SIDA,
PREÑEZ Y MI MONSTRUO HIPOCONDRÍACO.
Para Álvaro, su primera experiencia
como chico-camarero-gogo resultó ser un éxito. Acostumbrado como estaba a ser
uno más del grupo de amigos del pueblo (lo digo así para no decir lo que
realmente era: un borrego más del rebaño), de golpe, el encontrarse siendo el
centro de atención a todas partes por donde iba, le produjo el mismo efecto
eufórico que una droga dura.
Normalmente, cuando empezabas a
trabajar en el mundo del ocio nocturno, se hacía como recogedor de vasos y
asistente de camarero (es decir correveidile de todo el mundo). De ahí si
tenías suerte y te lo sabías montar bien. podrías pasar a camarero de refuerzo o
a publicitario de calle (repartidor de invitaciones, vamos). Con el tiempo y
alternando los dos oficios anteriores podrías acabar como encargado de barra,
que acostumbraba a ser el máximo a lo que solían aspirar la mayoría de la gente
que trabajaba en la noche y siempre partiendo del supuesto que te lo planteabas
como un oficio temporal. Es decir un trabajo que realizas hasta que hayas
pagado alguna deuda inesperada o encuentres un trabajo “de día” como el resto
de los mortales.
En mi caso, empecé a trabajar de noche
como recomendación del psicólogo. Ese señor estaba convencido de que, el ponerme detrás de una barra
me obligaría a tratar con gente y así superaría mi timidez patológica (sí, yo
era de esos que si salía solo, podía quedarme cinco horas en un rincón de la
discoteca sin atreverme a hablar con nadie). Descubrí así un mundo que, aparte
de ayudar a relacionarme de un modo “normal” con la gente, me fascinaba, sobre
todo por la sensación de poder que te daba el estar en esa especie de burbuja
que te separa del mundo que se llama barra. La verdad es que lo único aprendí fue
a relacionarme con los demás empleados y algunos clientes que supieron darme
cierto grado de confianza. Por lo demás, era el típico camarero distante y
concentrado en su trabajo.
Todo esto os lo cuento para que podáis
entender que, la mayoría de la gente del oficio de noche, realizan como mínimo
una progresión de adaptación al medio de varios meses, antes de enfrentarse a
la barra en sí. Y Álvaro no la hizo.
A partir del sábado catorce de enero y
hasta nueva orden, el espectáculo del Pacha se dividiría en dos playbacks de
Drag Issis y un striptease de Sergio. Show que repetiriamos los viernes, y
según la concurrencia, Sergio haría más de un número.
Durante el recorrido de promoción,
Álvaro se dedicó a repartir invitaciones a diestro y siniestro. En la cena,
creo que entró en la cocina para invitar hasta al chico encargado de fregar los platos y en el
recorrido en los bares y los pubs, me dio la sensación de que no controlo muy bien los chupitos que se
metía entre pecho y espalda, porque al llegar al PACHA, empezaba a estar un
pelín achispado. Tatiana le hizo un cursillo rápido de preparación de
combinados de alcohol, disposición de neveras, distribución de bebidas y
preparación en el office. Y cuando se llenó la discoteca se los comieron vivos.
Ahora su barra era la que estaba de moda y desde el primer momento los chupitos
corrían como los caracoles después de la lluvia de verano.
Aún y el gran ajetreo que tuvieron
durante toda la noche, pude ver en un par de ocasiones a Álvaro bailando sobre
la barra en plan “Bar Coyote”, solo vestido con mis botas militares “Dr.
Martins” y mi bañador de lycra plateada. En el fondo lo envidiaba. Siempre he
envidiado a esa gente que pueden desconectar durante un lapsus de varios
minutos o quizás horas, para ser ellos mismos sin ningún pudor ni prejuicio.
A las cinco de la mañana, mi novio
estaba completamente agotado, pero la euforia de su primer día como barman-gogo
era tal, que ni todo el alcohol del mundo habría podido hacer mella en él. -Cuando se relaje caerá rendido como un
bebe.- Pensaba mientras lo veía servir chupitos como un poseso. Y aun le
quedaba limpiar la barra y rellenar las neveras.
Mientras yo me estaba desmaquillando y recogía
todos los trastos de la actuación, lo veía llevar cajas de bebidas desde el
almacén a la barra de Tatiana. -Mira tú
por donde, la Tatiana ya no tendrá que remover más cajas de bebidas.-
Pensé. -Al final todo serán ventajas para
todos.
Eran las seis de la mañana, y mientras
desayunábamos en el Bar Paco, Tatiana se quejaba del excedente de trabajo que
se le había acumulado esa noche.
-Pues no creo que te pongan más
ayudantes.-
Le dijo Marcus con tono burlón.
-Tu barra ha tenido una caja
espectacular, el Sr. Roure estaba eufórico.- Dijo Estela, la camarera maciza
y rubia de la barra Chill Out.
