío exultante un cuarto de hora después,
cuando ya nos poníamos en la cama.
-Si.- Dije yo. -Una barbacoa memorable. Seguro que haremos
otra antes de julio.- Añadí.
-Es curioso, creía que me pondría de
muy mala leche el tener que tratar de nuevo con tu ex, pero la verdad es que me
ha parecido un tío genial. Aunque, hacen una extraña pareja con ese japonés tan
raro.-
Dijo mientras me daba un beso e intentaba acomodarse para dormir. Yo tenía la
esperanza de que, con el cansancio acumulado del día anterior me fuera fácil
conciliar el sueño. Aunque me temía que me sería imposible dejar de darle
vueltas a lo sucedido con Álvaro. Y, si nadie lo remediaba, el despertador
sonaría, implacable, a las seis y media de la madrugada.
Posdata:
Siempre he envidiado a esas personas que, llegados a un punto
determinado de su vida, y después de tomar una gran decisión vital, de una
forma coherente y totalmente natural, renuncian a todo lo que se interpone
entre ellos y el compromiso que han tomado. Yo, por desgracia, en ese punto, me
suelo ahogar en un mar de dudas, angustias y miedos.
Imagen: Eriko Stark
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