sábado, 6 de mayo de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Semana Santa, una muñeca de porcelana japonesa y yo mismo.5-(Vacaciones, sueños y tatuajes)

SEMANA SANTA, UNA MUÑECA DE PORCELANA JAPONESA Y YO MISMO.5 (Vacaciones, sueños y tatuajes)


       Como ya empezaba a ser costumbre esa noche volví a soñar con Hikaru, esa vez no fue algo del estilo gore y angustioso como lo que soñé las veces anteriores: estábamos sentados en la terraza de un restaurante, los camareros y todos los clientes eran asiáticos, por lo que podría deducir que estábamos en algún sitio de Japón, a nuestro alrededor había multitud de cerezos en flor que se distribuían alrededor de un enorme templo japonés, de esos que tienen un montón de tejados uno encima del otro. El ambiente era bucólico, de vez en cuando una ráfaga de aire primaveral sacudía los árboles y una especie de ventisca de pétalos de cerezo lo envolvía todo. Un camarero muy atento nos ofrecía la carta  y nos llenaba una copa de champagne. Mi acompañante y yo brindamos y bebíamos mirándonos a los ojos, después el Sr. Yamahaka me decía algo en japonés, recordaba la palabra, ya se la había oído anteriormente pero desconocía por completo el significado. Ante mi evidente incomprensión, mi acompañante empezaba a perder la paciencia y me mostraba la carta del local con insistencia.
        Al abrir la carta descubrí que en su interior no estaba el menú del restaurante, en cada hoja de la libreta estaban dibujados los dos símbolos japoneses con los que ya había soñado anteriormente. Al levantar la vista extrañado vi que ante mí ya no estaba Hikaru, si no Klaus-Hiro. Justo en ese momento una ráfaga de pétalos de flor de cerezo lo envolvía hasta hacerlo desaparecer.
        En ese momento desperté. Faltaban unos quince minutos para que sonase el despertador. A mi lado dormía profundamente Darío, esta vez no lo había oído llegar. Desconecté la alarma del despertador y me dispuse a darme una ducha y prepararme para irme a realizar mi última jornada laborar antes de los cinco días que tendría de vacaciones de Semana Santa.
        Después de lo acontecido el día anterior no me apetecía lo más mínimo ir a trabajar ese miércoles. Estaba tan resentido con los compañeros de la empresa que me alegraba de la posibilidad de que la empresa cerrase en breve y toda esa pandilla de chismosos y liantes acabase en el paro.
        Ya en la fábrica, mientras esperaba que la maquina me preparase el café, haciendo tiempo para entrar con el resto de operarios para hacer la gimnasia japonesa y escuchar el meeting del jefe de producción, vi a las mosqueteras reunidas en la mesa que habitualmente solían ocupar. Andrea estaba sentada con ellas, por lo que, al sacar el café de la máquina, me salí fuera de la nave para dejarles claro lo molesto que estaba con la actitud que había demostrado la presidenta del comité hacia mí el día anterior.
        Poco después, en el meeting de control de calidad, Tomás nos animó con una pequeña charla sobre lo bien que lo estábamos haciendo y yo me dirigí a mi sección. Había pocos aparatos para revisar, parecía que por fin todo el mundo hacía bien su trabajo, sumándole el hecho de que la producción había bajado a la mitad. Ordené un poco la sección y me deshice de todo lo superfluo y componentes antiguos que ya no se usaban. Me descubrí con muchísimo más espacio en la sección, cosa que me alegró.
        A la hora del descanso de las diez fui el primero en llegar a la máquina de café, y en vez de quedarme con las mosqueteras regresé a mi sección. No tenía ganas de mezclarme con la gente sabiendo que volvía a ser el blanco de todas las críticas de los empleados. Al poco rato apareció María en nuestra sección. -¡Dios! qué muermo de trabajo es el chequeo continuo a ritmo de cadena.- Dijo con cara de circunstancia mientras me ofrecía una galleta de un paquete de oreos.
        -Yo lo estuve haciendo durante tres meses y no estaba tan mal.- Le repliqué con una sonrisa.
        -Ya… pero tu ibas a tu ritmo y no tenías a un tirano como Tomás controlando los segundos que tardas en cada inspección.- Me dijo con cara de circunstancia.
        -Mala idea, ese trabajo no se debe de hacer con prisas.- Dije cogiéndole otra galleta, estaban realmente ricas.
        -Ahí te doy la razón.- Dijo María con cara de aptitud.
        -¿Trabajaras de Dragg estas vacaciones?- Preguntó cambiando totalmente de conversación.
        Me sorprendió que me preguntara eso, normalmente nunca hablábamos de mi trabajo de fin de semana. -Sí, claro, me he comprometido de jueves a domingo.- Le dije sin querer darle mucha importancia al tema.