-¿Que te ha parecido el trabajo?- Le preguntó
Tatiana a mi chico pelirrojo.
-Aún estoy flipando.- Dijo Álvaro
mientras se tomaba su café con leche. –No
me puedo creer que me paguen por lo que he hecho esta noche.-
Todos se rieron del comentario de
novato. -Bueno ya volveremos a hablar del
tema dentro de unos meses.- Comentó Sergio sin dejar de reírse.
Yo escuchaba la conversación intentando
disfrutar del éxito de mi chico, tenía que reconocer que por unas horas había
conseguido eliminar de mi cabeza la paranoia hipocondriaca que me rondaba desde
que habíamos decidido hacernos las pruebas del VIH hacía ya una semana.
Al llegar a casa, Álvaro no tardó ni
diez minutos en caer rendido y profundamente dormido en la cama. Se había
relajado y todo el cansancio y estrés acumulado se liberó de golpe. Yo también
estaba agotado y le acompañé en la cama un poco después. Despertamos pasadas
las tres de la tarde. Álvaro tenía una resaca tremenda (que mal llevaba el
beber este chico). Preparé una gran cafetera y mientras mi chico se tomaba una
aspirina, yo servía el café en los tazones.
-Esta resaca es lo que suele suceder cuando
mezclas todo tipo de chupitos sin orden ni control.- Le dije intentando
aleccionarlo en lo que se podría encontrar si quería seguir trabajando en la
discoteca.
-Por favor no me regañes, me duele
todo.-
Se quejaba como un niño lastimado.
-Bueno, mientras te hace efecto la
aspirina y el café, mira cuanto te han pagado por tu faena de ayer.- Le dije
mientras le daba el sobre que llevaba su nombre con su sueldo. Lo abrió en un
salto para ver su contenido, estaba encantado, le habían pagado casi quince mil
pesetas. Era mucho dinero para un ayudante de camarero así que le pedí que me
dejase ver la nómina (bueno… el papelucho que nos daban con los conceptos
escritos a mano para saber por qué nos pagaban). Le pagaron ocho mil pesetas
por el trabajo de camarero y casi siete mil pesetas por las invitaciones que
llevaban su nombre (por lo visto la estrategia de repartir invitaciones a
mansalva daba buen resultado). Me dio un poco de envidia, porque a mí me pagaban
veinte mil pesetas y no tenía derecho a cobrar invitaciones, ya que, se suponía
que estaba incluido en mi contrato ese concepto.
Decidimos vaguear en el sofá toda la
tarde y picar cuatro cosas de la nevera para comer, hasta las seis o las siete
que queríamos ir a visitar a Miquel al hospital.
-Dime, ¿qué te pareció la noche de
ayer?-
Le pregunte mientras me acomodaba en el sofá.
-Extraña.- Me dijo
mientras se zampaba uno detrás de otro todos los cruasanes de repostería
industrial que había en casa. -Todo el
tema de repartir invitaciones me divirtió mucho, aunque pasé un frio de cojones
con tan poca ropa.-
-¿Y el trabajo en la barra?- Insistí.
-Estresante,
no conseguía acordarme dónde estaba cada cosa, y cuando empecé a controlar el
tema, la barra estaba a tope de gente pidiendo bebidas y chupitos.-
Mientras, no paraba de darle mordiscos a los malditos croasanes. Suerte que Tatiana me dijo la norma
principal para no estresarte en la barra.-
-Sorpréndeme: ¿Cuál es esa norma?- Le dije
riéndome.
-No se sirve ninguna copa sin haber
cobrado la anterior.-
Dijo Álvaro con tono solemne. -Y si algún
cliente se pone muy pesado o violento: llamar a seguridad.-
-Te ha adiestrado muy sabiamente la
Tatiana.-
Sonreí.
-Vi que te lanzaste a bailar sobre la
barra como los gogos de Barcelona.- Le dije, con una sonrisa maliciosa.
-Ah, fue una apuesta con la Tatiana,
perdí y me tocó subirme a bailar encima la barra.- Dijo con carita
de pena.
-Me da miedo preguntarte sobre la apuesta.- Y yo no podía
parar de sonreír.
-Estooo… la reté a que no se atrevería
a dejar que un cliente bebiese un chupito de sus pezones.- Me dijo, con el
tono de un niño que ha sido pillado en una gran travesura. -Y cuando me di cuenta ya tenía una de sus tetazas en la boca de uno de
los clientes sorbiéndole un chupito de licor de fresa.- Yo estaba
alucinando con mi novio.
-¿Y después de eso se conformó con que
bailaras en la barra?- Me estaba temiendo lo peor.
-Buenoo… tuve que dejar que tres
clientas bebiesen un chupito en mi ombligo.- Ahora sí que Álvaro se estaba
esperando que yo explotase en plan “tú estás loco” o algo así.
