ESTRÉS
HIPOCONDRIACO Y DEFECTOS DE FABRICACIÓN.
A pesar del estrés hipocondríaco que
suponía para mi ego el enfrentarme al día siguiente, de nuevo, a los análisis
de HIV. Conseguí dormir unas cinco horas. Creo que el cansancio venció a la
locura aterradora que se estaba incrustando en mi cerebro. Despertamos a las
seis de la mañana y como siempre, nos duchamos y desayunamos algo de repostería
industrial junto con un café bien cargado. No hablamos del tema que rebotaba en
mi mente en ningún momento.
Una vez en la fábrica, la misma rutina
de cada día: Café con las mosqueteras, gimnasia japonesa, meeting del jefe de
producción y paseíllo hasta el almacén de control de calidad para empezar con
mi trabajo en busca de defectos de calidad en el producto que se acumulaba en
el almacén. La única novedad eran los técnicos japoneses recién llegados que se
incorporaban como podían a la rutina de la empresa.
Se notaba que la brigada de
mantenimiento había hecho horas extra todo el fin de semana, ya que de las doce
cadenas auxiliares que originalmente había en nuestra sección, había cinco que
ya estaban operativas al cien por cien. Al poco rato empezaron a llegar palets
de producto acabado. Cuando se hubieron acumulado unos diez hice una primera
selección para poder empezar. Decidí concentrarme en mi trabajo para así no
tener que pensar en la visita al médico de las siete de la tarde.
A la una del mediodía, mientras recogía
un poco los aparatos esparcidos sobre la mesa para dejar la sección mínimamente
decente por si se presentaba alguien para chequear mi trabajo (Que iluso que
era, si a nadie le importaba una mierda lo que yo hacía allí), me planteaba la
posibilidad de que Yolanda tuviese razón en su idea de lo innecesario de mi
sección, pues en los doce aparatos que llevaba chequeados no había encontrado
ningún defecto digno de mención. Mientras, Álvaro me esperaba en la puerta del
almacén para ir juntos a almorzar, me fijé en las caras de los nuevos técnicos
japoneses recién llegados, listos para cubrir las vacantes de técnicos y
directivos cesados. Se les veía muy activos reuniéndose constantemente con los
cargos intermedios. -Me parece que hay
algunos jefezuelos que comerán tarde hoy.- Le dije a mi chico mientras
íbamos hacia el comedor.
-Llevan toda la mañana así. Son como un
grano en el culo. Se te quedan mirando sin decir nada, y si tienen algo que
comentarte te lo hacen saber a través de tu superior.- Dijo muy
molesto. -Un verdadero coñazo.-
Añadió. En ese momento me alegré de ser el último mono de la empresa.
Mientras almorzábamos se nos juntaron
Rosita y Eugenia, el tema del día eran los nuevos empleados japoneses y como se
estaban desenvolviendo por los departamentos. Después de los postres, mientras
nos dirigíamos a la zona de descanso de nuestra sección para tomar el café,
Eugenia me retrasó un poco de los demás porque quería hablar conmigo.
-En estas tres semanas, he buscado el
momento apropiado para pedirte disculpas pero nunca he encontrado el momento
para hacerlo.-
Me dijo una Eugenia muy afectada.
-Eugenia, no tienes que disculparte de
nada, en ningún momento he creído que el que ahora estés realizando mi antiguo
trabajo en las insertadoras sea responsabilidad tuya.- Le dije.
Cuando me sacaron de la sección de los
robots insertadores de componentes electrónicos para asistir como ayudante al
Sr. Hikaru Yamahaka, mi sustituta fue Eugenia. Desde el primer momento lo vi
como la decisión más normal, ya que ella había sido preparada para ese puesto
cuando tuvo que sustituir a mi compañero del turno de tarde, cuando este estuvo
convaleciente durante cinco meses por las heridas que se hizo en un accidente
de tráfico.
Del grupo, Eugenia era quizás la más
madura de todos, no lo digo por su edad, ya que, aunque rondase los cincuenta,
era una de las mujeres más atractivas de la empresa. Era de ese tipo de
personas que escuchaban más que hablaban, y solo hablaban cuando tenía alguna
cosa positiva que aportar a la conversación. No sé si ella era alguien muy
culto, pero de lo que no había ninguna duda es que era una mujer muy, pero que
muy sabia. Era por eso que me resultaba enternecedora su preocupación hacia mí.