        -¿Pagan bien por trabajar en una discoteca?- Seguía insistiendo. No tenía ni idea de a donde quería ir a parar María hablándome de ese tema.
        -No me puedo quejar.- Le dije, aunque hay sitios que pagan mucho mejor, y ya que le estaba dando conversación creí que era justo que me diese desayuno, así que le cogí otra galleta.
        -¿Tú crees que yo serviría para trabajar de camarera?- Preguntó. Y ya estábamos en el kit de la cuestión: Esta quería que la enchufara en el PACHA.
        -¿Has trabajado de camarera alguna vez?- Le pregunté.
        -Solo he preparado cubatas en los guateques de mis amigos, pero no creo que sea mucho más difícil ¿no?- Dijo con aire condescendiente.
        -A ver… para ser camarera de discoteca no es suficiente con ser una niña mona paseando las tetas delante de la gente detrás de una barra. Tienes que ser eso y además ser capaz de servir y cobrar las consumiciones lo más rápido posible a los cientos de clientes que se suelen apelotonar en las barras en las dos horas punta, de las dos a las cuatro de la madrugada. Además tienes que estar espléndida, sonriente, fantástica y conversadora, porque las copas no solo se sirven… se venden.- Sentencié. María me miraba con cara de terror. -Si verdaderamente quieres trabajar en la noche, puedo hablar con el propietario del PACHA y tenerte unos fines de semana a prueba para que aprendas el oficio, y si después de ver cómo funciona aun quieres trabajar de camarera, a la primera vacante que haya te pondrán en nómina.- Añadí.
        -Me lo pensaré.- Dijo mientras regresaba a su puesto de trabajo.
        El resto del día pasó rápido, de hecho me concentré en el poco material de chequeo que me pasaron desde control de calidad. Mientras, repasaba mentalmente lo que faltaba para la barbacoa de esa noche.
        A las cinco y media, cuando llegué a casa me encontré con un capuchino y dos pastitas sobre la mesa, daba gusto llegar así a casa. Darío lo había preparado todo para la barbacoa, y me esperaba tirado en el sofá con solo un bóxer puesto. -¿Merendarás antes o después del café?- Me dijo con tono tremendamente erótico. Obviamente me lo merendé primero, comiéndome enterito a ese chaval cachondo. No sé cómo se lo hacía, pero siempre que volvía cabreado de la empresa conseguía que me olvidase de todos los problemas.
        Me sabía mal que Darío no se pudiera quedar a la barbacoa, pero tenía que trabajar en la discoteca y empezaba a las nueve. A las ocho y media lo lleve hasta el PACHA y después de despedirnos le prometí que iríamos a verlo más tarde. A las nueve y cuarto, cuando llegué a casa me encontré con Nuria y Lola esperando en el portal de casa. Aunque llevábamos muchos días con un clima casi veraniego, a esa hora y en la calle la temperatura solía bajar bastante.
        -¿Lleváis mucho rato esperando?- Pregunté.
        -Cinco minutos. ¿Dónde estabas?- Dijo Lola.
        -He llevado a Darío al PACHA, hoy trabajaba.- Contesté mientras habría el portal y les daba un pico en los labios de bienvenida. Entramos rápido en casa, mientras mis invitados se ponían cómodos yo iba a la cocina y ponía en la nevera el avituallamiento que traían consigo. Enseguida se percataron de que había algo distinto en el comedor de casa.
        -Que pasada.- Dijo Lola al ver la muñeca de porcelana. -¿De dónde has sacado esta maravilla?- Añadió.
        -Es un regalo… bueno más bien una herencia… Si, la mejor definición es que se trata de una herencia.- Dije dándome cuenta al instante de que el comentario que acababa de hacer me hacía parecer mucho más interesante de lo que en realidad pretendía.
        En ese momento sonó una especie de música que me parecía haber oído con anterioridad, Lola sacó de su bolso una especie de mando a distancia de televisor y empezó a hablar con el aparato en el oído. Yo me quedé mirando a Nuria haciéndole un gesto con los hombros en plan: ¿Qué está pasando?
        -Es un teléfono móvil.- Me dijo con voz baja.
        -¿Un teléfono móvil?- Pensé con cara de incredulidad. -De hecho ya le pega con lo pija que es esta chica.- La verdad era que en la primavera de 1995 los teléfonos móviles eran una rareza que solo usaban algunos ejecutivos de la empresas y los súper mega pijos que deseaban ostentar de manera superlativa. Me alegró que dentro del circulo de mis amistades hubiese alguien con un aparato de esos, de algún modo tenía la sensación de que hacía que subiese el cache del grupo que formábamos. La cosa empezó a tomar un tono más bien surrealista cuando llegó Lidia con un aparato de esos en la mano hablando con su último ligue, que por lo que parecía también tenía uno.