-JAJAJAJAJAJA.- No podía
aguantarme la risa, mientras mi chico me miraba con cara de decepción. -Me esperaba que habrías tenido que dejar que
bebiesen el chupito de tu polla.- Casi me caí del sofá.
-Que dices, ni borracho habría accedido
a eso.-
Me replicó muy ofendido.
-Respuesta correcta.- Le contesté. Y
acto seguido le besé en los labios.
Después, estuvimos retozando entre
caricias y acurrucos, con la calefacción a tope, intentando no pensar en que
nos habíamos comprometido a ir al hospital con Nuria a visitar a Miquel. En la
calle hacía un frío de tres pares de cojones (maldita tramontana invernal).
A Miquel ya lo habían trasladado a
planta. Por lo visto los retrovirales le habían ido de maravilla. Estaba muy
delgado, pero mejorado y animado. Pronto le darían el alta y volvería a ser el
de siempre.
Eran las nueve, y al salir del hospital
Nuria nos propuso de ir a comer algo al BRAVISSIMO, accedimos encantados, de
hecho Álvaro se moría de ganas de contarle su primera experiencia laboral en el
mundo de la Noche. Y a eso se dedicó hasta que nos trajeron las pizzas.
Mientras comíamos, Nuria nos soltó el bombazo: Miquel había dejado el trabajo
de coctelero jefe en el POMELO’S. Bueno, de hecho le habían ofrecido mucho
dinero para que rescindiese el contrato. -Malditos
empresarios hijos de puta.- Pensé. Por lo que parecía habían llegado a la
misma conclusión que yo. Y a ningún empresario le hacía gracia que una persona
seropositiva (ellos en su argot lo llamaban sidoso) estuviese trabajando cara
al público, y menos preparando o sirviendo bebidas.
-Joder, ¿Cómo se lo ha tomado Miquel?- Le pregunté a
Nuria.
-Está entusiasmado.- Me dijo Nuria. -Planea coger un trabajo en Estados Unidos.-
Ahí sí que nos quedamos de pasta de boniato mi chico y yo.
-¿Estados Unidos?... Pero ¿Qué se le ha
perdido allí?-
Le pregunté totalmente extrañado.
-Por lo visto, este verano conoció a un
americano y le ha propuesto que se vaya a vivir y trabajar allí.- Nuria estaba
tan desolada como nosotros.
-Pe… Pero, ¿Miquel no estaba saliendo
con Drako? ¿Qué opina de todo esto él?- Nos sorprendió Álvaro preocupadísimo
por la posible ruptura de una relación.
-Hayyy… que mono que es tu novio.- Dijo Nuria con
muchísima ternura. -Drako, a la que se ha
olido un problema ha desaparecido de la región.- Sentenció.
Terminamos de cenar, con un cierto aire
de desánimo en el ambiente. Aunque Nuria nos reservaba la perla más gorda para
los postres. Cuando nos trajeron el Tiramisú nos comentó que no le había venido
la regla, y que estaba convencida de que se había quedado preñada de Muh-nbà
(la verdad es que no habían más candidatos a esa paternidad). Ahí sí que me
quedé sin palabras. -¿Qué es lo que se
dice en estos casos?: “¡Enhorabuena será niño!” o “¿quieres que te pase la
lista de hospitales que realizan abortos?”-
Decidí dejarla que hablase para no
meter la pata. Mi novio se la miraba con ojos de plato mientras rechupeteaba
una cucharilla con restos de tiramisú. Después de un instante que se hizo
eterno, y viendo que no decía palabra, le solté: -Y ¿Qué vas a hacer? ¿Tienes algún plan?-
-No he decidido nada todavía, no quiero
precipitarme. Además tengo tiempo para decidir lo que voy a hacer.- Me dijo con los
ojos casi llorosos.
-¿Tiempo?- Pensé. –Perdona, pero tienes un pequeño alien que
está creciendo en tu interior y cada día que pase tendrás menos tiempo para
decidir qué hacer-. Eso también lo pensé, pero no me atreví a decírselo
para que no interpretase que la estaba presionando. Al salir de la pizzería, la
acompañamos hasta su piso y nos aseguramos de que estaba bien para dejarla
sola.
Mientras regresábamos, Álvaro me dijo: -Pues vaya, como está el patio.- Viendo
sus ojitos de pena, le acomodé el chaquetón, atándole el último botón alrededor
de la bufanda que llevaba enroscada en el cuello, lo cogí por los hombros y
mientras seguíamos por la calle de los burdeles dirección a casa le dije: -Mañana será otro día.-
Y… como no, justo en ese momento volvió
a mi cerebro el maldito ente hipocondriaco: Mañana a las siete de la tarde
teníamos hora para hacernos las pruebas del HIV. A ver quién sería el guapo que
conseguiría dormir esa noche.
Posdata:
Aquí en mi tierra decimos: -Quien un día pasa, Un año aprieta-.