Me contó que le quitaba el sueño el pensar en la posibilidad de que a su hijo
le pudiese pasar una situación parecida a la mía. Por lo visto, tenía la misma
edad que yo y acababa de empezar a trabajar en un estudio de ingeniería en
Barcelona. Y ella como madre sufridora se ponía en la peor de las situaciones,
imaginándose a su niño luchando en mitad de una jauría de hienas parecida a la
que se había generado en nuestra empresa.
La tranquilicé, no sentía ningún
remordimiento hacia ella, antes al contrario, si ese trabajo se podía
considerar un chollo, me sentía satisfecho de que se lo diesen a ella antes que
a cualquier otro lameculos de los que se me hacían insufribles.
Nos juntamos con los demás para hacer
cola en la máquina del café. –Gracias.-
Me dijo Eugenia al oído.
-Gracias ¿Por qué?- Le contesté yo.
-Por ser como eres.- Me dijo con una
gran sonrisa que iluminaba su cara. Mientras, yo me puse colorado como un
tomate.
A las dos del mediodía retomé mi
trabajo en busca de defectos en el producto acabado. Después de chequear doce
aparatos más y no encontrar ningún defecto digno de ser mencionado, mis dudas
existenciales sobre la viabilidad de mi sección, y más concretamente de mi
puesto de trabajo aumentaron. Redacté el informe para Yolanda y se lo entregué.
Lo recibió con muchísima educación y una gran sonrisa en la cara, y acto
seguido, a la que me giré y me dirigí a la puerta de salida, lo lanzó a la
papelera.
Eran las cinco, Álvaro me estaba
esperando al lado de mi Fiat Punto de color lagarto. Teníamos prisa, a las
siete teníamos hora con el doctor para hacernos las malditas pruebas. Durante
todo el camino de vuelta a casa no dijimos ni media palabra ninguno de los dos,
cosa que me confirmaba que el chico pelirrojo que se sentaba mi lado en el
coche estaba casi tan nervioso o más que yo. -El folleto decía que no hacía falta que estuviésemos en ayunas
¿verdad?- Dijo mientras entrabamos en casa.
-Sí, creo que si.- Le dije
mientras buscaba en mi mochila el folleto del hospital donde explicaba cómo
realizar las pruebas. -Aquí tienes,
vuelve a leértelo por si nos hemos saltado algún paso.-
Le propuse darnos una ducha caliente,
es lo que creía en ese momento que podría ser lo mejor para calmarnos. Bajo un
chorro intenso de agua caliente, me abrazo y se derrumbó. -Me aterra la posibilidad de ser seropositivo.- Me dijo con
lágrimas en los ojos mientras me cortaba la respiración de lo fuerte que me
abrazaba. Decidí no contarle que lo más
probable era que ese día solo nos sacasen sangre y que los resultados de
la analítica podrían demorarse una semana o dos. Tal y como me había sucedido
hacía dos años, cuando me hice esas mismas pruebas por primera vez.
Eran las siete menos diez cuando
llegamos al centro ambulatorio donde teníamos asignado nuestro médico de
cabecera. Como de costumbre iban con retraso. Tuvimos que esperar más de media
hora para que nos tocase nuestro turno. La visita fue breve, le contamos
nuestra situación y nos preparó unos documentos para que la enfermera que
asistía en la consulta de al lado nos sacase las muestras de sangre. Esperamos
unos diez minutos más y una jovencísima enfermera nos invitó a pasar a su
consulta.
-¿Por quién empezamos?- Nos dijo en un
tono muy cordial.
Los dos nos miramos y dijimos a la vez:
-¡Por él!- La enfermera sonrió
maliciosamente.
-Ok, pues empezaremos por el pelirrojo,
súbete la manga del jersey y ponla sobre esta tarima.- Le dijo a
Álvaro mostrándole una especie de reposabrazos metálico.
Sin decir palabra mi chico obedeció y
puso su brazo desnudo sobre ese andamiaje cromado. La enfermera después de
atarle una goma en el brazo por debajo de la axila procedió a clavarle la aguja
y llenar una enorme jeringa de caballo con su sangre. Una vez finalizada esa
acción, tiro la aguja a un cubículo de seguridad y empezó a llenar probetas con
la sangre de Álvaro. -Ya puedes abrir los
ojos.- Le dijo mientras le ponía un poco de algodón con un esparadrapo en
la zona de la punción. -Tampoco ha sido
tan tremendo ¿Verdad?- Añadió sonriéndole.
