jueves, 31 de agosto de 2017

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Semana Santa, una muñeca de porcelana japonesa y yo mismo.9-(Resaca post vacacional)

SEMANA SANTA, UNA MUÑECA DE PORCELANA JAPONESA Y YO MISMO.9 (Resaca post vacacional)


        Serían las once de la noche cuando di por concluida la traducción de la libreta con los pensamientos del Sr. Yamahaka. Estaba rendido, más que nada por lo incomodo de la posición al tener que hacer ese trabajo en la mesa del comedor. Había dedicado muchas horas a esa tarea y aunque el resultado final había sido un poco decepcionante, me sentía muy orgulloso de mi mismo.
        Opté por acostarme antes de las doce, quería intentar dormir al menos seis horas para poder estar mínimamente descansado para la jornada laboral en la empresa multinacional.
        Esa noche volví a soñar con Hikaru. De un modo ciertamente surrealista los omnipresentes cerezos en flor estaban esta vez en el interior de la discoteca METRO de Barcelona. Sí, la misma a la que fuimos mi amante japonés y yo durante la semana que pasamos juntos. Los ventiladores del aire acondicionado hacían revolotear los blancos pétalos de las flores entre los gogos, los camareros y los clientes del local, que bailaban a ritmo de música “hause”. Vestido con los pantalones Levi’s Straus, la camiseta negra de manga corta súper ceñida y las botas Dr. Martin’s con remaches metálicos me dirigía hacia el centro de la pista mientras los clientes se apartaban sin dejar de bailar, dejándome libre el centro de la pista, donde me esperaba un Hikaru rejuvenecido y bellísimo. En el momento en que lo abracé, la música paró y toda la sala se iluminó con la luz de una inmensa bola de cristalitos. Rodeado por los brazos de ese hombre, bailamos al ritmo de “Why” de Annie Lennox mientras el resto de los clientes y la discoteca se desvanecían hasta estar rodeados por un fondo inmensamente blanco, acompañados solo por los cerezos y la ventisca de pétalos blancos.
        En ese momento desperté. Eran las cuatro de la madrugada. Darío aún no había llegado. Con cierta melancolía volví a dormirme, tenía la esperanza de poder proseguir el sueño donde lo dejé.
        El despertador, a las seis de la mañana, inició el estruendo habitual de los días de trabajo. Me apresuré a pararlo, pues no podía haber pasado más de una hora desde que Darío habría llegado del trabajo en el PACHA. Mi pareja, completamente dormido, gesticulaba con el brazo intentando apagar un despertador imaginario, completamente desorientado por el estrepitoso ruido. -Sigue durmiendo.- Le susurré al oído después de apagar el aparato.
        Me dirigí a la cocina y puse en marcha la cafetera. Al salir de la cocina, dirección a la ducha, observé con orgullo el montón de folios escritos que contenían la traducción de los últimos pensamientos del Sr. Yamahaka. Me sentía un poco fisgón, pues esas palabras no iban dirigidas a mí. Sí, había muchas referencias a mi persona, pero el texto en su conjunto era una profunda reflexión dirigida a su hijo Klaus-Hiro.
        Me duché apresuradamente, pues el tiempo se me echaba encima y tenía los minutos justos si es que deseaba tomar un café y un croissant antes de irme a la fábrica.
        Había desconectado de tal manera durante los días de Semana Santa que ni me acordaba de los acontecimientos que me llevaron a discutir muy acaloradamente con Andrea los días previos a las vacaciones. Tenía curiosidad por saber si el tándem Klaus-Álvaro habrían logrado convencer a los directivos de la casa madre del Japón para que adjudicasen la fabricación de nuevos productos a la factoría local. Sin duda María me pondría al día de todos esos temas en cuanto coincidiésemos en nuestros puestos de trabajo.
        Al pensar en María me vino de golpe a la cabeza que había olvidado por completo comentarle al Sr. Roure la posibilidad de que ella se iniciase como aprendiz de camarera en la discoteca. No tendría más remedio que buscarme una excusa para cuando me preguntase por el tema.
        Mientras me dirigía a la fábrica, conduciendo mi FIAT Punto color lagarto, dudaba entre seguir fingiendo enfado hacia las mosqueteras por haber dado crédito a los chismes que corrían sobre mí en la empresa o actuar como si no hubiese pasado nada. Opté por la segunda opción, estaba tan relajado y satisfecho por los días de vacaciones que no tenía ninguna intención de empezar a trabajar con el mal rollo que lo dejé.