        -¿Qué me he perdido?- Le dije a Nuria. -¿Desde cuándo cualquier enfermera necesita tener un teléfono móvil?- Le pregunté.
        -Por lo que parece hay una oferta en la que si te adjudicas una línea de teléfono móvil te regalan el aparato. Por lo que parece si no abusas mucho de las llamadas sale al mismo precio que una línea fija.- Me explicó.
        Esa noche tuve mi primera experiencia con el mundo de la telefonía móvil, y me quedó muy claro que nada sería igual en nuestra sociedad a partir de ese momento. Durante toda la cena Lola, Lidia, La cuca (sí, Javi también tenía teléfono móvil) y más tarde Juan (el último ligue de Lidia) se pasaron la noche atendiendo llamadas y llamando a gente que también tenía teléfono móvil. Quedamos relegados en un rincón del sofá Nuria y yo hablando de nuestras cosas, muy molestos por la poca o nula participación en la reunión social del resto de los invitados. La verdad era que cuando no estaban llamando por teléfono estaban hablando de las maravillas de poder llamar a cualquier número de teléfono del mundo desde cualquier parte.
        Me prometí a mí mismo que no acabaría siendo poseído por ese aparato infernal, y durante casi un año y medio conseguí resistirme a la tentación, porque llegó un momento en el que por un pan de kilo te regalaban un teléfono móvil. Al final, a finales de 1996 acabé sucumbiendo a la moda imperante y me descubrí llevando un Motorola muy mono de prepago en el bolsillo.
        A las doce de la noche y dando por totalmente fracasada la barbacoa, invité a todos los participantes a salir de casa e irnos a tomar algo al POMELO’S, dije ese local por decir un sitio a donde irnos, aunque me habría servido incluso el ANARKO para salir de esa paranoia obsesiva de llamadas desde cualquier rincón de casa.
        El POMELO’S ya no era lo que había sido. Sin Miquel de coctelero jefe daba la sensación de que al local le habían extirpado el alma. Cuando se comenta que un empleado puede levantar o hundir un negocio dicen una verdad como un templo, en este caso, la ausencia de la gran locaza sonriendo detrás de la barra no la podía suplir nadie e incluso los combinados preparados por el nuevo coctelero sabían cómo a aguado. La sensación que me daba era de menos gente, incluso el karaoque sonaba como a hueco y las luces parecían más tenues. Tomamos una copa y haciendo tiempo esperando nuestro turno para cantar (penosamente) alguna canción, esperamos a que nos diesen las dos de la madrugada para irnos al PACHA, esta vez, yo, como cliente.
        Nuria no nos acompañó. Para ella, aunque se me hacía extraño, las dos de la madrugada empezaba a ser su límite horario de salida nocturna. Mientras la dejaba delante del portal de su piso pude ver como su barriga ya empezaba a mostrar síntomas evidentes de su embarazo. -Que descanses.- Me despedí dándole dos besos.
        -Pasároslo muy bien guapísimos.- Nos dijo mientras desaparecía por la puerta del bloque.
        Quedamos Lola y yo en el coche, mientras tomábamos la calle dirección a la discoteca creía que me estaba contando alguna cosa importante. Obviamente, al segundo me di cuenta de que en realidad estaba llamando a Lidia desde el coche solo por el placer de usar ese maldito chisme. -¡Si se iban a ver en diez minutos!- Pensé exasperado.
        Algo pasó en mi cerebro esa noche, porque desde la maldita cena solo veía teléfonos móviles por todos lados. En la discoteca todo el mundo parecía tener uno y continuamente salían a la terraza o al parquin para hablar, buscando la mejor cobertura. Era como si de repente solo pudiese prestar atención a algo que hasta ese momento me había importado un bledo. A todos los efectos todo seguía igual, Dragg Essencia hizo una actuación sublime, se notaba a la legua que ese chico era bailarín y había estudiado teatro e interpretación.
        Dejando a un lado todo el tema de la telefonía móvil, el acceder a mi sitio de trabajo como cliente y no como empleado, me reveló algo que resultó ser demoledor para mi autoestima: Después de casi seis años trabajando en la noche por prescripción de mi psicólogo, no había logrado obtener ninguna mejora sustancial en mis habilidades sociales para poder relacionarme con la gente. Toda la comunicación de la que era capaz de disfrutar se limitaba a la disponibilidad de mis acompañantes (Lola y Lidia, que me ignoraban al estar completamente poseídas por esa maquinita infernal) y a la de mis compañeros de trabajo (que, obviamente, como estaban trabajando no podían atenderme), viéndome incapaz de presentarme o iniciar una conversación con nadie con quien no tuviese un mínimo de confianza previa, algo que me era completamente imposible sin esconderme debajo de Dragg Issis.