-Casi ni me he enterado.- Dijo un Álvaro
mucho más aliviado.
-Y ahora el turno del rubiales.- Dijo la
enfermera refiriéndose a mí, mientras me miraba con cierta malicia.
Tengo que reconocer que esa chica era
una gran profesional, solo sentí un pequeño pinchazo y para la cantidad de
sangre que sacaban no me quedo ni moratón en la piel.
-Vale, pues en una semana tendréis los
resultados, cuando salgáis, podéis pedir hora en la recepción para el lunes que
viene.-
Dijo una vez se hubo terminado la extracción de sangre.
-¿Co…Como? ¿Vamos a tener que esperar
aún otra semana para saber los resultados?- Exclamo Álvaro con una expresión
entre terror y sorpresa.
-Upps… se me olvido de decirte ese
detallito. Si, las pruebas tardan una semana en hacerse.- Le dije a un
pelirrojo que me miraba con cara de asesino.
Ante de irnos decidimos ir a visitar a
Miquel ya que el centro ambulatorio quedaba cerca del hospital.
Mientras subíamos a la planta de
convalecientes nos encontramos con Lidia, la enfermera amiga de Nuria. -A Miquel ya le dieron el alta.- Nos
dijo con cara de sorprendida al vernos ahí.
-Qué raro que Nuria no os lo haya dicho.-
-Es que hoy no hemos hablado con ella.-
Le
dije yo intentando disimular la vergüenza por lo desinformados que estábamos.
Álvaro y yo nos miramos y al primer gesto, tomamos a toda prisa la dirección de
la salida del hospital.
-Qué vergüenza que acabo de pasar.- Dijo mi novio
con cara de pasmo.
-Quedémonos
con la buena noticia, Miquel ya no está en el hospital, eso quiere decir que ya
está muchísimo mejor.- Dije yo.
Eran las ocho de la tarde y la calle
parecía la boca de un lobo. A ninguno de los dos nos apetecía cocinar esa
noche, aunque las opciones eran pocas para comer fuera, la mayoría de los
restaurantes cerraban el lunes por la noche. De hecho las opciones se limitaban
a repetir en el BRAVISSIMO, intentar cenar en uno de los snack-bar de tapas o
probar en el restaurante mexicano TACO-TACO. Optamos por una competición de
picantes. Después del estrés de los últimos días la comida mexicana no podría
hacernos sentir peor.
A las diez regresamos a casita, vimos
un ratito la televisión y antes de las doce ya estábamos durmiendo.
El martes empezó con exactamente la
misma rutina que el resto de los días en la empresa japonesa. Cuando llegué al
almacén descubrí que la cadena de montaje principal había hecho un par de horas
extra el día anterior y se habían acumulados unos doce palets de producto
acabado. –Fantástico.- Pensé. –Así no voy a perder la primera hora
esperando a que la empresa se ponga en marcha.- Cargue tres aparatos en el
carrito y me dirigí a mi sección.
Esta primera inspección resulto igual
de infructuosa que las del día anterior: Ningún defecto destacable que
mencionar. Volví a empaquetar los aparatos con mucho cuidado y los devolví al
almacén. Una vez allí, recogí varias muestras del producto que se acababan de fabricar. Y cuando
desembalé el primer aparato de esta segunda muestra descubrí algo que me llenó
de emoción. Era ese maldito rayazo en el embellecedor que tan de cabeza me
había llevado los primeros días en esta sección. ¿Qué estaba pasando? ¿Lo
habría hecho yo al sacar el aparato de la caja de cartón? Tenía que salir de
dudas. Y abrí con muchísimo cuidado las demás cajas que contenían el mismo
modelo de aparato. Y ¡BINGO! Todos tenían el mismo rayazo en la misma zona.
Empecé a preocuparme: si en los cinco
aparatos que acababa de chequear había el mismo defecto y no lo estaba
provocando yo, era evidente que se producía durante el proceso de fabricación.
Llegué a la conclusión de que era algo que debía de comentárselo a Yolanda. Y
así lo hice.
Encontré a mi jefa de sección en su oficina.
-Esto… Sra. Yolanda, tengo que comentarle
un tema.- Le dije un poco inseguro.
-Me pillas muy ocupada en este
momento.-
Me dijo con tono severo.
-Es que creo que he encontrado un
problema de calidad importante.- Insistí.