        Después del café con las chicas y la gimnasia japonesa, abandoné el edificio de la nave principal de fabricación mientras el jefe de producción empezaba el meeting de inicio. Me dirigí siguiendo a los demás miembros de la sección de control de calidad hacia la nave del almacén de producto acabado. Allí nos esperaba Álvaro, que en el momento en que estuvimos todos en la sala, empezó un breve meeting. Nos agradeció el trabajo realizado en las últimas semanas y nos animó a seguir con el mismo ritmo. No pude dejar de fijarme en lo demacrado que lo veía, estaba adelgazando muchísimo y tenía los ojos hinchados. De no ser porque lo creía mucho más duro que eso, pensaría que había estado llorando la noche anterior. Si su imagen era el reflejo de cómo habían ido las negociaciones en Japón, sin duda estas habían sido un fracaso.
        Sin prestar excesiva importancia a lo que dijo el jefe de calidad, me dirigí a mi sección, seguido de cerca por María. El almacén de calidad estaba exactamente igual que lo dejé seis días atrás: Todo recogido y sin un mal aparato que chequear.
        Tanto María como yo teníamos la esperanza casi infantil de que todo el mundo hiciese bien su trabajo y así poder pasar de cháchara toda la mañana, hablando de nuestras cosas. La tranquilidad duró hasta pasado el descanso de las diez, que aparecieron dos pares de palets de producto acabado posiblemente defectuoso.
        Durante la mañana mi compañera no me preguntó nada sobre su deseo de empezar a trabajar de camarera en la discoteca, cosa que agradecí.
        A las diez, mientras me dirigía a la sala de descanso para hacer la pausa que me correspondía a esa hora, vi que Álvaro se había quedado solo en el laboratorio de control de calidad. Decidí entrar y hablarle: -Perdona, podrías darle un mensaje de mi parte a Klaus.- Le dije mientras mi expareja fingía no escucharme.
        -No podrá ser.- Dijo levantando la mirada muy serio. -Aún no ha regresado del Japón, y dudo mucho que cuando regrese lo vea.- Sentenció.
        -Ya sé que te dije que no quería volver a hablar de este tema contigo, pero de un modo extraño han acabado en mis manos unos documentos que son para él y me gustaría hacérselos llegar.- Insistí.
        -Ok… cuando regrese te lo haré saber y podrás entregárselos en su oficina de la sección de administración.- Su tono de voz se movía entre el rencor y la desesperación.
        Salí de allí con la sensación de que Álvaro tenía verdaderos problemas en su relación con Klaus. Por un momento me dolió el no poder ofrecerle mi apoyo a consecuencia de lo traumático de nuestra separación, aunque, un poco de satisfacción malévola me hacía sentir cosquillas en las puntas de los dedos. Que a mi expareja le estuviese saliendo el tiro por la culata (sentimentalmente hablando) no dejaba de tener cierto morbo. -Que le den por el culo.- Fue el pensamiento de rabia contenida que explotó en mi cabeza.
        Al llegar a la sala de descanso me encontré con la máquina de café totalmente colapsada. María me hacía señas desde la mesa de las mosqueteras, mostrando un café en una mano y haciéndome gestos con la otra para que fuese con ellas.
         -Te he sacado un café.- Me dijo muy satisfecha. -He visto que te retrasabas hablando con el jefe y como me esperaba que la maquina se pondría así de imposible, me he sacado un par de cafés, uno para ti y otro para mí.-
        -Gracias.- Le dije. -Me hacía verdaderamente falta.-
        -¿Cómo le ha ido por Japón al jefe?- Preguntó Rosita.
        -Ni idea.- Dije yo. -Aunque, a juzgar por lo hecho polvo que está, o el jet-lag le ha afectado muchísimo o en Japón le ha ido fatal.- Eugenia y Andrea mientras, me miraban muy serias sin decir nada. Por lo que parecía el hecho de que yo hiciese broma se la situación de mi expareja no les hacia ninguna gracia.
        El resto del día siguió sin ningún contratiempo ni nada que considerase de mención. Mientras, yo me dedicaba a pensar en cual podría ser el regalo correcto para alguien que cumplía dieciocho años.
        Después del descanso de las cuatro de la tarde, María regresó muy alterada. -Me acaban de contar que antes de fin de año habrán echado a la calle a un veinte por ciento de los empleados.- Me dijo haciendo aspavientos con las manos.
        -Ah… pues eso confirma lo que sospechaba, a nuestro jefe le ha ido muy mal en Japón.- Dije sin mostrar el más mínimo atisbo de sorpresa.
        -Un momento…- Dijo María. -Tú sabes mucho más de lo que pretendes hacernos creer.-
        -Se cosas.- Dije haciéndome el interesante. -Pero se mas por intuición que por la información real de la que dispongo.- Añadí.
        -Ahora sí que no te sigo… ¿a qué te refieres cuando hablas de intuición?- Dijo mi compañera de trabajo.