        Y ahí estaba, eran las tres de la madrugada, en la pista de la discoteca bailando junto a los invitados de la barbacoa, rodeado de toda la gente que, si estuviese vestido como Dragg Issis me estarían hablando, intentando conocerme o llevarme a algún reservado para meterme la mano a la polla para excitación de su novia o pareja. Pero era yo mismo, y ese hecho hacía que todas esas personas me ignorasen soberanamente. Esa noche la estrella era Juan, que concentraba todo el poder que le otorgaba el aura de Dragg Essencia.
        Esa noche, las repercusiones que provocaron en mi ego la aceptación de que en realidad era un inadaptado emocional fueron dramáticas y profundas, porque, lejos de concienciarme del enorme problema que tenía y no había logrado resolver, me aferré como a un clavo ardiendo al parche emocional que suponía para mi autoestima Dragg Issis. Permitiendo a partir de ese día que el personaje acabara absorbiendo la totalidad de mi interacción con el resto del mundo. Evidentemente, solo era cuestión de tiempo que acabase como una solterona amargada, solo, rodeado de gatos y encerrado en mi casa. Pero la reacción (que no la solución) a ese problema tardaría mucho aún en llegar.
        Me sentía tan asqueado que ni el alcohol conseguía aliviarme, de hecho el sabor del tercer wiski con limón que tenía en las manos me resultaba asqueroso, y no era porque el licor fuese de garrafón, simplemente había dejado de apetecerme la bebida. Cansado de pasear de un lado a otro acabé abandonando la copa en la barra principal.
        Eran las cuatro y me sentía profundamente aburrido, así que opté por irme a la terraza Chill-Out y sentarme en alguno de los sofás y esperar a ver si algún cliente borracho la liaba parda y yo me divertía un poco con el espectáculo. Una vez allí lo único que parecía mínimamente observable y mencionable eran los clientes que, con el móvil en la mano, buscaban cobertura en el extremo del jardín que había detrás de la barra de Irene, la nueva camarera que sustituía a Estela. En ese momento tuve un ramalazo a lo “Rosita” y decidí sentarme en el último sofá para intentar chafardear las conversaciones de la gente con teléfono móvil. Al pasar por delante de la barra me fijé en un tatuaje que llevaba la camarera en el hombro, era un símbolo chino o japonés que me recordaba enormemente al que se me estaba apareciendo en mis sueños desde que tenía la maldita muñeca de porcelana en casa.
        -Irene, ¿Cuál es el significado de ese tatuaje que llevas en el hombro?- Le pregunté, olvidándome por completo de todo lo que circulaba por mi mente hasta ese momento.
        Irene se miró el hombro extrañada. -Creo que es chino. Aunque no estoy segura.- Dijo. -Es el ideograma que se utiliza para definir ojo o alma.- Mientras, yo me la miraba y escuchaba atentamente intentando deducir cuál era el secreto que podría encerrarse en mis sueños. -También sirve para definir el concepto madera según el contexto en que se encuentre escrito- Añadió. -Lo elegí porque me gustaba el dibujo. Podría significar patatas fritas con kétchup y me habría dado igual.- Desde ese momento olvide incluso donde estaba y me centre por completo en intentar descubrir qué podrían significar los dos signos que aparecían en mis sueños.
        A las seis de la mañana, mientras regresábamos a casa aún seguía dándole vueltas en mi cabeza a los conceptos ojo-alma-madera. -No te he visto el pelo en toda la noche.- Se lamentó Darío.
        -¿Perdón? ¿Cómo dices?- Pregunté saliendo del profundo ensimismamiento en el que estaba sumido.
        -Digo que ¿Qué tal has pasado la noche, sin tener que ser Dragg Issis?- Insistió Darío.
        -Bueno, ha sido extraño, creía que disfrutaría más de ser yo mismo.- Dije.
        -Vaya, ¿Y no ha sido así?- Replicó.
        -Es que he descubierto que soy un muermo de aburrido y que solo me lo paso bien cuando soy Dragg Issis.- Dije con evidentes síntomas de preocupación.
        -Pues que no se entere el propietario, porque seguro que intentara rebajarte el sueldo.- Dijo riéndose Darío.





        Posdata:
        Hay algo peor que tener consciencia de que estás fracasando en tu vida: descubrir que además de eso, no sabes quién eres ni quien deseas ser.

        Foto: Ériko Stark



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