-Pues haces como siempre, lo incluyes
en el informe que me pasas al final del día.- Añadió, zanjando la
conversación. Mientras yo me quedaba viendo visiones ante la poca
profesionalidad de mi superior.
Salí de la oficina con la sensación de
que cuando ese producto llegase a los controles de distribución en mercados de
otros países se iba a liar una de gorda, pero que muy gorda. Cogí los
embellecedores rayados y me fui a cambiarlos al almacén de producto para la
fabricación. Allí me encontré a Álvaro chequeando componentes y le conté lo que
me había sucedido. Me tranquilizó, mostrándome todo el control de calidad que
se ejecutaba en el proceso de fabricación demostrándome que era imposible que
no se detectase un fallo de ese calibre durante el mismo. De todos modos
quedamos en que durante el descanso del almuerzo vendría a ayudarme a entender
cómo se podía producir ese maldito rayazo.
Fue en ese momento que regresaba a mi
sección con los embellecedores de repuesto que lo vi por primera vez.
Mientras cruzaba la sección de producción
(donde estaban las cadenas de montaje principales) sentí como un escalofrió que
me recorría la nuca. Y lo vi allí arriba, en la ventana de la oficina de
dirección que daba directamente al interior de la fábrica. Tenía sus ojos
clavados en mí, cosa que me incomodaba enormemente. Pues durante el trayecto
que cruzaba el edificio me giré varias veces y siempre tenía su mirada sobre
mí. Aceleré el paso para salir de su zona de control. Cuando regrese a mi
sección tuve una extraña sensación de seguridad.
Podríais preguntarme por ese hombre,
pero me habría sido imposible daros una descripción de él. Solo me fije en sus
ojos y en la fuerza que desprendía su mirada, era casi inquisitoria y me
molestaba profundamente. Durante el almuerzo le pregunté a Andrea sobre quién
podía ser ese hombre. Pero como no fui capaz de darle más datos sobre su
fisonomía no supo decirme de quien se trataba.
Por la tarde seguí realizando mi
trabajo de chequeo de producto acabado, y, ya como una constante, los rayazos
aparecían en todos los aparatos de uno de los tres modelos que se estaban
fabricando ese día. Hice constar ese defecto como muy grave en el informe que
preparé para Yolanda a las cuatro y media de la tarde, aunque lo más frustrante
fue el ver como después de recibirlo con muchísima educación, lo tiraba
directamente a la papelera cuando salía de la oficina.
Álvaro me esperaba en su Peugeot 206, y
mientras me dirigía al coche pude sentir de nuevo ese pellizco en la nuca. Allí
estaba, en la puerta de acceso a la oficina siguiéndome con la mirada. Esta vez
decidí fijarme en quien era ese hombre y no acobardarme al mirarlo a los ojos.
Me fue imposible. Pude fijarme en su apariencia pero no podía aguantarle la
mirada. Me resultaba extrañamente familiar, aunque no lo había visto en mi
vida. Por primera vez en muchísimo tiempo me sentí totalmente vulnerable y sin
ningún control sobre la posible acción de otra persona sobre mí. Y sinceramente
para alguien tan terriblemente controlador como yo, eso era inaceptable.
-¿Has visto a ese tipo que está en la
puerta de las oficinas?- Le pregunté a Álvaro mientras entraba en el coche.
-¿Te refieres al japonés rubio?- Me dijo,
confiando en que yo ya sabría de quien hablaba.
-La verdad es que no me he fijado en si
era rubio o no.-
Le contesté un poco abrumado.
-Pues es lo primero en que se ha fijado
todo el mundo, es el primer japonés rubio que han visto por aquí, por lo que
dicen es mestizo de madre europea.- Me explicó con todo detalle mi chico. -Se le ve muy joven comparado con el resto
de técnicos, no sé a qué sección está adjudicado.- Añadió.
Mientras arrancaba el coche pude
comprobar que verdaderamente era un chico muy joven, con facciones asiáticas
pero con el pelo corto y rubio, casi dorado. Me siguió con la mirada hasta que
desaparecimos detrás de la nave de almacén dirección a la salida.
¿Por qué me parecía tan familiar y a la
vez me incomodaba tantísimo ese chico?
Posdata:
Por mucho que intentes evitarlo,
siempre habrá un roto para un descosido. Y lo peor de todo, la tendencia
inevitable de todo recosido a descoserse.
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