        -A ver… como te lo cuento…- Dije frunciendo el ceño como si me esforzase en buscar una explicación. -Mira… Información de la que dispongo en este momento: en el almacén de componentes de fabricación no hay ni una pieza de modelos nuevos, cuando el año pasado y los anteriores, a día de hoy, eso era un caos de organización con millones de piezas de fabricación reciente. Cuando se lo comenté al comité de empresa me exigieron que no lo fuese divulgando a los demás compañeros porque en ese momento estaba el director general negociando la adjudicación de nuevos productos en Japón. Tú me dijiste que Álvaro también estaba en Japón. Álvaro ha regresado y parece un perro apaleado.- Mientras decía eso iba contando con los dedos de la mano. -Intuición… Lo único que me viene a la mente con la información de la que dispongo en este momento es: este año no ha habido adjudicación de productos de nueva fabricación a esta empresa, por lo que este año la producción descenderá un veinte por ciento, lo que significa que dentro de seis meses sobrará una cuarta parte de los empleados.- Dicho esto acabé mi alocución y me la quedé mirando con cara de suficiencia.
        -Hace un momento estaba intranquila… ahora estoy acojonada.- Dijo María con cara de terror.
        Después de esta conversación seguimos con chequeando los aparatos de medio palet de producto acabado que teníamos delante. Mi compañera no volvió a preguntarme nada más en la hora que quedaba de jornada laboral. Supongo que le temía más a las respuestas que a las preguntas.
        A las cinco, después de fichar la salida, tomé la carretera dirección a Palamós. Quería parar en la nueva zona comercial del municipio, donde se estaban reubicando todos los supermercados, para comprar una colonia como regalo para Darío. Descubrí con alegría que habían abierto una gran perfumería entre el Maxor y el Intermache.
        Después de quedar completamente empachado por la infinidad de perfumes que me hizo oler una de las dependientas, opté por comprar la colonia “Le Male” de Jean Pol Gautier, más que nada porque parecía que todas las mariquitas que se preciaban de ir a lo último en la moda del momento, no podían vivir sin ese perfume (supongo que la gran promoción que estaba haciendo Madonna de todo lo referente a ese diseñador, algo tenía que ver en esa extrema necesidad). Creía que podría ser el regalo ideal para alguien joven y muy gay.
        Llegué a casa pasadas las seis y media. Darío estaba un poco molesto, pues me había preparado el capuchino para las cinco y media y el café se había enfriado esperándome. Cuando le expliqué el motivo de mi retraso se le pasó el enfado de golpe. Le encantó mi regalo. Tal y como yo creía, mi novio era la típica mariquita de manual de psicología. Ese día ya no volvimos a salir de casa. Mi chico me acorraló en la habitación y nos pasamos el resto de la tarde metidos en la cama. Por primera vez y de forma totalmente legal hicimos el amor apasionadamente Darío y yo.
        Eran casi las diez de la noche cuando el rugir de nuestros estómagos nos hizo abandonar la cama. Caí en la cuenta de que tenía la nevera y el congelador totalmente vacíos. -Mierda, si queremos comer algo tendremos que ir al BRAVISSIMO o a otro restaurante, porque en casa no hay comida.- Dije muy preocupado.
        -He ido de compras este mediodía.- Dijo Darío muy orgulloso. Mientras yo me lo miraba con cara de sorpresa. -Si voy a vivir contigo tendré que colaborar con los gastos de la casa ¿no?-
        Me gustaba la actitud de ese chico. Resultó que era el único de todos mis amantes que verdaderamente se había planteado el estar en mi casa con igualdad de condiciones, no como un invitado con derecho a la llave de la puerta y la nevera, sino como un igual en todos los sentidos. Eso me gustaba, aunque tenía mis dudas sobre si, con lo que este chico ganaba trabajando los fines de semana sería suficiente para cubrir su parte de los gastos de la casa y sus gastos de estudios. La verdad era que en ese momento no quería pensar en eso, y, como no, al ir a la cocina, descubrí el congelador repleto de pizzas y la nevera llena de botes de Nutela y botellas de coca cola. -¡¡¡BIEEEN!!!! El alimento de los campeones.- Pensé.
        No me quedaba más remedio, tendría que ir acostumbrándome a cosas así, salir con un niño grande solía tener esos inconvenientes. Si quería fruta o algún tipo de carne que no fuese pollo o hamburguesas tendría que traérmelo yo a casa del supermercado.



        Posdata:
        La vida sigue inexorablemente, te guste o no. Aunque me temía que vendrían muy malos tiempos para los empleados de la empresa multinacional japonesa.


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