sábado, 22 de abril de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Semana Santa, una muñeca de porcelana japonesa y yo mismo.3-Sexo y sueños)

SEMANA SANTA, UNA MUÑECA DE PORCELANA JAPONESA Y YO MISMO.3 (Sexo y sueños)


        Recuerdo que en la época que vivía en la granja de mis padres, durante mi infancia y adolescencia, toda la estructura del primer piso de la casa estaba articulada alrededor de un larguísimo pasillo que iba desde la cocina y el comedor hasta el cuarto de baño. Ese interminable pasillo de unos treinta metros de largo, distribuía a su alrededor todas las habitaciones de la casa. Era claustrofóbico. Tendría un metro de ancho y en el trayecto encontrabas un sinfín de puertas.
        Empezando por la cocina, había primero la puerta de la alacena, que estaba frente a la del comedor de fiestas, después venia la puerta de la habitación de mis abuelos y la de la habitación de la tía abuela monja (que pasó a ser la mía cuando cumplí los trece años). Frente a estas, estaba la puerta de la terraza del secadero de maíz (el lugar donde mi madre instalo la primera lavadora), seguía después la puerta de la escalera a la planta baja, que estaba frente a la puerta de la habitación de los niños y casi al final habían las puertas de la habitación de la torre, la de la habitación de mis padres, la del cuarto de baño, la que daba a los graneros y la de las antiguas cuadras.
        Desde muy pequeño cuando cruzaba el pasillo caminaba poniendo los pies de baldosa en baldosa, y haciendo un saltito de tres baldosas cada vez que pasaba por delante de una puerta. Todo empezó como un juego en el que me imaginaba que había un foso delante de cada puerta y tenía que saltarlo. Todo esto, os lo cuento porque en la actualidad todavía me encuentro haciendo un paso largo delate las puertas en los pasillos. Ahora ya no me imagino que haya un foso delante de mí, pero he interiorizado tanto esa acción que he realizado durante tanto tiempo, que lo hago sin pensar. Mucha gente que me ve hacer un salto delante de las puertas está convencida de que debo de ser tremendamente supersticioso, nada más lejos de la realidad, en realidad soy totalmente racional, hasta el punto que, en situaciones que la mayoría de la gente cree que son paranormales o como mínimo extrañas, yo me limito a racionalizarlas hasta encontrar una explicación lógica y mínimamente científica.
        La primera vez que racionalicé algo extraño que me estaba sucediendo fue a los dieciséis años, el día en que descubrí que la mayoría de la gente no puede ver la aureola de luz que cambia de color alrededor de las personas (si, desde siempre he podido ver el aura de casi todo). Fui consciente desde muy temprana edad de que debía de guardarme ese tema para mí mismo, me lo dejaron muy claro las collejas que recibía cada vez que veía a un sanador (en el argot de los aficionados al Reiki Chamánico es la persona  que está siempre rodeado de la típica y enorme aura blanca que les suele recorrer todo el cuerpo en forma de llamaradas) y hacia pasar vergüenza a mi madre cuando le decía: -Mamá, ese señor está rodeado de fuego.- Aunque de mayor, el hecho de poder ver el aura de la gente me ha ayudado mucho, sobre todo desde que algunos de mis conocidos se han empeñado en explicarme el significado de cada color.
        Otro tema que le ponía los pelos como escarpias a mis amigos de la adolescencia nos solía suceder cuando hacíamos sesiones de ouija. Al principio todos teníamos ataques de pánico cuando el vaso de chupito sobre el que teníamos todos puesto el dedo índice empezaba a moverse sobre el tablero, respondiendo a las preguntas que se le hacían al supuesto espíritu al que habíamos invitado. Empecé a sospechar que pasaba algo raro cuando en una de esas sesiones, el invitado espiritual resulto ser uno de los personajes del comic que estaba dibujando esa semana (a si, en esa época dibujaba muchísimo comic). Llegué a la conclusión de que, sin duda, debería haber sido yo el que había apretado de manera inconsciente el vaso hacia las respuestas que coincidían con la historia que estaba creando. Pero, como yo estaba seguro de que no había hecho nada para alterar el resultado de la sesión, el fin de semana siguiente, decidí que no participaría en la invocación y me lo miraría desde la distancia con un cubata de botellón en la mano. Esa noche la ouija les contó a mis amigos el argumento del último comic que había empezado a escribir, que trataba de una tal Eleonor que era una guerrera de la edad media. Con esa información dejo que cada cual de ustedes saque sus propias conclusiones.
        Otro tema que también me preocupó durante mucho tiempo fueron los sueños, y más cuando empezaron a suceder las cosas que soñaba. Durante varios años me encontré reviviendo cosas que había soñado dos o tres días antes, desde situaciones cotidianas de sitios a los que iba por primera vez y ya había soñado con ellos, hasta situaciones muy duras con personas muertas de por medio. Era por ese motivo que cuando empecé a soñar con Hikaru me preocupé de nuevo, pues hacía unos tres años que ya no tenía sueños, bueno, sí que tenía pero no los recordaba. Y la verdad, el hecho soñar con alguien que había muerto cuando anteriormente los sueños se me solían cumplir, no me tranquilizaba nada.
        La primera vez que soñé con el Sr. Yamahaka fue en la madrugada de domingo de Ramos. Me encontraba en un entorno onírico que me recordaba mucho al PACHA con las luces encendidas y con el láser rebotando en la gran bola de cristalitos. No sonaba la música, ni había el gentío habitual, ni los camareros, ni el disc-jockey, solo estaba yo haciendo un playback sobre el pódium vestido con el kimono azul de ribete rojo, repitiendo flojito la lista de la compra, ya que no tengo ni idea de cuál era la canción que en realidad no estaba sonando. Como único espectador, Hikaru Yamahaka, muy atento a todo lo que hacía. Al terminar mi patética actuación saludé haciendo una reverencia y al levantar la vista me encontré frente a mi amante japonés, que me sonreía mientras me acariciaba el cuello y me susurraba algo ininteligible en la oreja, después me besaba y empezábamos a hacer el amor apasionadamente, el placer que estaba sintiendo era brutal y cerraba los ojos mientras presentía la llegada al clímax.
        Justo en el momento que empezaba a notar la presión del orgasmo, de golpe oía la música estridente de la discoteca y al gentío vitoreando. Al abrir los ojos descubría horrorizado que estaba desnudo en el escenario de la discoteca haciendo el amor con Klaus-Hiro Yamahaka, y que todo el público me estaba vitoreando. Justo en ese momento de extrema vergüenza y ansiedad, desperté de golpe, mientras notaba una extraña sensación de orgasmo incontrolado. Descubrí entonces que tenía encima a Darío, que por lo visto, había decidido aprovechar la tremenda erección que descubrió en mí cuando se despertó. Mi joven amante se estaba corriendo sobre mi barriga sentado a horcajadas sobre mis caderas, mientras mi erección lo penetraba al ritmo que él marcaba con los espasmos de su cuerpo.
        -Por Dios… no me lo puedo creer.- Dije un poco contrariado por los espasmos del orgasmo involuntario, la incomodidad de tener las piernas liadas con el nórdico y la inmovilidad que me producía el tener a alguien encima.
        -Buenos días… Esto ha sido una pasada.- Dijo Darío mientras se agitaba removiendo mi miembro dentro de su recto, provocándose los últimos momentos de placer asociados a la gran corrida que aún estaba salpicando mi barriga. -Creo que acabo de violarte. Y ha sido tremendo.- Añadió mientras de su polla erecta aun chorreaba un hilito de esperma. El chaval rubio que tenía encima estaba eufórico.
         Acto seguido se retiró cayendo como un saco de patatas a mi lado. Mi sexo aún seguía completamente erecto, con el preservativo colocado y relleno del esperma asociado a lo que acababa de suceder. -¿Cómo es que no se te baja la polla?- Me pregunto extrañado y sorprendido mi amante.
        -Supongo que será porque aún no he ido a mear.- Contesté. -Sospecho que aún estoy en posición de erección matutina.- Añadí. Y acto seguido, el joven rubio que tenía al lado me sacó el preservativo y empezó de nuevo a jugar con mi aparato. Cuando me quise dar cuenta ya estaba colocándome otro preservativo y empezaba a montarse encima de mí introduciéndose en ese culito tragón mi erecto falo. Esta vez me costó mucho correrme, pero después de varias posturas y dos orgasmos de Darío acabe explotando dentro de ese joven.
        Las tres de la tarde nos pilló jugando en la ducha, me sorprendía el cambio que estaba notando en Darío. Normalmente, contrastaba lo apasionado que era en la cama con lo distante que se solía mostrar conmigo en público. Pero desde hacía un par de noches, ese joven se me mostraba muy afectivo delante de los compañeros de la discoteca. Y ese cambio coincidía con la llegada de Klaus y el regalo en forma de muñeca de porcelana. La verdad era que no estaba seguro de que ese extra de atención me gustase demasiado. Hasta ese momento, para mí, Darío era solo un chaval cachondo que follaba de puta madre, con el que me lo estaba pasaba genial en una época de mi vida donde lo último que deseaba era otra relación monógama con gran dependencia emocional hacia mi pareja. Aunque, la idea de dejarme querer por alguien una temporada, no me desagradaba nada, además, me daba una extraña sensación de control sobre la relación, algo que en mis últimas tres relaciones no tuve.
        Teníamos hambre, así que nos descongelamos unas pizzas y las acompañamos con una coca cola de gran reserva (es lo que tiene salir con críos). Mientras devorábamos las pizzas no podía apartar la mirada de la maldita muñeca. Aún estaba en un rincón de la mesa del comedor y a cada bocado que le daba al enorme pedazo de pizza que tenía en mi plato un escalofrió me recorría la espalda dándome la sensación de que la figura de porcelana se movía intentando señalarme alguna cosa con los abanicos. -¿Que vas a hacer con esa figura?- Preguntó Darío sacándome de golpe de esa especie de trance en el que me había inducido.
        -Lo primero, después de comer, será sacarla de aquí. Me pone muy nervioso el verla mirándome a la hora de comer.- Dije un poco alterado.
        -Podrías hacerle un sitio sobre la alacena, que la tienes muy vacía y luciría mucho allí.- Dijo mi joven amante.
        -La verdad es que pensaba guardarla en la habitación de invitados.- Dije yo.
        -Vaya, es una lástima que algo tan bonito acabe escondido en una habitación oscura.- Se lamentó Darío.
        Más tarde, mientras yo limpiaba los platos, mi amante rubio saco el tiesto con un moribundo potus que tenía en la alacena y lo sustituyo por la caja acristalada que contenía la muñeca. Cuando regresé al comedor con toda la parafernalia para prepararnos un café pude ver el cambio. -Si la pobre planta veía poca agua donde la tenía antes, ahora que la has puesta arriba de la alacena aun verá menos.- Le dije vaticinando el triste futuro que le esperaba al pobre potus.
        -¿Qué te parece? queda muy bien ¿no?- Dijo orgulloso Darío.
        La verdad era que en la alacena, ese trasto se veía muy bien. El tono de la madera de la caja de cristal era muy parecido al del mueble con lo que se integraban muy bien. Al no ser de tonos estridentes pasaba desapercibida y no atraía constantemente la atención como cuando estaba sobre la mesa.
        Hacía una tarde radiante, habíamos cambiado la hora al horario de verano y tendríamos luz hasta casi las ocho de la tarde, por lo que no teníamos ninguna excusa para quedarnos haciendo el remolón en casa, más si tenemos en cuenta que teníamos el mar a menos de treinta metros. Al poco rato estábamos tumbados en la arena a pocos metros del agua, Darío se sacó la camiseta. El aire era un poco frio pero los primaverales rayos de sol quemaban bastante la piel. Diez minutos después, yo también me quité la camiseta. Era el primer día del 1995 que tomábamos el sol en la playa. Había bastante gente y algunos atrevidos se metían en el agua helada dando saltos y gritos.
        Al poco rato pasaron por delante de nosotros Nuria y Lidia, por lo visto y a juzgar por lo quemadas que estaban del sol, llevaban todo el día en la playa. Lidia al tener la piel más oscura, el tono que llevaba era entre moreno y rojizo. La pobre Nuria, entre la permanente de rizo apretado, la hinchazón de la prominente preñez que ya se le empezaba a intuir y el moreno color gamba al genuino estilo de guiri nórdico estaba hecha un cromo. -Dios, Nuria, como te has podido quemar tanto… vas a pasar una noche fatal.- Le dije compadeciéndola.
        -Esto… no es nada, cuando llegue a casa me embadurno de aftersun y no me va a molestar nada.- Dijo quitándole importancia a la enorme quemadura de primer grado que ocupaba todo su cuerpo.
        -Nos vamos a tomar un granizado, ¿os apuntáis?- Dijo Lidia invitándonos a acompañarlas.
        Nos incorporamos de un salto y las seguimos hasta el centro comercial. En una de las terrazas del puerto ocupamos una mesa en posición directa para aprovechar los últimos rayos de sol de ese domingo de Ramos. Mientras esperábamos que nos sirviesen los refrescos le pregunté a Nuria por Miquel.
        -Ha llegado bien a Los Ángeles, en el aeropuerto lo estaba esperando Thomas y por lo que parece se está adaptando al lugar.- Explicó Nuria. -Por cierto, me da miedo preguntarte por Álvaro. No tenemos muy claro que ha pasado entre vosotros.- Me quedé un poco sorprendido de que me preguntase eso, había olvidado que todo lo concerniente a mi ruptura con el pelirrojo era el único secreto que Miquel se guardó para sí mismo.
        -Bueno… creo que se podría reducir todo en que Álvaro ha encontrado un novio de mucho más alto standing que yo y me ha cambiado por él.- Contesté.
        -¿Cómo?... así, sin darte ninguna explicación.- Dijo Nuria.
        -Podría decirse que sí, un lunes estábamos de puta madre y el martes ya no estábamos ni nada.- Expliqué.
        -Qué fuerte.- Dijeron todos, incluido Darío.
        Seguimos hablando del tema hasta que la temperatura en la terraza empezó a bajar, antes de irnos acordamos en hacer una barbacoa la noche del miércoles, que era el día en que yo empezaba oficialmente las vacaciones de Semana Santa. Después nos fuimos cada uno a su casa. Por el camino de regreso, Darío seguía con la misma actitud híper cariñosa y melosa de los dos días anteriores. En vez de quedarse en casa de su madre, Piluca la Ferretera, me siguió hasta mi casa. Eran casi las ocho y no me apetecía lo más mínimo quedarme solo, así que invité a mi joven amante a cenar y si lo deseaba a dormir.
        -Yo no te cambiare nunca por un novio de más alto standing.- Me dijo Darío al oído esa noche cuando estábamos en la cama. Semejante acto de ternura me enterneció mucho, pero no lo suficiente como para que empezase a fantasear con la posibilidad de una relación a largo plazo con alguien tan joven.


        Posdata:
        Tres tristes tigres comían trigo en un trigal… Y Darío follaba con el más guapo de los tres.

         Imagen: Eriko Stark





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